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ОглавлениеSOBRE LA PRESENTE EDICIÓN
Las ediciones críticas o eruditas se caracterizan entre otras cosas por presentar el texto en algo que se antoja muy difícil de establecer: la versión que el autor hubiera querido que se publicara. En el proceso de publicación de un texto literario es bastante común que este sufra modificaciones, aunque quizá más exacto hubiera sido expresar el verbo de la oración anterior en tiempo pasado, pues gracias a los avances tecnológicos y al aumento del respeto a la autoría, los textos literarios publicados seguramente van siendo ya desde hace tiempo cada vez más fieles a los originales. Sea como fuere, los textos de James Joyce resultan verdaderamente problemáticos. En la conclusión de esta edición he procurado resumir el complejo proceso de la publicación de Dublineses. Joyce hizo cuidadosas copias manuscritas de todos los relatos para enviárselos al editor, pero la primera edición, publicada por Grant Richards, fue compuesta a partir de unas pruebas de imprenta realizadas dos años antes para una edición de la editorial Maunsel & Co. que finalmente no vio la luz. Estas pruebas de imprenta estaban además parcialmente corregidas por Joyce, pero no contenían todas las rectificaciones que este había incorporado a aquella edición fallida, de la que se conserva una copia casi completa. Para complicar aún más las cosas, dos años más tarde de publicarse la edición de Grant Richards, Joyce la repasó y se dio cuenta de que el impresor había ignorado «unas doscientas» de las correcciones que él había hecho en las primeras pruebas de imprenta de la misma. Y para rematar el asunto, también se supo después que fueron ignoradas otras veintiocho correcciones adicionales que Joyce le envió al saber que no se le iba a permitir corregir las pruebas definitivas.
El asunto es incluso algo más complicado, pero le ahorro al lector algunas complejidades. El caso es que existen básicamente cuatro versiones «originales» de Dublineses: el texto publicado por Grant Richards, las pruebas de imprenta corregidas de esa misma edición –con las 200 correcciones no incorporadas–, las pruebas parcialmente corregidas de la frustrada edición de Maunsel & Co., y la copia en limpio manuscrita de Joyce. Además hay que tener en cuenta las veintiocho correcciones adicionales. Que yo sepa, hay dos ediciones críticas de Dublineses que tienen en cuenta todo este entramado textual para establecer su propio texto: la de Robert Scholes (The Viking Press, 1967) y la de Hans Walter Gabler y Walter Hettche (Ramdon House, 1993). Las diferencias entre ambas son muy pequeñas. Por ejemplo, en la de Scholes, en La casa de huéspedes se dice de un personaje que quiere obtener la separación matrimonial, «ella fue al cura», mientras que la de Gabler y Hettche corrige a «ella fue a los curas» –que ciertamente no es lo mismo–, o, algo más importante, en Los muertos la edición de estos últimos rescata una frase que, tal como ellos demuestran convincentemente, había desaparecido por error de la primera edición, y que Scholes no había descubierto. Se trata, además, de una frase ciertamente notable –«su ironía se agrió en sarcasmo»– que describe el estado de ánimo de Gabriel al percibir la lejanía espiritual de su mujer, a la que creía tan cercana. Resulta sospechoso que la supresión de una oración que parece tan necesaria, incluso estructuralmente, se le pasara por alto a Joyce en la corrección de las pruebas, pero quizá esto sólo sea indicio de la densidad del texto, que a veces da la impresión de ser tan preciso, eficaz y perfecto como un mecanismo de relojería.
Por otra parte, tanto la edición de Scholes como la de Gabler y Hettche modifican la introducción del diálogo mediante comillas de la primera edición, y emplean guiones siguiendo la práctica de Joyce en el manuscrito. Joyce detestaba las comillas, a las que llamaba «comas pervertidas», y opinaba que su uso para indicar el diálogo «resulta antiestético y da impresión de irrealidad, en resumen, un adefesio». A diferencia del castellano, en el que la convención de la marca del diálogo está tan arraigada que resulta difícil apartarse de ella, en inglés, aunque se sigue normalmente la práctica de entrecomillar los diálogos, la convención no es tan fija. No obstante, aunque Joyce solicitó expresamente esta modificación, el editor no cedió. Los guiones de las ediciones de referencia acercan formalmente el texto a la práctica usual del castellano, evitando la habitual restructuración de los diálogos en las traducciones.
Para la presente edición hice la primera versión castellana sobre el texto de Scholes, ya que por entonces no disponía del texto de Gabler y Hettche, pero las revisiones las he hecho siguiendo este. Considero que este texto es más completo y espero haber adoptado todas sus modificaciones en el proceso de revisión. De cualquier manera, muchas de las sutilezas textuales se pierden cuando se trata de hacer una versión del texto en otra lengua. En especial, el habla de muchos de los personajes refleja no sólo rasgos dialectales propios de Dublín, sino también giros y modismos que desgraciadamente son imposibles de reflejar en la traducción (por poner un ejemplo, la señora Kearney de Una madre dice «a foot she won’t put on that platform» y no lo que sería más usual, «she won’t put a foot on that platform»). Las traducciones no son más que aproximaciones al texto de partida, y aunque siempre será mejor aproximarse a un texto que a su vez haya tratado de acercarse lo más posible al que el autor hubiera querido publicar, nunca llegará el resultado final a ser más que una copia, realizada con otros materiales y con otras técnicas.
Es característico de Joyce no dar más información al lector de la que el relato requiere. Su narrador por muy impersonal que sea, nunca es un narrador omnisciente, y nunca proporciona toda la información que podría, porque habla desde un punto de vista particular que forma parte del propio relato. De ahí que la tarea del anotador resulte muy arriesgada, pues al proporcionar información al lector se puede arruinar el efecto buscado por el autor. Pero de otro lado, tanto la distancia temporal como las peculiaridades de la cultura irlandesa aconsejan informar de aspectos que de otra manera resultarían inútilmente incomprensibles o intrigantes, y desvirtuarían en otro sentido el relato. He procurado que estos aspectos sean los únicos recogidos en las notas. En la última sección del colofón se ofrece un comentario de cada uno de los relatos.