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VI. PILAR RECUPERA A SU HIJA

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Después de recibir aquella fatídica carta, por lo que suponía de intento fallido a la hora de contactar con ella, deberán pasar diez largos años hasta que Pilar recupere a su hija. Durante este tiempo, Antonino la anima a persistir, a tener paciencia, a no desesperar. Él le decía que iban a volver a España y que la encontrarían, y Pilar va superando el bache gracias al apoyo de ese hombre que siempre está a su lado y que no le falla jamás.

Por fin, un buen día de febrero de 1962, va a verla un amigo de Toulouse que viene de París, adonde ha ido por una reunión del partido.

–Manolo Jimeno me ha dado esta carta para ti.

Sin esperar a que el amigo se marchara, Pilar abre nerviosamente la misiva, compuesta solo por unas pocas líneas en las que se leía: «Tu hija está aquí en París, trabaja aquí, tiene novio aquí y quiere verte. Ven lo antes posible».

Pilar da un respingo y se levanta como si le aguijonearan por todo el cuerpo. Habla con los Labry y lo prepara todo para ausentarse durante unos días, incluida la persona que se hará cargo del pequeño Raymond.

Tres días después Pilar coge un tren y llega a París. Es pleno invierno, pero ella está demasiado nerviosa para sentir el frío parisino. Va directamente a casa de Manolo Jimeno, y él le dice que su hija llegará muy pronto. Al cabo de un rato llega un chico, Antonio, que resulta ser el novio de Mari Luz. Manolo se lo presenta pero Pilar, muy nerviosa, le pregunta por su hija. Antonio le dice que está abajo, en el coche, esperándola. Así que Pilar baja corriendo y sube al coche que espera en la puerta.

Mari Luz tiene 23 años y está acurrucada en un rinconcito del coche. Su madre recuerda, como en un fogonazo, los gritos y lloros de aquella niña de cuatro años y medio cuando aquellos policías la arrancaron de sus brazos para llevársela detenida. Pero al entrar al vehículo y verla tan desvalida, Pilar piensa que no debe hacerle ninguna escena. Y no la hace. Pero se acerca a ella porque la ve con gesto asustado. Pilar la besa y se sienta a su lado. Su carita se parece bastante a la de la foto que tiene de cuando era niña. Se pregunta si quizá la habría reconocido de habérsela encontrado por la calle. Pilar, que es muy fisonomista, cree que si la hubiera visto en un café y la hubiese mirado fijamente sí la habría reconocido.

–Bueno, aquí tienes a tu madre. Pregúntame lo que quieras y yo te contaré cómo han sido las cosas. Si me crees, bien. Y si no…¿qué le vamos a hacer? Yo no puedo ni quiero obligarte a nada.

Poco a poco, con gran serenidad, Pilar va desgranándole su vida y sobre todo la situación que la había llevado a tomar la decisión de dejarla con sus abuelos para irse a Madrid a la clandestinidad.

–Ahora ya sabes por qué lo hice. Quizá no debiera haberlo hecho, no lo sé, nena, no lo sé. Tengo un lío…

Mari Luz no dice nada, absolutamente nada, solo escucha. Ese día comen en casa de Manolo Jimeno y después madre e hija tienen otro momento para estar solas. Pilar le anuncia que estará cuatro días en París con ella y que durante todos esos días tendrán ocasión de hablar y sincerarse. Son cuatro días que se pasan como un soplo. Como Mari Luz trabaja se ven solo a la hora de comer y ya por la noche, al acabar la jornada. Su novio, Antonio, que es técnico de televisión donde también trabaja Mari Luz, se une a ratos a ellas. Pilar tiene ocasión de explicar a su hija cómo había tratado de acercarse a ella y cómo su padre se lo había impedido. Le cuenta la carta amenazante que recibe de su padre al poco de estar en Toulouse. De alguna manera, Pilar percibe que su hija no quiere a su padre, que no se lleva bien con él y que en cuanto ha podido ha salido de su vida y se ha trasladado a París. La despedida entre las dos es muy del estilo de Pilar.

–Mira, nena, tú eres libre. Yo te quiero y estoy contentísima y muy feliz de verte.

