Читать книгу El ministerio de las publicaciones - Elena G. de White - Страница 14
Capítulo 5 Una obra sagrada
ОглавлениеProclámese el mensaje divino a todo el mundo.–Se me ha pedido que declare a nuestras casas editoras: Eleven el estandarte; elévenlo. Proclamen el mensaje del tercer ángel, para que todo el mundo lo oiga, y sepa que hay un pueblo que “guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesucristo”. Que nuestras publicaciones presenten el mensaje como testimonio a todo el mundo.
Ahora, como nunca antes, la magnífica y admirable obra de este mensaje debe llevarse adelante. El mundo debe recibir la luz, y muchos conocerán la verdad por medio del ministerio evangelizador de la palabra en nuestros libros y revistas. Nuestros periódicos deben ser distribuidos por hombres y mujeres de toda posición social y profesión. Los jóvenes y los adultos deben desempeñar una parte. Estas publicaciones deben demostrar que el fin de todas las cosas está cerca.
Podría decirse que hemos estado dormidos en lo que respecta a este asunto. Hagamos ahora circular la palabra con determinada energía, para que el mundo pueda comprender los mensajes que Cristo dio a Juan en la Isla de Patmos.
Que todos los que profesan el nombre de Cristo desempeñen una parte en la proclamación del mensaje. “El fin de todas las cosas está cerca”; “prepárate para encontrarte con tu Dios”. Nuestras publicaciones debieran ir a todas partes. La circulación de nuestras revistas debiera aumentar mucho. El mensaje del tercer ángel debiera proclamarse por medio de las publicaciones evangélicas y del predicador viviente. Ustedes, los que creen en la verdad para este tiempo, despierten. Tenemos el deber de emplear todos los recursos posibles para ayudar en la proclamación de la verdad. Cuando viajemos en los medios de transporte, visitemos o conversemos con nuestros vecinos –en cualquier parte donde estemos–, hagamos brillar nuestra luz. Entreguemos revistas y folletos a las personas con quienes nos relacionamos, y digamos lo que convenga, mientras oramos que el Espíritu Santo haga que la semilla produzca fruto en algunos corazones. Esta obra será bendecida por Dios (SpTPW 231, 232).
Carácter sagrado de las instituciones de Dios.–Son muchos los que no reconocen distinción alguna entre una empresa comercial común, un taller, una fábrica o un campo de cereal, y una institución establecida especialmente para promover los intereses de la causa de Dios. Sin embargo, existe la misma distinción que Dios estableció en tiempos antiguos entre lo sagrado y lo común, lo santo y lo profano. Él desea que cada obrero de nuestras instituciones discierna y aprecie esta distinción. Los que ocupan un puesto en nuestras editoriales gozan de muy alto honor. Tienen un cargo sagrado. Están llamados a colaborar con Dios. Deben apreciar la oportunidad que significa estar tan estrechamente relacionados con los instrumentos celestiales, deben sentir que tienen un alto privilegio al poder dar a la institución del Señor su capacidad, su servicio y su vigilancia incansable. Deben tener un propósito vigoroso, una aspiración sublime y mucho celo para hacer de la casa editora exactamente lo que Dios quiere que sea: una luz en el mundo, un fiel testimonio para él, un monumento recordativo del sábado del cuarto mandamiento (TI 7:182).
Hay que tomar en cuenta a Dios en todas las actividades de la vida. Él se interesa en todas las empresas. Pero manifiesta interés especial en los diversos ramos de su obra y en las instituciones dedicadas a su promoción. Las casas editoras, por medio de las cuales la verdad debe proclamarse al mundo, son sagradas en su servicio (RH, 1º de julio de 1902).
La casa editora pertenece a Dios.–¿Dónde están los monumentos especiales de la obra de Dios entre los hombres, si no en nuestras instituciones, que son sus medios para preservar el conocimiento de su honor y gloria, para que su nombre sea temido? La casa editora ha sido solemnemente dedicada a Dios. Debiera considerarse como propiedad del Señor, un lugar en el que se está llevando a cabo su obra y en el que los hombres deben andar rectamente, desposeídos de egoísmo y codicia, que son idolatría.
