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Drogas, persecución, policía y sexo

¿Cómo dar a conocer a un autor que va a firmar su libro con un seudónimo antes de que su libro sea publicado? Pues había que crear una historia que tuviera todos los elementos para llamar la atención al máximo de personas posibles.

Aquí la primera historia en la red de El Vecino del Ático.

Drogas, policía, persecución y sexo. Vamos, un completo para un sábado cualquiera.

El sábado quedé con mi amigo —llamémoslo Mariano—, como tantas otras veces. Un tipo que, además de ser un investigador de laboratorio de bastante prestigio en su localidad, es aficionado a la agricultura ecológica y al consumo esporádico de marihuana. Se presentó con lo que era parte de su nueva cosecha: algo no sé qué hidropónico o similar. Vamos, un friki. La cosa es que sabe que yo paso de todo eso. Aun así, siempre que tiene cosecha nueva se empeña en enseñarme el resultado.

El caso es que se siente más que satisfecho y orgulloso. Dice que investiga por temas terapéuticos. Además, el hecho de jugar a ser Dios en una de las habitaciones de su casa, para con la climatología, lo hace sentirse poderoso. Eso y que quien la prueba, dice, roza el cielo.

Después de haber subido a mi casa, explicarme las cualidades de esas plantas ya secas y haberse dado el gusto de disfrutar del humo de uno de sus canutos —eso sí, en el balcón—, nos fuimos en mi coche con la idea de ir a tomar una cañita en una terraza del centro. Por suerte, conduje yo. O no, ya no sé... El muy imbécil, que alardea siempre de tener controlado el efecto de esa droga, sufrió lo que se conoce como una «pálida» o «blanca». Para quien no lo sepa, es cuando después de fumar aparece un bajón de tensión considerable. Así que me pidió que parara el coche de manera urgente. Con cara de fantasma, se bajó como pudo y se dirigió a una plaza cercana para meter la cabeza en la fuente.

Mientras el imbécil —o sea, mi amigo— se refrescaba como si de un can se tratara, yo vi cómo un coche de la Policía se acercaba a lo lejos por detrás. En ese momento, me acordé de lo que el gilipollas —pues no tenía mejor manera de llamarlo— había dejado en la guantera de mi coche: su puñetero experimento ecológico, la hierba. No se me ocurrió otra cosa que encender el motor y emprender la marcha de manera sutil; así, como disimulando. La patrulla, creo, se percató de la imagen del imbécil..., digo, de Mariano.

En la fuente me siguió, o al menos eso creí, así que decidí ir aumentando la velocidad, también como disimulando. Y, claro, los tipos que ocupaban el coche de la Policía, que ya sospechaban algo, también. Vamos, que sin saber bien cómo, me vi protagonizando una persecución por la ciudad al más puro estilo película policíaca. Estaba tan asustado por lo que llevaba en la guantera que solo pensaba en despistar a la Policía.

Llegué a las afueras, me metí en un camino sin asfaltar y, generando una nube de polvo, realicé un trompo para coger otro que estaba justo a noventa grados. Nunca lo había hecho antes. Bueno, ni tampoco ese día, porque me caí en un campo de manzanos y quedó el coche atrapado entre el camino y donde estaban los árboles frutales. Así que, en menos de una hora, estaba en la comisaría, acusado de posesión de sustancias prohibidas e intento de huida de la Policía.

Tras varias horas siendo interrogado, me dejaron solo en una sala mientras me pasaba de todo por la cabeza. De repente, pasó una mujer policía que se detuvo al verme, volvió a mirar y entró en la sala donde me encontraba.

—Yo te conozco —me dijo—. Eres el vecino del ático.

—¿Cómo? —le pregunté extrañado.

—Soy la vecina de enfrente, a la que miras cuando me cambio.

Ahí me quedé blanco. Solo me faltaba eso: una policía enfadada conmigo. Pero nada más lejos de la realidad.

—La verdad es que dejo que lo hagas —prosiguió—. Además, sé que me miras cuando juego. Y lo sé porque lo hago queriendo.

