Читать книгу La transición española - Eduardo Valencia Hernán - Страница 7
Оглавление«Nunca el Estado español había sido lo bastante fuerte para realizar una política descentralizadora y las regiones seguían conservando sus particularidades y características. Lo curioso es que en el siglo XIX los liberales fueron centralistas, mientras que sus contrarios, los carlistas, habían defendido, sobre todo en las Vascongadas y en Cataluña, los fueros locales. La Primera República había sido también centralista y se hundió en gran parte, por la insurrección de los cantonales, que desde la izquierda introducían por primera vez el federalismo. Durante la Restauración, los industriales catalanes y vascos acrecentaron mucho su potencia económica, y exigían del gobierno de Madrid una protección aduanera que les asegurase su mercado principal, que nunca fue otro que el resto de España, entrando así en conflicto con los agricultores y terratenientes de las otras regiones, que veían amenazadas sus clásicas exportaciones de productos del campo. Como Cataluña y el País Vasco incluían las más ricas provincias españolas, contribuían más con sus impuestos y luchaban por administrar ellas mismas esas fuentes tributarias para su propio beneficio. Este era el fondo económico de la disputa, aunque el problema se hubiera agriado, por la posición poco amigable de los gobiernos monárquicos ante las manifestaciones lingüísticas, culturales y folklóricas, que fueron muchas veces reprimidas, sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera. Esto lo demuestra el que el mayor enemigo de la autonomía del País Vasco fue una de sus provincias, Navarra, que no se había industrializado y donde predominaban los campesinos pequeños y medios. Asimismo, las regiones limítrofes a Cataluña, ligadas a ella históricamente, como Aragón y Valencia, pero de estructura económica distinta, asistieron con la mayor indiferencia a la lucha de aquella por el Estatuto, dando al traste con la idea de hacer resurgir la “Gran Cataluña”. En cambio, la autonomía gallega se planteaba de un modo muy diferente, no había estridencias, no despertaba sospechas, no encontraba enemigos. Galicia, región poco desarrollada económicamente, no entraba en contradicción con las otras regiones, pedía simplemente respeto a su lengua, a su literatura, a sus costumbres y a su tradición.»3
Cualquiera que lea estos párrafos seguramente no se habrá sorprendido por su contenido pensando que es otra interpretación del llamado «problema histórico» entre España y sus comunidades denominadas históricas. Lo sorprendente es que su autor dejó la vida terrenal hace más de cuatro décadas. Su nombre, Manuel Tagüeña (1913-1971), uno de tantos exiliados de la Guerra Civil española que con 25 años llegó a dirigir un Cuerpo de Ejército republicano en la Batalla del Ebro con más de 70.000 hombres bajo su mando.
Como tantos otros ilustres personajes de nuestra historia contemporánea, pues no todos lo fueron de un bando, este militante del Partido Comunista y doctorado en Matemáticas seguramente será recordado como un brillante militar con una carrera meteórica en tan corto espacio de tiempo; sin embargo, después de haber leído sus memorias, descubrí otra faceta interesante de su vida, aunque no la más conocida, sobre todo cuando reflexiona sobre los grandes acontecimientos políticos y sociales que le tocó vivir. Leyendo sus palabras nos devuelve otra vez al origen de un conflicto interminable que ni la última guerra civil hizo desaparecer.
A comienzos del siglo XX, en Cataluña surgieron diversos movimientos políticos de carácter burgués y conservador cuyo fin iba encaminado en la búsqueda de una reafirmación catalanista contraria al centralismo de los gobiernos monárquicos. El partido político Solidaritat Catalana encabezó dicho movimiento identitario4.
La Mancomunidad Catalana a principios del siglo XX.
Esta organización se convirtió con posterioridad en la Lliga regionalista de Francesc Cambó5, transformada en la Lliga catalana durante la II República Española.
Finalizada la Guerra Civil, los años que transcurrieron entre 1939 y 1943 fueron muy duros para los movimientos políticos y sociales antifranquistas, siendo el desorden y la desunión su característica principal. A la represión ejercida por el régimen franquista en el interior se sumó la persecución por las fuerzas del Eje contra los exiliados republicanos en el exterior, principalmente en Francia, donde los detenidos eran recluidos en campos de concentración (algunos de exterminio), y los que tenían la suerte de no ser capturados, o se integraron en la lucha armada (maquis) o simplemente trataron de sobrevivir. En España, la premisa básica del nuevo régimen franquista se podía explicar bajo aquella expresión de que «el que no está con nosotros, está contra nosotros», negando este nuevo régimen el protagonismo al pensamiento individual y social autónomo, a partir de unas leyes que perpetuasen su existencia. Esta coyuntura también fue aprovechada eficazmente por la Iglesia española, que, apoyándose en el autoritarismo dictatorial que ofrecía el franquismo, le permitió recuperar su influencia secular sobre la población que estuvo perdida durante el periodo republicano6.
