Читать книгу La transición española - Eduardo Valencia Hernán - Страница 5
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Barcelona, noviembre del 2011…
Nada hacía sospechar que aquella llamada iba a cambiar el destino de mi futuro más próximo.
—¡Hola Eduardo, soy Toni!
—¿Quién?
—Toni Salamanca. Te llamo porque no sé si sabes que el próximo día siete hay una reunión importante. Se trata de una conferencia en la Iglesia de San Agustín en el barrio del Raval para conmemorar el XXX aniversario de la creación de la Asamblea de Cataluña y, como sé de tu interés por esta organización, me gustaría que vinieras. ¿Qué te parece?
No me lo pensé ni un segundo.
—Gracias, Toni, por tu invitación —respondí apresuradamente—. Quedamos si te parece frente a la iglesia media hora antes y así controlamos si están los grises al acecho… Es una broma.
—De acuerdo. Hay un control de entrada y tendrás que pasar conmigo.
—¿Tan serio es el asunto?
—Ya verás…
Llegué justo a tiempo con la noche ya alcanzada. Allí estaba mi compañero de Izquierda Socialista esperándome. La cola de entrada era larga y espesa. Todo el mundo tenía prisa por entrar, aunque el control en la puerta, verificando las invitaciones, no ponía la tarea fácil. De pronto, observé algunos rostros conocidos.
Iglesia de Sant Agustí, 7 de noviembre del 2011.
—¡Eduard! ¿Qué haces aquí?
—Hola Rosa1 —respondí con sorpresa—. Ya ves, me han invitado.
—Pero… si tú no eres de esta línea.
—Bueno, ya sabes que he estado trabajando mucho sobre esta organización y supongo que algo tendrá que ver con que esté aquí.
—¿Y tú qué haces aquí?
—Venimos Jordi y yo representando a una de las múltiples delegaciones de la Asamblea que están distribuidas en toda Cataluña.
—Entonces, ¿esto va en serio?
—Y tanto que va en serio. Pronto lo verás. Ya nos veremos dentro.
La sala estaba a rebosar, cerca de un millar de personas. En un determinado instante, y a propuesta de uno de los ponentes que ocupaba la mesa presidencial, finalizaron ipso facto los murmullos dando comienzo el acto.
Los discursos, todos ellos con un talante animoso y provocativo, hacían enfervorizar a un público expectante que, por momentos, exigía más, más y más…
En la mesa había gente conocida de todo el espectro político nacionalista catalán. Estaba presidida por la que tiempo después sería la presidenta del Parlament de Catalunya y de la ANC, Carme Forcadell. También en mi entorno había conocidos del PSC, de CiU, de ERC, de Iniciativa e incluso una gran representación de la sociedad cultural, tapadera económica del nacionalismo, denominada Ómnium Cultural. Hasta pude ver en primera fila al eterno secretario general de la UGT catalana, el «amigo» Álvarez, hoy flamante secretario general de la UGT, y algún que otro compañero de la agrupación de Teiá de cuyo nombre no me acuerdo. Este incluso llegó a insinuarme:
—¿Tú crees que esta vez lo conseguiremos?
—¿Conseguir qué? —respondí con cierto sarcasmo.
—La libertad, tío, ¡la independencia!... Ya sé que vas a decir que somos unos cagaos, pero… alguna vez lo conseguiremos.
—¡Joder! —respondí algo alterado—, si tan convencido estás, ¿qué haces en el PSC con nosotros?
—Bueno, muchas veces me lo pregunto y seguro que muchos como yo también. No creo que estaremos mucho tiempo así.
Por unos momentos, tras el barullo inicial, mi cabeza no hacía más que dar vueltas a lo que estaba presenciando, pero… ¿qué coño hace toda esta gente aquí? En fin, iba de sorpresa en sorpresa.
A medida que iban avanzando los conferenciantes en sus discursos provocadores, comenzó a expandirse un ligero escalofrío por todo mi cuerpo. ¿Será verdad que lo que tanto profetizó el poeta Joan Maragall se iba a convertir en realidad? ¿Habrá despertado finalmente ese gigante dormido, la nueva Solidaritat Catalana tan deseada por buena parte de la burguesía catalana? Cada minuto que pasaba no salía de mi asombro y, sin embargo, ya era una realidad.
