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The New Australia Movement fue el nombre de la empresa formada para gestionar el nuevo asentamiento en Sudamérica. Originalmente buscó tierras en la Argentina, pero el gobierno albiceleste de la época, más interesado en recibir inmigrantes europeos, no aceptó el pedido de los australianos. Las máximas autoridades de la vecina República del Paraguay, en cambio, sí estuvieron de acuerdo con el pedido de los aussies, y les otorgaron setenta y cinco mil hectáreas de tierra fértil para vivir y cultivar sin ningún costo. Es que, como consecuencia de las disputas fronterizas del Paraguay con la Argentina y el Brasil, se había desatado la sangrienta Guerra de la Triple Alianza (1865–1870), bajo la presidencia de Francisco Solano López. En ella, Paraguay había perdido el noventa por ciento de su población masculina a causa de la devastación producida por las fuerzas combinadas de la Argentina, el Brasil y el Uruguay. Por lo tanto, la nación guaraní necesitaba desesperadamente repoblar su territorio con hombres. El plan de colonización estaba en marcha.

A comienzos de 1893, William Lane había reclutado personalmente a muchos futuros colonos en el área de Brisbane. Lane estaba convencido de que un plan socialista podía llevarse a cabo de manera exitosa antes de que terminara el siglo. Quienes se unían a su aventura debían pagar £10 para estar en lista y £50 más al embarcar. Lane, por entonces con apenas treinta y dos años, se había declarado la máxima autoridad por haber invertido £1.000, y llegó a controlar un presupuesto de £30.000. En Nambucca, un puerto de la costa oeste australiana, compró un barco de seiscientas toneladas, el Royal Tar (Alquitrán Real), al cual intentaron cambiar el nombre por el de Black Tar (Alquitrán Negro), ya que el primer barco socialista no podía tener referencia a la realeza en su nombre, pero en el tráfago del proyecto este detalle quedó de lado...

“¿Alquitrán Negro?

¿Y de qué otro color podía ser el alquitrán?”.

Robin Wood

Los primeros colonos partieron el 1 de julio de 1893 de Moreton Bay, en Sídney, cruzaron el océano Pacífico Sur, bordearon el cabo de Hornos, la costa de la Patagonia argentina, y llegaron a Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay. Desde ahí, remontaron en un barco a vapor el caudaloso río Paraná hasta el río Paraguay, y llegaron a Asunción el 22 de setiembre de 1893.

El primer grupo estaba compuesto exclusivamente por hombres, y esos doscientos treinta y ocho inmigrantes de sangre y origen celta que no hablaban español ni guaraní eran los encargados de organizar todo para las próximas olas de aventureros. Estos intrépidos sentarían las bases de la primera ciudad socialista del mundo. Con dinero que les sobró del viaje, Lane arregló con el gobierno paraguayo el apoyo de la policía militar, en caso de que tuviera problemas con otros colonos, sus propios hermanos de aventura utopista.


Después de viajar cien kilómetros en tren hasta la ciudad de Villarrica, tuvieron que avanzar a pie, cruzar ríos, luchar contra hordas de mosquitos y animales peligrosos, hasta que finalmente llegaron a la tierra prometida que les había regalado el gobierno paraguayo, en el departamento de Caazapá, a doscientos treinta kilómetros de Asunción. Fueron seis semanas de ardua marcha en las que, lamentablemente, muchos perdieron la vida.

A la llegada de estos colonos, el gobierno paraguayo les ofreció más tierras, semillas, ayuda, dinero, todo lo que pedían. Y, con el paso de los años cumplió muy bien con sus promesas. En medio de una jungla exuberante, el 28 de setiembre de 1893 fundaron un asentamiento con el nombre de Colonia Nueva Australia, y establecieron la New Australia Settlement Association para administrar el emprendimiento. Incluso en Australia esta historia es contada entre sus más grandes epopeyas y se escribieron varios libros sobre el tema. Uno de ellos, Paradise mislaid, de Anne Whitehead, incluso tiene un capítulo titulado “Las aventuras de Robin Wood”.

A los pocos meses llegó el segundo contingente de doscientos cincuenta colonos. Y empezaron a aparecer los problemas. En la Navidad de 1894, algunos hombres fueron a un pueblo cercano y volvieron borrachos a Nueva Australia. Lane hizo uso de su poder (y de su previsora inversión) y exigió a la policía militar que expulsara a ese grupo de hombres, quienes fueron forzados a abandonar la colonia para siempre. Además de la soledad y el aislamiento, otros factores se sumaban para que aumentaran los choques entre los recién llegados: Lane resultó ser un fanático religioso que pretendía dirigirlo todo y no lograba combinar el socialismo utópico con sus ideas aislacionistas y puritanas. Las ideas de izquierda no eran del todo comprendidas por los colonos, y el que trabajaba mucho protestaba porque a aquel que trabajaba menos se le daba la misma porción de tierra y bienes. Para colmo, algunas cosechas se malograron y, para poder alimentarse, tuvieron que faenar el ganado que habían comprado para reproducción. Las raciones comenzaron a reducirse. Ante la suma de adversidades, algunos decidieron abandonar Nueva Australia y regresar a Sídney en el mismo barco que los había llevado a la aventura, perdiendo su inversión.

