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Capítulo primero

Relojes de la vida

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He hecho de mí lo que no sabía, y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.

Fernando Pessoa

El punto de partida de la visión que auspicio es considerar que la enfermedad no es un mal a combatir sino una oportunidad para saber más de nosotros mismos. Que aquello que sentimos como un obstáculo o barrera, es posible de apreciarlo como espejo que nos muestra lo que no vemos de nosotros mismos y, al mismo tiempo, maestro de nuestro proceso de evolución. Desde esta percepción, estoy convencido de que cada uno de nosotros realiza una travesía espiritual a través de la enfermedad, y al llevarla a cabo de un modo acertado, esta excursión nos acerca más a la salud y la dicha.1

Los movimientos de este viaje, adversidades que se presentan inesperadamente, encuentros y desencuentros impostergables, logros que se alcanzan contra toda esperanza, no acontecen de modo casual sino, por el contrario, están provocados por el interjuego de dos fuerzas, complementarias en su antagonismo. La una y la otra reconocen intereses desiguales y responden a preguntas diversas, pero ambas contribuyen a dar razón de dos dimensiones de la enfermedad: causa y sentido.

Es muy cierto que, si bien hay un reloj causal que permite explicar la razón del emerger de un síntoma en nuestra vida, las influencias que participan en su construcción y génesis, también hay que reconocer la existencia de otro reloj, la sincronicidad, que brinda la posibilidad de comprender su sentido. Y aquello que da sentido a la vida, es sentir. De modo que la causa de la pérdida de sentido –que provoca por sustitución la aparición del síntoma en la vida de una persona, manifestación destinada a ocupar el lugar de un afecto que falta–, radica, en última instancia, en la ausencia o bloqueo de la expresión emocional. Así, lo que enferma no es sentir sino reprimir el sentir, el asedio injustificado al fluir de los afectos.

En este punto, es forzoso tener presente que, allí donde un afecto se ha visto impedido de expresión, el síntoma asoma como su representante. Cuando esto sucede, el afecto sofocado se abre a la posibilidad de retornar como afección. De modo que los síntomas son estelas que rememoran antiguas situaciones en donde determinados sentimientos fueron ahogados. Son un lenguaje que narra la historia de una expresión tímica impedida, apagada o extinguida. Significantes de un significado extraviado para la conciencia.

Que lo excluido de la vida yoica retorne, y que conozcamos los mecanismos mediante los cuales esto ocurre, nos permite conocer las causas que, de una manera más o menos segura, están en la raíz de un síntoma. Sin embargo, esta explicación no dice mucho acerca del lugar que éste ocupa en la trama de la vida de quien lo padece. Tampoco da cuenta de su significación, ni lo que enseña. Las causas, por más sofisticadas y holísticas que se perfilen, sólo responden al porqué de las cosas. La historia narra y explica el acontecer de una enfermedad, pero es muda a la hora de comprender su para qué.

Es cierto que la reconstrucción de una biografía aporta un conjunto de respuestas teleológicas reveladoras en torno de los cursos posibles de una enfermedad. Sin embargo, esto no implica deducir sentido en relación a la trama de una vida. Es que la significación de un síntoma en el marco de la terapéutica y dentro de la vida de una persona son dos cosas diferentes.

En el consultorio, las explicaciones precipitan sentido (aunque no lo tenga) en la conciencia del paciente. Sin embargo, cada paciente es una persona que trasciende los límites de un consultorio o de una teoría científica. La explicación nunca calma su dolor, sólo posterga la sentencia sobre él, y muchas veces aumenta la ignorancia de sí mismo y embota la comprensión de la situación en la cual se encuentra.

Esto no conlleva que explicar y comprender sean perfiles que mantengan entre ellos, de manera obligada, un maridaje tormentoso. Por el contrario, es posible hacerlos converger, pero no pretender que uno u otro hagan lo que no les corresponde.

Constelaciones familiares y bipolaridad

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