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El agorismo como estrategia para vencer al Estado
ОглавлениеEl agorismo es una actitud revolucionaria. Es pensamiento y acción actuando conjuntamente para erosionar y eliminar el Estado, siempre en forma coherente con la libertad. El término agorismo proviene del griego agorá, que significa “lugar de mercado libre”. Libre significa sin coerción; ergo, un mercado libre es un mercado en el cual nadie coacciona a otro. No hay violencia contra nadie con el objeto de amenazarlo y persuadirlo para que se someta a algo, o deje de hacer lo que desea para pasar a hacer alguna otra actividad no elegida voluntariamente por él. Libre mercado es ausencia de toda coacción.
La coerción destruye valor, invariablemente. El que coacciona obtiene una ganancia sin producir nada de valor, ya que extrae del prójimo sin darle nada a cambio; ergo, la víctima siempre pierde. Por el contrario, cuando hay libre mercado y solo intercambios voluntarios, ambas partes ganan (al menos ex ante), caso contrario el intercambio nunca tendría lugar. A priori, ambas partes entregan algo que subjetivamente valoran menos que lo que reciben. Ambas partes ven su insatisfacción disminuida y su felicidad aumentada. Ambas ganan.
Otra definición es aquella que sostiene que el agorismo es la integración coherente (con la libertad) del libertarismo con la práctica contraeconómica, o sea, un agorista es aquel individuo que actúa coherentemente en libertad, por la libertad y para la libertad. Esta integración entre la teoría y la práctica implica no solo entender e internalizar los conceptos teóricos, sino también tener la capacidad de llevarlos constantemente a la práctica. Pasar de la teoría a la práctica es esencial e inseparable en el agorismo. El agorismo es ambos planos a la vez, teoría y práctica. La teoría sin práctica está disociada de la realidad y pasa a ser misticismo. La práctica sin teoría no tiene sustento y, al no tener sustento, no puede tener buena lectura de la realidad, por ende, no puede llegar a buen puerto y está condenada a fallar. Tanto es así que toda buena teoría está desarrollada de frente a la realidad, observando los hechos. Teoría y realidad son un matrimonio sólido, no por conveniencia.
Según el agorismo, toda teoría que no describa la realidad es inservible o, peor aún, es una arquitectura intelectual deliberadamente construida por los intelectuales que trabajan al servicio de los burócratas del Estado para agrandar su negocio estafando a la gente de a pie. En el agorismo no hay lugar para esa frase trillada que sostiene que “la teoría está bien como idea, pero en la práctica hay que tener en cuenta la realidad y debe hacerse otra cosa”. En este punto es interesante hacer un paralelismo entre el agorismo y aquella frase de Lord Acton (“El liberalismo se ocupa del deber ser, no de lo posible”). Para el agorismo, la teoría se debe ocupar del deber ser, y ese deber ser no es otra cosa que la realidad. Y la realidad es, no tiene matices, es decir, la realidad no conoce de moderación. Y aquí emerge otro punto en el cual el agorismo encuentra un paralelismo con frases de Lord Acton. Así como Lord Acton sostenía que el liberalismo es revolución permanente, el agorismo es revolución, ya que quiere desarmar el statu quo que organiza y ordena la sociedad a partir y a través de los medios políticos. En este sentido, el agorismo se encuentra en las antípodas del conservador, del socialista, del comunista, del fascista y de los socialdemócratas del centro, quienes se niegan a cambiar el statu quo de la sociedad organizada y ordenada por los medios políticos.
En pocas palabras, el agorismo tiene dos patas. La primera es la teórica, que está construida sobre la ética, la filosofía, la filosofía política y la economía de las ideas de la libertad, que son lo que da sustento a la anarquía de libre mercado o liberalismo radical. La segunda pata es lo que Samuel Edward Konkin III llama contraeconomía, la cual viene a ser algo así como “el manual del usuario de lo que hay que hacer para erosionar al Estado hasta que desaparezca”.
Samuel Edward Konkin III la llama contraeconomía pretendiendo lograr un fácil entendimiento de lo que hay que hacer para erosionar al Estado y terminar eliminándolo. Si la economía es el sistema actual y todo su ordenamiento se basa en la creencia en el Estado y en su obligada obediencia, la contraeconomía es dejar de creer en el Estado para luego desafiarlo, evitarlo, eludirlo y evadirlo, gambeteando la coacción física de los medios políticos que te obligan a pagar impuestos y respetar todo tipo de normas, reglas, reglamentos y leyes.
