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IV. OTRA VEZ CON LA RESISTENCIA
ОглавлениеNada más conectar con la resistencia se implicó en reuniones y actividades clandestinas. Y muy pronto la policía, que estaba sobre aviso y seguramente la tenía controlada, se persona en casa de su suegra para llevársela. Llamaron a la puerta y salió la chacha a abrirles. Preguntaron por Pilar y ella salió con la niña en brazos.
–Pilar Soler, tiene que venirse con nosotros a comisaría.
Su hija, Mari Luz, de cuatro años y medio de edad, se pone a llorar. Al oírla salen su suegra y su cuñada. En medio de la sorpresa y los lloros de la niña, los policías se llevan a Pilar a la comisaría que habían instalado en el edificio que hay al lado del Palacio de Cervelló. Precisamente, en ese edificio, durante la guerra, estaba el cuartel general de Negrín, que había hecho construir como un búnker o cámara acorazada donde se metían los funcionarios cuando venía la aviación. Ese refugio era ahora el lugar donde la policía efectuaba los interrogatorios y las torturas a los detenidos. Pilar estuvo allí quince días con otras compañeras y compañeros. Recuerda especialmente a Carmen Riera, una camarada estupenda a la que llamaron y torturaron antes que a ella. Al final de la primera sesión, la trajeron arrastrando entre dos guardias porque no se tenía en pie. Y Carmen le advirtió de ello en cuanto se quedaron solas.
–Prepárate porque son unos bestias y unos cafres. Ya te llamarán.
Esa misma noche la llamaron y la bajaron al búnker. En aquella habitación había una mesa llena de llaves y de porras –eso ya la impresionó–, y la hicieron sentarse en una silla que estaba colocada delante. Le sacaron una lista con nombres y tenía que decir a quiénes conocía.
–Yo no conozco a nadie.
–Claro, ninguno se conoce. Ahora verás tú como te refrescamos enseguida la memoria.
Era verano y Pilar llevaba unos zapatos destalonados y con los dedos de los pies al aire. Pues le dieron un golpe con la porra en los dedos de los pies.
–Ahora, levántate.
–Tú cógela de la cabeza, y tú no te muevas y quédate donde estás.
Y, ¡zas!, otro golpe en la base de los tobillos.
–Ahora mueve la cabeza.
Y el instinto le dice que no la mueva porque sabe que le van a dar. Y le llega el golpe a la cabeza y se cae al suelo desvanecida. No sabe cuánto tiempo duró el interrogatorio ni cuánto estuvo inconsciente. Sí recuerda que al ir volviendo en sí oyó la voz de un hombre que decía:
–Ya habéis hecho lo que no debíais hacer.
Cuando pudo abrir los ojos vio a un hombre de uniforme, era el jefe de los guardias de asalto, que la ayudó a levantarse y le dijo:
–No se preocupe, señora, ¿quiere algo?
–No, gracias.
–Le van a traer un café y se lo va a tomar porque le va a sentar bien. Y vosotros, dejadla estar, ya está bien.
Más tarde llamó al guardia de la puerta y le dijo que la llevaran al calabozo. Y allí estuvo quince días sin que la volvieran a torturar. Solo la llamaban de vez en cuando para preguntarle por los nombres de la lista, pero ya un poco como de mero trámite, por si aflojaba. A Carmen Riera, que también la llamaban a interrogar, una de las veces le preguntaron:
–¿Cuántos días te van a durar las moraduras y los bultos negros que te hemos hecho?
–Pues no sé.
Porque, efectivamente, Carmen tenía el culo negro de los golpes. Pero aquella pregunta le hizo pensar y se lo comunicó a Pilar.
–Oye, Pilar, ¿es posible que nos vayan a poner en libertad?
–¿Cómo coño nos van a poner en libertad? ¡Qué va!
–Pues me han preguntado que cuántos días duran estas moraduras…
Efectivamente, pasados quince días las pusieron en libertad.