Quedan en seguir en contacto. Y así lo hacen. En uno de esos encuentros Mari Luz explica a su madre su vida en Madrid, con su padre y Lola Gaos. Le cuenta que, de pequeña, Lola no estaba nunca en casa, que se pasaba el día en el teatro y que ella se iba con su padre a los juzgados porque él era procurador de los tribunales. Entre ellos tampoco había mucho en común porque cada uno hacía su vida y Mari Luz se da cuenta de que es un matrimonio que no funciona. Después, Lola tuvo a su hija cuando Mari Luz tenía siete u ocho años. Mari Luz va todos los días al Liceo Francés pero tiene miedo de su padre y no se siente nada a gusto en aquella casa. Así que cuando acaba los estudios se da cuenta de que es el momento de salir de allí. Aprovecha unos cursos que le ofrecen de perfeccionamiento de francés en los que se sigue estudiando durante media jornada en la Alianza Francesa de París, y trabaja la otra media jornada. Tiene entonces 21 años recién cumplidos y llega a París en octubre de 1961. Después del primer año sale con un certificado de saber leer y escribir correctamente el francés. Con ese certificado ya puede optar a un buen trabajo. Poco después conoce al que con el tiempo sería su marido, y en ese entorno periodístico comienza a hacer averiguaciones sobre dónde podría estar su madre.

Pilar se entera de que su marido se ha podido casar con Lola Gaos gracias a un decreto de Franco por el que quedaban anulados todos los matrimonios celebrados durante el periodo republicano. Por tanto, el matrimonio de Pilar y Gonçal era como si no existiera. Años después, todavía durante el franquismo, el Gobierno anularía el decreto franquista, con lo que vuelven a reconocerse esos matrimonios. Pero no se sabe bien cómo, muchos años después, cuando Gonçal ya se ha separado de Lola Gaos y quiere casarse por tercera vez con una catalana, puede hacerlo y lo hace sin problemas. A Pilar todo eso no le preocupa, pero a la hora de estabilizar su relación con Antonino ella se lo plantea y él le contesta de una manera clarividente:

–¿Y para qué demonios quiere casarse otra vez una feminista como tú?

Antonino no quiere casarse otra vez de ninguna manera. Para él es una cuestión de principios y la decisión la había tomado hacía ya mucho tiempo. Cuando su mujer le plantea la separación de bienes, él acepta inmediatamente y la firma. Pero nada más. ¿Para qué iba a divorciarse si hacía montones de años que todo se había acabado entre ellos? No, nunca más se casaría. La verdad es que si Pilar y Antonino hubieran considerado el matrimonio, hubiese sido muy difícil porque los dos estaban casados y habrían tenido que realizar muchos papeleos hasta conseguir los divorcios de los dos. Pero la verdad es que durante muchos años no se plantea seriamente esa posibilidad y cuando Pilar lo sugiere, Antonino ya había decidido que no valía la pena. Es algo que sus amigos franceses no entienden, y a menudo le preguntan intrigados:

–¿Por qué no quiere usted casarse con Madame Pérez?

Y Antonino contesta siempre con la misma determinación que no, que no es necesario.

Al poco tiempo, un año después del encuentro entre madre e hija, Mari Luz anuncia a su madre que va a casarse con su novio, con Antonio, y la invita a la boda, aunque le advierte que también ha invitado a su padre. Mari Luz le dice que va a ser una ceremonia muy sencilla, que se casarán en el ayuntamiento y que solo estarán unos pocos amigos de la pareja. Pilar ni se lo piensa y le contesta que no irá a la boda porque no quiere ver a su padre, pero le envía un regalo y le dice que ya se verán después de la boda. Al poco de casarse, Mari Luz tiene una hija y un año después otra. Madre e hija se ven con frecuencia porque unas veces Pilar va a París y otras veces Mari Luz va a Toulouse. Mari Luz comienza a contarle a su madre que Antonio no es como ella creía; tiene 18 años más que ella y es muy raro. Aunque es buena persona, como marido deja mucho que desear: no se preocupa en absoluto de su mujer y de sus hijas, y siempre está con los amigos…

Paralelamente al encuentro de Pilar con su hija, Antonino, su compañero inseparable, también tiene que resolver sus problemas familiares. Estaba casado y tenía dos hijas, pero ya en la guerra estaba prácticamente separado de su mujer, a la que únicamente había visto en dos ocasiones. Acabada la guerra, al llegar a Francia, Antonino escribe una carta a su madre pidiendo que envíen a Toulouse a sus hijas unos días porque las quiere ver. Las niñas hablan con su madre y al fin llega la hija mayor, Teresa, acompañada de la madre de Antonino. Teresa, de 21 años, tiene novio y quiere casarse, pero al poco de llegar a Toulouse conoce al que sería el amor de su vida. Es en una fiesta del partido donde conoce a Eduardo, responsable de la juventud comunista de Burdeos, donde vive. Enseguida se enamoran y Teresa ya no quiere marcharse a España. Antonino le facilita las cosas todo lo que puede. Curiosamente, Antonino había conocido a Eduardo en el campo de concentración, cuando con ocho años estaba con su padre, Eduard Bernard. Después de conocer a Teresa y saber quién es, Eduardo va a Toulouse a ver a Antonino. Y, efectivamente, Antonino reconoce en él al chaval del campo. Finalmente, Teresa y Eduardo se casan, tienen tres hijas y siguen viviendo en Burdeos.