En pocas palabras, la contraeconomía es toda acción humana no coercitiva destinada para desafiar al Estado en lo inmediato para erosionarlo, herirlo y destruirlo en el largo plazo. Y hay una relación directa entre el tamaño de la contraeconomía y la coerción. A mayor violencia y más Estado, no solo más posibilidad de contraeconomía, sino también más necesidad de contraeconomía. Cuantos más controles, regulaciones e impuestos haya, más se rebelará la gente, más tenderá a evadir, eludir y no respetar. Es una cuestión de supervivencia. Al mismo tiempo, cuanto más se coaccione al sector privado, se necesitará más volumen de contraeconomía para erosionarlo y vencerlo. Lo bueno es que la contraeconomía se retroalimenta. A medida que más gente se anima a hacer contraeconomía, más personas aprenden de sus beneficios y se adhieren a su práctica, impulsando el crecimiento de la contraeconomía y la erosión del Estado.
La contraeconomía es poderosa. La historia lo ilustra. La contraeconomía fue uno de los factores más importantes para derrotar al socialismo y al Estado en su máxima expresión, la Unión Soviética y los países de Europa del Este. ¿O alguien puede pensar que el régimen soviético habría caído si todos sus ciudadanos hubieran acatado y respetado los mandatos coactivos del régimen comunista? Detrás de la cortina de hierro solo había escasez y bienes de baja calidad, mientras que en la contraeconomía de la ilegalidad soviética se podía encontrar una oferta de bienes extremadamente más abundante y de mejor calidad. Samuel Edward Konkin III cuenta que “los capitalistas contraeconomistas vendían acciones de sus compañías y veraneaban en los resorts del mar Negro; los gerentes de las granjas colectivas que necesitaban reemplazar en un apuro su tractor confiaban en la contraeconomía antes de esperar a que sus granjas colectivas colapsaran mientras esperaban a que el Estado les proporcionase un nuevo tractor”.(35)
En términos sencillos, el agorismo es el camino que construirá una sociedad libre y sin Estado, que estará organizada solo a través de los medios económicos en anarquía de libre mercado, a través de la masificación de la contraeconomía, que deberá conducir al desarrollo de un sector privado con la fuerza defensiva suficiente para protegerse del Estado y abolirlo. O sea, la contraeconomía es la suma de toda acción humana que no viole el principio de no agresión y respete el principio de libre asociación que esté prohibida por el Estado: el mercado libre, el mercado negro, la economía subterránea, todos los actos de desobediencia civil y social, todos los actos de asociación prohibida (sexual, racial, interreligiosa) y cualquier otra cosa que el Estado, en cualquier tiempo y lugar, decide prohibir, controlar, regular, imponer, gravar o tarifar. Por el contrario, la contraeconomía excluye toda acción que el Estado aprueba o defiende: el mercado blanco y el mercado rojo, que son las acciones violentas que agreden la propiedad privada y violentan el principio de no agresión que el Estado también condena.
Al mismo tiempo, casi no es necesario aclarar que el agorismo no cree en la política institucionalizada como instrumento válido para cambiar la realidad del ser humano. Se descarta el sistema político y el voto como caminos viables y posibles de cambiar el sistema socio, político y económico ordenado y coordinado por el Estado mediante métodos coercitivos. Por el contrario, el agorismo sostiene que los mecanismos institucionales del sistema democrático solo sirven para acrecentar el Estado y sus medios políticos, violentando cada vez más los derechos naturales de las personas. De hecho, las leyes son tan pero tan numerosas, el derecho positivo es tan pero tan invasivo y el derecho natural está tan pero tan violentado que un partido libertario jamás podrá cambiar nada. Es fácil de ver. Y esa falta de efectividad y baja representación del partido libertario dentro de un sistema de gobierno en el cual manda la dictadura de la mayoría solo servirá para vilipendiar las ideas de la libertad, socavando los ideales, la filosofía y la filosofía política más inherente a la naturaleza del ser humano.
Usemos de ejemplo el Congreso de Argentina. Este se conforma por una asamblea bicameral con 329 miembros, dividido en el Senado, con 72 butacas, y la Cámara de Diputados, con 257 asientos. Imaginemos que el Partido Libertario logra introducir, en el mejor de los casos, dos diputados, uno por CABA y otro por PBA. En este escenario, el Partido libertario tendría el 0,008 % de los diputados y el 0 % de los senadores del Congreso. ¿Qué poder tendrían los dos diputados del Partido Libertario para impedir que haya nuevas leyes que agranden el poder del Estado y no alimenten su intromisión coercitiva sobre los derechos naturales de las personas? Más importante aún, ¿qué poder tendrían esos dos diputados para derogar las (miles) de leyes que hay que derogar por año? Está más que claro que el Partido Libertario tardaría siglos y milenios en (primero) achicar y (luego) suprimir el Estado. Los datos de la realidad ilustran este último punto. Ron Paul fue diputado federal libertario en EE. UU. entre 1979-85 y 1997-2013. Juró nunca subir impuestos, abolir Ganancias para individuos, nunca aprobar déficits fiscales y prometió intentar eliminar la FED. Nunca logró aprobar ninguno de sus proyectos, ni derogar nada. Sin acción humana previa y sin contraeconomía previa, todo es fracaso. La democracia es el sistema de gobierno con los incentivos contrarios y los anticuerpos más fuertes contra los cambios desde adentro. Los partidos políticos, las elecciones y el voto nunca erosionarán el sistema, sino que, todo lo contrario, lo fortalecerán, ya que son las vitaminas y las proteínas del sistema.
