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Capítulo 4 Propósito de Dios para la obra de publicaciones
ОглавлениеDebemos revelar la hermosura del carácter de Cristo.–Una apariencia de riqueza o alta posición, la arquitectura o los muebles costosos, no son esenciales para el adelantamiento de la causa de Dios; como tampoco lo son las empresas que provocan los aplausos de los hombres y fomentan la vanidad. El fasto del mundo, por imponente que sea, no tiene valor ante Dios.
Aunque es nuestro deber buscar la perfección en las cosas externas, hay que recordar constantemente que no es el blanco supremo. Dicho deber debe quedar subordinado a intereses más altos. Más que lo visible y pasajero, aprecia Dios lo invisible y eterno. Lo visible no tiene valor sino en la medida en que es expresión de lo invisible. Las obras de arte mejor terminadas carecen de belleza comparable con el carácter resultante de la operación del Espíritu Santo en el alma...
Nuestras instituciones darán carácter a la obra de Dios en la medida en que sus empleados se consagren a esta obra de todo corazón. Lo lograrán al dar a conocer la potencia de la gracia de Cristo para transformar la vida (JT 3:145).
Debemos demostrar los principios cristianos.–No nos toca publicar simplemente una teoría de la verdad, sino presentar una ilustración práctica de ella en nuestro carácter y en nuestra vida. Nuestras casas editoras deben ser para el mundo una encarnación de los principios cristianos. En estas instituciones, si se logra el propósito de Dios al respecto, Cristo mismo encabeza el personal. Los ángeles santos vigilan el trabajo en cada departamento. Todo lo que se hace en ellas lleva el sello del cielo, y demuestra la excelencia del carácter de Dios...
Dios desea que la perfección de su carácter se advierta aun en los trabajos mecánicos. Desea que pongamos en cuanto hagamos para su servicio la exactitud, el talento, el tacto y la sabiduría que exigió cuando se construía el santuario terrenal. Desea que todos los asuntos tratados para su servicio sean tan puros, tan preciosos a sus ojos como el oro, el incienso y la mirra que los magos de Oriente trajeron en su fe sincera y sin mácula al niño Jesús.
Así es como, en sus asuntos comerciales, los discípulos de Cristo deben ser portaluces para el mundo (JT 3:143, 144).
Hermano mío [un redactor], ¿cuándo aprenderá usted esta lección? No son las casas, las tierras, los carruajes, los muebles caros ni la ostentación exterior lo que hacen que una persona se encuentre en una posición elevada en presencia de un Dios santo y de los ángeles ministradores. Dios mira el corazón. Él lee cada propósito de la mente. Conoce los motivos que impulsan a la acción. Lee entre las líneas de texto enviadas afuera. Puede distinguir entre lo verdadero y lo falso. Coloca su sello sobre las obras que se hacen y los libros que se escriben con humildad y contrición de corazón. Valora la sinceridad y la pureza de principios por encima de todo lo demás (Carta 3, 1901).
Testigos de la verdad.–“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová”, para “publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel, a promulgar año de la buena voluntad de Jehová, y día de venganza del Dios nuestro” (Isa. 43:10; 61:1, 2).
Nuestra obra de publicaciones se estableció según las instrucciones de Dios y bajo su dirección especial. Fue fundada para alcanzar un objetivo preciso. Los adventistas del séptimo día han sido elegidos por Dios como pueblo particular, separado del mundo. Con el gran instrumento de la verdad, los ha sacado de la cantera del mundo y los ha relacionado consigo. Ha hecho de ellos representantes suyos, y los ha llamado a ser sus embajadores durante esta última fase de la obra de salvación. Les ha encargado que proclamen al mundo la mayor suma de verdad que se haya confiado alguna vez a seres mortales, las advertencias más solemnes y terribles que Dios haya enviado alguna vez a los hombres. Y nuestras casas editoras se cuentan entre los medios más eficaces para realizar esta obra.
Estas instituciones deben ser testigos de Dios y enseñar la justicia al mundo. La verdad debe resplandecer sobre ellas como una antorcha. Deben emitir constantemente en las tinieblas del mundo rayos de luz que adviertan a los hombres los peligros que los exponen a la destrucción, y parecerse así a la poderosa luz de un faro edificado en una costa peligrosa (JT 3:140).
