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9 La conferencia

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Como dijo la protagonista: «Día de hincar codos y clavar tetas».

Entre los seguidores de la cuenta de Twitter de El Vecino del Ático, en algunas ocasiones se crean interesantes y divertidas conversaciones, entre las cuales, alguna vez, se ha retado al autor a crear una historia inspirada en algún tuit o fotografía.

Esta en ocasión, fue GiselaGirl quien provocó la creatividad de este para personalizar un relato.

Sonó la alarma para despertarse. Como todos los días, la primera vez hizo caso omiso del sonido que salía del teléfono móvil que usaba para tan difícil tarea.

El smartphone que le daba los buenos días era también un fiel compañero con quien interactuaba para evadirse de la rutina diaria a través de una cuenta B; cuenta que además tenía bastante éxito en la red. Quién iba a decirlo de una profesional seria y de éxito. Posiblemente, hasta más de uno o una la habría visto por esos lares del ciberespacio sin tan siquiera imaginarse que la conocía.

Con la camiseta de dormir rosa y unas braguitas cómodas sin costuras —que, por cierto, le resaltaban un trasero muy agradable a la vista—, se levantó de la cama y se preparó su café, para después perderse mirando al frente hacia el horizonte. Se vistió con un pantalón vaquero de corte pitillo que le hacía una silueta muy estética; en parte, gracias a lo que ella solía denominar «su culazo», redondo y duro debido a la actividad física que realizaba de manera habitual. Además, era aficionada al deporte de contacto.

Azul. El color escogido para los vaqueros de ese día fue un azul con aspecto desgastado, acompañado de una blusa. Y como había empezado a hacer frío ya por las mañanas, tuvo la excusa perfecta para sacar sus botas de caña a media altura que tanto le gustaban.

Con la bata blanca, ya en su lugar de trabajo, le llegó una noticia que la dejaría todo el día nerviosa y excitada. Le habían propuesto que diera una conferencia delante de muchísima gente sobre eso que tanto le apasionaba: la salud. Así que, lo que quedó de día en el hospital, no paró de darle vueltas a la cabeza sobre cómo enfocar ese proyecto. Sabía que le daría trabajo, mucho, pero a la vez una enorme satisfacción personal.

Los nervios le producían excitación, y esa excitación la transportaba a su cuenta B, donde se dejaba llevar por sus más ardientes y recónditos deseos. Cada vez que iba al baño, se transformaba en su alter ego para ojear lo que sucedía por esa cara escondida de Internet; tres minutos de desconexión cerebral y de vuelta a sus obligaciones como buena profesional.

Una vez en casa, se puso cómoda. Se quitó la blusa y las botas y se sentó en aquel escritorio donde pasaba tantas horas leyendo historias sobre conflictos marciales. Combates a los que ella se refería como: «Esos en los que, antes de matar, hay que mirar a los ojos». Le apasionaba ese respeto que se respiraba antaño, incluso en los conflictos bélicos. Quizá, la afición que le profesaba a esa época era la razón por la que tenía una colección de varias armas en su casa, aun siendo una persona muy pacífica. Verla en ropa interior manejando su arco debía ser de las imágenes más sensuales que cualquier amante a la fotografía erótica pudiera contemplar.

Delante de ella había un espejo, y mientras empezaba a tomar apuntes y reunir notas para su conferencia, se miró. Vio esa sonrisa que siempre la acompañaba junto con sus labios carnosos y le apeteció darles luz, más si cabía, con un poco de carmín rojo, siendo este su color favorito. Se recogió el pelo, haciéndose una cola en la parte superior, sin dejar en ningún momento de estudiar; eso sí, con esas pausas necesarias por el estado de excitación que tenía, producido por la propuesta que le habían hecho horas antes en el hospital.

Allí estaba ella: emocionada y preparando su conferencia, con su larga melena rubia recogida, su sonrisa emanando pasión por el rojo y con un sostén negro con encajes y transparencias que dejaban ver las perfectas aureolas que envolvían sus más que apetecibles pezones.

Mientras iba leyendo, cogió del cajón un objeto cortante que tenía de colección, lo manoseó y lo giró sobre sí mismo. La ayudaba a concentrarse. Sin ser muy consciente y sin levantar la cabeza de sus notas, pasó ese objeto por entre sus pechos de manera suave, hasta que, con el movimiento, cortó la parte que unía las dos copas de la ropa interior, lo que hizo que se sobresaltara. Se vio a ella misma reflejada enfrente, con esos ojos azules haciendo un contraste perfecto con sus labios, la daga en su mano y el sostén cortado por ella, dejando al aire sus senos tersos y suaves.

Se excitó. Y mucho.

Con la mano libre, acarició uno de ellos y, seguidamente, la bajó para desabrocharse los pantalones. Sin dejar en ningún momento el objeto afilado, se desprendió de ellos. La ropa interior que esos vaqueros escondían iba a juego con la de arriba: encaje y transparencias en la parte delantera. Se veía ligeramente el poquito vello arreglado que allí reposaba.

Se acarició muy levemente con la punta fría, desde la braguita negra hasta el pecho derecho, y eso hizo que notara un escalofrío libidinoso. Dejó sobre la mesa el arma que sin querer la había puesto tan caliente e introdujo su mano en su sexo. Se encontró con el sostén roto, masturbándose delante del espejo y muy húmeda. Cerró los ojos y su imagen de delante desapareció.

En ese momento, le vino a la mente un relato que había leído de El Vecino del Ático esa mañana, estando en el baño del hospital. Se dejó llevar tanto por las palabras que hizo que se mordiera el labio, lo que le provocó un sutil dolor que la obligó a abrir los ojos y follarse con más fuerza y deseo. Levantó una pierna y la colocó encima de la mesa, dejando así espacio suficiente para disfrutarse a su antojo. Volvió a morderse la boca, esta vez queriendo, justo en el momento en el que echó la cabeza hacia atrás y dejó salir un jadeo extenso y sexual.

Se corrió. Entre sus pensamientos y sus notas.

Volvió a mirarse y sonrió. Se puso los pantalones y siguió con la preparación de esa conferencia que tantas emociones le había dado ese día.

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático

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