Una vez entendido que los mecanismos institucionales de la política no tienen ninguna posibilidad de cambiar la realidad y de desarmar el sistema imperante, se comprende que el agorismo es el único camino con posibilidades de luchar contra (y de vencer) al Estado. La estrategia del agorismo debe apuntar en dos sentidos: la educación y la acción. Por el lado de la primera, se debe mostrar, comunicar y enseñar la teoría de las ideas de la libertad utilizando todos los medios de información tradicionales, pero sobre todo tiene que estar focalizada en aprovechar todos los canales de comunicación modernos, ya que estos potencian no solo la cantidad de receptores, sino también la velocidad con la cual nuestra filosofía llega. En este sentido, hay que hacer hincapié en que nuestras ideas son las únicas que pueden conducirnos hacia la libertad plena, ya que son las únicas que entienden y, sobre todo, respetan la esencia del ser humano, haciendo foco en eliminar el único enemigo real de la libertad del individuo: el Estado. Luego, hay que comunicar en qué consiste la contraeconomía y cómo llevarla a cabo. Pero, sobre todo, los comunicadores del agorismo deben ser consistentes y contraeconómicos en su accionar, pues de lo contrario serán poco creíbles y nada convincentes. Este es el caso de los candidatos políticos (seudo)libertarios que desacreditan todo lo que dicen de valor (si es que hay algo de valor en lo que dicen) queriendo entrar al sistema político que supuestamente pretenden derrotar. No entienden que, ingresando al sistema, jamás lo derrotarán, sino que lograrán exactamente lo opuesto: lo fortalecerán. Esto es importante. Un libertario que se hace político no solo tiene el fracaso cien por ciento asegurado, sino que debe saber que la probabilidad que tiene de terminar alimentando al propio sistema también es del cien por ciento. Por el contrario, el activista del agorismo tal vez también puede fracasar, pero si tiene, por ejemplo, un uno, un dos, un cinco o un diez por ciento de probabilidad de éxito, su posibilidad de triunfo es infinitamente superior a la del libertario legislador, que tiene cero chances (todo divido por cero da infinito). Y, además, muy importante, el activista del agorismo jamás alimentará al sistema, cosa que el político libertario sí hace.
Las instituciones de los medios políticos son los instrumentos a través de los cuales el Estado nos coacciona, agrede y violenta; no tenemos que pretender entrar en ellos, sino que debemos trabajar desde afuera para erosionarlos y, después de un largo camino, destruirlos e ir hacia un nuevo orden basado en la anarquía de libre mercado, único sistema con libertad plena. Hay que entender que este camino sinuoso brindará frutos en cada paso que se dé, por más pequeño que sea, ya que cada movimiento será una disminución de la opresión. Además, los beneficios de cada uno de estos pasos serán inmediatos. ¿A quién se le ocurre rechazar este camino reformista en serio? ¿Quién puede sostener que traer más y más gente hacia la contraeconomía no es más libertad, no es ético y no sirve? ¿Quién se anima a decir que la reducción del botín estatal que logra la contraeconomía es inmoral y no sirve?
Sin duda, este camino de la contraeconomía es largo y lento, pero trae beneficios constantemente, trasladando actividades y personas desde la opresión del Estado hacia la libertad de los medios económicos. No hay duda de que sin contraeconomía el Estado sería mayor y su opresión y coacción más violentas. La contraeconomía avanzará a paso seguro, transformando la actual sociedad en una sociedad sucesivamente más libre, “convirtiendo más contraeconomistas en libertarios y más libertarios en contraeconomistas, integrando finalmente teoría y práctica”.(36) A medida que la contraeconomía avance, los medios económicos avanzarán a expensas de los medios políticos, exactamente al revés de lo acontecido durante las últimas (muchas) décadas. Gracias a la contraeconomía, el poder social crecerá y el poder político disminuirá, lo cual potenciará el sector privado e irá debilitando el sector público. La contraeconomía del agorismo, al potenciar el sector privado y su crecimiento, fomentará el ahorro y la acumulación de capital, retroalimentando positivamente el sector privado y el crecimiento. En este punto será crucial no detenerse. Cuando la contraeconomía vaya erosionando el Estado, es crucial ir por más, no detenerse, y acrecentar la contraeconomía de manera de acelerar el proceso. Al enemigo lesionado no se le debe dejar tomar aire hacia una esquina del ring, sino que hay que ponerlo contra las cuerdas e intensificar el castigo hasta que caiga a la lona. Si se levanta tambaleante, ir por más y redoblará la apuesta. En términos matemáticos, la contraeconomía debe tener derivada primera positiva y, si es posible, derivada segunda positiva también. Es decir, la contraeconomía siempre debe avanzar. Si es posible, acelerarse también. Lo que nunca debe tener es primera derivada cero o, peor aún, primera derivada negativa, o sea, detenerse o, en el peor caso, disminuir. Esto último es fundamental, ya que es más fácil ampliar las prácticas contraeconómicas cuando todo el mundo las practica y también las incrementa alrededor. Y todo el mundo sabe en su actividad, negocio, empresa, profesión, sector y mercado cómo practicar la contraeconomía.