Cada institución que lleva el nombre de adventista del séptimo día debe ser para el mundo lo que José fue en Egipto, y Daniel y sus compañeros en Babilonia. En la providencia de Dios, estos hombres fueron hechos cautivos para que llevaran a las naciones paganas el conocimiento del Dios verdadero. Tenían que ser representantes de Dios en nuestro mundo. No debían transigir con las naciones idólatras con las que habían sido puestos en contacto, sino que debían permanecer leales a su fe, llevando como honor especial el nombre de adoradores del Dios que había creado los cielos y la tierra (T 8:153).
A medida que nuestra obra se ha ido extendiendo y las instituciones se han ido multiplicando, el propósito que Dios tuvo para establecerlas sigue siendo el mismo. Las condiciones para obtener prosperidad no han cambiado (T 6:224).
Los instrumentos designados por Dios.–La Editorial Echo [casa editora australiana, Melbourne] es el instrumento designado por Dios, sobre el que ejerce un constante cuidado vigilante. El Señor me ha revelado que entre los obreros no ha existido conciencia de la condición sagrada de este importante centro; no han comprendido que es una institución que pertenece a Dios por su propia elección y que tiene la misión de realizar la obra indispensable para esa parte del mundo, con el fin de preparar a un pueblo que permanezca firme en el gran día del Señor...
El Señor llama a los hombres que están relacionados con las cosas sagradas a ser tan firmes como el acero a su obra y a la causa de Dios. Sus medios deben ocupar el primer lugar en sus pensamientos y planes; deben cuidarse como asunto sagrado. Los colaboradores de Dios deben usar para él hasta el último ápice de las habilidades y los conocimientos a ellos confiados...
El enemigo actúa lentamente y con cautela si ve que esto estorbará el progreso de la obra. A veces la moderación ha sido un pecado de incredulidad. Pero cuando él ve que la demora perjudicará sus planes, crea circunstancias que al parecer hacen necesario actuar con premura y sin la debida consideración...
La obra no es nuestra sino del Señor, por lo que nadie debe desfallecer. Los ángeles se preocupan constantemente de la obra... El enemigo procura utilizar todo recurso que pueda incapacitar esta institución. Procura convertirla en algo común por medio de los obreros que Dios relaciona con ella. Cuando los obreros sean enseñados a considerar este gran centro como una institución relacionada con Dios y bajo su supervisión, cuando comprendan que es un canal por el que debe comunicarse luz del cielo al mundo, entonces le demostrarán gran respeto y reverencia. Cultivarán y manifestarán hacia ella los mejores pensamientos y los sentimientos más nobles, para que las inteligencias celestiales puedan colaborar con los seres humanos.
Cuando los obreros comprendan que están en presencia de ángeles, cuyos ojos son demasiado puros para contemplar la iniquidad, aplicarán las restricciones más fuertes a sus pensamientos, palabras y acciones. Recibirán fortaleza moral; porque el Señor dice: “Honraré a los que me honran” [1 Sam. 2:30]. Cada obrero tendrá una experiencia preciosa, y un poder y una fe que son más fuertes que todas las circunstancias. Podrán decir: “El Señor está en este lugar” [Gén. 28:16]. Los ángeles de Dios estarán en cada sección de la casa editora, y en cada oficina circulará el poder de una vida interior. Habrá en la vida de los obreros un poder que se sentirá en toda la institución.
Hermanos, tienen que elevarse más alto en su servicio. La casa editora no debe considerarse un negocio común. Todos los que reconocen a Dios en sus canales designados, que actúan como fieles mayordomos en cualquier lugar donde puedan servir a Dios, serán honrados por él...
¿Obedecerán estas cosas todos los que trabajan en nuestras instituciones? El Señor no ve en la forma como el hombre ve. Mira debajo de la superficie. Mira la mente, en la que se originan todas nuestras acciones. Él nota especialmente todo lo que glorifica su nombre ante la gente (Carta 27, 1896).
La imprenta, medio poderoso para difundir la luz.–La prensa es un poderoso medio para mover los entendimientos y el corazón. Los hombres mundanos se valen de la prensa para aprovechar toda ocasión de difundir entre el público literatura ponzoñosa. Si quienes están impulsados por el espíritu del mundo y de Satanás se esfuerzan con ahínco para propagar libros, folletos y periódicos de índole corruptora, ustedes deben ser aún más tenaces en ofrecer a las gentes lecturas de carácter enaltecedor y salvador.