Finalizado el acto, cayeron algunos pendones cuatribarrados desde lo alto de la sala. Un puro simbolismo que me hizo recordar aquellos actos de exaltación patriótica en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial dentro de un clamor inenarrable y con una muchedumbre enfervorecida fuera de sí.
—Bueno, Eduardo —pregunta Toni—. ¿Parece que finalmente se van a cumplir tus conclusiones sobre la Asamblea?
—No creas que me alegra —respondí—. Aún no salgo de mi asombro.
La despedida con mi amigo Toni Salamanca, antiguo compañero en el Cedesc, fue la esperada, emotiva como no podía ser de otra forma,
Ponencia, Iglesia de Sant Agustí el 7 de noviembre del 2011.
quizás algo fría. Desde entonces no nos hemos vuelto a ver, aunque recientemente hemos hablado por teléfono recordando los tiempos pasados y cómo habíamos tomado rumbos tan dispares el uno del otro.
Pasaron algunos meses hasta que, de nuevo, volví a recordar aquel encuentro en la iglesia de Sant Agustí. Por aquel entonces estaba en el trance de defender mi tesis doctoral en Madrid. Un trabajo denso y complicado que tras un largo recorrido comenzaba a tener sentido, no solo en el papel sino en la realidad. De hecho, pasé de ser puro espectador a protagonista de esta historia. En sí —pensaba yo—, la defensa de mi trabajo de investigación trataba de argumentar una propuesta lógica y creíble, ante todo un tribunal científico-académico presidido por un prestigioso historiador catalán, de lo que fue el origen y desarrollo de la Asamblea de Cataluña. De nuevo, cuatro décadas después, las causas y los hechos que motivaron a muchos catalanes que formaron parte de la Asamblea a reunirse en aquella iglesia siguen siendo válidos. No han olvidado aquel deseo patrio, esperando con anhelo proclamar otra vez desde lo más profundo de su ser el resurgir de la nueva «¡Asamblea de Cataluña!, ¡La Asamblea Nacional de Cataluña! ¡La independencia! ¡La libertad para Cataluña del yugo español!».
El 11 de septiembre del 2012, en el día de la Diada nacional de Cataluña, exactamente diez meses después del acto en que participé, buena parte de la ciudadanía catalana hizo despertar viejas conciencias a aquellos que habían negado la existencia de esta organización cuyo único fin siempre fue, al menos para su cúpula dirigente, la secesión de Cataluña de España, ¡la tan añorada independencia!
La crisis económica generada en España por el desacierto de muchos y la mala intención de otros estaba en pleno apogeo. La etapa zapaterista llegaba a su fin tras dos últimos años penosos para nuestro país. Era el momento adecuado para algunos dirigentes catalanistas de hacer resurgir de nuevo la ilusión en parte de la ciudadanía catalana, el sentimiento patrio para unos, el viatje a Ítaca, y el nerviosismo y la desafección para otros, en medio de una apatía generalizada en la mayoría de la población. Era justo lo que poco tiempo después Carmen Chacón denominó La espiral del Silencio. Una situación promovida tanto por activa como por pasiva desde el Gobierno central y desde la Generalitat, contagiando ese desconcierto a la ciudadanía catalana.
—¡No me lo puedo creer! —reflexioné en solitario—. Siguen la misma táctica que a comienzos de los años setenta. El entorno de la crisis socioeconómica favorece a los intereses desestabilizadores de los conspiradores. Solo necesitan un culpable, un chivo expiatorio. Antes, en los años setenta era el Caudillo; ahora tenemos al presidente del Gobierno, que representa para ellos el máximo exponente de esa España rancia que, según los fanáticos independentistas, nos roba. Sin embargo…—vuelvo a reflexionar— algo falla en esta estrategia. Todavía falta conectar el mensaje identitario y esperanzador que promulgan los secesionistas con la clase trabajadora, aunque, quizás esta vez haya sido más fácil dirigirse a los cientos de miles de parados en Cataluña que buscan un porvenir mejor, aquel trabajo que tenían y que ¡España les ha quitado! Esos seguro que darán la cara por la causa. Finalmente, solo queda por comprometer al sector educativo y universitario. Para ello es necesario relacionar el ¡desagravio!, consumado por el Tribunal Constitucional, al Estatut y más concretamente a la Ley de Normalización Lingüística, promulgada y desarrollada por la Generalitat, con la nueva línea educativa, reaccionaria ante los intereses identitarios del ministro Wert. Creo que con esto el círculo está cerrado.
