Читать книгу El ayuno como estilo de vida - Dr. Jason Fung - Страница 19
Hormonas y hambre
Оглавление¿Por qué comemos? Porque tenemos hambre. ¿Qué es lo que hace que dejemos de sentir hambre? Ciertas hormonas que nos hacen sentir llenos. Se conocen como hormonas de la saciedad, y son muy potentes. El estómago también contiene los denominados receptores de estiramiento. Si el estómago se estira más allá de su capacidad, indicará saciedad y le transmitirá al cerebro que nos haga dejar de comer.
La gente suele imaginar que comemos por el solo hecho de que tenemos comida delante, como si fuésemos máquinas que tragan sin pensar. Esto está lejos de ser verdad. Imagina que acabas de tomar un bistec enorme, de más de medio kilo. Estaba tan delicioso que, aunque pensaste que no podrías terminarlo, lo hiciste. Ahora estás completamente lleno, y la sola idea de comer más te produce náuseas. Si alguien trajera otro bistec y te lo ofreciera gratis, ¿podrías comerlo? Difícilmente.
Nuestro cuerpo libera las hormonas de la saciedad para decirnos cuándo dejar de ingerir alimentos. Y una vez que entran en acción, es extremadamente difícil comer más. Es por eso por lo que hay restaurantes que ofrecen una comida gratis si el cliente puede comer un filete de más de mil cien gramos de una sentada. Créeme si te digo que no están regalando muchas comidas.
Las principales hormonas de la saciedad son el péptido YY, que responde principalmente a las proteínas, y la colecistoquinina, que responde a la grasa alimentaria sobre todo. Otra hormona asociada con el hambre es la grelina, que se denomina, apropiadamente, la hormona del hambre. Me ocuparé de ella dentro de un momento.
La razón por la que la mayoría de las personas tienen hambre todo el tiempo es que han sido condicionadas a creer que lo único que importa en lo que respecta a la pérdida de peso es consumir menos calorías de las que se gastan. Los gobiernos de todo el mundo occidental han promovido una dieta rica en carbohidratos, que son precisamente las sustancias que nos llevan a tener hambre. Piensa en ello. Imagina que te sientas a tomar un desayuno basado en carbohidratos y bajo en calorías consistente en dos rebanadas de pan blanco con mermelada. ¿Cómo afecta esta comida a la saciedad? Es cierto que no implicará una gran ingesta calórica, pero ¿mantendrá el hambre a raya? No. No contiene proteínas, que activarían la liberación del péptido YY. No contiene grasas, que desencadenarían la liberación de colecistoquinina. Y no es una comida abundante, por lo que tampoco se activarán los receptores de estiramiento estomacales. Los almidones que contiene esta comida (los almidones son cadenas de glucosa que, esencialmente, se incorporan al torrente sanguíneo) hacen subir el nivel de insulina. Nos quedamos con hambre porque no le hemos indicado al cuerpo que no tenga hambre. Y a las diez y media ya estamos buscando una magdalena baja en grasa que, una vez más, nos dejará hambrientos al mediodía. A la hora del almuerzo, 1 buscaremos un tazón grande de pasta y salsa bajas en grasa. En este punto, en lugar de comer tres comidas grandes, estamos en camino de tomar seis o siete comidas más pequeñas. A las dos y media 2 volvemos a tener hambre, por lo que tomamos una barrita de muesli baja en grasas. Para cenar comemos arroz, y después exploramos la nevera en busca de un refrigerio nocturno, ya que tenemos mucha hambre.
Pero si tomas beicon y huevos para desayunar, una comida rica en proteínas y grasas alimentarias, ¿quieres volver a comer a las diez y media? No.
El problema es mayor si estamos comiendo carbohidratos procesados y refinados, como hacen la mayoría de las personas. Cuando consumimos carbohidratos refinados, el nivel de azúcar en sangre se dispara, y el páncreas recibe la instrucción de producir una oleada de insulina. La función de la insulina es decirle al cuerpo que almacene la energía alimentaria como azúcar (glucógeno en el hígado) o grasa corporal. Este gran incremento de insulina hace que, inmediatamente, la mayor parte de la energía alimentaria entrante (calorías) pase a ser almacenada (como grasa corporal). Esto deja relativamente poca energía alimentaria disponible para el metabolismo. Los músculos, el hígado y el cerebro siguen pidiendo glucosa para obtener energía, y volvemos a tener hambre a pesar de que acabamos de comer. Este es el peor tipo de efecto dominó si buscamos mantener el peso o perderlo.
Además, como a estos alimentos procesados se les ha quitado la mayor parte o la totalidad de la fibra, no ocupan mucho espacio cuando llegan al estómago; por lo tanto, no activan los receptores de estiramiento de este órgano. A la hora del refrigerio, la mayoría de las calorías ingeridas ya se han depositado en las células adiposas, por lo que no es de extrañar que no tardemos en volver a tener hambre.