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Igualitarismo e injusticia
ОглавлениеAcabamos de entender que es el derecho natural el que establece lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, para todos, en todo lugar y en todo momento. En este sentido, si el derecho positivo se ajustara estrictamente al derecho natural y no lo sobrepasara, entonces habría justicia. Por el contrario, explicamos que cuanto el derecho positivo más excediera al derecho natural, más injusticia (y menos justicia) habría. Obviamente, el derecho positivo, es decir, el caudal de normas escritas por los burócratas de carne y hueso, crece año tras año, lo cual hace que el derecho natural sea cada vez más excedido y la injusticia avance a expensas de la justicia. Es que hay que comprender que el crecimiento de la legislación positiva empodera a la casta política y aumenta el poder político a expensas del poder social. Fortalece los medios políticos y debilita los medios económicos, atentando contra la ética de la libertad. Ejemplos de esto último son el sostenido aumento del derecho público y el crecimiento del derecho administrativo, que son columnas sobre los cuales avanza la intervención estatal en los más variados aspectos de nuestras vidas: derecho administrativo orgánico, derecho administrativo funcional, derecho procesal administrativo, responsabilidad del Estado, derecho ambiental, derecho urbanístico, derecho vial, derecho aduanero, derecho migratorio, derecho de contratación pública, etc.
Sin embargo, más allá de cada avance del Estado, más allá del análisis puntual del instrumento con el cual el Estado avanza y más allá del estudio de las consecuencias de dicho avance, es importante visualizar que el Estado y sus burócratas siempre justifican su accionar a partir de la justicia. Es decir, el Estado pretende legitimar su constante y sistemático avance aduciendo que su accionar tiene como fin lograr y asegurar la justica. En este marco, cobra suma relevancia observar qué “vara” de justicia utilizan los burócratas estatales. Si su vara justiciera se encontrara alineada con la esencia del ser humano y lo derechos naturales, la obtención de Justicia sería una posibilidad. Por el contrario, si su vara justiciera estuviera totalmente desalineada con la esencia del ser humano o, peor aún, fuera a total contramano de su naturaleza, el universo de la injusticia siempre terminaría estando más cerca que el reino de lo justo.
El Estado y sus burócratas pretenden utilizar como vara de “lo justo” y “lo injusto” la igualdad. El igualitarismo es el pretendido patrón de justicia. De acuerdo con este paradigma de justicia, lo que tiende a la igualdad es justo, mientras que lo que tiende a la desigualdad es injusto. De hecho, el ejemplo máximo en este sentido son las intervenciones binarias del Estado en el campo fiscal, donde los presupuestos imponen el yugo impositivo y gastan dinero ajeno (sin sistema de precios) pretendiendo lograr un igualitarismo imposible de alcanzar. ¿Qué hay detrás de este accionar? Primero, se supone que la distribución de ingresos, antes de los impuestos, es muy desigual. Luego, se asume que dicha desigualdad hay que corregirla porque es “mala” y, en consecuencia, es “injusta”. Y de aquí se deduce que el Estado debe intervenir para sacar a la sociedad del mundo desigualitariamente injusto para conducirlo hacia el edén igualitario en el cual reina la justicia. Claramente, a priori, la vara justiciera de la igualdad es un instrumento que empodera al Estado, porque le da argumentos para intervenir y avanzar cada vez más. Esto es más que claro y no puede ser materia de discusión. Ahora queda por discutir si la vara justiciera del igualitarismo está bien o mal.
El igualitarismo como vara de justicia solo estaría bien si se pudiera demostrar que la igualdad es un ideal ético incuestionable. O sea, se necesita una base ética para defender la igualdad como principio regidor de lo justo. Es decir, no se puede permitir que el Estado y sus burócratas impongan el igualitarismo como principio absoluto de justicia sin antes demostrar su superioridad ética y moral. No podemos admitir como dado que la igualdad es el patrón de lo justo e injusto. Por el contrario, debemos exigir su demostración desde lo ético y moral. Y si no se pudiera demostrar, debería ser abandonado como vara de justica. El punto es que el igualitarismo va contra la esencia del ser humano, contra su naturaleza y, por ende, nunca la justicia puede construirse sobre este principio, que está mal. En realidad, el igualitarismo es injusto porque va contra los derechos naturales y la naturaleza del ser humano. Al ir contra los derechos naturales del ser humano, el igualitarismo atenta contra la ética y la moral del ser humano. Paralelamente, al ir contra la naturaleza del ser humano, el igualitarismo es imposible de lograr. Y, como es imposible de lograr, el igualitarismo no hace otra cosa que agravar la fatal arrogancia y el camino de la servidumbre (esto lo explica muy bien Hayek), alimentando el crecimiento del Estado y el avance del poder político a expensas del poder social. En palabras coloquiales, el igualitarismo termina siendo la base del negocio de la casta política a expensas de los medios económicos.
Si el igualitarismo no puede funcionar en la práctica, entonces no puede servir como ideal de justicia y debe ser abandonado instantáneamente. Es muy fácil de ver: si un supuesto ideal ético y moral, como el (según la casta política) igualitarismo viola la naturaleza del ser humano y, por ende, no puede ser llevado a la práctica, entonces es, en realidad, un ideal perverso moralmente y debe ser abandonado como objetivo y como vara justiciera. De ser así, nada puede estar bien (justo) por ser igualitario; y mucho menos, nada pasará a estar mal (injusto) por no ser igualitario.