Dios ha otorgado a su pueblo valiosas ventajas en la prensa, la que, combinada con otros agentes, difundirá con éxito el conocimiento de la verdad. Folletos, periódicos y libros, según la ocasión lo requiera, deben distribuirse por todas las ciudades y aldeas de la tierra. Aquí hay obra misionera para todos.
Debe prepararse, en esa rama de la obra, a hombres que sean misioneros y distribuyan publicaciones. Han de ser hombres de aspecto simpático y trato afable, que no inspiren repugnancia ni den motivo para que los rechacen. Es una obra que, cuando es necesario, exige todo el tiempo y las energías de quienes se dediquen a ella. Dios ha confiado gran luz a sus hijos, no para ellos solos, sino para que sus rayos iluminen a los que están sumergidos en las tinieblas del error.
Como pueblo no están haciendo ni la vigésima parte de lo que se podría hacer en la propagación del conocimiento de la verdad. Se puede lograr muchísimo más por medio del predicador vivo acompañado de periódicos y folletos, que por la predicación de la sola palabra sin publicaciones impresas. La prensa es un eficacísimo instrumento que Dios ha ordenado que se lo combine con las energías de la palabra viva, con el fin de predicar la verdad a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Hay muchos con quienes sólo es posible ponerse en comunicación por medio de la prensa. (NB 240, 241).
La página impresa y la palabra hablada.–La verdad debe ser publicada en forma mucho más extensa de lo que lo ha sido hasta ahora. Debe ser definida en rasgos claros y precisos delante de la gente. Debe ser proclamada con argumentos breves pero concluyentes, y deben hacerse planes para que cada reunión en que la verdad ha sido presentada a la gente, sea seguida por la distribución de folletos. Hoy por hoy puede verse la necesidad de regalarlos, pero serán un poder para el bien, y nada se perderá.
Los discursos dados en el púlpito serán mucho más eficaces si se hace circular material impreso para educar a los oyentes en las doctrinas de la Biblia. Dios hará que muchos estén dispuestos a leer, pero habrá muchos también que se rehusarán a ver u oír algo sobre la verdad presente. Pero no debemos ni aun pensar que estos casos están fuera de toda esperanza, pues Cristo está atrayendo a muchas personas hacia sí... Deben avanzar con sus manos llenas con la debida clase de material de lectura y el corazón lleno del amor de Dios (Ev 120, 121).
La palabra predicada sola es casi infructífera.–En la reunión celebrada en Roma, Nueva York, el domingo 12 de septiembre de 1874, varios predicadores dirigieron la palabra a numerosos y atentos auditores. A la noche siguiente soñé que un joven de noble aspecto entraba en el aposento en donde yo me hallaba inmediatamente después de pronunciar mi discurso. El joven me dijo:
“Has llamado la atención de las gentes a importantes asuntos, que para muchos son nuevos y curiosos. A algunos de los oyentes les han interesado muchísimo. Los obreros han hecho en palabra y doctrina cuanto han podido para exponer la verdad; pero si no aumentan los esfuerzos para fijar en las mentes las impresiones recibidas, obtendrán escaso fruto de la labor. Satanás tiene listos muchos atractivos para cautivar las mentes; y los cuidados de esta vida y la falacia de las riquezas concurren para ahogar la semilla de la verdad sembrada en el corazón.
“En todo esfuerzo similar al que están haciendo ahora, se obtendrían resultados mucho más eficaces si dispusieran de páginas impresas apropiadas listas para la circulación y la lectura. Repártanse gratuitamente, a los que quieran aceptarlos, folletos que traten de puntos importantes de la verdad relacionada con los tiempos actuales. Sembrarán junto a todas las aguas...
Donde el trabajo y los recursos producen los mejores resultados.–“Aquí tenemos verdadera obra misionera en qué invertir trabajo y recursos con los mejores resultados. Ha habido demasiado temor de correr riesgo, de moverse sólo por fe y de sembrar junto a todas las aguas. Se han presentado ocasiones que no se han aprovechado para obtener los máximos resultados. Los hermanos han tenido demasiado temor de aventurarse. La verdadera fe no es presunción, pero se arriesga mucho. Es preciso que en las publicaciones se exponga sin tardanza la luz preciosa y la verdad poderosa” (NB 241).