Obviamente, practicar el agorismo no será sencillo, ni estará libre de riesgos, amenazas y castigos, sino todo lo contrario. El camino desde el Estado hacia la libertad de la anarquía demandará mucho esfuerzo, ya que es ir contra las fuerzas físicas del actual ordenamiento político, social y económico, que tiene todo el esquema de incentivos para ir en el sentido opuesto al agorismo. Metafóricamente, practicar la contraeconomía del agorismo sería como luchar contra la ley de gravedad. Difícil, pero no imposible. El ser humano estuvo miles de años sin volar, pero hoy en día surca los cielos. Además, la contraeconomía del agorismo, al igual que volar, no está libre de riesgo, sino todo lo contrario. Volar tiene altos riesgos. Sin embargo, el hombre se sube a aviones y vuela, ya que el beneficio de hacerlo supera su costo. El agorismo y la contraeconomía también tienen riesgos. Pero subirse a la contraeconomía traerá más beneficios que costos. Hay que hacerlo. En este sentido, Samuel Edward Konkin III dice: “El principio fundamental de la contraeconomía es canjear riesgo por beneficio”,(37) y luego brinda un pie de página con un ejemplo en este sentido, en el cual muestra los beneficios de contrabandear, evadir y violar la ley sopesándolos contra los riesgos de caer preso.
Es más, este principio de canjear riesgo por beneficio no solo es fundamental para la contraeconomía, sino que es crucial para los comunicadores de la teoría de las ideas de la libertad. Los intelectuales que sostienen y comunican la teoría detrás de las ideas de la libertad y plantean que hay que dinamitar el actual orden estatal mediante el agorismo para ir hacia una anarquía de libre mercado también serán atacados, injuriados y, llegado el caso, castigados. Sin embargo, estos intelectuales que deslegitiman el sistema basado en los medios políticos tampoco deberán claudicar y, predicando con el ejemplo, deberán trabajar para eliminar la errónea culpa que genera la práctica de la contraeconomía entre las personas, que siempre han sido adoctrinadas en la educación formal en la cual los contenidos que se enseñan son delineados por burócratas del Estado. En este sentido, se deberá trabajar para que el contrabandista esté orgulloso de ser contrabandista, que el trabajador en negro esté orgulloso de ser trabajador en negro y no quiera conseguir un trabajo en blanco para tener obra social y jubilación. Que ese trabajador en negro vea que tiene la ventaja de hacer lo que él decida con su salud y su futuro retiro, amén de que toda la salud pública y el sistema de jubilación de reparto estatal son inmorales e ineficientes. Además, el intelectual del agorismo debe promocionar todos los triunfos de la contraeconomía y festejar todos los fracasos del Estado, evidenciándolos con crudeza y explicándolos en profundidad, lo cual implica mostrar que la alternativa de libre mercado habría sido superior desde lo ético y lo moral, así como desde lo utilitarista. Todo este accionar no solo permitirá concientizar, sino reclutar más practicantes de la contraeconomía y del agorismo. Esta es la verdadera revolución que deben encabezar los intelectuales.
Sin embargo, más allá de que los riesgos del castigo por practicar la contraeconomía y transmitir las ideas de la libertad radical son una posibilidad, el miedo al castigo no puede (ni debe) paralizarnos. Justamente, detentar el monopolio de la fuerza y el poder monopólico de sancionar a los transgresores de sus propias normas es lo que le permite al Estado crecer más y más, avanzando constantemente sobre los derechos naturales de las personas. Ergo, si nosotros no avanzamos con la práctica de la contraeconomía por miedo al castigo, no solo seremos funcionales al Estado, sino que estaremos contribuyendo a su expansión en contra de nuestros propios intereses. Parafraseando a León Gieco, si por miedo no actuamos contraeconómicamente, el Estado será un monstruo que pisará cada vez más fuerte. Por el contrario, si pagamos cada vez menos impuestos, si utilizamos cada vez menos la moneda FIAT violentamente impuesta por el Estado, si nos revelamos y pagamos menos multas, el oxígeno que alimenta “el suministro de sangre y el vampírico Estado perecería sin remedio; el monstruo perdería sus colmillos”.(38)
En resumen, la contraeconomía del agorismo tan solo pone en práctica la teoría de las ideas de la libertad, negando por completo que sea una ideología o una filosofía desconectada de la realidad. El agorismo es tan coherente y consistente que plantea la única alternativa moral y ética correcta, pero te deja libre para que hagas o no hagas la contraeconomía, haciéndote a vos solo responsable de tu libertad o esclavitud. Es decir, el agorismo empodera al individuo, haciéndolo único motor de todo cambio deseable y probable, que son parte de la misma cosa, porque teoría y realidad son las dos contracaras de la misma moneda en el agorismo. Es más, el agorismo honra a la praxeología, que demuestra que todo cambio solo puede ser desde abajo y desde fuera del sistema, como toda la historia humana lo ilustra.