Total, que se sentó a mi lado, y cuando iba a entrar el policía que estaba interrogándome, le propuso que seguiría ella porque me conocía. Y empezó su interrogatorio:

—¿Te gusta mirarme?, ¿la ropa que uso?, ¿y la que no uso? —Todo eso mientras me acariciaba la mano. No daba crédito a lo que estaba sucediendo allí.

Mientras iba respondiendo a sus preguntas, notaba cómo la otra mano se desplazaba hasta mi entrepierna y me bajaba la cremallera. Allí estaba yo: en una comisaría y siendo masajeado por una mujer bellísima de uniforme mientras me encontraba detenido.

Colocó mi mano en su muslo y empezó a... Bueno, quizá ya es suficiente descripción.

—Quédate tranquilo —me dijo—. En nada te marchas para casa. Todo se arreglará con una multa y yo estaré en la ventana de enfrente. Espero verte al otro lado del cristal.

Y a mí solo se me ocurrió preguntar por mi coche.

Pero al llegar a casa, subí a la terraza de mi ático y esperé a que mi vecina policía apareciera, como había prometido.

Este texto fue publicado el 31 de octubre de 2019 en Twitter, y tiene en cuatro meses cerca de 40.000 visualizaciones. El objetivo fue dar a conocer la obra ¿Jugamos?

2

La extraña pareja

Con esta historia, empieza realmente la andadura del autor por las redes sociales. Concretamente, en Twitter, que es donde empezó publicando, en forma de hilos, sus historias eróticas. La originalidad y la comodidad de leerlos en ese formato haría que, poco a poco, ganara seguidores en la red.

El relato que viene a continuación se escribió en una escapada de fin de semana en pareja. En la playa; lugar perfecto para dejar volar la imaginación.

Salió de trabajar bastante estresada después de la acalorada discusión con su jefe. No quería permitirle acompañar a su hijo a la visita médica que tenía agendada desde hacía más de un mes.

Sin levantar apenas la mirada del suelo, se subió a la línea de tren que la dejaba cerca de su casa. Estaba a tope de pasajeros, pero tuvo la suerte de conseguir un asiento al lado de la ventana, y ese pequeño detalle la hizo respirar más aliviada.

En un momento dado, torció la cabeza hacia delante y justo en ese instante se cruzaron las miradas. Un tipo de unos treinta y cinco o cuarenta años, vestido con un traje oscuro y sujetándose a la barra del vagón para no perder el equilibrio, era el dueño de unos ojos que habían conseguido penetrar en ella. A Marta se le paró el tiempo y se le aceleró el corazón. Se pasó su parada y ni siquiera se dio cuenta. Tal fue la energía generada por aquellas miradas que el tipo del tren, solo con un gesto, la invitó a bajar en la siguiente parada.

Tampoco era la suya, pero no le importó. Se levantó y se dirigió a la puerta de salida. Detrás, el apuesto tipo de traje oscuro hizo lo mismo. En menos de un minuto, se encontraron esos perfectos desconocidos en una parada de tren, con únicamente unas ganas desmesuradas de conocerse. Se contemplaron con la misma energía que el momento del cruce de miradas en el tren, y ella solo supo decirle:

—Te queda genial el traje.

—A mí me gustaría saber cómo te queda lo que hay debajo del vestido.

Marta llevaba un vestido de color azul marino ajustado y de cuello redondo. Debajo de él, solo se veían unas medias negras y bastante transparentes. Sin más, se besaron. Se comieron la boca con lujuria en el mismo andén donde la extraña pareja había decidido dar fin a su viaje, en esa parada temporal que habían sufrido tras ese cruce de miradas.

Él le agarró las nalgas mientras saboreaba su lengua. Ella le cogió una mano y, sin mediar palabra, se dirigió a la cafetería de la estación, buscó los letreros y siguió las indicaciones que llevaban al baño. Entraron en el de señoras y, sin cerrar el pestillo y con la puerta entreabierta, ella volvió a buscar la boca de su amante. Le palpó la entrepierna hasta dar con la cremallera del pantalón y la bajó. Él hizo lo propio debajo del vestido y, por la pasión del momento, rompió esas medias eróticas que cubrían las piernas de Marta. Apartó el elástico de la ropa interior y la masturbó. Ella, deseosa como estaba, lo ayudaba con su mano, quedando las dos empapadas tras aquella intensa fricción. Después la cogió en sus brazos, por las nalgas, y la apoyó contra la pared. Como pudo, se cogió el pene y lo introdujo en el sexo húmedo de Marta, quien al oído le decía:

—Hazlo. Dámelo ya.

