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4 La copa después del trabajo

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¿Nunca has notado esa tensión sexual con algún compañero o compañera de trabajo?

Igual hasta has rebasado la relación estrictamente profesional yendo a tomar alguna copa inocente al salir de la oficina. ¿O no fue tan inocente?

Hacía ya meses que esos compañeros de trabajo tonteaban, e incluso quedaban fuera de la oficina para evadirse de la rutina y el estrés. Esas quedadas solían consistir en cenas esporádicas en una pizzería cercana a la zona de ocio de la ciudad, seguidas de la ingesta de varias copas en algún local de esta.

En una de esas citas, mientras degustaban cada uno la bebida que habían escogido, se encontraron con una compañera de la oficina que también disfrutaba de una velada de fiesta en esa noche cálida de primavera. El hecho de que los saludara más afectuosamente de lo que habrían esperado, provocó que se plantearan la posibilidad de que quizá su relación no fuera tan secreta como ellos pensaban.

—¿Te has dado cuenta de la efusividad y la naturalidad con las que nos ha saludado Paula?, como si no le hubiera extrañado nada vernos juntos.

—O bien iba algo perjudicada, o bien se cree que estamos liados.

—Me da que las dos opciones son compatibles —le respondió ella con una sonrisa pudorosa.

—Entonces, seguro que toda la oficina debe pensarse que tenemos un lío.

—¿Y si fuera verdad? Quiero decir... ¿Y si les damos el gusto?

—Joder, qué morbo acabas de darme al decir eso.

—¡Qué bruto! —le respondió Raquel entre amplias carcajadas—, pero... qué calor acaba de entrarme. ¿Qué te parece si simulamos tener de verdad una relación cuando estemos trabajando? Para dar que hablar —añadió.

—Pues empecemos esta noche, para ir practicando.

Y dicho esto, ambos se acercaron en busca de los labios del otro, objetivo que no tardaron en alcanzar. Tras haber saboreado él el carmín rojizo impregnado en esos labios carnosos y jugosos y ella hacer lo propio con los de él, Raquel cogió de la mano a su nuevo amante ficticio y salieron del local en dirección a una pequeña discoteca que había cerca de allí. No se separaron en ningún momento y el contacto de sus labios fue constante durante toda la noche.

Pasadas un par de horas, cuando iban por la cuarta copa, ella le confesó mientras se besaban que alguna vez había soñado que estaban bailando en una discoteca y que él la masturbaba sutilmente por debajo del vestido.

—Ah, ¿sí? —le dijo él mientras introducía su mano en busca del sueño de Raquel.

—Mmm —jadeó ella a la vez que le devolvía con una sonrisa tan grato regalo.

—Pero en mi sueño me apartabas la ropa interior y lo hacías con más fuerza.

Ahí, Marc movió hacia la izquierda la delicada prenda, ya impregnada del deseo de Raquel, palpó con ímpetu el sexo de su pareja de baile y deslizó de abajo arriba su mano mojada. Ella la cogió tras un gemido casi inesperado y se la llevó a la boca sin apartar la mirada de sus ojos. Le lamió los dedos y volvió a bajarla hacia el lugar de donde venía.

—Yo también quiero de eso.

—Voy a darte otra cosa...

De manera disimulada, lo ayudó con una mano a desprenderse del tanga y lo colocó en la mano libre de su compañero de trabajo.

—Cuídalo bien. Tendrás que devolvérmelo.

Eso puso tan caliente a Marc que los paseos por el coño de Raquel subieron de intensidad. Con fuerza, siguió masturbándola, notando cómo lubricaba cada vez más en aquel rincón de la discoteca.

Pasados no más de cinco minutos, ella posó de golpe su mano encima de la de él y apretó con fuerza para controlar el orgasmo. Se corrió como lo había soñado más de una vez en esas noches húmedas de soledad.

Al día siguiente, en la oficina y aguantando como buenamente podían la resaca, Marc se acercó a la mesa de Raquel, quien justo estaba apoyada en una posición que le pareció muy sensual: de pie y dejando a la vista lo bonito que los vaqueros que llevaba le hacían el trasero.

—Creo que esto es tuyo. —Le dejó encima de la mesa, de manera disimulada, el tanga que la noche anterior había dado tanto juego.

—Ahora la llevas tú. Te toca tirar.

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