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El hambre es un hábito

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Supe que tenía un problema con el hambre cuando estuve a punto de atacar a una mujer en un avión por no comerse toda la bolsa de minibretzels que le había dado la azafata. Yo había devorado mi bolsita en menos de sesenta segundos, y no pude entender cómo esa mujer podía comerse dos bretzels y no tocar el resto. La confusión, la ira, la frustración y, sobre todo, el hambre, inundaron mi cuerpo durante el resto del vuelo, y cuando el avión aterrizó y desembarqué, me eché a llorar. Me sentí patética. Pero ocurría algo más. La parte clínica y racional de mi cerebro se había saturado.

¿Qué estaba pasando? Era una investigadora médica de éxito, pero me estaba volviendo loca por una bolsa de bretzels. Era una persona disciplinada en todas las demás áreas de mi vida, y no había ninguna razón por la que no pudiera serlo con la comida. Algo tenía que estar seriamente mal, y no era falta de fuerza de voluntad o disciplina. No era un defecto de carácter. Mi hambre era una respuesta condicionada. En pocas palabras, era un mal hábito.

Si cada día desayunamos a las siete, almorzamos a las doce y cenamos a las seis, aprendemos a estar hambrientos a esas horas. Incluso si tomamos una comida muy abundante como almuerzo, de manera que lo normal sería no tener hambre para cenar, puede ser que de todos modos nos sintamos «hambrientos» alrededor de las seis por el solo hecho de que es «la hora de cenar». Los niños pequeños, que aún no han desarrollado estos hábitos, muchas veces se niegan a comer cuando es la hora, mientras que los niños mayores aprenden estos hábitos y comen a pesar de no estar hambrientos de forma natural.

Actualmente, no estamos condicionados a comer solo tres veces al día. La mayoría de nosotros tomamos refrigerios o comidas seis veces al día o más. En una conferencia reciente a la que acudí, por ejemplo, se nos dio un desayuno completo a los asistentes. A las diez y media se nos proporcionó un refrigerio de media mañana, y la mayoría de los asistentes, que eran médicos, comieron algo. En las oficinas de Estados Unidos, alguien traerá magdalenas o bagels a la reunión de media mañana o media tarde. Pensemos en esto un momento. Acabamos de comer. ¿Por qué necesitamos volver a hacerlo? No hay ninguna razón en absoluto. Estamos forjando el hábito de comer continuamente, a pesar del hecho de que no es posible que todos tengamos hambre.

Finalmente, el hambre también es un estado muy sugestionable. Es decir, puede ser que no tengamos apetito en un momento dado, pero cuando olemos a pizza caliente, deliciosa y con mucho queso mientras caminamos por la zona de restaurantes de un centro comercial, es posible que pasemos a estar muy hambrientos. Se trata de un estímulo natural. En mi caso, el hecho de oír cómo esa mujer abrió su bolsita de minibretzels fue como si hubiese oído el sonido de una campana que llamase a comer. No tenía hambre, pero una vez que empecé a pensar en comida, no pude soltar ese pensamiento. Era un reflejo; no tenía nada que ver con la disciplina o la fuerza de carácter.

Por lo tanto, la pregunta es: ¿cómo podemos combatir esto? El ayuno ofrece una solución única. Saltarse comidas de forma aleatoria y hacer que los intervalos entre comidas no sean siempre los mismos ayuda a romper el hábito de comer entre tres y seis veces al día. En lugar de tener apetito por el mero hecho de que es hora de comer, solo lo tenemos cuando estamos realmente hambrientos. Del mismo modo, al no comer durante todo el día, podemos romper las asociaciones arraigadas entre la comida y un estímulo: ver la televisión, ir al cine, dar un largo paseo en coche, acudir a la práctica deportiva de nuestro hijo, etc. En mi caso, el estímulo fue estar en un avión; pensar en esas bolsitas de minibretzels despertó mi hambre. Cuando la azafata llegó a la altura de mi asiento para ofrecerme un refrigerio, ya estaba babeando.

El ayuno puede romper todas estas respuestas condicionadas. Si no estamos acostumbrados a comer cada dos horas, no ­empezaremos a salivar como los perros de Pavlov cada dos horas. En cambio, si adquirimos el hábito de comer cada dos horas, no es de extrañar que nos resulte cada vez más difícil resistirnos a los restaurantes de comida rápida cuando estamos caminando por ahí. Cada día se nos bombardea con imágenes de alimentos, referencias a alimentos y tiendas de alimentos. Combinadas, la disponibilidad de alimentos y nuestra arraigada respuesta pavloviana es mortal para nuestra salud.

Pero parar en seco no es la manera más eficaz de acabar con los hábitos. Las investigaciones y mi experiencia clínica permiten concluir que hay una estrategia más efectiva: reemplazar un hábito poco saludable por otro menos dañino. Por ejemplo, supón que tienes la costumbre de comer patatas fritas o palomitas de maíz mientras ves la televisión. El solo hecho de dejar de hacerlo te hará sentir que te falta algo. En lugar de ello, sustituye ese refrigerio engordador por una taza de té verde o una infusión. Al principio encontrarás que esta medida es insatisfactoria, sí, pero la sensación de que te «falta algo» será mucho menor.

