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CAPÍTUO 2

Más allá de los
aspectos científicos

Los beneficios mentales y emocionales del ayuno

MEGAN RAMOS

Es lógico suponer que si no estás gordo, enfermo, sobremedicado y exhausto (todas las situaciones que el ayuno puede aliviar y resolver), serás una persona más feliz. Esto es lo que han experimentado miles de clientes a quienes he atendido a lo largo de los años. A medida que pierden peso, toman menos medicamentos y sufren menos síntomas dolorosos, su estado de ánimo mejora. Dejan de estar deprimidos. No se pelean tanto con su cónyuge. Empiezan a realizar actividades que les gustan.

Aunque solo quieras perder un par de kilos, cinco o diez, o aunque tus problemas de salud sean mínimos, el ayuno también te puede cambiar la vida. Me viene a la memoria un cliente de sesenta y siete años que tuve, Paul. Paul comenzó a ayunar para apoyar a su esposa, que tenía un sobrepeso extremo y a quien acababan de diagnosticarle una diabetes tipo 2 «justita» (casi prediabetes). A diferencia de su mujer, Paul no estaba aquejado por problemas de salud, y pensaba que los nueve kilos que le sobraban eran una consecuencia natural del envejecimiento. Pero para acompañar a su mujer, dejó de picar entre horas y se saltó algunas comidas a la semana. Al cabo de algunos meses, había perdido todo su peso extra. Y no solo eso, sino que pasó a sentirse estupendamente bien, tanto desde el punto de vista físico como emocional.

Las propiedades estabilizadoras del estado de ánimo que tiene el ayuno no son meramente anecdóticas. Un estudio de 2016 publicado en la revista Frontiers in Nutrition midió los efectos de un ayuno de dieciocho horas en cincuenta y dos mujeres cuya edad promedio era de veinticinco años. El estudio buscó si se producían cambios en el estado de ánimo, la irritabilidad, las sensaciones de logro y satisfacción, el orgullo y el control. El estudio concluyó que, si bien al final de las dieciocho horas las mujeres se sentían más irritables que antes del comienzo del período de ayuno, experimentaban, en general, una sensación significativamente mayor de satisfacción, logro y orgullo.

Estos hallazgos concuerdan con mis observaciones clínicas a lo largo de los años. Algunas personas que no tienen experiencia con el ayuno pueden experimentar ansiedad, que se puede atribuir a la hormona noradrenalina que se secreta durante el ayuno. La noradrenalina hace que la presión arterial aumente, el corazón palpite más deprisa y el sistema nervioso pase a estar más alerta. El conjunto de estos efectos puede ser experimentado como ansiedad. Por lo general, no duran más de dos semanas, que es el tiempo que tarda el cuerpo en adaptarse a la mayor presencia de noradrenalina.

Sin embargo, la mayoría de mis clientas, de todas las edades, no hacen constar que se sientan irritables con los ayunos cortos (es decir, ayunos intermitentes de cuarenta y dos horas o menos, efectuados tres veces a la semana). En cambio, he advertido que pueden volverse más emotivas o irritables con los ayunos prolongados de cinco días o más, y solo cuando no tienen experiencia con el ayuno. Es posible que estas mujeres se muestren más sensibles a las emociones porque durante un ayuno prolongado se empieza a perder grasa abdominal en grandes cantidades. El exceso de células adiposas produce un exceso de estrógeno, y el hecho de perder muchas de estas células hace que ese estrógeno deje de estar almacenado y pase al torrente sanguíneo. Entonces, durante un corto período de tiempo, las hormonas se disparan, lo que tiene un impacto en las emociones.

He descubierto que las personas que pierden la mayor cantidad de peso líquido (es decir, las que se libran en mayor medida de los líquidos acumulados en los tejidos y las cavidades corporales, acumulación que suele provocar hinchazón; es el fenómeno conocido como retención de líquidos) son las que tienen más probabilidades de informar de que experimentan cambios de humor e irritabilidad. Creemos que esto se debe a la pérdida de electrolitos que se produce cuando disminuye el peso líquido. Sin embargo, este problema no se prolonga mucho en el tiempo, y el estado de ánimo tiende a estabilizarse cuando el cuerpo deja de deshacerse del peso sobrante.

