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4. Sobre la atención personal en la adolescencia

El hecho de ser tratado como una personalidad íntegra y adulta favorece el asentamiento de la autonomía y de la actuación responsable.

La disposición a escuchar al adolescente y tomar en serio y entender sus propuestas y argumentos facilita una colaboración deportiva eficaz y libre de conflictos.

El hecho de encomendar al joven tareas que conllevan responsabilidad supone para él una demostración de reconocimiento personal y desarrolla su sentido de la responsabilidad, ante cada uno de los jugadores y ante el equipo.

Usando el registro lingüístico coloquial del adolescente, el entrenador puede profundizar en este “sentimiento del nosotros”, plantear sus deseos y objetivos con mayor claridad e incrementar la disposición de sus jugadores a realizarlos.

El “joven adulto”

En la época de la última maduración, previa a la condición de adulto, el joven puede ya ser considerado, tratado y dirigido como un adulto.

En este finale de la juventud los adultos tienen a menudo grandes dificultades en el trato con el adolescente, y viceversa. Al adulto no siempre le resulta fácil cambiar sus esquemas de pensamiento. Hace aún pocos meses el joven se mostraba necesitado de orientación y ayuda. Era en todo momento “el niño”. Desde el grado de conciencia que le otorga una mayor experiencia vital, el adulto subestima fácilmente la capacidad del joven de encontrar y recorrer su propio camino vital.

El joven ha crecido hasta convertirse en una persona autónoma, con sus propias necesidades, deseos, capacidades y opiniones, que debe buscar y encontrar el camino que la vida le marca como individuo.

Se debe conceder al joven el más amplio margen posible para el desarrollo de la personalidad, creando así las condiciones para que tome sus propias decisiones y actúe de forma autónoma. Conviene aconsejar, exponer opiniones y sus posibles consecuencias y llevar el diálogo a términos razonables. El “joven adulto” necesita que se le persuada. Tiene plena capacidad para manejar argumentos y comprender objetivamente los contextos relacionales. Por ello es especialmente importante, en este final del período juvenil, fundamentar todas las instrucciones, consejos y materias de discusión. Como argumento en favor de una opinión no se debería invocar la mayor experiencia en la vida, sino los motivos que han llevado al adulto a esta forma de pensar. El resultado de una conversación y la transmisión de experiencias propias no los debería determinar la autoridad, sino el mejor argumento.

Así, el adolescente no tendrá la impresión de estar en cierta manera sometido a tutela. Su esfuerzo por alcanzar un mayor grado de autonomía se ve correspondido, y su necesidad de ser reconocido como interlocutor con idénticos derechos se ve satisfecha. Para ello, un requisito importante es la capacidad y disposición del entrenador para escuchar, dejar explicarse a los otros, querer entender sus argumentos y ponerse en su situación. Sólo convence aquel cuyos argumentos son conocidos. No es la persona en trance de madurar la que tiene que convencer, sino la persona adulta. Si en algún caso los argumentos del más joven demuestran ser más acertados o más fuertes, el reconocimiento de esta opinión no conlleva en modo alguno, como se suele creer, una pérdida de autoridad dentro del equipo. Al contrario, el joven que en esta etapa de maduración piense con sentido común y objetividad sabrá reconocer y valorar en su justa medida la objetividad del entrenador. La pérdida de autoridad sólo se da cuando la persona que se encuentra al mando intenta imponer su criterio en contra de argumentos consistentes, aun cuando se ve claramente que dicho criterio es erróneo.

Los valores esenciales del comportamiento social dentro del grupo se pueden ahora consolidar, profundizar y hacer conscientes a través de conversaciones de carácter objetivo. La responsabilidad ante el otro presupone en todo momento la capacidad de percibir y comprender la mutua dependencia de personas con diferentes cometidos en los grupos, por ejemplo, la de aquellos que rinden más respecto a aquellos que rinden menos.

Las tareas de dirección con responsabilidad inherente, que hasta ahora recaían casi únicamente en el entrenador, se pueden ya delegar en los jóvenes al final de su etapa como tales. Éstos aceptan la responsabilidad, aprenden a actuar de forma responsable y acumulan nuevas experiencias en el camino que les conducirá a la autonomía personal. La supervisión de un grupo de entrenamiento, la ayuda a compañeros de menor rendimiento en determinadas formas de ejercicio o de juego, las tareas organizativas o de observación son sólo algunas de las posibilidades que hacen ver al adolescente el reconocimiento cada vez mayor que recibe del adulto como interlocutor de pleno derecho dentro de la comunidad.

Aun cuando los rasgos corporales y mentales del desarrollo del joven en su adolescencia le presentan en gran medida como adulto, en estos años de entrenamiento se conservan a menudo inclinaciones y costumbres de la época de la pubertad. Esto se puede ver sobre todo en la forma de expresión y en la forma de tratamiento preferente (tuteo). El tratamiento de usted, señal de más cortesía y respeto, rara vez se siente como agradable y deseable. Si el entrenador utiliza el tratamiento formal aparece una sensación de distancia en la relación con él, que puede complicar de forma innecesaria el proceso de formación. Se incita a que el jugador piense que su comportamiento debe adecuarse a la imagen esperada de un adulto; la frescura y la despreocupación juveniles, la disposición al riesgo y el gusto infantil por el juego dejan paso demasiado pronto a una actividadcontrolada, sopesada, que ante todo pretende evitar los errores. Inversamente, el jovenjugador siente que el tratamiento de usted al entrenador es algo perfectamente normal yhabitual.

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