Ellas pensaron que era para seguirlas y ver si podían encontrar a los otros. Así que durante algún tiempo se mantuvieron alerta y no contactaron con nadie. Cuando Pilar comprobó que nadie la seguía volvió a conectar con la resistencia. Pocos meses después vino Cerveró de Madrid a buscarla para que se integrase en la delegación del Comité Central. Carrillo y Dolores estaban fuera, y la resistencia se había organizado en el interior clandestinamente. Pilar se pensó muy seriamente la propuesta, pero antes de tomar una decisión en firme se fue a la cárcel Modelo y le contó a Gonçal la propuesta que le habían hecho. Él le dijo que no, que no se fuera, que era una estupidez, que eso de creer en la lucha era una tontería porque había franquismo para rato. Se dio cuenta de que ella estaba decidida a irse y, erróneamente, persistió en sus ataques.
–Eres una tonta, una idiota, tú crees todavía en esto… ¡Pero si esto se ha acabado…!
–Pues yo me voy.
–¿Y la niña?
–Pues la niña se queda con tu madre y tu hermana porque es mejor así. Y yo ya volveré en cuanto pueda.
Ese fue, confesará Pilar tristemente mucho más tarde, su error histórico, porque ella creía, como la mayoría de los republicanos, exiliados o no, que el franquismo era cuestión de un año o algo así.
La entrevista entre rejas se convirtió en una discusión muy desagradable.
–No, no, tú no te vas. ¿Y, además, con quién te vas?
–A ti no te lo voy a decir…
–Pues eres una mala madre.
Finalmente, Pilar dejó a la niña con su suegra y su cuñada, se fue a Madrid para incorporarse a la resistencia. Aquello cayó muy mal en toda la familia. Nadie lo entendió y, por supuesto, su hija menos que nadie, porque jamás se ha recuperado de aquel abandono. El viaje a Madrid era clandestino y muy peligroso. Pilar había quedado con Cerveró en el autobús no sin que antes éste le hubiera advertido prudentemente:
–No te sientes a mi lado, pero procura no sentarte tampoco muy lejos de mí. Recuerda que no nos conocemos de nada. Y al llegar a Madrid me sigues y te vienes conmigo.
Pero de camino, cuando el autobús hace una parada en un pueblo en donde había bastante movimiento de gente, Pilar ve salir de la cafetería a la odiosa Zapatones, aquella funcionaria de prisiones que tan mal se había portado con todas ellas. Pilar se asustó mucho, pero logró escabullirse y no pasó nada porque por lo visto la Zapatones iba a Valencia, mientras que ella se dirigía a Madrid. Es decir, que la vio en el momento del cruce.
Nada más llegar a Madrid le presentan a Jesús Monzón, el camarada máximo responsable del Partido Comunista en el interior. Se instalan los dos en una pensión de la calle de San Bernardo aparentando ser un matrimonio. Ella trabajaba de enlace pero dormían en la misma habitación. A Pilar, aquel tipo, de una altura política tremenda, le llegó a gustar mucho. Procuran hacer una vida normal para no despertar sospechas. Van al cine, a alguna cafetería…Como Pilar hacía de correo iba a por la correspondencia a un sitio y la llevaba a otro. Todavía recuerda el miedo que pasó el día en que iba con el correo y se encontró en Colón metida en medio del entierro de dos falangistas a los que habían matado en la primera acción de los guerrilleros urbanos en Madrid, los llamados maquis. Allí estaba todo el mundo dando gritos como locos y ella aterrada pensando que si la cogían…Pero no fue así; llegó al sitio y entregó la correspondencia. Otro día también cometió una imprudencia que le podía haber costado muy caro y que le valió una buena bronca de sus camaradas. Tenía que llevar la correspondencia a una casa y le dieron unas instrucciones muy precisas.
–En la calle te espera una persona, un hombre leyendo el periódico. Si está leyendo el periódico es que puedes subir. Pero si no lo lee o no está, no subas.
