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LXIII

SOBRE LA FORTUNA (I)


INTRODUCCIÓN

Este discurso es el primero de una serie de tres, dedicados al tema de la Fortuna, un tema que hace furor en las épocas helenística y romana, al que varios autores dedicaron su atención. Cuando quiebra el concepto de la polis, cuando el mundo griego se abre a nuevos horizontes y mentalidades, cuando la filosofía penetra con decisión en el campo de la religión, aparece una diosa a la que se atribuyen los éxitos o los fracasos de la vida. Si no son los dioses los responsables de los sucesos, si es el azar caprichoso, hay que tratar de intervenir de alguna manera en ese azar. En consecuencia, la Fortuna, personificación del azar, es objeto de un culto creciente, primero entre los griegos y luego en los ambientes romanos. En las representaciones, la Fortuna solía llevar en la mano el cuerno de la abundancia o un timón.

Otro problema planteado por los críticos desde la Antigüedad es el de la autenticidad de este discurso. Von Arnim la niega por dos razones fundamentales: a) La presencia del hiato, descuido incomprensible en un sofista cuidadoso como era Dión. Es de por sí un argumento suficiente para cuestionar la autenticidad en autores como Dión o Plutarco, ambos contemporáneos, preocupados ambos por criterios similares de pureza estilística; y b) La escasa gracia con que el autor trata y desarrolla el tema. Pero este argumento siempre tiene el riesgo de subjetivismo.

El autor recurre, como acostumbra, a numerosas comparaciones, particularmente, a las de la vida marítima. Y para basar su argumentación, hace uso de los temas históricos y mitológicos. La historia atormentada de la Atenas de Demóstenes es el fruto de la ausencia de la Fortuna. El éxito de Heracles en sus trabajos es consecuencia de su presencia. El fragmento, posiblemente, más sugestivo del discurso es la anécdota del caballo pintado por Apeles (§§ 5-6) con detalles descriptivos que delatan una notable capacidad de observación.


SOBRE LA FORTUNA (I)

Los hombres parecen comportarse frente a la Fortuna lo [1] mismo que los navegantes frente a los vientos favorables. Pues perseveran alegres en su curso; y aquéllos, a quienes acompaña el viento, llegan a donde pretendían, mientras que los que se sienten abandonados en medio del mar, se lamentan en vano. Pues de este modo también, cuando acompaña la Fortuna, los hombres se alegran y se gozan, pero cuando falta, se entristecen y desconciertan. Pues todo es obra de esta divinidad. En efecto, lo difícil parece fácil, lo débil fuerte, lo feo hermoso y la pobreza se convierte en riqueza.

Por ejemplo, cuando la Fortuna se da en el mar, el barco [2] tiene una buena navegación; cuando se muestra en el aire, el campesino es feliz. Y el alma está gozosa cuando se siente elevada por la Fortuna; pero si la Fortuna falla, sucede lo que al cuerpo en una tumba. Pues ni aunque alguien diga algo a su favor, se siente estimado, ni si hace algo por él, se cree afortunado, ni hay ninguna ventaja en haber nacido noble si falta la Fortuna. Pues cuando no está presente, no se consigue ni instrucción ni ningún otro bien. Así pues, la misma virtud es alabada por sus obras sólo entonces cuando la Fortuna está presente. Pero si se deja sola a la virtud, es una palabra que no produce ningún buen efecto. Ella es, cuando hay guerra, victoria; cuando hay paz, concordia; entre los casados, benevolencia; entre los enamorados, placer; en una palabra, es el buen éxito en todos los acontecimientos.

[3] Cuando a un territorio lo abandona la Fortuna, entonces sufre sacudidas y tiembla, y las cosas hermosas que hay en él se desmoronan. Eso es una enfermedad de la tierra cuando no está presente la Fortuna. Pues como una nave es arrastrada a la deriva y se hunde enseguida si está privada de timonel, y como las murallas se vienen abajo cuando están mal los cimientos, así una ciudad camina a la ruina total cuando carece de Fortuna. Hubo un tiempo en que Atenas sufrió injusticias contra sus oradores, y Demóstenes fue arrestado 1 , porque ya la Fortuna no se cuidaba de Atenas. Pero yo pienso que hasta el cielo tiene Fortuna cuando reina el buen tiempo y no la oscuridad.