Si después de un período adecuado de prueba se llega a la conclusión de que algunos obreros no demuestran una consideración consciente por las cosas sagradas; si menosprecian a los mensajeros que Dios envía; si se apartan del mensaje y no demuestran interés en la obra especial para este tiempo, entonces debieran ser separados de la obra, y debiera elegirse a otros para que ocupen su lugar, reciban la luz que Dios envía a su pueblo y anden en esa luz (Manuscrito 29, 1895).
Carácter elevado y solemne de la obra de Dios.–Muchos no han logrado comprender el carácter sagrado de la obra a la que se dedican. Su carácter exaltado debiera mantenerse ante los obreros, tanto por precepto como por ejemplo. Que todos lean las instrucciones dadas por Cristo a Moisés. Estas disposiciones requerían que cada hombre ocupara su lugar e hiciera la parte de la obra a la que había sido designado y para la que había sido apartado. Si en las tareas de levantar o desarmar el tabernáculo se encontraba a alguien fuera del lugar que le correspondía, o si cometía alguna acción indebida, ese hombre debía ser muerto (Manuscrito 29, 1895).
Debe cuidarse con tanto celo como el arca.–Tanto los miembros de iglesia como los empleados de la casa editora debieran sentir que como obreros juntamente con Dios tienen que desempeñar una parte en el cuidado de su institución. Debieran ser guardianes fieles de sus intereses en todo sentido, y tratar de protegerla no sólo de pérdidas y desastres, sino todo lo que pudiera profanarla o contaminarla. Nunca su buena fama debiera resultar manchada a causa de sus actos, ni siquiera por el hálito de la crítica ni la censura descuidada. Las instituciones de Dios debieran considerarse como un legado a cuidar con tanto celo como el que manifestaban los antiguos israelitas al proteger el arca (TI 7:183).
La presencia del Señor Jehová en cada departamento.–La presencia del Señor Jehová debe reconocerse en cada oficina y departamento de la casa editora, así como su voz era reconocida por Adán y Eva en el huerto del Edén. El Señor va a su propio lugar en las oficinas17 de la Review and Herald, de la que deben salir las bendiciones de la luz de su presencia y llenar con su Espíritu a cada obrero que le sirve, para que ni una pizca de los atributos de Satanás se manifieste en lo que los ojos miran, en lo que los oídos escuchan, en las palabras que se hablan ni en las actitudes que se adoptan.
Los que están en posiciones de autoridad debieran decir con su comportamiento: “Soy un maestro, un ejemplo. Lo que he visto hacer a Cristo, mediante el ojo de la fe y la inteligencia de mi comprensión, al leer las preciosas lecciones que salían de sus labios divinos, como aprendiz de su humildad y mansedumbre de corazón, lo revelaré a todas las personas con quienes tenga contacto. Esta será la mejor ilustración que dar a los que se relacionen conmigo como aprendices, los cuales deben aprender cómo llevar a cabo un servicio puro, limpio y no adulterado, libre del fuego común, las teorías mundanas y las máximas comunes que prevalecen en las casas comerciales” (Carta 150, 1899).
Ángeles supervisores en la casa editora.–La maquinaria puede ser manejada por hombres hábiles en su dirección; pero cuán fácil sería dejar un tornillito, una pequeña pieza de la máquina fuera de su lugar, y cuán desastroso podría ser el resultado. ¿Quién ha impedido los accidentes? Los ángeles de Dios vigilan el trabajo. Si pudiesen abrir los ojos de los que manejan las máquinas, discernirían la custodia celestial. En cada dependencia de la editorial donde se realiza el trabajo hay un testigo que toma nota del espíritu con que se realiza, y anota la fidelidad y la abnegación que se revelan (JT 3:180).
He visto a los ángeles de Dios pasar de una dependencia a otra, observando los artículos que se estaban publicando, y también cada palabra y acción de los obreros. El gozo iluminaba sus rostros y sus manos se extendían en bendición.
Pero los ángeles de Dios se sienten agraviados por las manifestaciones de dureza. Dios ha dado una mente y una experiencia a cada uno, posiblemente una experiencia más elevada que la nuestra. Tenemos que aprender de Cristo a ser mansos y humildes de corazón. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os abrirán” [Mat. 7:7] (Manuscrito 73, 1906).