Y ella va y no ve a nadie pero sube. Era una de esas casas con ventanas al pasillo interior. Pilar se asoma a la ventana y como no ve a nadie se va. Resulta que, efectivamente, la policía se lo había llevado todo hacía solo un par de horas.
Jesús Monzón y ella tienen que ir cambiando continuamente de domicilio para evitar ser localizados mientras los militantes de Madrid les buscan un alojamiento menos provisional. Al fin les encuentran un chalé vacío en Ciudad Lineal. Pilar había hablado con Monzón del problema que tenía con su madre, que estaba recogida temporalmente con los parientes de Silla. Así que Monzón accede a que su madre se vaya a Madrid a vivir con ellos al chalé, porque resultaba muy normal que el matrimonio estuviese con la suegra, ¿no? Sin embargo, su madre se va a vivir a Madrid y viola la ley, porque al salir de la cárcel lo había hecho con libertad condicionada a no salir de la provincia sin salvoconducto. El hecho es que el supuesto matrimonio vive con su madre, y en una vivienda aparte que había para los jardineros se pone a vivir una pareja de camaradas que el partido había buscado.
Pero aquella situación tampoco dura mucho, solo unos meses. Porque enseguida el partido hace trasladar a Monzón a Barcelona y cuando este se encuentra instalado llama a Pilar para que vaya también. Pilar deja a su madre en aquel chalé de Ciudad Lineal con los dos camaradas, Charo y Vicente, y viaja a Barcelona. Pero pronto los inquilinos del chalé tienen que marcharse porque al desaparecer Monzón de Madrid el partido ya no puede sostener económicamente el chalé, que no sirve para ninguna misión. Su madre, que ya no puede volver a Valencia porque se ha ido sin permiso y la pueden detener y llevar de nuevo a la cárcel, aunque le cuesta mucho tomar la decisión, escribe a su hija Angelita a México; no tiene otra salida.
Antes de irse a México había que conseguir el pasaporte, y eso le costó un año entero. La buena mujer ha de ir a solicitarlo a la famosa y temida Dirección General de Seguridad, que está en la Puerta del Sol. Aunque con mucho miedo, como ya no tiene a nadie que la ayude y no puede contar con su hija Pilar, que está en Barcelona, no tiene más remedio que resolver ella sola el problema de los permisos. En la Dirección General de Seguridad le hacen ir cada quince días y siempre le dicen lo mismo:
–No está, no está, vuelva usted otro día.
Durante ese año que tardan en darle el pasaporte, la madre de Pilar se va con Charo y Vicente a vivir a una casita de Ciudad Lineal. El matrimonio pertenece a una familia muy humilde y Vicente está casi sin trabajo. O sea, que viven en la pobreza, pero han tomado cariño a la madre de Pilar y no quieren que se vaya a México. Acaban llamándola madre, y como el papeleo se alarga están casi convencidos de que se quedará; creen que nunca le llegarán a dar el dichoso pasaporte. Pero entonces, finalmente, un día en que va a la Dirección General de Seguridad le dicen que tiene que quedarse. Le dieron un susto tremendo y se pasó la noche en los calabozos. Al día siguiente, por la mañana, la llaman y le dicen:
–Bueno, aquí tiene usted ya el pasaporte. Le hemos hecho todo esto para que usted se lleve un buen recuerdito de España.
La pobre señora, muy temerosa todavía por la noche que había pasado en los calabozos, e ignorando si la iban a encarcelar otra vez, se va sin saber muy bien si reír o llorar. Pero aún tardará algo en irse a México, pues tuvo que esperar a que su hija le enviase el pasaje. Un pasaje que costó una millonada, porque en aquel entonces para autorizar la entrada en México de alguien, había que depositar una cantidad muy grande de dinero. Afortunadamente, Florencio, el marido de Angelita, era rico y no hubo problema.
