Читать книгу Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático - El Vecino del Ático - Страница 8

6 Merecido descanso

Оглавление

¿Día duro? ¿Cansada al llegar de trabajar?

Qué mejor propuesta que disfrutar de un baño caliente y dejarse llevar.

¿Te vienes?

La vio entrar en casa, cansada, después de haber estado todo el día trabajando.

Tras decir nada más que un «Hola, cariño», se sentó en el sofá y se descalzó esos zapatos negros que usaba para ir a la oficina; planos y cómodos, aunque, después de tantas horas, poco quedaba de eso último.

Él le dio un beso en la mejilla y desapareció para dejarla descansar. Se dirigió al baño, cogió unas velas aromáticas y empezó a llenar la bañera con agua y espuma. Después, en la habitación, encendió esa luz tenue que usaban para ocasiones especiales y la acompañó con una barra de incienso con aroma a jazmín. Le encantaba el jazmín.

Cuando estuvo preparado el baño, fue a buscarla al salón, le ofreció la mano y la dirigió sin mediar palabra hacia allí. Al entrar, ella le regaló una mirada de sorpresa y agradecimiento.

—Desnúdate y disfruta. Te lo has ganado.

Se despojó de la camisa de color blanco y de los vaqueros ajustados. Poco a poco, estos últimos fueron deslizándose a través de sus piernas y dejaron ver unas braguitas negras que le hacían una figura muy sexi, cubriendo únicamente lo justo. Por último, el sostén a juego. Su noventa y cinco de pecho quedó a la vista de su pareja, quien solo le guiñó de manera pícara un ojo, se despidió y salió del lugar, preparado únicamente para el goce de ella.

Mientras ella disfrutaba del más que merecido descanso, fue a preparar la cena.

—Qué bien huele eso que haces —se escuchó a lo lejos. Cuando oyó que su mujer salía de la bañera, se precipitó para esperarla en la puerta del baño—. Qué bien me ha sentado, cariño. Gracias.

—Nada en comparación con lo que viene ahora. Ven a la habitación.

Al entrar en el dormitorio, le dio al play del equipo de audio y empezó a sonar música chill out.

—Túmbate

Lo hizo bocabajo, desnuda como estaba, y él se colocó encima de sus nalgas, aún ligeramente mojadas por el baño relajante que acababa de experimentar. Empezó a acariciarla de arriba abajo; muy suave, con sus manos grandes. Cogió un bote de lubricante para masajes, se las untó y prosiguió con lo que estaba haciendo. Cuello, hombros, espalda, piernas. Volvió a subir a las nalgas para detenerse allí y deleitarse. Presionó con fuerza y se perdió de vez en cuando en su entrepierna. Notaba cómo la humedad del baño había dado paso a la lubricación de la excitación. El sexo de ella estaba deseoso —podía notarse—, pero él seguía con calma.

Cuando le pareció el momento justo, dejó de amasarle los glúteos para masturbar ese sexo ya perfectamente lubricado.

—Me encanta —dijo ella, jadeando.

Apartó lo que pudo sus piernas e introdujo su cara entre ellas. La besó, deleitándose con el sabor maravilloso del coño agradecido de su esposa mientras esta alzaba las caderas en cada éxtasis de placer. La giró.

—¡Oh, Dios! ¡Cómo me gusta!

Él levantó un momento la mirada, que tenía desde hacía rato perdida dentro de su más recóndito secreto, y la miró. A los ojos. Fijamente. Y le regaló una sonrisa de medio lado. Ella se la devolvió, pero de manera fugaz. Lo agarró del pelo y redirigió su cabeza al mismo lugar de donde venía.

Las sensaciones que entraban por su sexo colisionaban directamente en su cerebro, generándole una serie de escalofríos que las devolvían hacia él; un circuito perfecto de placer. Aceleró el ritmo y le sujetó los muslos mientras su cara, por la presión que ella ejercía agarrándolo del pelo, se restregara a gusto de su dominadora. No tardó en que se corriera en su boca y se quedara con el sabor de su esposa como regalo.

La dejó disfrutando del momento de relajación bajo la luz tenue, acompañada de esa música que tanto le gustaba, y fue a preparar la mesa para cenar.

Pasaron veinte minutos cuando se escuchó:

—Cuando quieras, tienes la cena lista.

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático

Подняться наверх