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Capítulo 1 La visión recibida en Dorchester en 1848 y los primeros ensayos de publicaciones
ОглавлениеLa visión de Dorchester en 18481.–En una reunión efectuada en Dorchester, Massachusetts, en noviembre de 1848, recibí una visión panorámica de la proclamación del mensaje del sellamiento y el deber que tienen los hermanos de publicar la luz que estaba alumbrando nuestro camino.
Después de la visión le dije a mi esposo: “Tengo un mensaje para ti. Debes imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio será pequeño, cuando la gente lo lea te enviará recursos para imprimirlo y tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo”.
Mientras estábamos en Connecticut, en el verano de 1849, mi esposo sintió el profundo convencimiento de que le había llegado la hora de escribir y publicar la verdad presente. Recibió mucho aliento y bendición al resolverse a ello. Pero cayó de nuevo en duda y perplejidad al considerar que no tenía dinero. Quienes contaban con recursos preferían guardárselos. Por fin, desalentado, renunció a la empresa y decidió ir en busca de un campo de heno para comprometerse a guadañarlo.
Al marchar mi esposo de casa, sentí que me sobrecogía un gran peso, y me desvanecí. Oraron por mí y Dios me bendijo, arrebatándome en visión. Vi que el Señor había bendecido y dado fuerzas a mi esposo para que trabajara en el campo un año antes; que había empleado provechosamente los recursos obtenidos de su trabajo; que recibiría el ciento por uno en esta vida y, si era fiel, una copiosa recompensa en el reino de Dios; pero que el Señor no quería ahora darle fuerzas para trabajar en el campo, porque lo tenía destinado a otra labor, y que si se aventuraba a ir a cortar heno, habría de dejarlo porque caería enfermo, pues debía escribir, escribir, escribir y avanzar por fe. Se puso a escribir inmediatamente, y cuando llegaba a un pasaje difícil, nos uníamos en oración a Dios con el fin de comprender el verdadero significado de su Palabra.
La verdad presente.–Un día de julio, mi esposo trajo a casa desde Middletown mil ejemplares del primer número de su periódico. Mientras se componía el original, había recorrido varias veces a pie, ida y vuelta, la distancia de trece kilómetros que nos separaba de Middletown; pero aquel día le pidió prestado al Hno. Belden2 un carro con su caballo para llevar a casa los ejemplares del periódico.
Traídas a la casa las valiosas hojas impresas, las pusimos en el suelo, y luego se reunió alrededor un pequeño grupo de personas interesadas. Nos arrodillamos junto a los periódicos y, con humilde corazón y muchas lágrimas, suplicamos al Señor que otorgase su bendición a aquellas páginas impresas, mensajeras de la verdad.
Después que doblamos los periódicos, mi esposo los envolvió en fajas dirigidas a cuantas personas él pensaba que los leerían, puso el conjunto en un maletín, y los llevó a pie al correo de Middletown.
Durante los meses de julio, agosto y septiembre se imprimieron en Middletown cuatro números del periódico, de ocho páginas cada uno. Antes de mandar los ejemplares al Correo, los extendíamos siempre ante el Señor y ofrecíamos a Dios fervorosas oraciones mezcladas con lágrimas para que él derramase sus bendiciones sobre los silenciosos mensajeros. Poco después de publicar el primer número, recibimos cartas con recursos destinados a continuar publicando el periódico, y también recibimos las buenas noticias de que muchas almas abrazaban la verdad.
El comienzo de esta obra de publicaciones no nos estorbó en nuestra tarea de predicar la verdad, sino que íbamos de población en población, proclamando las doctrinas que tanta luz y gozo nos habían dado, alentando a los creyentes, corrigiendo errores y poniendo en orden las cosas de la iglesia. Con el fin de llevar adelante la empresa de publicaciones y al propio tiempo proseguir nuestra labor en diferentes partes del campo, el periódico se trasladaba de vez en cuando a distintas poblaciones...