Todo sistema puede ser cambiado o derribado por una profunda modificación de la opinión pública y un cambio de comportamiento de las personas, es decir, por la negativa de la gente a seguir prestándoles su consentimiento y cooperación a la política y al Estado. Todos los grandes cambios de la historia política universal fueron iniciados por minorías en el campo de la transformación cultural y social. Primero, y desde fuera del régimen, hubo intelectuales que deslegitimaron el sistema. Segundo, y también por fuera del régimen, las ideas se fueron propagando hasta formar una masa crítica de gente que avalara y sostuviera el cambio de régimen y la transformación sociocultural. Tercero, y ya con el apoyo de una masa considerable de gente, se pasó al campo de la acción, de la contraeconomía, socavando las bases del sistema hasta herirlo gravemente para terminar de liquidarlo. De hecho, así pasó con la monarquía y la esclavitud. Así pasará con la democracia universal representativa, republicana y sus Estados.
4. Más allá de las pequeñas diferencias que puede haber entre cada una de estas filosofías, y siendo consciente de que hay subespecies en cada una de las tres, en este texto utilizo anarquista de libre mercado, liberal radical y libertario como sinónimos.
5. Cita que hace Bruce Benson en Justicia sin Estado, Unión Editorial, 2000, sobre Pollock y Maitland, The History of English Law, volumen 1, pág. 27.
6. La conquista normanda de Inglaterra fue la invasión y ocupación de Inglaterra en el siglo XI por un ejército formado por normandos, bretones, flamencos y franceses y liderado por el duque Guillermo II de Normandía, luego conocido como Guillermo el Conquistador, que reclamaba el trono inglés amparándose en su parentesco con el rey anglosajón Eduardo el Confesor, que no tenía descendencia, circunstancia que alentó las esperanzas del normando de conseguir su entronización.
Eduardo murió en enero de 1066 y le sucedió su cuñado Haroldo Godwinson. El rey Harald III de Noruega invadió el norte de Inglaterra en septiembre de 1066 y consiguió una victoria en la batalla de Fulford, pero fue derrotado por Haroldo en la batalla de Stamford Bridge el 25 de septiembre de ese año. Guillermo ya había desembarcado en el sur de Inglaterra y Haroldo marchó rápidamente hacia allí para hacerle frente, aunque dejando a gran parte de su ejército en el norte. El 14 de octubre de 1066 ambos ejércitos se enfrentaron en la batalla de Hastings, que se saldó con la victoria de Guillermo, dando lugar a los comienzos de la era normanda.
7. Justicia sin Estado. Bruce Benson. Unión Editorial, 2000, pág. 58.
8. Bajo el régimen feudal impuesto por los normandos, un vasallo debía contraer obligaciones para con su señor feudal. En el caso que dicho vasallo violase los empeños que hubiese contraído hacia su señor feudal, incurría en delito de felonía y todas sus posesiones eran confiscadas por el rey y su señor feudal, quienes se las repartían.
9. Ver Law and Revolution: The Formation of the Western Legal Tradition. Harold J. Berman. Harvard University Press, 1983.
10. Ver Monarquía, democracia y orden natural. Hans-Hermann Hoppe. Unión Editorial, 2020.
11. Nuestro enemigo, el Estado. Albert Jay Nock. Unión Editorial, 2013, pág. 21.
12. El Estado. Franz Oppenheimer. Unión Editorial, 2013, pág. 17.
13. “Sea verdad o no que el hombre es hijo de la iniquidad y está concebido en el pecado, es indudablemente cierto que el gobierno está engendrado por y para la agresión”, en El hombre contra el Estado. Unión Editorial, 2019, pág. 97.
14. Ver Nuestro enemigo, el Estado. Albert Jay Nock. Unión Editorial, 2013, pág. 60-61.
15. Ver Escritos sobre la vida civilizada. Henry Thoreau. In Itinere, pág. 143.
16. En Diálogo I. Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari. Editorial Sudamericana, 1998, pág. 220.
17. La praxeología se vale de razonamientos lógicos que construyen axiomas a priori, es decir, demuestran verdades o falsedades que necesitan estar sujetas a comprobación empírica. Los datos de la realidad tan solo ilustran una verdad que la praxeología ya se había encargado de demostrar racionalmente que era cierta.