La imprenta y oportunidades sin precedentes.–En estos días de viajes, las oportunidades de relacionarse con los hombres y mujeres de todas las clases y de muchas nacionalidades son mucho mayores que en los días de Israel. Las redes de tránsito se han multiplicado por millares. Dios ha preparado maravillosamente el camino. Los recursos de la prensa, con sus múltiples facilidades, están a nuestras órdenes. La Biblia y las publicaciones en muchos idiomas, que presentan la verdad para este tiempo, están a nuestra disposición, y pueden ser rápidamente llevadas a todas partes del mundo.
Tenemos que dar la última amonestación de Dios a los hombres, y ¡cuánto no debería ser el fervor que manifestemos en estudiar la Biblia, y el celo que revelemos en esparcir la luz! (Ev 509).
Hay que actuar con rapidez para presentar la verdad mediante las publicaciones.–El Señor ha mostrado el error de muchos al esperar que sólo los que tienen propiedades sostengan la publicación del periódico y de los folletos. Todos deben desempeñar su parte. Los que tienen fuerza para trabajar con las manos, y ganan recursos con qué ayudar a sostener la causa, son tan responsables por ello como lo son otros por sus propiedades. Cada hijo de Dios, que profesa creer la verdad presente, debe ser celoso para desempeñar su parte en esta causa...
Vi que la verdad debe avanzar y que no debemos ser demasiado temerosos; que es preferible que los folletos y los periódicos lleguen a tres personas que no los necesiten más bien que dejar privada de ellos a una persona que los apreciaría, y podría ser beneficiada por ellos. Vi que las señales de los últimos días deben recalcarse claramente, pues las manifestaciones de Satanás van en aumento. Las publicaciones de Satanás y sus agentes van creciendo; su poder también crece, y lo que hagamos para presentar la verdad a otros debe ser hecho prestamente (PE 95, 96).
Hay que enviar publicaciones en todos los idiomas.–Predicar el mensaje de advertencia a todas las naciones, tal debe ser el objeto de nuestros esfuerzos. Se preparará el camino para que el obrero fiel trabaje en todo tiempo y ocasión por la conversión de las almas. Sobre todos los que han recibido la palabra de Dios descansa la responsabilidad de llevar a cabo esta obra. De ciudad en ciudad, y de país en país, deben llevar las publicaciones que contienen la promesa del pronto regreso del Salvador. Estas publicaciones deben traducirse a todos los idiomas; porque el evangelio debe predicarse en todo el mundo. Cristo promete a cada obrero la eficiencia divina que proporcionará el éxito a su trabajo.
Hay demasiada vacilación en los asuntos de nuestras instituciones; demasiado amor a la comodidad. La comisión de Cristo ha de llevarse a cabo al pie de la letra. El pueblo de Dios ha de consagrarle a él sus medios y sus aptitudes. Los fieles soldados de la cruz de Cristo han de salir fuera del campamento, llevando el reproche y siguiendo la senda de la abnegación hollada por el Redentor (RH, 9 de febrero de 1905).
Hay gran necesidad de hombres que sepan sacar el mejor partido posible de la prensa con el fin de que la verdad reciba alas para volar a toda nación, lengua y pueblo (OE 25).
El mensajero silencioso es su único predicador.–Se me mostró que ahora la verdad, una vez publicada, subsistirá, porque es la verdad para los últimos días; vivirá, y en el futuro será menos lo que se necesitará decir al respecto. No es necesario poner innumerables palabras en el papel para justificar lo que habla por sí mismo y resplandece en su claridad. La verdad es directa, clara, sencilla, y se destaca audazmente en su propia defensa; pero no sucede así con el error. Este es tan tortuoso que necesita multitud de palabras para explicar sus ideas torcidas. Vi que toda la luz que se había recibido en algunos lugares provenía de la revista; que ciertas almas habían aceptado la verdad de esta manera,16 y luego habían hablado de ella a otros; y que ahora en lugares donde había varios, estos habían sido suscitados por el mensajero silencioso. Era su único predicador. Por la falta de recursos, la causa de la verdad no debe ser estorbada en su marcha hacia adelante (PE 96).
Las publicaciones llenas con la verdad determinan en general el poder de la iglesia.–El poder y la eficiencia de nuestra obra dependen mayormente del carácter de las publicaciones que salgan de nuestras prensas. Por lo tanto, debe ejercerse gran cuidado en la selección y preparación del material que ha de ir al mundo. Se necesita la mayor precaución y discriminación. Deben dedicarse nuestras energías a la publicación de impresos de alta calidad, pureza y carácter elevado. Nuestros periódicos deben salir cargados de la verdad que tiene un interés vital y espiritual para la gente.