Cuando doña Ángeles llegó a México casi no conoció a su hija. Se había convertido en millonaria y se codeaba con la alta sociedad mexicana. Nada más llegar, su hija le advierte de que no debe decir nada a Florencio, su marido, ni a su familia mexicana de lo que ellas habían pasado antes, durante y después de la guerra. Angelita era tremenda. Cada domingo iba a misa con los niños. Desde luego, la madre de Pilar, una valencianahablante y republicana, no se encontraba nada a gusto en casa de su hija. Tanto es así que a los pocos meses de llegar le plantea que quiere regresar a España. Angelita se lleva un gran disgusto porque no entiende a su madre. Discuten y su hija le insiste una y otra vez para convencerla de que la idea de regresar es una barbaridad porque la pueden volver a detener y porque tendrá que vivir sola. Al final, doña Ángeles cede y se queda. Y de allí ya no pudo volver, porque en 1979 murió, un año después que su propia hija. Diez años antes, Angelita la había ingresado en el hospital español porque estaba muy delicada de artrosis y reuma y casi no se podía mover. Allí estuvo muy bien atendida hasta su muerte. Y en México está enterrada, junto a su hija Angelita, pero muy lejos de su amada Valencia.
Y mientras tanto, ¿qué era de Pilar y de su vida? La dejamos en Barcelona, en donde al poco tiempo de llegar se queda sola porque Carrillo, Dolores y toda la dirección del partido ya habían llegado a Toulouse, Carrillo desde Argel y Dolores desde la Unión Soviética. Llaman a Monzón y éste también se tiene que ir. Monzón le confiesa a Pilar que sospecha que se lo van a cargar por el camino, antes de pasar la frontera, así que Pilar lo despide con la sensación de que es posible que ya no lo vuelva a ver nunca más, como así ocurrió. Pero todo sucedió más rápidamente de lo que ambos suponían, porque Monzón fue detenido por la policía cuando iba a salir de Barcelona. Eso era julio de 1945. Ambos sospechaban que estaban infiltrados por la policía y los hechos les iban a demostrar que era muy cierto. Se habían instalado en Valvidriera, en casa de los padres de un chaval que hacía de correo con Pilar. Allí vivían además los abuelos, su mujer y su hija. Este chico aprovechaba las noches para venir a verlos. Se acostaba con su mujer y veía a su hija. Pilar advirtió a Monzón de que era peligroso y que la situación se estaba haciendo insostenible.
–Un día lo van a detener y si él canta caemos todos.
–Sí, tienes razón, vamos a cambiarlo.
Pero no hubo tiempo. Y poco después se enteró por el chaval de que la dirección del partido quería trasladarla también a ella a Francia. Sabían que había habido muchas detenciones y como ella había estado con Monzón suponían que sabía muchas cosas. Y era verdad, efectivamente, sabía muchas cosas porque Monzón le preguntaba su opinión sobre muchos asuntos y mucha gente. Pero sabía mucho menos de lo que imaginaba la dirección, porque Monzón trabajaba muy bien clandestinamente y, por seguridad, procuraba mantenerla al margen de todo aquello innecesario que la pudiera involucrar seriamente.
Unos días antes de emprender el viaje a Francia, Pilar escucha mucho ruido en la parte de delante del chaletito de Valvidriera, donde todavía vivía. Era muy temprano, antes de las siete de la mañana, y Pilar estaba en la cama, pero al escuchar los ruidos y los golpes en la puerta piensa enseguida que es la policía. Así que, instintivamente, salta de la cama, se pone una falda, una blusa y unas alpargatas y comprende que ha de salir de allí. Sin pensárselo coge un orinal y una toalla, simulando ser una mujer de la limpieza, y sale de la habitación decidida a llegar hasta la cocina para escapar por la puerta de atrás, que da a la montaña. Y así lo hace. Rápida y sigilosamente pasa a la cocina sin ser vista por los dos policías que estaban en el comedor pegando y gritando a los dos viejos.