18. Ver La acción humana. Tratado de economía. Ludwig von Mises. Unión Editorial Argentina, 2013.
19. Ver El igualitarismo como rebelión contra la naturaleza. Murray Rothbard. Barbarroja, 2019, págs. 75-110.
20. Ibídem, pág. 75.
21. Ibídem, págs. 75-76.
22. Lord Acton. Gertrude Himmelfarb. University of Chicago Press, 1962, págs. 204-205.
23. Muchos liberales clásicos proponen calificar el voto mediante segmentaciones basadas en la propiedad o en el nivel de instrucción, cuya vara no será otra que la educación pública.
24. Los derechos fundamentales son los derechos naturales, los derechos con los cuales nace el hombre. Estos son los únicos derechos que pueden ser reclamados por todos los seres humanos, en cualquier tiempo y lugar.
25. Los derechos adquiridos no son universales y, además, no pueden ser provistos a todos por igual forma. Tampoco son naturales, ya que no son inherentes al ser humano, sino que son ganados con esfuerzo, energía, trabajo y merecimiento u obtenidos porque algún tercero los ha regalado. Pero si han sido regalados, dicho regalo debe ser estrictamente voluntario y debe necesariamente implicar una sucesión de la persona A (quien regala) hacia la persona B (receptor del regalo). Nunca puede ser coactivo y estar financiado a partir de la confiscación o robo a una persona C. Cuando se entiende esto último, se visualiza que los derechos adquiridos, que se suelen incluir (equivocadamente) debajo del paraguas de los derechos humanos, son una mentira, una estafa y un robo socialista. El planificador socialista A roba a C y regala a B con patrimonio ajeno, justificando todo este accionar a partir de toda una ingeniería social desarrollada en las altas casas de estudio que se encuentran inmoralmente asociadas y en complicidad solidaria con los medios políticos.
26. Además, el accionar de los burócratas del Estado y sus políticas públicas también aseguran un crecimiento exponencial del Estado en el largo plazo. Primero está el problema de la “fatal arrogancia” de Hayek que hace que los burócratas intervengan con sus políticas públicas. Obviamente, debido al problema de “la imposibilidad” de cálculo económico en el socialismo de Mises, los resultados nunca son los esperados y siempre son malos. Ante el fracaso, el burócrata sistemáticamente procura corregir los malos resultados con más intervenciones, lo que arroja cada vez peores resultados. Este accionar conduce al “camino de la servidumbre” de Hayek, que no es otra cosa que un Estado cada vez mayor, más medios políticos y más avasallamiento de los derechos naturales y más avance sobre los medios económicos. Así se pasa del liberalismo clásico a la socialdemocracia, y de ahí al socialismo y al comunismo. En este marco, se entiende que el liberalismo clásico tiene implícito y dentro de sí a la socialdemocracia, al socialismo y al comunismo. En realidad, la diferencia entre ellos es solo un problema de escala, pero en esencia son lo mismo.
27. Mel Brooks, el agente 86 y el zapatófono han sido una formidable excepción.
28. La Revolución inglesa abarca desde 1642 hasta 1689. Se extiende desde el fin del reinado de Carlos I de Inglaterra, pasando por la República y el Protectorado de Oliver Cromwell, y finaliza con la Revolución Gloriosa, que destituye a Jacobo II. Fue un enfrentamiento entre la corona inglesa, apoyada por los partidarios del absolutismo, y el parlamento, que trataba de ponerle límites al poder real. Fue especialmente violenta entre 1642 y 1649, es decir, durante las dos primeras guerras civiles. La primera guerra civil inglesa se extiende desde 1642 hasta 1646, cuando estalló el enfrentamiento entre el poder legislativo y el poder real. El parlamento ganó la contienda por el poder y comenzó a controlar en forma creciente al rey Carlos I, que fue moderando su política absolutista. El rey dejó de tener poder para disolver el parlamento y fueron condenados a muerte varios aliados del rey. La segunda guerra civil inglesa tiene lugar entre 1648 y 1649. Las disputas entre los partidarios del rey Carlos I, que se encontraba encarcelado por las fuerzas parlamentarias, y los partidarios del parlamento no solo persistieron, sino que ganaron volumen. El conflicto trepó a los niveles más elevados cuando el rey Carlos I escapó y se alió con irlandeses y escoceses para hacer una contrarrevolución y restaurar el absolutismo. Este accionar del rey desencadenó nuevamente la guerra civil en 1648. Cromwell reprimió una rebelión en Gales y derrotó a los escoceses en Preston (agosto de 1648). De nuevo se puso de parte del ejército en contra del parlamento, que intentaba reanudar las negociaciones con el rey Carlos I. En el mes de diciembre, autorizó la expulsión de la oposición, dejando solo a unos pocos miembros que estaban de acuerdo con la designación de una comisión que juzgara al rey por traición, ya que intentó aliarse con extranjeros en contra de los intereses de Inglaterra. Finalmente, Oliver Cromwell venció al ejército promonárquico, el rey Carlos I fue enjuiciado por alta traición y terminó siendo decapitado. Una vez decapitado el rey, se proclamó la República de Inglaterra, que duró de 1649 a 1660.
