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7 El despertar inconsciente

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El final de esta historia estuvo inspirado en un tuit de DesigCarnal, cuenta liberal y seguidora de las historias de EVdA desde los inicios. Y, por ello, este detalle de cortesía.

Se despertó sobresaltada cuando todavía la luz natural que debía colarse por las ranuras de la persiana de su dormitorio no había anunciado la llegada de un nuevo día.

Sudada y desnuda, a excepción de las bragas blancas y poco eróticas que la noche anterior había escogido al salir de la ducha, se incorporó sobre la cama y notó un escalofrío bajarle por la espalda.

En ese preciso instante, recordó lo que había estado soñando y, por acto reflejo, bajó su mano de golpe hasta introducirla por dentro de la ropa interior a la vez que se mordía la parte inferior del labio con su colmillo superior derecho. Una conexión neuronal o similar la transportó de nuevo al sueño, pero esta vez en un estado de seminconsciencia. Se encontraba entre despierta y consciente, entre dormida e inconsciente. Gemía y susurraba.

De cara a la pared, estaba siendo embestida por una polla totalmente erecta mientras sus manos se hallaban apoyadas por encima de su cabeza, haciendo de sujeción y para protegerse de posibles golpes. Tan real era lo que estaba sintiendo que se masturbaba con la misma intensidad que estaba siendo penetrada en su inconsciente.

Volvió a la realidad y alargó su mano libre hasta la mesilla de noche, donde tenía el teléfono. Tenía que llamarlo. Y lo hizo.

—Hola, preciosa. Qué madrugadora.

Él justo hacía cinco minutos que se había despertado con el sonido de la alarma que se había puesto para llegar a tiempo a la reunión de un viaje de trabajo.

—Estaba soñando que me follabas y, de repente, desaparecías. Me he despertado asustada y muy cachonda. Y, sin pensarlo, te he llamado.

—No te asustes. Has hecho bien en llamarme. ¿Estás mejor ya?

—Sí. Ahora solo estoy excitada —le respondió, sonriendo.

—Córrete para mí mientras me acaricio la polla.

Y ella, sin mediar palabra, siguió masturbándose, sumergiendo su mano en ese mar jugoso que habitaba entre sus piernas, transmitiendo únicamente suaves jadeos para hacerle saber a su pareja que estaba allí. Con él.

Explosionó. Contrajo todos los músculos de su cuerpo y se le erizó cada vello que pudiera tener.

—Te noto tan cerca que, con la distancia y todo, eres mi deseo carnal de siempre, el que hace que me estremezca con solo escucharte disfrutar.

—El deseo carnal no soy yo. Es el deseo que siento por ti.

—Esta noche seré tuyo. Te quiero.

—Con deseo, te espero.

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático

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