Manifestación por la independencia 11 de septiembre del 2014.
Pero la cosa no acaba aquí; gracias al sistema democrático que nos hemos dado, tenemos a nuestra disposición una herramienta imposible de utilizar en tiempos de la dictadura, aunque sigue siendo tan efectiva como entonces. Me estoy refiriendo a los medios de información, aunque el debate ahora no está en comparar la libertad de expresión que tenemos con la que carecíamos antes, sino en el uso partidario de estos medios (radio, televisión, etc.), sobre todo los de utilidad pública, para conseguir unos objetivos claros de manipular la voluntad popular.
Poco hemos cambiado en tantos años de libertad. De hecho, se siguen utilizando las mismas estrategias de lo que en sociología se conocen como los principios básicos de la propaganda, instaurados y puestos en práctica por su máximo artífice, Joseph Goebbels, ministro de la Propaganda nazi a comienzos de los años treinta. Esta técnica fue utilizada, al parecer con éxito, por los estrategas secesionistas, y se basa en unos pocos principios, pero de estricto cumplimiento:
Comencemos con el principio de simplificación y del enemigo único cuando el Estado español es el adversario a batir ante la opinión pública.
El efecto de contagio se produce cuando los responsables políticos tanto de la derecha como de la izquierda española se constituyen con sus sensibilidades ideológicas en hostiles a todo lo que afecta a Cataluña. El virus entre parte de la población catalana ya se ha generalizado y ahora es necesario cargar sobre el adversario, el Estado, los propios errores o defectos, incluidos los generados en el pasado por los propios gobiernos en Cataluña. Para ello se busca la ligazón de que todo lo relacionado con la corrupción política en Cataluña proviene sin duda del contagio existente en toda España.
El siguiente punto es todo lo relacionado con la exageración y la desfiguración. Siguiendo con el mismo ejemplo, bastará utilizar cualquier anécdota por pequeña que sea, la cual será convertida en amenaza grave por los medios propagandísticos. La persecución mediática de la familia Pujol relacionada con los casos de corrupción se transforma en una amenaza y persecución grave contra Cataluña.
Y llegamos al principio de la vulgarización. Se basa en que toda propaganda debe ser popular adaptándola al nivel sociocultural de los individuos a los que va dirigida, con la particularidad de que cuanto más sea la masa que convencer, más simple ha de ser el esfuerzo intelectual (el mensaje) a realizar, teniendo en cuenta que la capacidad de percepción de las masas es limitada y que estas tienden a tener una gran facilidad para olvidar. En este contexto los eslóganes como que «España nos roba» o el tan distorsionado «derecho a decidir» encajan a la perfección. Estas frases tan cortas y contundentes dan sentido a lo que conocemos como el principio de orquestación; o sea, si se va repitiendo constantemente un mensaje a la población, o una idea, por más falsa que esta sea, seguro que en un corto espacio de tiempo comenzará a ser creíble por la mayoría. Otro punto ineludible es la capacidad de emitir y renovar constantemente, diariamente, nuevas informaciones y argumentos sobre cualquier tema de actualidad, de tal forma que el público no pueda asimilar una respuesta cierta por parte del adversario que se intenta desprestigiar, que en este caso sería el Gobierno de la Nación en representación del Estado. Para ello, los medios de comunicación escritos o audiovisuales incitan al público a interesarse por otras cuestiones. En el fondo, de lo que se trata es de anular la capacidad del adversario de contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. Este es el caso en que también tendrían cabida los principios de verosimilitud por el cual es necesario crear argumentos mediante medias verdades o los llamados «dimes y diretes», y el de silenciamiento por el que ante la falta de argumentos es necesario disimular las noticias favorables al adversario. Finalmente, llegamos a los dos principios concluyentes para la consecución del objetivo final. Los principios de transfusión y de unanimidad son esenciales para crear una mitología nacional basada en un complejo de odios y prejuicios tradicionales, difundiendo argumentos que puedan arraigar en la población, la más fanatizada, las actitudes primitivas que casi todos llevamos dentro. Todavía recuerdo las declaraciones de Jordi Pujol a mediados de los años setenta cuando afirmaba la incompatibilidad entre los catalanes y el resto de los españoles con el argumento de la falta de entendimiento entre la cultura carolingia, representada en el pueblo catalán con la del resto de la Hispania visigótica, más ruda y primitiva; pues, según él, Cataluña era la frontera sur del imperio de los Francos (la Marca Hispánica).
