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4. LOS OTROS COMO SINCRONICIDAD

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Entre las sincronicidades que se manifiestan en la vida hay una muy especial: los otros. La sincronicidad prefiere hablar a través de los demás que aparecen en la biografía de una persona. Y no sólo los que permanecen en ella, sino todos esos otros que la cruzan un instante, pero que le dan un nuevo sentido.

No es la duración o permanencia de una relación la que, por sí misma, renueva a alguien. Se trata de algo diferente, de una cualidad misteriosa que transmuta y que a veces persiste apenas el lapso de un relámpago, pero que con sólo eso resulta capaz de estremecer una vida.

Esto conlleva a la necesidad de estar alerta y prestar atención a quienes aparecen en nuestra historia, aunque sea por un minuto, dado que muchos pueden ser portadores de la sal que fermenta y transforma. Es que “ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados” (Ernesto Sabato).

Viajo mucho, y para no sentirme extranjero en todas partes practico, desde hace años, ciertos rituales que apuntalan el arraigo a la tierra donde la vida me lleva en cada oportunidad. Así, al llegar a cada ciudad que ya conozco, tengo determinados lugares que suelo visitar. Por ejemplo, cada vez que voy a Córdoba, España, recorro la Mezquita, convertida en el siglo XIII en la actual Catedral de Santa María de Córdoba.

Esta mezquita fue construida en el siglo VIII sobre las ruinas de la basílica visigoda de San Vicente, y vaya uno a saber sobre qué otro templo fue levantada esa basílica. Es en los arcos denominados mihrab donde puede observarse la evolución de la construcción: las columnas visigodas con arcos de herraduras, que resultaban demasiado bajos para los musulmanes, por lo cual añadieron pilares sobre las columnas y dispusieron otros más altos sin derribar los anteriores. Estos arcos policromados son mi punto de referencia y anclaje; me dan una sensación de arraigo profundo y me recuerdan que los apegos pueden convivir con la belleza, y que también se puede construir sobre experiencias ya vividas.

En ocasión de este relato, viajé desde Madrid a Córdoba en tren. Me ubiqué en un asiento de pasillo. En el de la ventanilla viajaba un hombre que en cierto momento del trayecto me preguntó: “¿Usted conoce Córdoba?”. Con cierta falta de entusiasmo respondí que sí. Él insistió: “¿Y le gusta?”. Mi respuesta cortante denotó mi empeño en evitar la conversación: “Sí, me gusta mucho Córdoba”. Pero sin darse por aludido, continuó: “Yo sigo, no bajo en Córdoba. Esta mañana, arreglando unas cosas, se me cayó una postal de Córdoba que alguien me regaló o la compré; se la voy a dar, se la regalo, la tengo aquí en el bolsillo, no sé por qué la puse en el bolsillo…, y la verdad, se la regalo”.

La situación no resultaba cómoda, pero más por hábito que por sentires, pude articular un “muchas gracias” y guardé la postal en la mochila. Luego de arribar a destino, vacío la mochila en el hotel y aparece la postal. En el dorso veo algo escrito a mano: una frase de san Juan que repito con frecuencia. Debajo de la frase había una dirección en la misma Córdoba. De manera que, para ser consecuente con lo que enseño, me dirigí al lugar y allí descubrí una pequeña librería con mesas sobre las cuales se apilaban textos de lo más disímiles. A poco de revisar, encontré un libro que hacía muchos años estaba buscando sin haberlo podido conseguir hasta ese día. Este evento es una sincronicidad que enseña que hay que prestar atención a quienes aparecen en la vida.

Jorge Luis Borges decía en una entrevista: “Uno puede darse cuenta de que el otro es inteligente, aunque el otro no diga nada. Uno está recibiendo continuamente algo, hasta los sufrimientos, hasta los sacrificios, hasta los maleficios, todo tiene algún fin. En el caso del poeta, todo lo que le pasa es una especie de arcilla que tiene que transformar, que moldear en belleza, y así todas las cosas se justifican, y los males también. Las ideologías también, la ceguera también. Yo debo agradecer esos dones, aunque, a veces, sean o parezcan terribles”.

Muchos amanecen cada día buscando mejorar y armonizar su vida. Creen que si superan con esfuerzo sus defectos –o al menos intentan controlarlos–, si hacen obras de caridad y le dedican sesenta minutos diarios a la meditación, un día descubrirán el “despertar de la conciencia”. Si bien estas acciones orientan a vivir de modo consciente, el inicio del proceso sea, quizás, el menos esperado, más mundano y a la mano, y menos dramático.

Constelaciones familiares y bipolaridad

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