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SOBRE LA FORTUNA (III)
INTRODUCCIÓN
Una diferencia que distingue este discurso de los dos anteriores es su etiqueta de auténtico, que le reconocen los especialistas. Y ello a pesar de la coincidencia temática. Sin embargo, un detalle fácilmente perceptible es su falta de unidad, tanto más sorprendente cuanto que se trata de una pieza pequeña. Más que un discurso uniforme, parece una serie de breves fragmentos un tanto repetitivos, prendidos unos de otros por el tema. Se notan, en efecto, demasiado los cortes en puntos como los inicios de los párrafos 8, 10 y 13.
La posible diversidad de origen de los fragmentos nos lleva al convencimiento sobre la mentalidad de su autor acerca del tema de la Fortuna. En efecto, Dión se mueve en todos ellos según las pautas de la religión helenística. Desaparecida en gran manera o transformada la fe en los dioses, es la fortuna la que rige los destinos humanos, una fortuna que desde su concepto de azar va evolucionando hasta convertirse en la diosa Fortuna. Porque, efectivamente, la Fortuna es una diosa (§ 6), pero no es una máquina que fabrica siempre los mismos productos. En el concepto de la Fortuna, un ingrediente esencial lo constituyen los cambios. Y de ellos deriva el desconcierto de los hombres, particularmente de los insensatos. Es fácil creer en las bondades y aciertos de la Fortuna para los que son favorecidos con sus dones. Cuando las cosas cambian, llegan también las protestas y los malos humores.
Dión nota la incoherencia entre la insensatez y la Fortuna. Es la idea expresada por Platón en la oración de Sócrates al dios Pan, que pone fin al diálogo Fedro (279 b-c). Por eso, cuando los insensatos sufren en sus carnes los cambios de la Fortuna, la acusan de desleal e inestable. Pero debieran reconocer que si les retira sus favores, es porque se han hecho indignos de ellos. La responsabilidad de los cambios no es de esta diosa, sino de nuestra propia naturaleza.
Sin embargo, algo debe quedar claro. La Fortuna tiene derecho a repartir sus bienes a su absoluta discreción. Por eso, no debemos, ni podemos, buscar una coincidencia total entre los afortunados/buenos y los desafortunados/malos. Esta realidad patente es otro de los motivos del desconcierto, y raíz de muchas acusaciones que se le hacen a la Fortuna: inestable e infiel (§ 4), inconstante e injusta (§ 7), insegura (§ 10), loca y pródiga (§ 12), pérfida y envidiosa (13). Y una conclusión final, acorde con los más íntimos sentimientos de Dión: para que los bienes de la Fortuna resulten gratificantes deben ir acompañados de una buena dosis de sensatez.
SOBRE LA FORTUNA (III)
Los que han confiado mucho en la Fortuna y se han [1] sentido enaltecidos por su presencia son, a mi parecer, los que mejor la defienden y procuran que, cuando cambia, nadie se lo reproche. Pues al contrario, todos, disgustados por el desagrado que producen los afortunados y aborreciendo su insolencia, cuando la Fortuna abandona a alguno de ellos, la alaban y afirman que ha sido justo el cambio que les ha sobrevenido. Es necesario que los hombres inteligentes hagan uso de los bienes inesperados de tal forma que, mientras duran, nadie los censure, pero si cesan alguna vez, nadie se alegre. De todos modos, es mejor que quien se encuentra en [2] una situación de necesidad sea apreciado, y parezca a todos que está en una posición inferior a sus méritos que, por el contrario, siendo afortunado, sea odiado y, además que sea responsable de maledicencia contra la Fortuna, como si ella prefiriera favorecer a los malos y no a los buenos. Pues los hombres, en su mayoría, dicen que los que usan torpemente los bienes producidos por la Fortuna son malvados e indignos de esos bienes, pero no acostumbran a llamarlos desgraciados. A mí, por el contrario, esos tales me parece que se han hecho los más desgraciados de todos. Porque cuando de [3] las cosas consideradas como buenas no se deriva ningún efecto favorable, sino maledicencias y odio, además de hacerse su propia maldad más patente para todos, ¿cómo no va a ser una grande y manifiesta desgracia? Por ello, pienso que a los insensatos les aprovecha en todo caso vivir en la escasez y no alcanzar ni poder, ni riqueza ni cosa alguna por el estilo. Pues al ser de condición humilde, podían ocultar ante la mayoría su manera de ser; pero si son ensalzados por [4] la Fortuna, ponen de manifiesto su perversidad. En efecto, así como es mejor que los que tienen una constitución corporal defectuosa se desnuden en privado y nunca en público, para no tener a nadie como testigo de su infamia en ese aspecto, de la misma manera, creo yo, a los que recibieron en suerte un alma de baja condición y malvada, les resultaría ciertamente provechoso pasar la vida en el anonimato y en una situación de oscuridad.
Por eso, tengo la impresión de que la mayoría de los hombres acusa injustamente a la Fortuna de que no tiene ninguna estabilidad ni fidelidad, sino que con gran rapidez [5] abandona a los que asiste y se pasa a otros. Porque si viéramos que aquellos que reciben sus favores hacen las más de las veces un uso correcto de ellos y, por el contrario, no se llenan en seguida de insolencia, misantropía y arrogancia, no actuaría con rectitud si no permaneciera en esas mismas personas. Ahora bien, la Fortuna, creo yo, prefiere favorecer a cada cual pensando que es honrado y digno de su dones; pero cuando percibe que es mezquino y vulgar, y que desprestigia su buena disposición, lo abandona con razón y busca a su vez a otro, en el caso de que pueda encontrar a [6] alguien más honorable. Pero como los hombres son generalmente malos, y la naturaleza humana rara vez produce personas idóneas para gozar de prosperidad, la Fortuna está haciendo necesariamente cambios continuos, mucho más por nuestra naturaleza que por la suya. Pero resulta absurdo que alguien no pueda soportar por sí mismo a algunos de los afortunados, sino que, después de convivir con ellos un poco tiempo, los deja y prefiere su propia pobreza, en la medida en que pueda sobrellevarla, más que soportar las maneras de ser de los rústicos e insensatos. Sin embargo, considera digno que la Fortuna, siendo como es una diosa, conviva con esas mismas personas en todo momento y, aunque ultrajada con terribles ultrajes, permanezca al lado de un esclavo que nada merece. Por lo que a los ricos se refiere, su [7] insolencia para con los hombres que con ellos viven, consiste en insultos, ultrajes, burlas y, muchas veces, golpes; pero con la Fortuna como tal, es arrogancia, opresión, tacañería.