Así fue como el liderazgo de William Lane encontró una rápida oposición. Eran socialistas, supuestamente ateos, pero había una Biblia en cada hogar y era impensable la existencia de una colonia de irlandeses que no tuviera iglesia, así que levantaron una en medio de la jungla para confesarse, casarse y seguir los ritos de su catolicismo en el Nuevo Mundo.

“Los irlandeses siempre tienen que tener a Dios cerca para poder quejarse...”.

Robin Wood

Lane no permitía el alcohol, pero cientos de irlandeses y escoceses, tipos duros que habían peleado años contra los ingleses, trabajando en la tierra de la caña de azúcar, no se habían sacado los zapatos y ya estaban destilando. Los votos de castidad que exigía Lane y la imposición de no mezclarse con las nativas fueron expeditivamente desatendidos por la desproporción de sexos entre los colonos y por la belleza, para ellos exótica, de las mujeres locales. En el contingente total de casi quinientos colonos, solo ciento veinte eran mujeres, de las cuales treinta o cuarenta eran niñas pequeñas. Esto dejaba unos trescientos hombres, en su mayor parte jóvenes, llenos de vida, vigorosos, inteligentes, solos, y con mucho ron de caña, ante las bellas guaraníes, que paseaban demasiado cerca en ty–poi, con flores en el pelo, trenzas, los cántaros al hombro… Fue imposible que los esquiladores celtas se comportasen como monjes de reclusión o intelectuales socialistas en medio de esa selva redentora. Fueron a fundar el país ideal, a expandir su idea al mundo. Pero el hombre es hombre y equivocarse es humano. Y esperable.

En esa colonia de aislados, muchos de ellos con inmensa cultura pero sin ninguna virtud para ser granjeros o agricultores, vivió mucha gente sobresaliente, como un primo de Jack London, y Mary Gilmore, una maestra de escuela que fue, luego, la primera escritora de Australia, nombrada dama de la Corona por la reina Isabel. En los primeros tiempos del asentamiento, Mary fue quien enseñaba a los niños en esa isla gaélica en medio del Paraguay y, posteriormente, fue una de las que dejó el lugar y se instaló en Nueva Zelandia.

Así, debido a los constantes desacuerdos, la colonia se dividió en dos: Nueva Australia, con parcelas de tierra ecuánimes otorgadas a grupos familiares, y Colonia Cosme, un caserío setenta y dos kilómetros al sur, adonde se marcharon todos los que estaban de acuerdo con el ideólogo de la colonización y sus mandatos. La división se llevó a cabo de manera formal el 14 de mayo de 1894. Apenas cincuenta y ocho personas acompañaron al líder y ya nada sería igual. El sueño se desquebrajaba.

Aunque Colonia Cosme estaba territorial y socialmente más aislada que Nueva Australia, en 1899 el propio Lane abandonó el asentamiento. Cuáquero de convicción, atravesado por un racismo incontenible, no soportó los permanentes cuestionamientos a su autoridad y las desobediencias y regresó frustrado a Nueva Zelandia, donde se convirtió en un conservador antilaborista.


Con la partida de Lane, los casi quinientos irlandeses, escoceses y galeses habitantes de Colonia Cosme y Nueva Australia, aceptaron el liderazgo de Alan McLeod (bisabuelo de Robin), y decidieron establecerse definitivamente en medio de la selva. Por varios años, algunos nuevos colonos provenientes de Australia y el Reino Unido se acercaron allí, pero, así como llegaban, terminaban partiendo hacia estancias de la Patagonia o de regreso a Australia. El fracaso, en gran parte, se debió a que, si bien todos eran gente muy culta, ninguno de sus fundadores era en realidad un agricultor; eran mayormente sindicalistas australianos de las industrias esquiladoras y de la leña, apenas intelectuales con algún conocimiento práctico. Sin embargo, ocho familias permanecieron, y es de esas familias de las que descienden las doscientas personas que todavía habitan Colonia Cosme en la actualidad, incluso sin agua corriente ni luz eléctrica.

Eventualmente, Nueva Australia se disolvió como colonia y el gobierno paraguayo les dio el título de propiedad de manera ecuánime a todas las familias que decidieron quedarse. Aún hoy, algunos turistas australianos viajan a unas pocas horas desde las Cataratas del Iguazú hasta lo que fue la primera colonia australiana en América, para confirmar con sus propios ojos el sueño utopista que no fue. Ya nadie habla inglés en el territorio y son muy pocos los apellidos celtas que quedan de esa epopeya, pero el tesón del hombre cambió la historia y produjo un descendiente que pondría a esa zona nuevamente en el mapa.

Robin Wood. Una vida de aventuras

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