Pilar se vio sola, sin dinero y con la necesidad de llegar hasta Barcelona para pedir ayuda. Como pudo, andando, consiguió llegar hasta la ciudad. En Barcelona solo conocía a los ocupantes de dos casas donde llevaba el correo. De una de ellas no se fiaba, no sabía bien por qué y así se lo había dicho antes a Monzón, por lo que se fue a la otra. Era la de un obrero que trabajaba en una fábrica de Barcelona. Fue a la salida del trabajo de este obrero, quien al verla le dijo:
–Algo te ha pasado.
–Pues sí. Me tienes que buscar algún sitio porque no tengo nada, ni dinero, ni casa. Mira cómo voy vestida, y ni siquiera he desayunado.
–Pero si yo no vivo ya en mi casa. Vivo en casa de la tieta con mi mujer y mi niña. Pero resulta que la tieta tiene un amante que es guardia de asalto.
–Pues en Barcelona yo no conozco a nadie y no me puedo ir ni a Madrid ni a ningún sitio.
El hombre la llevó a su casa, le presentó a su mujer y la escondió en su habitación. Decidieron decirle a la tieta que tenían a Pilar en la habitación. La tieta, contrariamente a lo supuesto, se portó muy bien y solo les aconsejó que hicieran las cosas de manera que el guardia no se diera cuenta de su presencia. Pilar cena allí, en la habitación, pero con tanto sobresalto le sobrevienen una diarrea muy fuerte y unas fiebres muy altas. Sus compañeros no saben qué hacer.
–Habrá que llamar a un médico.
Al final vino un médico, y pasados tres días Pilar se recuperó. Entonces le llega la orden de pasar a Francia. Le dan instrucciones: hay una persona que la va a acompañar y la verá a las afueras de Gerona. El hombre estaba en su vagón y le explica las dos opciones que tiene: un camino de quince días descansando en alquerías y otro de ocho días sin descansar. Pilar escoge el segundo y así se inicia el viaje hacia Toulouse. Un viaje larguísimo y lleno de peligros. Él era El Melilla y ella, Elena. El Melilla era un obrero muy culto y la respetó mucho. Le lavaba los pies y la cuidaba preocupándose por todo. Pasó la frontera caminando, bien entrado el otoño, por los montes helados, con zapatos y ropa inadecuados y con el miedo en el cuerpo de ser descubierta por la policía franquista antes de cruzar el paso. Tenía los pies completamente llagados y no hacía sino temblar, pero había que seguir la marcha. Solo podía descansar un rato cuando se detenían. Pero el guía la obligaba a seguir hasta que cruzaron la frontera y llegaron a un sitio más seguro donde les esperaban los contactos. Resulta que la frontera era una canal y El Melilla la ayudó a saltarla y luego la llevó hasta un barracón cerca de Perpignan. Allí estuvo hasta que los pies se le deshincharon.
Pero como tenía que ir hasta Toulouse, en Perpignan la meten en un tren, y cuando llega a su destino un hombre la lleva a un chalé y le presentan a Josefina, la camarada que está al cargo de la casa. Tiene que esperar. A los dos días aparece el camarada Ramón Ormazábal y le pide que haga un informe sobre lo que sabe del partido en España. Al día siguiente, vuelve y le dice que Carrillo quiere que lo amplíe. Y al otro día vuelve con Claudín y le dicen que hay cosas que ellos saben que Pilar no ha dicho. Y vuelta a empezar, otro informe. Además, los jefes de la dirección nacional la someten a unos interrogatorios exhaustivos. En aquel chalé pasa los tres meses más inquietantes de su vida, haciendo frente al examen que los suyos le hacen y esperando los resultados de los que dependía su futuro: si decidían que no era peligrosa, la rehabilitarían y le darían cobertura, pero si entendían que sabía demasiado en su condición de colaboradora de Monzón y que podía comprometer su seguridad, acabarían con ella entregándola a la policía o simplemente dejándola en la calle a su suerte. Allí también supo, mucho después, que Jesús Monzón, detenido y encarcelado en España, había sido expulsado del partido por acusaciones falsas. Aquello todavía la asusta más. Su vida pende de un hilo. Y Pilar guarda silencio.