Los hombres, mayoritariamente, denuncian, a mi parecer, muy injustamente a la Fortuna. Pues la acusan de hecho diciendo que es desleal y que no tiene ninguna constancia. Pero si permaneciera siempre con los mismos, no podría verse libre en absoluto de una acusación más grave y más justa. Pues cuando veis ahora que los que gozan de prosperidad son tan malvados e insoportables, y ello aunque el futuro sea incierto, ¿de qué arrogancia y torpeza creéis que estarían llenos si no previeran en modo alguno la posibilidad de cambio?
Muchos dicen que la Fortuna no es imparcial y que permanece [8] con los hombres malvados, y no se cuida de los honrados, cuando ven que los que son favorecidos con sus dones son insoportables, intratables y vulgares. Creo que la Fortuna les diría, con razón, que, siendo amable por naturaleza, está siempre al lado de algunos de nosotros sin elegir ni a los dignos ni a los malvados; pero que siempre, tal como parece que son cuando se presenta, así se demuestra que son en realidad. Por eso, a quien deben acusar es a su propia naturaleza, no a la de la Fortuna. Y tienen tal manera de ser [9] que quien atraviesa un mal momento parece que merece pasar enseguida a una situación mejor, mientras que el que obtiene los favores de la Fortuna, aparece como un malvado. Ocurre lo mismo que cuando alguien, habiendo muchas vasijas pero ninguna sana, riñera a quien vierte un líquido en ellas, al ver que se sale la que siempre se está llenando. Y diría: «Pero si todas están igual». Sin embargo, mientras están vacías, no se nota.
[10] Me admiro de que la mayoría de los hombres dice que la Fortuna es insegura, y que ninguno de sus dones es estable, Pues cuando ella da a alguien sus propios bienes —es decir, riquezas, poder, fama, honores—, no le impide servirse de ellos a discreción y, por Zeus, guardárselos para ellos en lugar seguro; y no me refiero al interior de la casa, ni al almacén, ni digo que los coloquen bajo llaves y cerrojos —pues no se guarda con esas cosas ninguno de los bienes de la Fortuna—, sino en la benevolencia para con los hombres, en la beneficencia hacia la patria y en la ayuda a los amigos. [11] Ahora bien, la Fortuna nunca despoja a los que una vez han adquirido sus bienes, cuando los almacenan así. Pues ésos son tesoros seguros y visibles para todos entre los que sobrevienen inesperadamente. Pero si uno, después de recibirlos, los tira o, incluso, por Zeus, los guarda mal confiando en puertas, sellos y llaves, ya no es, a mi parecer, por culpa de la Fortuna por lo que se pierden.
[12] Y hay una cosa que también resulta muy extraña. Pues además de muchas injurias de palabra contra la Fortuna, incluso los escultores y los pintores la ultrajan: unos, representándola como loca y pródiga, y otros, subida sobre una esfera como sobre un apoyo inseguro y peligroso. Pero lo que debemos hacer es modelamos o pintamos a nosotros mismos de esa manera, ya que nos servimos de todo estúpida y defectuosamente —subidos, por Zeus, no sobre una esfera, sino sobre nuestra locura—, y no censurar en vano a la Fortuna.
Sobre todos los temas, como quien dice, los hombres, en [13] su mayor parte, tienen opiniones incorrectas; pero especialmente, tienen sobre la Fortuna una opinión falsa y equivocada. Porque dicen que concede sus bienes a los hombres, pero que se los quita con facilidad. Por esa razón, la difaman como pérfida y envidiosa. Yo, en cambio, afirmo que la Fortuna no da ninguna de esas cosas como cree la mayoría. Pero aquello, con lo que se hace cada uno dueño de lo [14] que tiene y por lo que únicamente es posible poseer con seguridad los propios bienes, no lo concede la Fortuna con las riquezas, la fama y el poder. Sin ello, no es posible poseer nada de las demás cosas, pero sí creérselo y engañarse. Pasa lo mismo que cuando nosotros introducimos a alguien en nuestra casa o en nuestra finca, o le ofrecemos ciertos utensilios, tampoco lo designamos enseguida dueño de esas cosas, a no ser que se añada alguna garantía por escrito. Así, la Fortuna tampoco hace a nadie dueño de las cosas que le da, a no ser que se añada que lo ha de recibir con inteligencia y sensatez.
La mayoría de los hombres tiene la costumbre de considerar [15] felices enseguida a aquellos a quienes ven que poseen los bienes de la Fortuna, lo mismo que se regocijan con los navegantes cuando ven que tienen un viento constante, aunque no saben si les es favorable ni si tienen un timonel experimentado. Pero yo creo que debemos considerar dichosos a los que viven en la abundancia de los dones de la Fortuna sólo cuando además tienen sensatez. Pues esos dones, por sí mismos, son evidentemente motivo de peligros y desgracias si caen en manos de insensatos.