Se imprime en Oswego, Nueva York.–En los meses de octubre y noviembre de 1849, mientras viajábamos, había quedado en suspenso la publicación del periódico, aunque mi esposo todavía sentía el deber de redactarlo y publicarlo. Alquilamos una casa en Oswego, Nueva York, con muebles que nuestros hermanos nos habían prestado, y nos instalamos en ella. Allí mi esposo escribía, publicaba y predicaba.3
Fue necesario que él mantuviera puesta la armadura en todo momento, porque a menudo tenía que contender con profesos adventistas que defendían el error. Algunos fijaban cierta fecha definida para la venida de Cristo. Nosotros aseveramos que este tiempo pasaría sin que nada ocurriera. Entonces trataban de crear prejuicios de parte de todos contra nosotros y contra lo que enseñábamos. Se me mostró que aquellos que estaban honradamente engañados, algún día verían el engaño en que habían caído y serían inducidos a escudriñar la verdad (NB 137-141).
La obra de publicaciones encuentra dificultades.–De Oswego fuimos a Centerport, Nueva York, en compañía de los esposos Edson, y nos hospedamos en la casa del Hno. Harris, donde publicamos una revista mensual titulada The Advent Review.4
Mi hijo empeoró, y orábamos por él tres veces al día. A veces era bendecido, y se detenía el progreso de la enfermedad; después nuestra fe volvió a ser probada severamente cuando sus síntomas recrudecieron en forma alarmante.
Yo me encontraba sumamente deprimida. Preguntas similares a estas me atribulaban: ¿Por qué no quiso escuchar nuestras oraciones y devolver la salud del niño? Satanás, siempre dispuesto a importunar con sus tentaciones, sugería que era porque nosotros no llevábamos una vida recta.
Yo no podía pensar en ninguna cosa en particular en que hubiera agraviado al Señor, y sin embargo un peso agobiante parecía oprimir mi espíritu, llevándome a la desesperación. Dudaba de mi aceptación por parte de Dios, y no podía orar. No tenía valor ni aun para elevar mis ojos al cielo. Sufría intensa angustia mental, hasta que mi esposo buscó al Señor en mi favor. Él no cejó hasta que mi voz se unió con la de él en procura de liberación. La bendición llegó, y yo comencé a tener esperanza. Mi fe temblorosa se asió de las promesas de Dios.
Entonces Satanás actuó de otra manera. Mi esposo cayó gravemente enfermo. Sus síntomas eran alarmantes. A ratos temblaba y sufría un dolor agonizante. Sus pies y sus miembros estaban fríos. Yo los frotaba hasta que no me quedaban fuerzas. El Hno. Harris estaba a varios kilómetros de distancia en su trabajo. Las hermanas Harris y Bonfoey y mi hermana Sara eran las únicas personas presentes; y yo apenas reunía valor suficiente para atreverme a creer en las promesas de Dios. Si alguna vez sentí mi debilidad fue entonces. Sabíamos que algo debía hacerse inmediatamente. Momento tras momento el caso de mi esposo iba empeorando en forma crítica. Era, claramente, un caso de cólera. Él nos pidió que oráramos, y no nos atrevimos a rehusar hacerlo. Con gran debilidad nos postramos ante el Señor con un profundo sentimiento de mi indignidad; coloqué mis manos sobre su cabeza y pedí al Señor que revelara su poder. Entonces sobrevino un cambio inmediatamente. Regresó el color natural de su cara, y la luz del cielo brilló en su semblante. Todos estábamos llenos de una gratitud inefable. Nunca habíamos observado una respuesta más notable a la oración.
Ese día debíamos salir rumbo a Port Byron para leer las pruebas del periódico que se imprimía en Auburn. Nos parecía que Satanás estaba tratando de obstaculizar la publicación de la verdad que estábamos esforzándonos por colocar delante de la gente. Sentíamos que debíamos andar por fe. Mi esposo dijo que iría a Port Byron en busca de las pruebas. Lo ayudamos a enjaezar el caballo, y yo lo acompañé. El Señor lo fortaleció en el camino. Recibió las pruebas, y una nota que decía que el periódico estaría impreso al día siguiente, y que debíamos estar en Auburn para recibirlo.
Esa noche nos despertaron los lamentos de nuestro pequeño Edson, que dormía en el cuarto que estaba encima del nuestro. Era cerca de medianoche. Nuestro hijito se aferraba a la Hna. Bonfoey, y luego, con ambas manos, luchaba contra el aire, y gritaba aterrorizado: “¡No! ¡No!”, y se acercaba más a nosotros. Sabíamos que éste era el esfuerzo de Satanás para molestarnos, y nos arrodillamos en oración. Mi esposo reprendió al mal espíritu en el nombre del Señor, y Edson se quedó tranquilamente dormido en los brazos de la Hna. Bonfoey, y descansó bien toda la noche.