Dios ha puesto en nuestras manos un estandarte sobre el cual está escrito: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). Este es un mensaje distinto y separador, un mensaje que se dará en forma certera. Debe apartar a la gente de las cisternas resquebrajadas que no contienen agua y llevarla a la inagotable Fuente del agua de la vida (JT 3:151).
Pongamos en alto las exigencias de la ley de Dios.–Nuestras imprentas deben rehabilitar las pisoteadas exigencias de la ley de Dios. Frente al mundo, como instrumentos de reforma, deben mostrar que la ley de Dios es el fundamento de toda reforma duradera. Deben hacer comprender clara y distintamente la necesidad de obedecer a todos sus mandamientos. Constreñidas por el amor de Cristo, deben trabajar con él para reedificar las ruinas antiguas y restaurar los cimientos de muchas generaciones. Deben reparar los portillos, restaurar las sendas. Por su testimonio, el sábado del cuarto mandamiento debe presentarse como un testimonio, como constante recuerdo de Dios, que llame la atención y suscite preguntas que dirijan la mente de los hombres hacia su Creador (JT 3:141).
Debemos colaborar en la predicación del mensaje del tercer ángel.–Nunca se olviden de que estas instituciones [imprentas] deben cooperar con el ministerio de los delegados celestiales. Se encuentran entre los medios de propaganda representados por el ángel que volaba “por en medio del cielo... que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apoc. 14:6, 7).
Son de nuestras casas editoras de donde ha de salir esta terrible denuncia: “¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!, porque ha dado de beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación” (vers. 8).
Están representadas por el tercer ángel que les siguió, “diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe su marca en su frente o en su mano, éste también beberá del vino de la ira de Dios” (vers. 9, 10; TI 7:136, 137; ver también MS 2:133-135).
Presentemos con claridad los temas del gran conflicto.–El gran conflicto que Satanás hizo estallar en los atrios celestiales terminará antes de mucho. Pronto todos los habitantes de la tierra se habrán decidido en favor o en contra del gobierno del cielo. Como nunca antes, Satanás está desplegando su potencia engañosa para seducir y destruir a toda alma que no está precavida. Se nos ordena invitar a los hombres a que se preparen para los acontecimientos que los esperan. Debemos advertir a los que se hallan expuestos a una destrucción inminente. El pueblo de Dios debe desplegar todas sus fuerzas para combatir los errores de Satanás y derribar sus fortalezas. Debemos explicar en el mundo entero, a todo ser humano que quiera escucharnos, los principios que están en juego en esa gran lucha, principios de los cuales depende el destino eterno de las almas. Debemos preguntar a todos solemnemente: “¿Sigue usted al gran apóstata en su desobediencia a la ley de Dios, o al Hijo de Dios, quien declara: ‘He guardado los mandamientos de mi Padre’ [Juan 15:10]?”
Tal es la tarea que está delante de nosotros. Para cumplirla han sido establecidas nuestras casas editoras. Esta es la obra que el Señor desea ver realizarse por sus esfuerzos (JT 3:143).
Cumplamos las responsabilidades del “otro ángel”.–Es también, en gran medida, por medio de nuestras imprentas como debe cumplirse la obra de aquel otro ángel que baja del cielo con gran potencia y alumbra la tierra con su gloria.
La responsabilidad que recae sobre nuestras casas editoras es solemne. Los que dirigen estas instituciones, los que redactan los periódicos y preparan los libros, alumbrados como están por la luz del plan de Dios y llamados a amonestar al mundo, son tenidos por responsables del alma de sus semejantes. A ellos, como a los predicadores de la Palabra, se aplica el mensaje dado antaño por Dios a su profeta: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por sus pecados, mas su sangre yo la demandaré de tu mano” (Eze. 33:7, 8).
Nunca se ha aplicado este mensaje con tanta fuerza como hoy (JT 3:142).
Debemos establecer nuevos centros misioneros.–Nuestras casas editoras son centros establecidos por Dios. Por su medio debe realizarse una obra cuya extensión no conocemos todavía. Dios les pide su cooperación en ciertos ramos de su obra que hasta ahora les han sido ajenos.
