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7. TRAMA Y ARGUMENTO

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Suelo enseñar que los síntomas son el fruto de creencias equivocadas. Y que para lograr remover los síntomas es ineludible cambiar el sistema de conjeturas ideológicas que sostiene nuestra personalidad.

Otro nombre de sistema de creencias es identidad; este referente que asumimos como lo que nos distingue es donde radica buena parte de la razón del sufrimiento que nos aqueja. Los hinduistas tenían mucha razón en indicar que para avanzar en el proceso de liberación era necesario disolver la identidad.

Ya sea sistema de creencias o identidad, lo cierto es que esta estructura para leer la realidad, a nosotros y a los otros, se conforma desde los primeros tiempos de vida, como parte de la tarea de modelaje que realiza el complejo materno en cada uno de nosotros. En este ámbito se instala lo que debemos ser y con quienes tenemos que estar: identidad y relaciones.

Allí comienza, pero la historia de vida va envolviendo, puliendo y cristalizando al sistema de creencias, hasta convertirlo en una coraza que nos separa de la realidad. Nuestra historia, organizada en función de este sistema, se convierte entonces en un mito afianzado. Pero un mito al cual se le ha arrancado el corazón. En lugar de ser un límite entre el alma y la realidad, una unión entre lo humano y lo divino, acaba siendo una muralla que separa y encarcela. En lugar de funcionar como la fuerza que re-encanta la vida cotidiana, se vuelve un rezo monótono y carente de vivacidad.

Para Aristóteles, la trama es el alma de la tragedia. Quiero quedarme sólo con este concepto y ampliarlo a todas las formas de que la historia se reviste, y dejar de lado otros aspectos que acerca de lo mismo señalaba el maestro de Alejandro Magno.

Una historia tiene alma, la fuerza que la anima, pero esa alma encarna en una personalidad para cobrar existencia. La personalidad es lo visible, y el alma, lo que no lo es. La primera se muestra por presencia; la segunda por ausencia. Sin embargo, es a través de la narración de la personalidad de la historia (sucesos, personajes, recuerdos, sueños, lugares, síntomas, etc.) que se manifiesta su alma.

Pero del mismo modo que una relación puede vaciarse de afectos y convertirse en un vínculo, es posible asesinar el alma de una historia y transformarla en una cronología.

Nosotros, cada quien a su modo, narramos nuestra historia, pero en realidad es la historia la que nos narra. El cuento que hacemos de nuestra vida nace de una estructura, donde los trozos y trazos entrelazados del relato –por momentos carentes de congruencia exterior– tienen una línea de sentido que se encuentra más allá de la conciencia. El yo la verbaliza, pero hay otro interior que escribe el guión.

Cada historia tiene miles de hilos con los cuales se teje. Atravesar los hilos (tramar) para dar forma a un tejido es la tarea de la trama. El telar donde se trenza la malla no está a cargo del Yo; él sólo figura como el referente que asume ese papel, sin ser el verdadero autor. Esto significa que la trama es la estructura estructurante de la historia que cada uno comparte como propia. ¿Y cómo se forja esa trama?

Hay memorias arquetípicas, familiares, personales; mandatos y creencias; lealtades y pactos; maldiciones y promesas; fantasías y deseos, complejos y exclusiones; secretos y expiaciones. En el interior de cada persona existe un juego de intereses múltiples y enmarañados imposible de abarcar en palabras, y que es responsable de perpetuar en cada persona un modo de lectura de la realidad. Es una herramienta, pero también un límite.

La trama da sentido, pero cuando éste se pierde o resulta inadecuado para satisfacer las necesidades emocionales de una persona, o no logra articular los diferentes afanes y ambiciones de sus diversas instancias psíquicas, se produce un derrumbe, que toma figuras muy distintas pero conduciendo todas a la exigencia de reescribir la historia. Muchas veces, es lo que lleva a buscar ayuda en un tratamiento.

Esto no significa que realmente quien acude a una terapia anhela transformar su trama. Por lo general, sólo pretende parches. El Ego se resiste a un cambio verdadero; la historia que cuenta, lo que refleja, son los desvelos yoicos, la intención de que el yo no sufra, pero sin que nada se modifique. Es que el Yo guarda una lealtad ciega a la trama de su vida.

Si reparamos en la narración histórica de cada uno vemos que en sus idas y venidas hay un argumento, como un guión, donde los personajes de esa historia juegan un rol, llevan a cabo acciones, se revisten de ciertas características y en donde los eventos se suceden en cierto orden temporal y espacial.

Imaginemos a una persona que, agobiada por la memoria de su orfandad y abandono en la primera infancia, ha desarrollado un fuerte sentimiento de desconfianza hacia todos y cada uno con quienes establece algún vínculo. Desde su trama interpreta cualquier cercanía como la posibilidad de que se reitere el abandono inicial, y esto la lleva a responder con conductas que alejan a los otros de su vida.

El temor a repetir el dolor la obliga a desplegar un mecanismo de defensa protector pero que la condena al aislamiento. Y esta trama le organiza un argumento de vida, en el cual los demás se convierten en posibles abandonadores en lugar de receptores. Por lo tanto, todo acto que realicen es visto como “me voy, no me quedo, te dejo solo”.

Este orden perceptivo-cognitivo-emocional no sólo se configura como un aprendizaje que deja huella en lo psíquico, sino que se cristaliza como una vía registrada en los senderos de la fisiología del sistema nervioso. La danza de los neurotransmisores y el canto de las conexiones axonales acompañan este proceso, para consolidarlo como un patrón que se resiste a mudar en algo diferente. La trama, entonces, se hace memoria en la carne.

1 La vida es un viaje experimental, realizado sin querer. Es un viaje del espíritu a través de la materia, y como es el espíritu el que viaja, es dentro de él donde se vive (Fernando Pessoa).

Constelaciones familiares y bipolaridad

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