La república inglesa representó el triunfo de la burguesía por sobre la realeza. La burguesía, que había comenzado a enriquecerse gracias al comercio, necesitaba eliminar las barreras feudales y mercantilistas impuestas por la monarquía para producir, comerciar y enriquecerse más y más aceleradamente. En este marco, la república garantizaba que la política pasara a ser en gran medida impuesta por los intereses comerciales al Gobierno. La república significó el triunfo de la burguesía y de la moral y la ética de las ideas de la libertad, que planteaban que los hombres tenían el derecho a hacer lo que se les antojara con lo que era suyo, y que, persiguiendo su propio beneficio, subrogaba su comportamiento al prójimo beneficiándolo. La primera tarea de Cromwell durante la república fue que Irlanda y Escocia dejaran de instigar contra la esta y no apoyaran más a las fuerzas monárquicas, que pretendían reinstaurar al rey mediante la coronación del sucesor legítimo Carlos II de Inglaterra. Cromwell logró su objetivo y aplastó a los partidarios monárquicos en Irlanda y Escocia. Sin embargo, la República de Inglaterra devino en el Protectorado de Cromwell, que abolió la Cámara de los Lores y centró su poder en el ejército y la Cámara de los Comunes. Una de las leyes más significativas de este período fueron las Actas de Navegación. El éxito de Cromwell se debió a que supo mantener la paz y la estabilidad y a que proporcionó los medios necesarios para la tolerancia religiosa de grupos no católicos. Así, por ejemplo, los judíos, que habían sido expulsados de Inglaterra en 1390, pudieron regresar en 1655. Paralelamente, política exterior de Cromwell fue muy exitosa y estableció los primeros cimientos de la Inglaterra imperial. Sin embargo, la tensión entre Cromwell y el parlamento fue ganando volumen. Tras la muerte de Oliver Cromwell en 1658, el Parlamento nombró cómo protector sucesor de Inglaterra a su hijo Richard Cromwell, quien terminó renunciado al cargo. Tras su renuncia, el Parlamento decidió volver a la monarquía y dar por terminada la República, declaró rey de Inglaterra a Carlos II, hijo del decapitado Carlos I y el rey que querían imponer los irlandeses y escoceses a los que Oliver Cromwell había sofocado años atrás.
En 1660, el nuevo rey Carlos II nombró a su hermano Jacobo Estuardo como lord almirante supremo de Inglaterra. Doce años más tarde (1672), Jacobo se convirtió al catolicismo cuando el parlamento y toda la sociedad inglesa eran fervientemente anticatólicos. Así, al año siguiente, el parlamento inglés aprobó un acta (ley) según la cual los católicos no podían desempeñar cargos públicos. Jacobo tuvo que dimitir como almirante supremo. Pero en 1685 murió Carlos II, que no tenía hijos, y en consecuencia Jacobo de Estuardo se convirtió en rey. Jacobo trató de ganarse el apoyo de los disidentes y de los católicos en 1687, poniendo fin a las restricciones religiosas, pero solo consiguió aumentar las tensiones. El 10 de junio de 1688 nació su hijo Jacobo Francisco Eduardo, lo cual garantizaba la sucesión católica en el trono de Inglaterra. A partir de este nacimiento, la oposición no católica decidió organizarse para sacar del trono a Jacobo. La oposición invitó al yerno de Jacobo, Guillermo de Orange, más tarde Guillermo III de Inglaterra, a hacerse con el trono inglés, desencadenando así la Revolución Gloriosa.
La Revolución Gloriosa duró entre 1688 y 1689 y estuvo propiciada por el parlamento inglés, que procuró dar por terminado el nuevo absolutismo real que intentaba reimplantar el catolicismo en una sociedad mayoritariamente protestante. Se calcula que solo el tres por ciento de la población de Inglaterra era católica. Así, el parlamento derrocó al rey Jacobo II Estuardo y llevó al poder a su hija María II y a su esposo, Guillermo III de Orange, poniéndole fin a la monarquía absolutista y estableciendo de una buena vez y hasta ahora, una monarquía parlamentaria. El Parlamento aprobó el Acta de Tolerancia y la Declaración de Derechos. El primero garantizó tolerancia a todos los protestantes no anglicanos, pero no así a los católicos. El segundo restringió los poderes del rey, al quitarle las facultades para suspender leyes, crear impuestos o mantener un ejército permanente sin el permiso del parlamento, protegiendo a los súbditos de los posibles abusos del poder real. De esta manera, se inició un período de libertades, equilibrio de poderes y fomento del comercio y la industria, lo que creó las condiciones para el inicio de la Revolución Industrial.