Mi esposo fue atacado nuevamente. Sentía mucho dolor. Me arrodillé al lado de su cama y rogué al Señor que fortaleciera nuestra fe. Yo sabía que Dios había obrado en su favor, y reprendí a la enfermedad; no podíamos pedirle al Señor que hiciera lo que él ya había hecho. Pero oramos para que el Señor llevara adelante su obra. Repetimos estas palabras: “Tú has obrado. Creemos sin ninguna duda. ¡Lleva adelante la obra que tú has empezado!” Así suplicamos durante horas delante del Señor, y mientras orábamos, mi esposo se durmió, y descansó bien hasta la luz del día. Cuando se levantó estaba muy débil, pero no queríamos concentrarnos en las apariencias.
Confiamos en la promesa de Dios, y determinamos andar por fe. Se nos esperaba en Auburn ese día para recibir el primer número del periódico. Creíamos que Satanás estaba tratando de obstaculizarnos, y mi esposo decidió ir confiado en el Señor. El Hno. Harris alistó el carruaje, y la Hna. Bonfoey nos acompañó. A mi esposo tuvieron que ayudarlo para subir al carro; sin embargo, con cada kilómetro que recorríamos aumentaban sus fuerzas. Manteníamos nuestra mente en Dios, y nuestra fe en constante ejercicio, mientras recorríamos el camino con paz y felicidad.
Cuando recibimos la revista impresa y regresamos a Centerport, teníamos la seguridad de hallarnos en la senda del deber. La bendición del Señor descansó sobre nosotros. Aunque nos había golpeado Satanás, habíamos ganado la victoria por medio de Cristo que nos fortalecía. Llevábamos una cantidad considerable de periódicos con la preciosa verdad para el pueblo de Dios.
Nuestro niño se estaba restableciendo, y no se le permitió a Satanás que volviera a afligirnos. Trabajábamos desde temprano hasta tarde, a veces sin tomar tiempo para sentarnos a la mesa para ingerir nuestros alimentos. Con un plato de alimento a nuestro lado, comíamos y trabajábamos al mismo tiempo. Al abusar de mis fuerzas para doblar las grandes hojas de papel, me acarreé un fuerte dolor de hombro que persistió durante muchos años.
Como habíamos planeado un viaje hacia el este, ahora que nuestro hijo se había restablecido y podía viajar, nos embarcamos hacia Utica. En ese lugar nos despedimos de la Hna. Bonfoey, de mi hermana Sara y de nuestro hijito, y continuamos viajando hacia el este, mientras el Hno. Abbey los llevaba a su casa. Fue para nosotros un sacrificio separarnos de esas personas con las que estábamos unidos con tiernos lazos de afecto. Teníamos especialmente a nuestro hijo Edson en nuestros corazones, porque su vida había corrido tanto peligro. Luego viajamos a Vermont y tuvimos una conferencia en Sutton.
La publicación Review and Herald.–Esta revista se publicó en Paris, Estado de Maine, en noviembre de 1850. Era de mayor tamaño y se le había cambiado el nombre al que todavía lleva, The Adventist Review and Sabbath Herald [La Revista Adventista y Heraldo del Sábado]. Nos albergamos en la casa del Hno. A. Queríamos vivir con economía con el fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos y pobres en riquezas mundanales, por lo que tuvimos que luchar contra la pobreza y el desaliento. Teníamos muchas preocupaciones y a menudo nos quedábamos hasta medianoche, y a veces hasta las dos o tres de la madrugada, corrigiendo pruebas de prensa.
El trabajo excesivo, las preocupaciones, las ansiedades y la falta de alimentación adecuada y nutritiva, aparte de la exposición al frío durante nuestros largos viajes invernales, fueron demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga. Su debilidad llegó a ser tan acentuada que a duras penas podía caminar hasta la imprenta. Nuestra fe fue probada hasta el extremo. Gustosos habíamos sufrido privaciones, fatigas y penalidades, y sin embargo nuestros motivos se interpretaban erróneamente, y se nos trataba con desconfianza y celos. Pocas de las personas por cuyo bien habíamos sufrido daban muestras de apreciar nuestros esfuerzos.
Estábamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que hubiéramos podido dedicar a dormir para recuperarnos, solíamos emplearlas en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas en que los demás dormían, las pasábamos en angustioso llanto, lamentándonos ante el Señor. Al fin mi esposo dijo: “Mujer, es inútil que intentemos seguir luchando. Esta situación me está quebrantando, y no tardará en llevarme al sepulcro. Ya no puedo más. He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible continuar publicándolo”. En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. Él volvió y oró por mí. Su oración fue oída y me repuse.
A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fui arrebatada en visión y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de inducirlo a dar ese paso y usaba diversos agentes para conseguirlo. Se me mostró que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.
No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en diversos Estados, y decidimos asistir a las reuniones generales de Boston, Massachusetts; Rocky Hill, en Connecticut; y Camden y West Milton, en Nueva York. Todas estas reuniones fueron de mucho trabajo, pero sumamente provechosas para nuestros diseminados hermanos.
Traslado a Saratoga Springs, Nueva York.–Permanecimos en Ballston Spa algunas semanas, hasta instalarnos en Saratoga Springs, con el objeto de proceder a la publicación del periódico. Alquilamos una casa y pedimos al Hno. Stephen Belden y su esposa, y a la Hna. Bonfoey, que vinieran. Esta última estaba a la sazón en el Estado de Maine cuidando al pequeño Edson. Nos instalamos en la casa con muebles prestados. Aquí mi esposo publicó el segundo número de la Adventist Review and Sabbath Herald.
La Hna. Annie Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces mi esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno. Stockbridge Howland, con fecha 20 de febrero de 1852: “Todos están perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo de viajar y dirigir la revista. El miércoles pasado trabajamos por la noche hasta las dos de la madrugada, doblando y envolviendo el Nº 12 de la Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer. Rueguen por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizá el Señor ya no tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero quedar libre de la revista. La sostuve en circunstancias sumamente adversas, y ahora que tiene muchos amigos, la dejaré voluntariamente con tal que se encuentre quien la dirija. Espero que se me abra el camino. Que el Señor lo guíe todo”.
Haciendo frente a la adversidad en Rochester5.–En abril de 1852 nos trasladamos a Rochester, Nueva York, en las circunstancias más desalentadoras. A cada paso nos veíamos precisados a seguir adelante por fe. Aun estábamos impedidos por la pobreza, y tuvimos que practicar la más rígida economía y abnegación. Presentaré un breve extracto de la carta escrita a la familia del Hno. Howland el 16 de abril de 1852:
“Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por 175 dólares al año. Tenemos la prensa en casa,** pues de no ser así hubiéramos tenido que pagar 50 dólares al año por un local para oficina. Si pudiera ver nuestros muebles, no podría evitar una sonrisa. Compramos dos camas viejas por 25 centavos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas desvencijadas, de las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y después me regaló otras cuatro, también viejas y sin asiento, por las que había pagado 62 centavos. Pero como la armazón era fuerte, les he estado poniendo asientos de tela resistente. La mantequilla está tan cara que no podemos comprarla, ni tampoco las papas. Usamos salsa en vez de mantequilla y nabos en lugar de papas. Nos servimos nuestras primeras comidas colocándolas sobre una tabla apoyada entre dos barriles vacíos. Nada nos importan las privaciones, con tal que adelante la obra de Dios. Creemos que la mano del Señor nos guió en llegar a este lugar. Hay un amplio campo de labor, pero pocos obreros. El sábado pasado tuvimos una excelente reunión. El Señor nos refrigeró con su presencia...”
Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre incertidumbres y desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la epidemia se oía toda la noche, por las calles, el rodar de las carrozas fúnebres que llevaban los cadáveres al cementerio de Mount Hope...
Avances en Nueva Inglaterra.–Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde Rochester, Nueva York, hasta Bangor, Maine. Este viaje lo haríamos en nuestro carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie, que nos fueron obsequiados por los hermanos de Vermont...