La humanidad se caracteriza por la desigualdad. Esta es la naturaleza y la esencia del ser humano. La biología y la naturaleza nos hacen a todos diferentes. La igualdad es imposible de lograr. Ni siquiera la igualdad de ingresos es un objetivo posible. Los ingresos nunca pueden ser iguales. El ingreso real nunca puede igualarse. Lo explica muy bien Murray Rothbard: “Como cada ciudadano está situado necesariamente en un espacio distinto, el ingreso real de cada individuo debe variar en cada bien y en cada persona. No hay manera de combinar bienes de distintos tipos para medir cierto ‘nivel’ de ingresos, por lo que no tiene sentido intentar llegar a ningún tipo de nivel ‘igual’. Debe aceptarse el hecho de que no puede alcanzarse la igualdad porque es un objetivo conceptualmente imposible para el hombre, en virtud de su necesaria dispersión en ubicaciones y su diversidad en individuos. Pero si la igualdad en un objetivo absurdo (y por tanto irracional), cualquier esfuerzo por acercarse a la igualdad es consecuentemente absurdo. Si un objetivo no tiene sentido, cualquier intento de acercarse a él, tampoco”.(3) También es un error conceptual, científico y una mentira el concepto de “igualdad de oportunidades”. Sin embargo, la igualdad de oportunidades tampoco es realizable; por ende, también este concepto debe ser completamente desechado. La diversidad de ubicaciones, los diferentes puntos de partida de cada persona, las distintas realidades que se enfrentan, las diversas familias, los diferentes momentos de cada uno y las distintas formas de interactuar con ese mismo entorno según cambia el tiempo, sumado a las diferentes formas de interactuar que tiene cada uno, así como la diversidad de habilidades, gustos, intereses y necesidades, todo hace imposible que pueda haber igualdad de oportunidades.
Es más, es un error conceptual muy grosero pensar que la justicia es necesariamente la igualdad de oportunidades y que este último tipo de igualdad requiere que las personas tengan el mismo punto de partida. Nadie puede tener el mismo punto de partida porque todos salimos diferentes del vientre de nuestras madres, que también son todas distintas. Es más, dos hermanos separados por diez años muy probablemente han tenido madres muy diferentes. Pretender el mismo punto de partida también es muy antinatural. La vida no es una carrera de cien metros llanos. Es más, ni siquiera en una carrera de cien metros llanos los participantes tienen el mismo punto de partida. Por el contrario, los participantes solo están colocados en igualdad de metraje con respecto a la meta, pero todos tienen distintos puntos de partida: diferentes entrenadores, entrenamientos, cuerpos y energía.
Es fácil visualizar que es ridículo y antinatural creer que los participantes del juego de la vida deben partir del mismo punto para que haya justicia. La justicia del mismo punto de partido exigiría que todos naciéramos en el mismo lugar y en el mismo momento para así tener la misma dotación de recursos. No solo esto, se debería abolir la familia. El Estado debería sustraer a todos los niños, ya que diferentes padres y madres aseguran diferentes capacidades. Los niños deberían ser estatizados y confinados a guarderías y jardines de infantes públicos en los cuales todos fueran adoctrinados de la misma forma. Igual así, bajo este hipotético comunismo atroz, no se lograría la igualdad en el punto de partida. Cada maestro del sistema comunista es único y enseña diferente al otro. Cada niño receptor de las enseñanzas del maestro comunista también es único, y cada uno recibirá las mismas enseñanzas en forma diferente.
Queda claro que el igualitarismo en todas sus formas, ya sea de ingresos o de oportunidades, es una filosofía sin ningún sentido, porque atenta contra la naturaleza del ser humano. Y al estar contra la naturaleza del hombre y ser impracticable, el igualitarismo debe ser totalmente abandonado como principio ético y moral, es decir, como vara de lo que está bien y de lo que está mal. Por el contrario, al estar desalineado con la naturaleza del ser humano, el igualitarismo no solo nunca se podrá lograr, sino que se procurará alcanzarlo (infructuosamente) mediante la coacción y la violencia, volviéndose falto de ética y moral con las ideas de la libertad.
La justicia basada en el igualitarismo es injusticia. Además, la infinita heterogeneidad existente entre las personas es la base de la división del conocimiento y del trabajo. La división del trabajo conduce a la especialización, pilar fundamental del aumento de la producción, del comercio y de la generación de riqueza. La inherente desigualdad del ser humano no solo es muy buena, sino que es el motor de la prosperidad individual y del progreso y del desarrollo de la civilización. No podría ser de otro modo, ya que la desigualdad, al estar alineada con la naturaleza del ser humano, es ética y moral con las ideas de la libertad. La justicia debería estar basada en la ley de la libertad o de libertad total. No hace falta agregar nada más. El principio de no agresión está implícito en el concepto de libertad. La justicia de la libertad es una sola, y es la justicia del derecho natural. No solo es siempre alcanzable, sino que es válido para todos, en todo momento y en todo lugar.
1. La ética de la libertad. Murray Rothbard. Unión Editorial, 2009, pág. 45.
2. Ley natural de la justicia. Lysander Spooner. 1882, pág. 16.
3. Poder y mercado. Murray Rothbard. Unión Editorial, 2015, pág. 259.