[4] Pero es preciso fijarse también en la habilidad de la Fortuna. Por ejemplo, hasta se dio el caso de que, caído un hombre de la nave en alta mar, tuvo la suerte de salvar su vida porque la Fortuna vino en su ayuda. Vale la pena referir lo que le sucedió a Apeles 2 , el pintor, gracias a la Fortuna. Según se cuenta, estaba pintando un caballo no de labor sino de guerra. Era erguido de cuello y altivo, con las orejas enhiestas y de mirada fiera, como el que acaba de llegar de la guerra, con la pasión de la carrera reflejada en sus ojos; sus patas se levantaban en el aire y tocaban levemente una tras otra la tierra. El auriga sujetaba el freno, dominando la marcha guerrera del caballo en plena carrera. Pero aunque [5] la imagen ofrecía toda la verosimilitud, faltaba el color de la espuma, como resultaría al mezclarse la sangre con la saliva en una mezcla constante, no sólo al expulsarse por el jadeo la humedad de los labios, sino al echar espuma por lo entrecortado del aliento y al desparramar sangre con espuma la crueldad del freno. Pero no lograba el pintor representar la espuma de un caballo fatigado por la batalla. Estando en la mayor incertidumbre, en el colmo de la desesperación, lanzó su esponja a la pintura sobre el lugar del freno. Y como la esponja tenía muchos colores semejantes a la espuma sanguinolenta, acomodó el color a la pintura. Apeles, al verlo, se alegró con la obra realizada por la Fortuna cuando estaba desesperado, y terminó su pintura no por su arte, sino por la Fortuna.

¿Qué otra cosa hizo de Heracles 3 el personaje más importante? [6] Pues que apretando a un león, lo asfixió; persiguió animales alados del aire; eliminó la hidra del pantano aplastándole las cabezas; y no tuvo miedo del propio jabalí de Erimanto; sino que, incluso, se dirigió hacia el Occidente y se llevó el fruto de sus árboles. Robó las vacas de Gerión que estaban muy lustrosas; al tracio Diomedes 4 le amonestó para que diera de comer cereales y no hombres a sus caballos; y demostró a las Amazonas 5 que eran mujeres. Pues bien, todas estas cosas las realizaba porque le acompañaba la Fortuna.

[7] Y tampoco están mal los enigmas de los antiguos sobre la Fortuna. Pues unos la colocaron sobre una navaja de afeitar 6 , otros sobre una pelota, otros le dieron un timón para que lo sujetara. Otros, representándola de la mejor manera, le dieron el cuerno de Amaltea 7 lleno y rebosante con los frutos de las estaciones, que Heracles arrancó a Aqueloo 8 luchando con él.

La navaja de afeitar significa lo repentinamente que cambia la buena suerte; la pelota, la facilidad con que cambia, pues se da la circunstancia de que lo divino está siempre en movimiento. El timón demuestra que la Fortuna dirige la vida de los hombres. El cuerno de Amaltea representa la entrega de cosas buenas y la felicidad. No llamemos, pues, mala a ninguna fortuna, lo mismo que tampoco llamaría nadie mala a la virtud, ni a lo bueno malo.


1 Posiblemente, Dión alude a los sucesos motivados por la actuación de Harpalo, el general de Alejandro Magno, quien, después de robar los tesoros de Babilonia, se refugió en Atenas y arrastró a Demóstenes a conspirar contra el rey.

2 Apeles fue un pintor famoso de la época de Alejandro Magno. Pintó los retratos de varios reyes de Macedonia. Fue particularmente apreciado su «Nacimiento de Afrodita». De su obra sólo tenemos las descripciones de los antiguos y algunas pinturas de Pompeya, consideradas como copias de sus cuadros.

3 Heracles es el héroe griego por excelencia. Se le atribuyen los famosos doce trabajos, varios de los cuales describe Dión en este pasaje.

4 Se refiere a Diomedes, hijo de Ares y rey de Tracia. Tenía la bárbara costumbre de dar de comer a sus caballos los hombres extranjeros que llegaban a su país. Heracles le castigó haciéndole sufrir la misma suerte.

5 Eran una tribu de mujeres guerreras que habitaban la zona del Ponto. Ayudaron a los troyanos contra los griegos. Heracles se apoderó del cinturón de su reina Hipólita. La leyenda, basada en la etimología del nombre, cuenta que se amputaban el seno derecho para poder manejar mejor el arco.

6 La imagen está ya recogida en Homero, Ilíada X 173.

7 Según la mitología, Amaltea era la cabra que amamantó a Zeus durante su estancia en Creta. Zeus, agradecido, transformó uno de sus cuernos en el «cuerno de la abundancia». Otra versión de la leyenda hace de Amaltea una ninfa que alimentó a Zeus con miel y leche de cabra.

8 Aqueloo es el río más importante de Grecia, en la frontera entre Acarnania y Etolia. Es también el nombre de la divinidad de ese río. Luchó transformado en toro con Heracles por la posesión de Deyanira (cf. APOLOD ., Biblioteca II 7, 5, y OVID ., Metam . VIII y IX). Sobre el encuentro de Heracles con Aqueloo puede verse SÓFOCLES (Traquinias 504-530) y el discurso LX de Dión.

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