Teníamos ante nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor...6
El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a ir a la próxima. A mediodía alimentábamos al caballo junto al camino, y comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor... (NB 149-159).7
La responsabilidad editorial se transfiere a la iglesia.–Antes de trasladarnos a Rochester,8 mi esposo se sintió muy débil y creyó necesario librarse de las responsabilidades de la obra de publicaciones. Entonces propuso que la iglesia se hiciese cargo de esa obra, y que esta fuese administrada por una junta editorial que aquella debía nombrar. Además, se suponía que ninguno de sus integrantes debería recibir beneficio financiero alguno en adición del salario que ya recibiera por su trabajo.
Aunque el asunto se discutió varias veces, los hermanos no tomaron ningún acuerdo sobre el particular hasta el año 1861. Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de la casa editora y el único administrador de la misma. Gozaba de la confianza de amigos activos de la causa, quienes confiaban a él los medios que de vez en cuando donaban, a medida que la obra crecía y necesitaba más fondos para el firme establecimiento de la empresa editorial. Pero a pesar de que constantemente se informaba a través de la Review que la casa publicadora era prácticamente propiedad de la iglesia, como él era el único administrador legal, nuestros enemigos se aprovecharon de esta situación y, con acusaciones de especulación, hicieron todo lo posible para perjudicarlo y retardar el progreso de la obra. En vista de esta situación, él presentó el asunto a la organización, y como resultado, en la primavera de 1861 se decidió organizar legalmente la Asociación Adventista de Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Míchigan (NB 181, 182).
Puedo decir: “¡Alabado sea Dios!”–La historia de mi vida necesariamente abarca la historia de muchas de las empresas que han surgido entre nosotros, y con las cuales la obra de mi vida ha estado estrechamente vinculada. Para la edificación de estas instituciones, mi esposo y yo trabajamos con la pluma y con la voz. Anotar, aun brevemente, las experiencias de estos activos y atestados años, excedería en gran manera los límites de estas notas biográficas. Los esfuerzos de Satanás para impedir la obra y para destruir a los obreros no han cesado; pero Dios ha tenido cuidado de sus siervos y de su obra.
Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la historia pasada puedo decir: “¡Alabado sea Dios!” Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada (NB 216).
1 Después de regresar del oeste de Nueva York en septiembre de 1848, el Pr. White y su esposa viajaron a Maine, donde, del 20 al 22 de octubre, llevaron a cabo reuniones con los creyentes. Se trataba de las sesiones de consulta de Topsham, donde los hermanos comenzaron a orar pidiendo que se allanara el camino para publicar las verdades relacionadas con el mensaje adventista. “Un mes más tarde –escribe el Pr. José Bates en un folleto titulado El mensaje del sellamiento– se encontraron ellos reunidos con un grupito de hermanos y hermanas en Dorchester, cerca de Boston, Massachusetts. Antes que comenzara la reunión, algunos de nosotros examinábamos ciertos aspectos del mensaje del sellamiento; existían varias diferencias de opinión acerca de si la palabra “subía” era correcta [ver Apoc. 7:2], etc.”
El Pr. Jaime White, en una carta inédita en la que hacía un relato de esa reunión, escribe: “Todos nosotros sentíamos que debíamos unirnos para pedir sabiduría de Dios acerca de los puntos en discusión; también sobre el deber del Hno. Bates de escribir. Tuvimos una reunión llena de poder. Elena fue de nuevo arrebatada en visión. Entonces comenzó a describir la luz referente al sábado, que era la verdad selladora. Dijo ella: ‘Surgió de la salida del sol y avanzó débilmente. Pero cada vez ha brillado más la luz sobre ella, hasta que la verdad del sábado se tornó clara, intensa y poderosa. Así como cuando el sol apenas se levanta emite rayos tibios, pero a medida que se eleva, estos se hacen paulatinamente más cálidos e intensos, también la luz y el poder van aumentando cada vez más, hasta que sus rayos se hacen poderosos y ejercen su acción santificadora sobre el alma. Pero, a diferencia del sol, la luz de la verdad nunca se pondrá. La luz del sábado estará en su apogeo cuando los santos sean inmortales. Se elevará más y más hasta que llegue la inmortalidad’.