Más recientemente, en plena Edad Moderna, la ocupación de Barcelona por las tropas borbónicas el 11 de septiembre de 1714, ha constituido otra nueva afrenta del Estado español hacia todo lo que representa Cataluña, siguiendo a la perfección los principios antes comentados, dando la sensación de haber calado hondo en buena parte de la ciudadanía catalana. Ello demuestra nuestra vulnerabilidad ante los medios de comunicación que ante la impasibilidad de los gobernantes de uno y otro lado nos llevó a una crispación nada deseable. Una agresividad y un fanatismo inesperado por un bando y una espiral de silencio por el otro, queriendo evitar la confrontación como única salida al conflicto creado.
Por aquel entonces ya formaba parte del Consell Nacional del Partido de los Socialistas Catalanes. Hacía meses que había preparado ese paso en el escalafón representativo del partido porque sospechaba que este nuevo movimiento identitario dirigido desde la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y sustentado por el ente económico y conspirativo, más que cultural, denominado Ómnium Cultural, se pondría tarde o temprano a la cabeza de la reivindicación independentista. Esta vez, el mensaje victimista del independentismo calaría a la perfección en una masa desencantada de ver políticos corruptos y contemplar en los medios de comunicación el injusto reparto de la riqueza.
Solo los socialistas —pensaba yo—, como representantes de la clase trabajadora catalana podrían romper la unanimidad del frente nacional catalanista que se estaba fraguando. Por eso, era necesario, y aún estoy convencido de ello, que unir las voces del socialismo no identitario dentro del partido sería necesario para impedir en lo posible la deriva nacionalista que venía fraguándose en su dirección escondida bajo el engaño y la exigencia de un derecho a decidir concedido mediante referéndum a una parte de la población española y negándosela al resto.
Los primeros contactos con la cúpula dirigente socialista fueron esporádicos; sin embargo, poco tiempo transcurrió para poder darme cuenta de que el discurso ideológico que defendía el partido chirriaba en mi interior, sobre todo en lo relacionado con la deriva identitaria.
Recuerdo que lo primero que pensé fue: ¡Qué bien que lo ha hecho el Honorable Jordi Pujol en estos últimos veinte años! Por fin consiguió que dejáramos de sentirnos ciudadanos de Cataluña como nos hizo creer su anterior en el cargo, Josep Tarradellas, para convertirnos en catalanes, o más bien «los otros catalanes» como decía Candel.
Tras el fracaso de la intentona golpista , muchos creen que la vuelta a la conllevancia social y política en Cataluña descrita por el filósofo Ortega y Gasset en los años treinta es la salida más factible al conflicto generado. O sea, volver al statu quo anterior hasta que de nuevo ruja la marabunta. Yo soy partidario de lo contrario . El mismo Ortega nos enseña el camino a la esperanza cuando afirmaba que cuando dos sociedades o más diferenciadas entre sí y que conviven en un mismo territorio, estas, no tienen como fin solo el estar juntas, sino el hacer algo juntas. Solo los objetivos comunes que las satisfagan tendrán el éxito deseado por el pueblo. Entonces, busquemos esos objetivos comunes.
Desafortunadamente, queridos lectores, la estupidez humana es prácticamente insondable y solo es comparable por su magnitud con las distancias y medidas estelares2. Solo nos queda la esperanza que finalmente, la razón y el espíritu de lucha y supervivencia de los españoles conseguirá vencer todos los obstáculos que se van presentando. Aún queda un largo camino por recorrer y dudo, ojalá me equivoque, que las nuevas propuestas federalizantes sirvan para dar solución a este conflicto. La idea es acertada, pues ello implicaría más justicia e igualdad entre los españoles, pero por desgracia poco creíble entre los que, precisamente, lo que buscan es la diferencia.
1 Rosa Alentorn llegó a ser vicepresidenta de la ANC.
2. Nota del autor: Esta reflexión se atribuye a François Marie Arouet, más conocido como Voltaire.