Entra en el propósito de Dios que a medida que el mensaje penetre en campos nuevos, se continúe creando nuevos centros de influencia. Por todas partes, sus hijos deben levantar monumentos del sábado que es entre él y ellos la señal de que él los santifica. En los campos misioneros deben fundarse casas editoras en diversos lugares. Dar carácter a la obra; formar centros de esfuerzos e influencia; atraer la atención de la gente; desarrollar los talentos y las aptitudes de los creyentes; establecer un vínculo entre las nuevas iglesias; sostener los esfuerzos de los obreros y darles medios más rápidos de comunicarse con las iglesias y de proclamar el mensaje; tales son, entre muchas otras, las razones que abogan en favor del establecimiento de imprentas en los campos misioneros.
Las instituciones ya establecidas tienen el privilegio, aún más, el deber, de tomar parte en esta obra. Estas instituciones han sido fundadas por la abnegación y las privaciones de los hijos de Dios y el trabajo desinteresado de los siervos del Señor. Dios desea que el mismo espíritu de sacrificio caracterice estas instituciones, y que ellas a su vez contribuyan al establecimiento de nuevos centros en otros campos.
Una misma ley rige las instituciones y a los individuos. Ellas no deben concentrarse en sí mismas. A medida que una institución se vuelva estable y desarrolle su fuerza e influencia, no debe tratar constantemente de asegurarse nuevas y mejores instalaciones. Para cada institución, como para cada individuo, es un hecho que recibimos para poder impartir. Dios nos da para que podamos dar. En cuanto una institución alcance un grado suficiente de desarrollo, debe esforzarse por acudir en auxilio de otras instituciones de Dios que tienen mayores necesidades...
El Señor retraerá sus bendiciones de cualquier ramo de su obra donde se manifiesten intereses egoístas; pero en el mundo entero dará anchura a su pueblo si éste aprovecha sus beneficios para elevar a la humanidad. Si aceptamos de todo corazón el principio divino de la benevolencia, si consentimos en obedecer en todo a las indicaciones del Espíritu Santo, tendremos la experiencia de los tiempos apostólicos.
Entrenamiento para el servicio misionero.–Nuestras instituciones deben ser agencias misioneras en el sentido más completo de la palabra, y el verdadero trabajo misionero empieza siempre por los más cercanos. Hay trabajo misionero que realizar en cada institución. Desde el director hasta el más humilde obrero, todos deben sentir su responsabilidad para con los inconversos que haya en su medio. Deben poner por obra los esfuerzos más celosos para traerlos al Señor. Como resultado de tales esfuerzos, muchos serán ganados y llegarán a ser fieles y leales en el servicio a Dios.
A medida que nuestras casas editoras tomen a pecho la obra en los campos misioneros, verán la necesidad de proveer una educación más amplia y completa a sus obreros. Comprenderán el valor de las ventajas que poseen para realizar esta tarea, y sentirán la necesidad de formar obreros capacitados no sólo para mejorar las condiciones de trabajo en sus propios talleres, sino también para ofrecer ayuda eficaz a las instituciones fundadas en campos nuevos.
Dios desea que nuestras casas editoras sean buenas escuelas, tanto para la instrucción industrial y comercial como en las cosas espirituales. Los directores y obreros deben recordar constantemente que Dios exige la perfección en todos los que se relacionan con su servicio. Comprendan esto todos los que entran en nuestras instituciones para recibir instrucción. Den a todos ocasión de adquirir la mayor eficiencia posible y de familiarizarse con diferentes ramos de trabajo. De esta manera, si son llamados a otros campos, tendrán una preparación completa para llevar varias responsabilidades.
Los aprendices deben formarse de tal manera que después de haber pasado en la institución el tiempo necesario, puedan desempeñar inteligentemente en otra institución los diferentes trabajos de imprenta, dar impulso a la causa de Dios por el empleo juicioso de sus energías y comunicar a otros los conocimientos recibidos.
Todos los obreros deben comprender que no sólo han de prepararse para los ramos comerciales, sino también para llevar responsabilidades espirituales. Comprenda cada obrero la importancia que tiene la comunión personal con el Señor, la experiencia personal de su potencia para salvar. Sean todos ellos educados como lo eran los jóvenes que frecuentaban las escuelas de los profetas. Sea su mente amoldada por Dios mediante los recursos que él mismo proveyó. Todos deben ser instruidos en las cosas de la Biblia; deben estar arraigados y fundados en los principios de la verdad, con el fin de permanecer en el camino del Señor para obrar en él con justicia y discernimiento.
