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Tras cartografiar la costa oriental de la mayor isla del Pacífico Sur a bordo del hms Endeavour, el teniente inglés James Cook desembarcó por primera vez en Bahía Botany el 29 de abril de 1770. Bajo instrucción del rey Jorge III, Cook reclamó para la Corona británica la costa este, bautizándola con el nombre de Nueva Gales del Sur.

Al regresar a Gran Bretaña, los informes realizados durante la expedición generaron gran interés en ese nuevo mundo. Entre otras ventajas, lo consideraron una salida para el problema de sobrepoblación penal que se había agravado con la pérdida de las colonias norteamericanas. Consecuentemente, en mayo de 1787, once barcos partieron de Portsmouth hacia el lejano mundo desconocido, liderados por el capitán Arthur Phillip, con unas mil quinientas personas a bordo, entre marinos y oficiales, y más de setecientas vacas. La flota arribó a un lugar inhóspito y debió trasladarse a Port Jackson, el actual emplazamiento de Sídney, donde se asentó. El capitán se convirtió en gobernador colonial y la fecha del desembarco, el 26 de enero de 1788, está considerada como el primer día nacional de Australia.

Entre 1791 y 1867, cerca de cuarenta mil convictos irlandeses fueron trasladados a la lejana isla, casi todos por realizar actividades políticas, incluyendo aquellos que participaron en la Rebelión irlandesa de 1798, el levantamiento de Robert Emmet de 1803 y las escaramuzas de la Joven Irlanda en 1848. Una vez en Australia, muchos de los prisioneros continuaron con sus intentos para librarse de la custodia militar británica, pero todos los levantamientos fueron aplastados. Los reos irlandeses hablaban principalmente gaélico, su idioma propio, y muchos fueron ejecutados por el simple hecho de comunicarse en esa “lengua conspirativa”.


Pero no todos los irlandeses que llegaron a esa parte de Oceanía habían tenido problemas con la ley. En su mayoría, los colonos irlandeses que fueron a Australia eran hombres libres que pagaron el pecado de ser pobres con el destierro a una tierra ajena. Además de los condenados, muchos trabajadores voluntarios emigraron a la colonia del Pacífico Sur, todos pertenecientes a las clases más bajas de Irlanda. Hubo también casos de desarraigo forzoso, como el de las cuatro mil huérfanas irlandesas que fueron enviadas a Australia durante la Gran Hambruna de 1848 a 1850 para cubrir la demanda de sirvientas en los hogares australianos. Muchas veces abusadas y explotadas, la mayor parte de estas mujeres murieron pobres, aunque algunas pocas lograron matrimonios convenientes y llegaron a convertirse en viudas de buena posición.


Según el censo australiano de 1891, había doscientos veintiocho mil residentes nacidos en Irlanda.

Los Wood estaban entre ellos.

Pero la sangre de nuestro protagonista no es solamente verde. También tiene algo de las Highlands, con olor a whisky: los primeros colonos escoceses llegaron a Australia en 1788 con la flota imperial, que incluía a tres de los primeros seis gobernadores de Nueva Gales del Sur. Muchos de los escoceses llegados a principios de la era colonial también eran convictos. Las Cortes de Justicia de Escocia castigaban crímenes considerados menores con la pena de deportación a Australia. Entre 1793 y 1795, un grupo de prisioneros políticos, llamados después “mártires escoceses”, fue trasladado a las colonias. Otros inmigrantes escoceses de décadas posteriores fueron granjeros, ingenieros o terratenientes voluntarios, que buscaban una mejora debido a la recesión económica que arrastraba el país desde la década de 1820. Las revueltas ocasionadas por la reforma agraria de ese tiempo produjeron una nueva ola de escoceses exaltados que serían deportados a las colonias, todos muy cultos y apreciados por los colonos libres.

La fiebre del oro que calentó a Nueva Gales a mediados del siglo XIX dio un fuerte impulso a la inmigración: hacia 1850, noventa mil escoceses llegaron a Australia, con un noventa y cinco por ciento de ciudadanos instruidos.