Con el tiempo descubrí que me gusta mucho el té verde con jazmín, y acabé por usarlo para satisfacer mi necesidad de consumir alguna cosa. Por esta misma razón, muchos fumadores que intentan dejar de fumar mastican chicle. Durante el ayuno, en lugar de saltarte totalmente el almuerzo (o el desayuno), toma una taza de café. Prueba a reemplazar la cena por un tazón de caldo de huesos casero. Cambiar de hábitos en lugar de frenar de golpe te permitirá sostener más fácilmente la nueva situación a largo plazo.

Las influencias sociales también juegan un papel importante en los hábitos alimentarios. Cuando nos reunimos con amigos, solemos hacerlo alrededor de una comida, un café o un cóctel. Esto es normal y natural; forma parte de la cultura humana en todo el mundo. Intentar combatir estos comportamientos no es, claramente, una estrategia ganadora. Evitar totalmente las situaciones sociales y los encuentros con los amigos tampoco es saludable. ¿Qué puedes hacer? No intentes luchar contra eso. Como te mostraré en el capítulo veinte, puedes adaptar el ayuno a tu agenda.

Un buen día supe que me había curado hormonalmente del hambre, y no gracias a los resultados de un análisis de sangre o de un análisis de composición corporal o a las tallas de ropa que me iban bien. Mi mejor amiga, que era casi una hermana para mí, estuvo a punto de morir durante el parto. Mientras se estaba recuperando y su hijo recién nacido estaba siendo monitorizado en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, fui a verla, angustiada. Cuando entré en el hospital, me vinieron muchas ganas de tomar un té verde con jazmín, por lo que fui a la cafetería del lugar.

Mientras estaba bebiendo el té, me di cuenta de que estaba rodeada de todos los alimentos que antes utilizaba para aliviarme: bretzels, bagels, patatas fritas, patatas fritas de bolsa... Pero todo lo que quería era mi té. No me importaban esos otros alimentos ni la gente que se llenaba la boca con ellos en la mesa de al lado. La batalla había sido larga y dura, pero la había ganado. Había cambiado un hábito destructivo (comer comida basura) por otro inocuo (beber té verde).

El ayuno me ha devuelto el control sobre mi cuerpo. Ni siquiera puedo describir la medida en que este hecho me empodera. Una parte de mí aún se pone triste de vez en cuando por el hecho de que tuve que lidiar con ese tema. Una parte de mí está enojada con el mundo por el estado de nuestro sistema alimentario en su conjunto. Lo que me apacigua es saber que puedo hacer algo al respecto y que puedo enseñar a otros a hacer lo mismo que hice yo, también con éxito.

Un médico joven al que conozco llevaba muchos años luchando contra la obesidad, y finalmente perdió algo de peso gracias a seguir una dieta baja en carbohidratos. No alcanzó su peso ideal, pero se sintió feliz al ver que tenía cierto éxito. Sin embargo, desafortunadamente, aún no podía resistirse a los alimentos poco saludables.

Después de pasar una semana conmigo y de ver todas las formas en que el ayuno había beneficiado a mis clientes, se sintió motivado a intentar realizar un ayuno de siete días, consistente, como habrás adivinado, en no comer durante toda una semana. Comenzó su ayuno sin muchas dificultades, pero le intranquilizaba el problema que sabía que tenía con el hambre. Le dije que no se preocupase y que tuviese paciencia. Cuando lo vi, para hacerle un seguimiento, justo después de que hubo finalizado el ayuno, me dijo lo siguiente, sonriendo: «Por primera vez en mi vida he rechazado comida porque no la quería. No me abstuve porque estuviese ayunando; realmente no tenía hambre. ¡Mi apetito disminuyó! Megan, nunca había rechazado la comida de esta manera».

Cada día atiendo a clientes que tienen este tipo de experiencia. Entran en mi consulta y lloran porque por primera vez en años sienten que tienen el control de su cuerpo. Puedo ver el cambio en su postura. Están más altos y tienen el pecho y la cabeza más erguidos. ¡Incluso parecen tener los ojos más claros! Presenciar este tipo de cambio es lo que me alegra más el día.

Cómo acabar con el hábito del hambre

El hambre suele estar asociado con las horas del día en las que estamos acostumbrados a comer, a un lugar o a una ocasión. Aquí tienes algunas maneras fáciles de interrumpir la respuesta condicionada al hambre:

1 Come en la mesa solamente. No comas en tu escritorio. No comas en el coche. No comas en el sofá. No comas en la cama. No comas durante las clases. No comas en el cine ni en los eventos deportivos.

2 Si tienes la tentación de comer a cierta hora del día, por ejemplo a las tres y media porque siempre meriendas a las tres y media, programa una alarma para que suene a esa hora. Cuando suene la alarma, bebe un vaso de agua o una taza de té en lugar de comer. Lo más probable es que te sentirás lleno.

3 Cuando estés en un avión, ponte los auriculares cuando pase la azafata y rechaza los refrigerios que te ofrezca.

1 En esta obra, almuerzo hace referencia a la comida principal del mediodía. (N. del T.)

2 El autor se basa en el horario típico estadounidense. Es muy posible que las horas de referencia no sean las mismas en otros países. (N. del T.)

El ayuno como estilo de vida

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