JASON FUNG

El sobrepeso no afecta a la salud física solamente; también afecta a la salud mental y emocional. Si bien creo firmemente que debemos aceptarnos a nosotros mismos y debemos aceptar a los demás sea cual sea su peso, como cultura tenemos un largo camino por recorrer hacia esta aceptación. La verdad es que las actitudes ignorantes sobre el peso impregnan casi todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Estas creencias producen un prejuicio inconsciente que da lugar a mucha discriminación. Mucha. Inconscientemente, una gran cantidad de individuos perciben a las personas con sobrepeso como vagas, glotonas y carentes de fuerza de voluntad. Este es el resultado directo del modelo de las «calorías entrantes y salientes» respaldado por la mayoría de los profesionales e investigadores de la salud. Quienes creen en la errónea ecuación del equilibrio energético imaginan que la pérdida de peso obedece a una fórmula tan simple que todos saben cómo perder peso y tienen la capacidad de perderlo; basta con que lo intenten. Basta con que gastes más energía de la que metes en tu cuerpo. Por lo tanto, si estás ganando peso es porque careces de fuerza de voluntad para levantarte del sofá, soltar el tenedor y el cuchillo o mover el cuerpo. Tienes un defecto de carácter. No parece importar que el 99 % de las personas que llevan a cabo una dieta de restricción calórica no pierdan peso a largo plazo. O que todos los estudios realizados sobre el enfoque «come menos y muévete más» hayan fallado. Todos y cada uno.

Opino que quienes creen en la restricción calórica están equivocados. El problema no es el comportamiento del 70 % de los adultos estadounidenses que tienen sobrepeso o están obesos, sino más bien los consejos dietéticos que nos han dado. De hecho, desde que apareció la Guía alimentaria para los estadounidenses en 1977, los datos relativos al consumo ofrecidos por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos muestran que los estadounidenses han estado haciendo exactamente lo que se les ha dicho: han estado consumiendo menos carne y productos lácteos y han reemplazado las grasas animales por aceites vegetales. Han estado comiendo más cereales, frutas y verduras. ¿Y qué ha ocurrido? Pues que afrontamos un tsunami de obesidad como el mundo nunca ha visto.

Sin embargo, debido a la opinión predominante de que la obesidad es el resultado de un defecto del carácter, los estudios revelan sistemáticamente que los individuos obesos son vistos como subordinados, compañeros de trabajo y jefes menos deseables. Son percibidos como desagradables, emocionalmente inestables, flojos y carentes de autodisciplina. Esto siempre me ha parecido un poco extraño. Considerando la medida en que la mayoría de las personas han intentado perder peso, no se puede decir que les falte disciplina; esta es una de las valoraciones menos acertadas que se podrían hacer sobre la mayoría de la gente con sobrepeso a la que he atendido en la consulta. Y como suele ocurrir, las mujeres son juzgadas con mayor dureza que los hombres. Un 60 % de las mujeres con sobrepeso consideran que han sido discriminadas por este motivo; en el caso de los hombres, el porcentaje es del 40 %.

El problema es que la mayoría de los defensores del modelo de las calorías entrantes y salientes tienen una visión demasiado simplista del cuerpo humano. Creen que la obesidad es solo un problema en sí misma y no el asunto más complejo que en realidad es.

Comencemos con la parte de las «calorías entrantes» de la ecuación. La mayoría de los «expertos» en nutrición dicen que este aspecto está determinado por los alimentos que consumimos. Esto es verdad. Pero también es un enfoque simplista. ¿Qué es lo que hace que nos metamos esos alimentos en la boca? Hay muchas posibilidades: el hambre. Las emociones. El estrés. Los medicamentos. Debemos abordar la causa raíz del problema, no la causa inmediata.