La Revolución Gloriosa inglesa de 1688 y 1689 terminó dando origen a la democracia parlamentaria como sistema político en el cual el parlamento tiene plenas facultades legislativas, y el rey, escaso poder. Su importancia histórica es trascendental, ya que fue la primera revolución exitosa impulsada por las ideas de la libertad y la primera que terminó con la monarquía absolutista, estableciendo el poder real por primera vez en el pueblo y a través de sus representantes en el parlamento. La Revolución Gloriosa inglesa es la madre y el padre de la Revolución de EE. UU. de 1776 y de la Revolución francesa de 1789, que acontecieron casi exactamente cien años más tarde. Además, y como si fuera poco, la Revolución Gloriosa de Inglaterra ilustra que no todas las revoluciones deben ser cruentas y llenas de muerte, porque tuvo en realidad un carácter fundamentalmente incruento y con pocas víctimas en Inglaterra.
29. El movimiento termina cuando tres de sus cuatro líderes fueron ejecutados por Cromwell en el cementerio de Burford en 1649.
30. Las Cartas de Catón se publicaron desde 1720 hasta 1723. Catón (95-46 a. C.) había sido un enemigo implacable de Julio César y un famoso y tenaz defensor de los principios republicanos. Las cartas son consideradas una obra fundamental en la tradición reformista de los protestantes y republicanos británicos. Los 144 ensayos fueron publicados originalmente en el London Journal, después en el British Journal. Estos ensayos periodísticos, que condenaban la tiranía y promocionaban los principios de libertad de conciencia y libertad de expresión, fueron el principal vehículo para la difusión de los conceptos que habían sido desarrollados por John Locke. Una generación más tarde, los argumentos de las Cartas de catón fueron decisivos para alimentar la Revolución de EE. UU.
31. Ver El hombre contra el Estado. Herbert Spencer. Unión Editorial, 2019.
32. John Brown fue un capitán del ejército americano, abolicionista y ferviente activista contra la esclavitud en el período previo a la guerra civil de EE. UU. En ese período había una ley Federal que obligaba a los Estados no esclavistas del norte a devolver los esclavos a sus dueños en los Estados del sur del país. Los esclavos escapaban del sur al norte tratando de pasar las fronteras hacia Canadá, con el fin de eludir las fuerzas estatales de los Estados del norte, que los perseguían para restituirlos a sus dueños. En esos años, John Brown fue conductor del ferrocarril subterráneo (túneles para huir a Canadá) y estableció la Liga de Galaaditas, una organización que ayudaba a los esclavos fugitivos a escapar a Canadá. A los 55 años se mudó con sus hijos a Kansas, donde en 1856 tuvo lugar el conflicto de Kansas. Aquí John Brown comandó a un grupo de hombres en la batalla de Black Jack (victoria para los abolicionistas) y en la batalla de Osawatomie (victoria para los proesclavistas). El Estado de Kansas recién se había creado y en esas dos batallas se enfrentaron los que querían una Kansas sin esclavos contra los que deseaban una Kansas esclavista. John Brown comienza a liderar a pequeños grupos de voluntarios antiesclavistas que no creían en la lucha pacífica, sino que pensaban que la única vía para acabar con la esclavitud era mediante la desobediencia y la insurrección violenta, que en realidad era defensiva porque surgía como respuesta contra una agresión violenta previa, la esclavitud. O sea, la visión de John Brown estaba alineada con la moral y la ética de las ideas de la libertad. El 16 de octubre de 1859, apoyado por abolicionistas del Norte, Brown planeó crear zonas liberadas en las colinas de la parte occidental de Virginia y con veinte de sus seguidores asaltó y tomó el arsenal federal de Harpers Ferry (actual Virginia Occidental) y se hizo con el control de la ciudad. Su grupo fue rodeado por una compañía del ejército bajo el mando del coronel Robert E. Lee. Diez hombres de Brown, entre ellos dos de sus hijos, murieron en la batalla que se libró a continuación, y él fue herido y obligado a rendirse. Detenido y acusado de traición y asesinato, lo ejecutaron el 2 de diciembre de 1859, en Charles Town, Virginia Occidental (entonces Virginia).
33. Manifiesto neolibertario. Samuel Edward Konkin III. Editorial Innisfree y Unión editorial, 2013, pág. 33.
34. Ibídem, pág. 35.
35. Manual agorista. Samuel Edward Konkin III. Editorial Stirner, 2008.
36. Manifiesto neolibertario. Samuel Edward Konkin III. Editorial Innisfree y Unión editorial, 2013, pág. 68.
37. Ibídem, pág. 69.
38. Ibídem, pág. 63.