Realícense todos los esfuerzos posibles para despertar y estimular el espíritu misionero. Es necesario que los obreros tengan un sentido del alto privilegio que Dios les concede de ayudarlos en esta última obra de salvación. Aprenda cada uno a trabajar para salvar a sus semejantes donde se encuentre; aprendan todos a buscar en la Palabra de Dios instrucción en todos los ramos del esfuerzo misionero. Entonces, a medida que la Palabra de Dios les sea comunicada, proporcionará a su mente sugerencias para trabajar de modo que obtengan para el Señor los mejores frutos de todas las partes de su viña (JT 3:146-149).
Instituciones misioneras con espíritu misionero.–En la providencia de Dios tenemos instituciones establecidas entre nosotros para promover la promulgación de la verdad, pero no alcanzan el grado de eficiencia que podrían obtener si los obreros fueran enteramente consagrados a Dios...
Estos instrumentos son instituciones misioneras. El Señor desea que sean una potencia en favor del bien; y si todos los que están conectados con ellas son consagrados, si son mansos y humildes de corazón, Cristo les dará lecciones muy valiosas en su escuela. Nuestras instituciones que se ocupan de la salud, nuestras casas editoras, nuestros colegios, todos debieran trabajar en armonía para llevar a cabo el propósito de Dios; y todo lo que se relaciona con las instituciones debiera tender hacia una reforma. Los mensajeros y auxiliares debieran poseer el verdadero espíritu misionero como principio permanente, que se manifiesta cada día; porque se encuentran en un campo que requiere la clase más elevada de trabajo misionero. Nuestras instituciones, debidamente dirigidas, ejercerán una abarcadora influencia, y si los administradores y obreros son cristianos, serán luces brillantes (Carta 74, 1896; SpTMWI 3, 4).
Sigamos las normas divinas y no las mundanas.–Se me mostró que la obra de publicaciones se dispuso y estableció bajo la supervisión especial de Dios. Los que están relacionados con esta obra, también deben estar bajo la supervisión de Dios; si no fuera así, se establecería un orden de cosas enteramente contrario a la luz de su palabra. Los que confían en su propia sabiduría harán planes para llevar a cabo sus ideas especiales. Esto producirá resultados desfavorables para el progreso de la causa de Dios. Hay quienes se dedican a modelar y configurar las cosas siguiendo su propio juicio pervertido, cuando ha sido claramente revelado que sus propios corazones deben ser ablandados y disciplinados bajo la influencia controladora de Dios. ¿Cómo podría ser seguro permitir que tales hombres ejerzan control sobre nuestras decisiones?
Una gran obra corre el riesgo de ser desfigurada y afeada por los planes humanos. Está en peligro de ser deformada por hombres que no han colocado su fundamento sobre la Roca eterna. Pueden considerar que algunas cosas están bien y que otras están totalmente mal, siguiendo las influencias que obran sobre ellos con respecto a la obra. Su visión espiritual defectuosa los induce a adoptar una línea de conducta que deja a Dios al margen de sus planes. Se apropian de ideas promovidas por hombres que no han sobrellevado cargas en los comienzos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
La obra de Dios se desfiguraría si se dejara en manos de hombres que razonan guiados por su propio juicio. El orgullo interviene y rasgos de carácter que no corresponden al carácter de Dios dejan su estampa en la obra. Las normas administrativas humanas se consideran sabias, mientras que las normas divinas, peculiares a los ojos del mundo, se estiman como necedad. Así se dejará una marca en la obra que no parecerá objetable, pero que de todos modos recibirá la desaprobación de Dios (Carta 26, 1899).
Una institución entre otras.–Dios obra por medio de instrumentos, o segundas causas. Él emplea el ministerio evangélico, la obra médica misionera y las publicaciones que contienen la verdad presente para impresionar los corazones. Todos estos elementos adquieren eficacia por medio de la fe. Cuando la verdad es escuchada o leída, el Espíritu Santo la graba profundamente en los que escuchan y leen con un ferviente deseo de conocer lo que es recto. El ministerio evangélico, la obra médica misionera y nuestras publicaciones son los instrumentos de Dios. Ninguno ha de reemplazar al otro (Ev 398).
16 Aquí se refiere a la Review and Herald, que en ese tiempo, 1853, se publicaba dos veces en el mes.