“Ella vio muchas cosas interesantes acerca de la verdad gloriosa y selladora del sábado, que no tengo tiempo ni espacio para referir. Le pidió al Hno. Bates que escribiera sobre las cosas que había visto y oído, y la bendición de Dios seguiría”.
Fue después de esta visión cuando la Hna. White informó a su esposo de su deber de publicar. Le dijo que debía avanzar por fe, y que a medida que lo hiciera, el éxito coronaría sus esfuerzos (NB 127, 128).
Con respecto a esta visión del 18 de noviembre de 1848, el Pr. José Bates testificó que vio y oyó lo que sigue de labios de Elena Harmon:
“ ‘Sí, publica las cosas que has visto y oído, y la bendición de Dios seguirá. ¡Miren ustedes! ¡Ese ascenso se produce con poder y se hace cada vez más resplandeciente!’... Lo que antecede se fue copiando palabra por palabra a medida que ella hablaba en visión; por tanto, no está adulterado” (A Seal of the Living God [Un sello del Dios viviente], pág. 26; folleto de 72 páginas publicado por José Bates en 1849).
2 Los esposos White vivían en ese tiempo en varias habitaciones que ocupaban en el segundo piso del hogar de Albert Belden, en Rocky Hill. Posteriormente Elena de White recordó en una carta escrita a Stephen Belden, hijo de Albert: “Recuerdo que mi esposo escribía sus editoriales sentado en una silla con asiento de junco... Cuando las revistas llegaban de la imprenta, las doblábamos sobre una mesa en una habitación de la casa del coronel Chamberlain. Luego las colocábamos en el suelo y nos inclinábamos ante Dios en oración, para pedirle su bendición especial sobre ellas” (Carta 293, 1904).
3 Los números 5 y 6 de Present Truth fueron publicados en Oswego, Nueva York, en diciembre de 1849; y los números 7 al 10 en el mismo lugar, desde marzo hasta mayo de 1850. Durante ese tiempo también se publicaron algunos folletos.
4 La Advent Review (Revista Adventista) impresa en Auburn, Nueva York, durante el verano de 1850, no debe ser confundida con la Adventist Review and Sabbath Herald, cuyo primer número se publicó en París, Maine, en noviembre de 1850. La Advent Review se publicó entre los números 10 y 11 de la Present Truth. Con respecto a su propósito, el Pr. Jaime White escribió en su primera página una introducción a la edición publicada en forma de folleto, de 48 páginas, de la Advent Review.
“Nuestro propósito en esta revista es alegrar y refrigerar al verdadero creyente, mostrando el cumplimiento de las profecías en la maravillosa obra pasada de Dios, al llamar y separar del mundo y de la iglesia nominal a su pueblo que espera la segunda venida de nuestro amante Salvador”.
5 Jaime White presentó las siguientes razones por las que pensaba que la revista no debía continuar imprimiéndose en la imprenta comercial de Saratoga Springs, Nueva York:
“1. No conviene imprimir una revista como la nuestra en una imprenta comercial en la que dejan el trabajo para hacerlo en el séptimo día, y es muy desagradable e inconveniente para nosotros ver que el trabajo se hace en día sábado.
“2. Si los hermanos tuvieran un pequeño taller, la revista podría imprimirse en él por tres cuartos de lo que nos cobran en imprentas grandes.
“3. Creemos que podemos conseguir operarios que guarden el sábado y que puedan manifestar un interés por la revista que otros no sienten. En este caso se aliviará mucho a la persona que actualmente es responsable de ella” (RH, 2 de marzo de 1852).
** Se compró una prensa manual en Wáshington por 662,93 dólares. Esta fue la primera empresa editorial que poseyeron y dirigieron los adventistas del séptimo día.
6 El pequeño Edson White, afligido por el cólera y sanado como respuesta a la oración, acompañó a sus padres en este viaje. Al comienzo pareció que el niño moriría a causa de los rigores del viaje, pero sus fuerzas retornaron, y su madre escribió: “Lo trajimos al hogar bastante fuerte” (NB 159).
7 La revista The Youth’s Instructor se publicó desde 1852 hasta 1970, año cuando fue reemplazada por la revista Insight.
8 En 1855 los hermanos de Míchigan adoptaron las medidas necesarias para que el taller de la imprenta se trasladara a Battle Creek (ver T 1:97 y siguientes).