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11 Una de superhéroes

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Esta historia fue otro reto o petición que se le hizo al autor por parte de una de las cuentas más activas de su timeline.

De buena mañana, Senxy subió una foto bellísima en la que decía algo así como que le había apetecido vestirse con una prenda muy erótica y se sentía poderosa. Dicha cuenta sufrió acoso por parte de mentes moralmente encajonadas. Por ello, esta historia de superhéroes.

Como mujer, sabía perfectamente lo que era que la hicieran sentir inferior, a pesar de saber que no lo era. Para nada...

El hecho de sentirse y mostrarse libre, tal cual le apeteciera en el momento que fuera, suscitaba la rabia de quien anhelaba tener esa valentía y atrevimiento. La moral o falsa moral que habita en muchos seres todavía hoy, en pleno siglo xxi, pretende resucitar esa inquisición en forma de caza de brujas con un único objetivo: repudiar aquello que no son capaces de hacer ellos para sentirse libres y felices. La libertad escuece, y no tienen suficientes uñas para rascarse.

Y esa mañana, Senxy se despertó y se sintió poderosa.

Tumbada todavía en la cama, le vinieron multitud de ideas e imágenes a la cabeza. Era capaz de comerse el mundo. Y, vamos, que se lo habría comido, pero era una gélida mañana de un domingo y tampoco era plan de desaprovechar ese tiempo de cama bajo el edredón que tantos y buenos momentos había presenciado. Si el edredón pudiera hablar...

De entre todas las imágenes que corrían por su mente, una se paró. Se vio como superheroína, y entonces sí decidió levantarse. Todo superhéroe necesita su traje, atrezo o fetiche que de manera inconsciente o no le genere una energía a quien lo posee y le haga sentirse invencible. Y ella tenía el suyo.

Abrió el cajón y allí estaba. Elástico, como cualquier atuendo de Marvel pero mucho más poderoso. Negro, con rejilla y transparencias. Ajustado perfectamente a su espléndida figura y con sensuales aberturas para poder seducir a cuantos aspirantes se pusieran en su camino.

Se vistió con su supertraje y se sentó en la escalera de casa. Notó cómo por sus venas corría, además de sangre, un poder extranatural con tal fuerza que le produjo una excitación como nunca había sentido. Con el frío del mármol de los escalones combinado con el calor extremo que acababa de experimentar, no tuvo más remedio que dejar escapar algo del poder que poseía todo su ser y deslizar la mano derecha desde su cuello esbelto hacia sus pechos, donde sus pezones asomaban entre las pequeñas ranuras que formaban la rejilla del traje de superheroína. Con la otra, aprovechando que el uniforme disponía de una abertura en la parte de la entrepierna, empezó a masajear su sexo, obviamente húmedo de una manera más que considerable.

Se sentía en el cielo, por encima de todas aquellas almas que querían condenarla al infierno, y esa percepción la hacía masturbarse con más fuerza. Su mano deslizándose de arriba abajo estaba cada vez más empapada. Y el vello que estéticamente cubría y daba paso a su placer más absoluto se impregnaba de tan suculenta esencia que hacía la tarea mucho más fácil y agradable.

Se masturbó allí mismo. En la escalera de su casa. Con tanto ímpetu que, en el momento de correrse, todo su poder brotó, generando una onda expansiva que rebotó en la cabeza de todos aquellos que se habían tomado la licencia, de manera unilateral, de intentar ahogar su energía.

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático

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