En cuanto a la parte de la ecuación que son las «calorías salientes», la mayoría de los «expertos» en nutrición creen que este aspecto está determinado por el ejercicio, o la cantidad de pasos que damos en un día. Pero esto solo representa una parte muy pequeña de las calorías que quemamos en un día. El destino de la inmensa mayoría de las calorías es el metabolismo; proporcionan la energía que necesitan el cerebro, el corazón, los pulmones, los riñones, el hígado y los otros órganos y sistemas.

En la enfermedad que es la obesidad, ¿qué es lo que hace que las calorías entrantes superen a las calorías salientes, con la consecuencia de que se acumula grasa? Un simplón diría: «La cantidad de comida que ingieres y la cantidad de ejercicio que haces». Pero un conocimiento más detallado de la fisiología humana permite inferir que el principal problema es el hambre y el metabolismo. Podemos decidir qué es lo que queremos comer, en efecto, pero no podemos elegir tener menos hambre. Y podemos decidir hacer ejercicio, pero no determinar que nuestro hígado use más energía. Por lo tanto, si no podemos tomar decisiones conscientes sobre el hambre y el metabolismo, que son los factores causales más importantes del aumento de peso, la obesidad no es el resultado de un defecto personal. No es el resultado de la falta de fuerza de voluntad. Se debe a que la persona no tiene determinados conocimientos.

Volvamos al tema de los prejuicios en torno al peso. En Estados Unidos, el efecto del peso sobre los ingresos potenciales es asombroso; tiene un impacto significativo en el salario, pero el resultado no es el mismo en los hombres y en las mujeres. En el caso de las mujeres, cuanto más delgada seas, más dinero ganarás, incluso si tu peso es treinta y dos kilos inferior al peso promedio. De hecho, a las mujeres se las castiga por cualquier aumento de peso, y las muy delgadas ganan unos veintidós mil dólares más que las que tienen el peso promedio. Y los ingresos de las mujeres que tienen mucho sobrepeso son unos diecinueve mil dólares inferiores a la media.

En el caso de los hombres ocurre lo contrario; ganan más cuanto más pesan, excepto cuando alcanzan la cima de su profesión. Tanto los hombres como las mujeres se topan con el famoso techo de cristal si están obesos, es decir, si su índice de masa corporal (IMC) es superior a 30. En cuanto a los hombres, según un estudio de 2009, solo el 4 % de los altos ejecutivos eran obesos, en comparación con el 36 % de la población masculina general. Pero el 61 % de los altos ejecutivos tenían sobrepeso (determinado por un IMC de entre 25 y 29,9), lo que es indicativo de un grado de tolerancia hacia quienes tienen un peso que solo es un poco superior al promedio. El mismo estudio reveló unas diferencias mucho más acentuadas en el caso de las mujeres. Solo el 3 % de las altas ejecutivas eran obesas, en comparación con el 38 % de la población general. Pero solo el 22 % de las altas ejecutivas tenían sobrepeso, en comparación con el 29 % de la población general.

Estas estadísticas son impactantes y son uno de los factores que me motivan en mi labor de desestigmatizar la obesidad y dar a todo el mundo las herramientas que necesita para vivir la vida con la mejor salud posible.

Lo que diferencia al ayuno de otros

planes de pérdida de peso

1 ES SOSTENIBLE. No es un plan de alimentación a corto plazo, en el que se elimina un grupo de alimentos durante algunas semanas hasta haber perdido el peso deseado. Es un estilo de vida sostenible a largo plazo.

2 ES GRATIS. No hay alimentos especiales ni artimañas para que compres determinados productos. De hecho, con el ayuno ahorrarás dinero.

3 ES FLEXIBLE. Deja de picar entre horas, sáltate una comida o ayuna durante un día entero. Personaliza un plan que funcione para ti.

El ayuno como estilo de vida

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