Dos años después, cuando Antonino y Pilar acaban de conocerse e inician sus relaciones, llega Nieves, la segunda hija de Antonino, para conocer a su padre. Va vestida de hábito y al principio le sugiere a su padre que vuelva con la madre. Antonino, que lleva muchos años sin mantener ninguna relación con su mujer, le dice que no y la chica no insiste. En parte porque ve a su padre decidido y en parte también porque se da cuenta de la presencia de Pilar, y entiende que hay algo entre ellos. Nieves los deja y, al poco de llegar a Madrid, ingresa en un convento, aunque más tarde saldría de éste para unirse a los testigos de Jehová. Se casa con uno de ellos, con quien tiene ocho hijos, y sigue viviendo en Madrid, muy vinculada a la religión, con toda su familia. Durante los primeros años tras la vuelta de Antonino y Pilar a Valencia, Nieves va a ver a su padre de vez en cuando, sobre todo durante el verano, aprovechando las vacaciones. Va siempre acompañada de su marido y de los hijos que año tras año va teniendo. Pero, poco a poco, Nieves está más involucrada con la actividad religiosa y los contactos se van espaciando en el tiempo, hasta que desaparecen. Los testigos de Jehová tienden a relacionarse solo entre ellos; esa es al menos la explicación que Antonino cree entender de la interrupción de las visitas de su hija, y sin preguntarle nada la respeta.

Mientras se van recuperando los afectos de Pilar y Antonino con sus hijas, se robustece día a día el cariño de ambos hacia Raymond. Prácticamente lo crían ellos. Juegan juntos, comen juntos, salen juntos…Raymond es un chaval cariñoso, incluso muy zalamero, y vive en su casa los problemas de sus padres y la indiferencia hacia él. Así que vuelca en Pilar y Antonino el cariño que sus padres no le dan y que encuentra en esa pareja de españoles que están siempre pendientes de él. Y ellos lo consideran como el hijo de ambos. Incluso mucho más tarde, cuando la pareja deje Francia y se traslade a Valencia, y cuando Raymond se case y establezca su propia familia, continuarán relacionándose los tres como si fueran una familia y se visitarán periódicamente. Pilar y Antonino van a Toulouse dos o tres veces al año. Son los que están más libres porque pronto se jubilan. Y a su vez, Raymond también viaja hasta Valencia cuando sus ocupaciones se lo permiten.

A pesar de que Pilar ya no está con los Labry sigue viéndose con Raymond cada día. Ahora Pilar trabaja en casa de una pareja de arquitectos. Y Antonino trabaja con los Courtois de Viçose. Él es banquero, ella tiene una tienda de antigüedades y busca un tapicero para los trabajos de la tienda, así que Antonino se encarga de los trabajos de tapicería. Estos señores, que tienen un Mas en la provincia de Gerona, cuando oyen a Pilar decir que va a volverse a España siempre le advierten:

–Es una barbaridad que usted se vuelva a España, porque Franco aún está vivo y usted tiene un dosier muy negro…

Pero Pilar no afloja.

–No, no, yo tengo que volver ya…

Al fin, un día en que han proyectado pasar unos días en el Mas con unos amigos se les ocurre la idea de llevarse a Pilar y Antonino con ellos.

–No hay peligro porque ustedes van a pasar la frontera con nosotros, en coche.

Y así lo hacen. Pilar va con temor porque sabe que en la frontera tienen unos ficheros donde comprueban los pasaportes. Pero van en dos coches. En el de los Courtois de Viçose van Pilar y Antonino y en el otro coche viajan los dos matrimonios amigos de los Courtois, que van a pasar las vacaciones con ellos. Así pasan la frontera, sin hacerles bajar siquiera para sellarles los pasaportes. Seguramente piensan que son tres matrimonios franceses. Esa noche duermen en la masía de los Courtois y al día siguiente los llevan a la estación, donde cogen el tren que los llevará a Valencia.

Se alojan en Silla, el único lugar seguro, donde tiene a la familia de leche la madre de Pilar. Allí pasan quince días tanteando la situación para su vuelta. Y a finales de aquel mes de abril vuelven a Toulouse, pero ahora ya a preparar el regreso definitivo a Valencia, a casa.

Pilar Soler

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