Él cumplió con las exigencias de ella y la embistió contra la pared hasta que notó cómo se estremecía mientras le pedía que terminara sobre ella. Al salir del pequeño habitáculo, una mujer que parecía estar rezando maldijo por lo que había estado escuchando. Se lavaron, sonrieron y quedaron para verse otra vez.

En ese momento, se despertó de la siesta y volvió a darse cuenta de que había estado soñando, otra vez, con el día en el que se conocieron. Hacía quince años de eso, y desde entonces eran compañeros de vida.

3

¿Me acompañas a la ducha?

EVdA, como enamorado del amor, siempre tiene una historia para cumplir en pareja. Porque el sexo sin compromiso está muy bien, pero cuando hay esa complicidad que hace que cualquier momento pueda transformarse en una historia de fantasía, sexo y pasión, es superior.

—¿Me acompañas a la ducha? —le dijo su esposa mientras iba caminando en dirección al baño a la vez que se desataba esa bata que él mismo le había regalado aquel sábado cualquiera, momento perfecto para hacer cualquier regalo. Era de un género suave, raso quizá, de color azul marino, y le llegaba hasta la altura de las rodillas.

A él solo le dio tiempo a verla de espaldas, y justo antes de que traspasara la puerta del baño, ella dejó caer la elegante prenda que cubría su bella y suave piel. Ahí ya reaccionó y, con decisión, se dispuso a seguir a su amada tras su más que implícita invitación.

Al entrar en el baño, se percató de que al lado de la bata yacía una braguita que casaba a la perfección con la tela que la cubría: mismo color y mismo tacto. Únicamente, un pequeño detalle blanco de encaje marcaba la diferencia entre una prenda y la otra. Sin necesidad de abrir la mampara, pues era transparente, pudo observar con nitidez a su esposa debajo del chorro del agua, acariciando este su pelo, y cómo las gotas que se perdían de forma rebelde se deslizaban por el cristal.

Avanzó. Avanzó tras despojarse de la poca ropa que llevaba, pues, al igual que su pareja, había empezado tal acción por el pasillo de la vivienda. Así, la sexi y sugerente ropa interior de ella pasaba a tener la compañía de un bóxer negro y elástico. En cuanto entró para compartir espacio con su esposa, recibió de ella un beso en los labios que él correspondió, y tras la aceptación de su mujer, dicho beso se transformó en un intercambio de fluidos.

Ella se apartó de su esposo. Lo miró a los ojos y, agarrándolo de las caderas, lo obligó a dar un giro de ciento ochenta grados, colocándolo así de cara a la pared, justo debajo de la lluvia artificial y delante del espejo de tamaño mediano que él mismo colocó cuando reformaron el baño. Se enjabonó la mano derecha con el culito de jabón que quedaba en el bote, ese de color rosa que ella escogió por el olor fresco y a rosas, y le agarró la polla con tanta decisión que hizo que él se sobresaltara por un instante. Traspasó el jabón de su mano a la entrepierna de su compañero acuático y le masajeó primero los huevos y, posteriormente, todo el largo y grueso de su verga, dura y venosa al máximo.

Él la miraba en el espejo. Ella contemplaba su reflejo en este. Él veía su cara pícara, disfrutando al darle placer. Ella se deleitaba con el goce en la mirada de su esposo en cada paseo de su mano recorriendo su polla.

Apoyado con una mano en la pared, tensionó las nalgas y descargó todas sus ganas, entremezclándose estas con el agua que corría.

—Guaaauuu, cariño.

—Feliz cumpleaños. —Sin más explicaciones, ella salió de la ducha y dejó allí a su marido. Le regaló una sonrisa y le dijo—: Recuerda que esta noche hemos quedado. Esto solo ha sido un anticipo.

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático

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