Los McLeod estaban entre ellos.

La historia de Tino, como luego se lo apodaría a Robin Wood, comienza en la segunda mitad del siglo XIX con los largos y peligrosos viajes de sus ancestros irlandeses y escoceses hacia Oceanía.

El bisabuelo de Robin, Alan McLeod, nació en Escocia y huyó del Reino Unido rumbo a Australia para trabajar la tierra que en su propio país no podía obtener. Alan llegó como ciudadano libre y allí se casó y tuvo hijos. Su hija Margareth contrajo matrimonio con un Wood, de origen irlandés.

Luego de unos años de trabajar en la isla más grande de Oceanía, estos antepasados de Robin fueron parte de la famosa Rebelión de los Esquiladores contra el gobierno inglés que administraba Australia. No por nada el creador de Nippur es un testarudo retador de lo desconocido: la rebeldía corre en su sangre, como la voluntad de estos inmigrantes irlandeses y escoceses que no se querían someter en su nuevo hogar australiano. Este es el momento en que, además de Irlanda, Escocia y Australia, aparece en escena otro país importante para la vida de Robin Wood: la República Argentina.



En 1890 los ecos de una crisis financiera que se produjo en la Argentina generaron una depresión en la economía australiana. En febrero de 1891, cientos de obreros de la madera y esquiladores perdieron su trabajo en el territorio de Nueva Gales del Sur. Desempleados y en huelga, resistieron en campamentos cerca de sus áreas de labor en la zona de Queensland. La resistencia terminó cuando el gobierno australiano envió escuadrones de “chaquetas rojas” a terminar con el paro. “Casacas rojas” o redcoats era el apodo por el que se conocía a los soldados ingleses desde el siglo XVIII, debido al color del uniforme de los regimientos coloniales británicos. Este atuendo fue concebido para distinguirlos fácilmente del resto de los combatientes, infundir temor y cubrir la sangre de las heridas, dando a entender que se trataba de un ejército casi inmortal. Aquellos que luchaban por sus derechos laborales fueron reprimidos violentamente por las tropas imperiales. Muchos murieron, y los sobrevivientes decidieron escapar de ese país e implantar su propia utopía en otro lugar. Quien más haría por concretar esta idea se llamó William Lane.

Lane, a pesar de ser de muy pequeña estatura, era un líder nato y fue una figura prominente en la historia de los movimientos de trabajadores australianos. Hombre de mucho empuje, una luz de esperanza entre tanta oscuridad, fue el fundador del primer periódico vinculado a la lucha laboral australiana, The Queensland Worker, en 1890. En 1892, antes de comenzar la odisea que definiría el destino de Robin Wood, William Lane publicó una novela de tinte socialista llamada The working man’s paradise (El paraíso del obrero), bajo el seudónimo de John Miller, donde estaban las bases del sueño utopista que atravesaría la vida de quienes lo siguieron. Cuando este periodista se acercó a los otrora trabajadores con el sueño de empezar sus vidas desde cero en Sudamérica, no fueron pocos los que dijeron “sí” a dicha empresa. Cansados del maltrato inglés en Irlanda, Escocia, Gales y ahora también Australia, dos mil posibles colonos firmaron la propuesta inicial de Lane. Solo el dieciocho por ciento de esos voluntarios mantendría esa decisión. Entre ellos, los Wood y los McLeod, que compartían la idea de Lane de irse lo más lejos posible de los ingleses.

Pero ¿por qué eligieron ir a Paraguay, a un área inhóspita en medio de la selva? Era un territorio perdido en medio de la nada, a muchos kilómetros de distancia, donde únicamente existían aquí y allá pequeños pueblos con gentes que hablaban en otro idioma. Sonaba a un gran delirio, pero era una época de grandes conquistas y enormes desafíos. ¿Cómo se les ocurrió irse a ese lugar?

Robin Wood. Una vida de aventuras

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