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8 El viaje de vuelta

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Normalmente, cuando vamos a algún lugar, tenemos después un viaje de vuelta. Pero, en este caso, la vuelta es el regreso al lugar donde viajaron. Y, como no podía ser de otro modo, lo que sucedió hará subir la temperatura.

El agua de la lluvia se deslizaba de manera constante por el parabrisas del coche mientras mantenía una lucha titánica por mantenerse dentro del carril, pues la intensidad de la tormenta hacía que dicha tarea se hiciera ardua y complicada.

Llevaba casi dos horas al volante tras haberse despedido de su pareja y haber emprendido su miniviaje de vuelta para recuperar esa gargantilla de oro que su mujer se había olvidado en la mesita de noche de aquel hotel.

Para follar, siempre se despojaba de los complementos que pudiera llevar alrededor del cuello. En una ocasión, con la excitación al máximo mientras estaba siendo penetrada desde atrás a la vez que sujetada del pelo, su marido tiró del colgante, con la mala suerte que lo rompió y un sinfín de bolitas y abalorios cayeron por el aseo del restaurante.

Estaba cerca ya de su destino cuando recordó esa aventura. Tras aminorar la velocidad, porque estaba entrando en el pueblo donde se habían alojado en aquella casa rural el fin de semana, se acarició la polla. Bajó la mano, la puso encima de su pantalón vaquero y ajustado y agarró todo el volumen que abarcaba su sexo.

Llegó al hotel pasados unos minutos.

—Buenas noches.

—Buenas noches. Veo que le ha gustado tanto la estancia que ha decidido volver —le dijo la chica de la recepción, mostrando una sonrisa divertida.

—Como le he comentado antes por teléfono, se trata de un objeto de mucho valor sentimental. Por eso he realizado tantos kilómetros para regresar. Además, el lugar es precioso, y no le sorprenderá que le diga que siempre es un placer estar aquí.

—Tenga la llave y la gargantilla. Estaba en la mesita de noche. Ah, y descanse, que ya le toca.

—Gracias —le dijo él, devolviéndole la sonrisa.

Subió a la misma habitación donde la noche pasada había estado con su esposa, atado de pies y manos mientras se dejaba recorrer todo su cuerpo al gusto de ella. Se desnudó, quedándose únicamente con el bóxer de licra de color azul cielo, se sentó y se apoyó en el cabecero de la cama. A su mente volvió el recuerdo del coche, el de aquella noche en los baños de ese restaurante donde estuvieron cenando con unos amigos y se perdieron un rato para follar salvajemente. Ella volvió a la mesa sin collar y sin bragas, y él, con ellas en el bolsillo.

Con los ojos cerrados, empezó a acariciarse por encima de la ropa interior. Al instante, se notó muy duro. Introdujo su mano derecha sin llegar a bajársela y se palpó los testículos. Suspiró.

Tras varios paseos por la zona, se bajó el bóxer hasta las rodillas, agarró su miembro totalmente erecto y empezó a masturbarse. Con una mano sujetándosela bien fuerte y deslizándola de abajo arriba, todavía quedaba espacio para la otra. Jadeando al ritmo de su propio baile, posó la mano libre sobre su escroto y lo agarró. Aceleró el ritmo y, con él, el corazón. Eyaculó. Se corrió con tal intensidad que el premio le llegó hasta la cara, dejando también restos sobre su pecho rasurado. Se sintió tan a gusto que se masajeó la piel, esparciendo así el líquido espeso y caliente recién derramado, hasta que se quedó dormido.

Por la mañana, se duchó y emprendió el camino de vuelta para devolverle a su amada la gargantilla que se había olvidado en la mesita de noche de aquella habitación de hotel mientras follaban, con él atado y sometido para disfrute de ella.

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