La conversación que se mantiene en la casa editora debiera ser de carácter elevado, alejada de toda cosa baladí e insensata. Hay un exceso de conversaciones comunes. El Señor desea que todo lo que se relacione con su servicio esté sobre un plano elevado. Recordemos que los ángeles circulan por todas las dependencias de la casa editora (Manuscrito 81, 1901; ver también T 3:191, 192).
El Modelo perfecto de los obreros.–Los que trabajan en la casa editora y profesan creer la verdad debieran manifestar el poder de la verdad en su vida, y demostrar que en su trabajo se están proyectando hacia adelante y hacia arriba basados en principios. Debieran estar modelando su vida y su carácter sobre el Modelo perfecto...
El Señor requiere que todos los empleados de la casa editora trabajen impulsados por motivos elevados. Cristo, en su propia vida, les ha dado un ejemplo. Todos debieran trabajar con interés, dedicación y fe por la salvación de la gente. Si todos en la casa editora trabajaran con propósitos no egoístas, y si comprendieran el carácter sagrado de la obra, la bendición de Dios reposaría sobre ellos (T 3:190, 191).
Resultados trágicos del testimonio infiel.–Marcus Lichtenstein18 era un joven temeroso de Dios; pero vio tan pocos principios religiosos verdaderos en los que asistían a la iglesia y en los que trabajaban en la casa editora, que quedó confundido, angustiado y disgustado. Tropezó con la falta de escrupulosidad en la observancia del sábado, manifestada por algunos que profesaban observar los mandamientos. Marcus tenía una elevada consideración por la obra de la casa editora; pero la vanidad, la frivolidad y la falta de principios lo confundieron. Dios lo había levantado y en su providencia lo había relacionado con su obra en la editorial. Pero en esta institución algunos conocen tan poco la mente y la voluntad de Dios, que negaron importancia a la gran obra de la conversión de Marcus del judaísmo al cristianismo. No apreciaron su valor. Con frecuencia era afligido por el comportamiento de F y otros obreros; y cuando trataba de reconvenirlos, sus palabras eran recibidas con desprecio por tratar de instruirlos. Algunos de reían y divertían porque no hablaba correctamente el idioma.
Marcus sentía profundamente la situación de F, pero no veía cómo podía ayudarle. Él nunca habría salido de la casa editora si esos jóvenes hubieran sido fieles a su profesión de la verdad. Si su fe cristiana naufraga, su sangre ciertamente se encontrará en las vestiduras de esos jóvenes que profesan a Cristo, pero que por sus palabras y comportamiento, manifiestan claramente que no son de Cristo, sino del mundo. Esta deplorable condición de descuido, indiferencia e infidelidad debe cesar; en la casa editora debe efectuarse un cambio completo y permanente, porque en caso contrario, los que han recibido tanta luz y tan grandes privilegios tendrán que ser despedidos para que otros ocupen sus lugares, aunque sean incrédulos... No basta profesar la verdad. Debe realizarse una obra en el alma y ésta debe manifestarse en la vida (T 3:192, 193).
Preocupación por el bienestar espiritual de otros.–Hay cargos en los que alguien puede ganar mejor sueldo que en la casa editora, pero nunca podrán encontrar una posición más importante, más honrosa o más exaltada que la obra de Dios en la editorial. Los que trabajan fielmente y sin egoísmo serán recompensados. Para ellos hay preparada una corona de gloria, y en comparación con ella, todos los honores y placeres terrenales son como el fino polvo que cubre el platillo de la balanza. Serán bendecidos especialmente los que han sido fieles a Dios al preocuparse del bienestar espiritual de otros en la editorial...
Cada persona es de valor infinito y exige la atención más esmerada. Cada hombre temeroso de Dios en la casa editora debiera dejar de lado las cosas infantiles y vanas, y con verdadero valor moral debiera erguirse en la dignidad de su hombría y descartar las bajas manifestaciones de familiaridad, y sin embargo unirse corazón a corazón en el vínculo cristiano de interés y amor (T 3:194).
17 Por “oficinas” se quiere significar tanto las de la casa editora Review and Herald como las de la sede de la Asociación General, las cuales, en ese tiempo, estaban ubicadas en el ala oeste de la planta impresora de Battle Creek.
18 Un joven estudiante judío, empleado en las oficinas de la Review, que se desanimó como resultado de lo que vio en la vida inconsistente de algunos empleados del área de publicaciones.