En octubre de 1944, en pleno conflicto europeo, tuvo lugar el primer intento serio en la lucha antifranquista, fundándose clandestinamente en Madrid la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD)7, presidida por el republicano Régulo Martínez. El objetivo político de la ANFD, según consta en un documento enviado a la Junta de Liberación de México y Francia en septiembre de 1945, era derrotar por todos los medios el régimen terrorista de Franco y restablecer el orden republicano mediante la constitución de un gobierno provisional español, tras una hipotética caída del régimen franquista, dada la inminente derrota del nazismo en la II Guerra Mundial8. Aunque la Alianza reconocía al gobierno republicano constituido en el exilio, esta afirmaba que en la composición del nuevo gobierno provisional sería necesaria la participación de la CNT, Partido Nacionalista y Esquerra Republicana; y por otro lado, ante la disyuntiva de cómo se derrumbaría el fascismo, las propuestas se dirigirían a una acción diplomática y una huelga general pasiva donde la justicia impediría la impunidad de los responsables y ejecutores de los crímenes cometidos mediante los tribunales populares. A su vez, la Iglesia tendría que admitir su responsabilidad en la contienda civil; tómese como ejemplo lo tratado en la carta colectiva de los obispos nacionales que justificaron el alzamiento y la traición militar, y la pastoral del arzobispo Narcís Plá y Deniel con vinculación absoluta al Caudillo; entonces, bajo ese aspecto, se aplicaría al clero la pena de su delito juzgando al hombre y no a la institución.
En el Ejército habría una depuración de mandos superiores, medios e inferiores sustituyéndolos por la oficialidad de Milicias preparadas concienzudamente, consiguiendo que el órgano militar tuviera como única misión la defensa de España contra las agresiones que pudieran recibirse de cualquier país enemigo. Finalmente, en la política de compensaciones e indemnizaciones, se promovería una Caja Nacional de reparaciones a las víctimas del falangismo, revisándose también la legislación falangista.
Ahora, en la perspectiva actual conocemos que todos estos proyectos basados en el retorno a una legalidad republicana no llegaron a realizarse; sin embargo, cabe señalar que la Alianza fue el primer organismo unitario estatal, después de finalizar la guerra en España, en que participó el Partido Comunista de España (PCE), que se incorporó meses después de la fundación de esta9, aunque su actuación podría calificarse de efímera ya que esta organización unitaria desapareció tras sufrir intensas persecuciones policiales que culminaron con la captura íntegra de su Consejo Nacional. Su composición estuvo formada por Izquierda Republicana (IR), Unión Republicana (UR), Partido Republicano Federal (PRF), Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Unión General de Trabajadores (UGT), la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y el Movimiento Libertario. Mientras tanto, en el interior del país, la militancia, sobre todo socialista, observaba y seguía las indicaciones de sus líderes exiliados, al menos los que quedaban tras la muerte en prisión de Julián Besteiro10 y la situación de Francisco Largo Caballero11, preso en el campo de exterminio de Mauthausen. No obstante, en el exterior, otros políticos republicanos encabezados por Indalecio Prieto12 intentaban mantener un diálogo fluido con las fuerzas aliadas en busca de un acuerdo favorable al derrocamiento del general Franco, resultando este esfuerzo inútil, pues las reglas del juego político mundial habían cambiado, presentándose el gobierno franquista como un aliado a los intereses del nuevo bloque occidental capitaneado por los EE.UU.
A partir de entonces, el desgaste de estos políticos republicanos se desvaneció entre luchas internas y negociaciones superfluas, olvidándose en todo caso de la problemática interna de España y de la lucha antifranquista. Cabe destacar que, en septiembre de 1945, tras la dimisión de Juan Negrín13 como jefe del gobierno republicano en el exilio, se constituyó un nuevo gobierno presidido por José Giral14, que fue reconocido por la ANFD.
3. Tagüeña Lacorte, Manuel (1913/1971), Testimonio de dos guerras, México, Ed. Oasis, 1973. Dirigente de la Federación Universitaria Escolar antes de la Guerra Civil. Durante la contienda civil mandó con 25 años, Brigada, División y Cuerpo de Ejército en el Ejército republicano. En la Batalla del Ebro tuvo a 70.000 soldados bajo sumando.
4. Véase la carta que el poeta Joan Maragall envió a su homónimo Miguel de Unamuno en 1909, cuando afirmaba: «La Solidaridad ya no es, pero estará en potencia siempre, y será cuando convenga».
5. Cambó i Batlle, Francisco (1876-1947), dirigente del sector conservador nacionalista catalán.
6. Ver Josep Mª Solé i Sabaté, dentro de BARBAGALLO, Francesco, Franquisme, sobre resistencia i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona, Crítica, 1990, pp. 175-176.
7. En Fundación Rafael Campalans (FRC), Archivo Joan Reventós (AJR), «Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas», Carpeta 25, septiembre de 1945 - julio de 1946.
8. MARÍN, José Mª, MOLINERO, Carmen y YSÀS, Pere, Historia política (1939-2000), Madrid, Istmo, 2001, p. 72.
9. MARÍN, José Mª, ibid.
10. Besteiro Fernández, Julián (1870-1940). Dirigente socialista, presidente de las Cortes en 1931.
11. Largo Caballero, Francisco. Dirigente socialista y presidente del gobierno (1936-37).
12. Prieto y Tuero, Indalecio. Dirigente socialista, ocupo diferentes cargos ministeriales entre 1931 y 1937.
13. Negrín López, Juan, presidente del gobierno (1937-39), dimitió de su cargo ya en el exilio en 1945.
14. Giral, José, presidente de la República Española en el exilio (1945-47).