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II MANIA

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«Nuestros recuerdos de la infancia son a menudo fragmentos, breves instantes o encuentros que,juntos, conforman el álbum de recortes de nuestra vida. Son lo único que nos queda para entender la historia que nos explicamos a nosotros mismos acerca de quiénes somos».

Edith Eger5

Mi anhelo se hizo realidad. De labios de mi suegra, Mania Rosman-Hudy, escuché por fin las invaluables palabras del recuerdo. Con gran esfuerzo, decidió romper el silencio que cubría el doloroso pasado vivido por ella y su familia en medio del infierno al cual los nazis arrojaron sus vidas.

No puedo hacer otra cosa que pasar a estas páginas las palabras de Mania que empiezan en el párrafo siguiente, tal como ella las pronunció, sin comillas, pues compartimos el dolor de su sufrimiento y el de todos aquellos cuyas palabras no han llegado hasta nosotros.

LA FECHA QUE CAMBIÓ MI DESTINO

En la vida de todo ser humano existen fechas que nunca son olvidadas. No me refiero a cumpleaños o aniversarios que se repiten en forma automática cada año y que a veces pierden su importancia inicial. Al hablar de fechas en este instante, hago referencia a aquellas en nuestro pasado que de alguna manera cambiaron nuestras vidas.

Hay incidentes, ya sean motivados por alegrías o tristezas, que determinan el rumbo de nuestro futuro. En ocasiones ni siquiera somos conscientes de ello. El descubrimiento del significado de un día a veces se produce mucho tiempo después. Y ese día marca, inexplicablemente, el comienzo o el fin de una época. El primero de septiembre de 1939 fue la fecha que cambió mi destino. Mi infancia plácida y sin grandes sobresaltos se transformó en un torbellino de cambios y sufrimientos que no cabían hasta ese momento en mi limitada imaginación.

Varsovia era una ciudad que se movía a un ritmo acelerado en la década de los treinta. Centro de la cultura europea y de una historia rica en guerras victoriosas, se eregía orgullosa con sus edificios de gran riqueza arquitectónica. Cada rincón de la ciudad evocaba un período de esplendor que se desvanecería completamente en un tiempo que se acercaba lento, pero implacable.

En ese aún magnífico lugar, nací el 11 de noviembre de 1933. Mi infancia se perfilaba llena de inesperadas aventuras que me llenaban de placer, como mis días en el jardín infantil y mis paseos en el Parque Krasinski6, junto a mi madre y mi hermano menor Salek.

En ese parque había un hermoso palacio. Mi madre inventaba historias de príncipes y reyes que vivían allí. Cada vez que caminábamos cerca del palacio, yo esperaba impaciente que alguno de esos personajes fantásticos apareciera sorpresivamente. Envuelta en las fantasías creadas por mi madre, el Parque Krasinski se transformó en el lugar favorito de mi niñez.

Vivíamos en la calle Muranowska 32, en el cuarto piso. Nuestro apartamento, amplio y luminoso, era el espacio en el cual me sentía protegida y feliz. Uno de los recuerdos más vívidos de esa época es del día en que mi padre compró un piano. De alguna manera me veía convertida en una famosa concertista, interpretando melodías clásicas en un gran teatro, frente a la admiración de mi familia. Sin perder un instante, mi madre consiguió una profesora de piano para iniciar mis primeros pasos a la fama.

Mi padre tenía, junto con otros socios, una fábrica de pepinillos en vinagre. Esos deliciosos encurtidos eran el complemento indispensable de cualquier comida en Polonia. No faltaban para acompañar carnes, pescados e incluso solos a toda hora y en cualquier época del año. Por lo tanto, el negocio de mi padre era próspero, ya que también exportaban los pepinillos a otras regiones de Europa.

Mi madre se sentía bendecida por tener una vida cómoda, pues no había necesidad de trabajar fuera de la casa. Podía dedicar su tiempo al cuidado de sus hijos y a su hogar. Su preocupación era que Salek y yo creciéramos sanos, rodeados de todo aquello que nos proporcionara bienestar, en un ambiente en el que se respiraran paz y tranquilidad.

En aquellos primeros años de nuestra infancia, no se sentía en el seno del hogar el clima de guerra que se estaba infiltrando por todos los rincones del país. Si bien mis padres eran conscientes de la gran ola de antisemitismo que crecía día a día en Alemania a una velocidad inmensurable, no pensaban, o no querían imaginar, que su consecuencia sería devastadora para todos los judíos de Europa.

Viernes, primero de septiembre de 1939. ¿Por qué no había preparativos para Shabat? Mi mamá no estaba ocupada en la cocina con los deliciosos platos de los viernes, solo lloraba mientras papá se paseaba nervioso por la sala. Llegaron unos vecinos. Salek y yo no entendíamos los susurros apresurados en yiddish que intercambiaban los mayores.

Ese día comenzó a desmoronarse ese reino minúsculo que mis padres habían creado para nosotros. La invasión alemana de Polonia había comenzado. Varsovia capituló el 27 de septiembre de 1939 y las últimas unidades del ejército polaco se rindieron el 6 de octubre de ese mismo año. Desaparecía de ese modo la Segunda República Polaca.

A los herederos de mi memoria

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