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V. JOSEFINA PEÑA FRENTE A PILAR SOLER
ОглавлениеCuando a Pilar la llevan a un chalé a las afueras de Toulouse le piden que redacte un informe sobre la situación del partido en España. Pilar escribe lo que considera importante y lo entrega. Pero no es suficiente. Quieren saber más y le piden que amplíe la información. Redacta otro informe ampliando el primero. Pero tampoco vale. Y escribe un tercero. Pero siguen sin conformarse. Pilar empieza a ponerse nerviosa y se siente secuestrada en aquel chalé del que no puede salir hasta que sus captores arreglen su situación y le den la necesaria cobertura legal. Al principio de su estancia aparecen por allí Carrillo y Dolores para darle la bienvenida, pero después ya no viene nadie y ella empieza a temer seriamente por su vida. Piensa que se la pueden cargar y siente miedo de sus propios camaradas, porque cuando pregunta siempre le contestan con la misma cantinela.
–Ya te llamarán, ya te enviarán a tu destino.
Pero pasan los días y sigue allí, en aquel chalé, aislada y sin saber nada de lo que pasa en el exterior. Ni siquiera sabe que a Monzón lo han detenido en España. Solo escucha de vez en cuando comentarios de que Monzón estaba traicionando la línea política y que era un provocador. Y ella, que sabe que no es cierto, no discute nada y guarda silencio. Al final, después de más de tres meses, en vista del punto muerto a que se ha llegado, un poco a la desesperada, pide hablar con Dolores, porque ella sabe que Dolores sigue en Toulouse.
Cuando Dolores acude al chalé la saluda muy contenta de verla y como si no pasara nada. Las dos se conocían porque habían trabajado juntas mucho tiempo en Valencia durante la guerra. Dolores llega acompañada de Claudín y Ormazábal y se celebra como una reunión de partido. Dolores inicia la sesión dirigiéndose a Pilar:
–Bueno, Pilar, ya estás en Francia. Aquí no te va a pasar nada. Ya hemos arreglado tu situación. Hay mucho trabajo que hacer con las mujeres, porque aquí hay muchas mujeres exiliadas.
Pilar se tranquiliza. La presencia de Dolores es para ella como una tabla de salvación. Y, efectivamente, a los pocos días le proporcionan la documentación. El partido le había aconsejado que se cambiara el nombre para solventar el problema de su entrada clandestina. Ellos saben, a través del Partido Comunista Francés, que hay agentes franquistas que circulan con asiduidad y que se llevan muy bien con la policía francesa. Si se hubiera presentado ante la policía como Pilar Soler, hubiese sido como declarar que había entrado clandestinamente y entonces la deportación a España habría sido más que probable. Por tanto, se inscribe como Josefina Peña Castillo, pensando en zafarse momentáneamente del problema, y así consta en su documentación y en los asuntos laborales. Ella sigue convencida de que aquello va a durar cuatro días, pero la solución que encuentran al problema inicial se transforma a la larga en otro problema de mayor envergadura. Un problema al que estuvo atada Pilar durante nada menos que la friolera de veintiséis años. Ante su mundo, el de la política, el partido, sus camaradas…, era Pilar Soler. Pero, oficialmente, ante las autoridades francesas, la policía, los contratos laborales, las cotizaciones a la seguridad social…, era Josefina Peña. Y esa doble personalidad, mantenida durante tantos años y añadida a todos los problemas a los que debía hacer frente, a punto estuvo de volverla literalmente loca.
A Pilar la llevan a trabajar de administrativa, ya como Josefina Peña Castillo, a una empresa de corte de madera. La empresa era legal y estaba dirigida por un camarada del PC francés. Empieza a trabajar en aquella serrería y la ponen en contacto con la organización del partido. Le preguntan de qué quiere ocuparse y ella dice que quiere trabajar con las mujeres, así que dedica su actividad como militante dentro del partido a las mujeres. Se siente integrada en el PC y, por tanto, liberada de la situación anterior de secuestro, pero en su interior sigue llena de dudas por las falsas acusaciones que ha oído de Monzón.
Bastantes meses después, un día Pilar lee en la Nueva Revista del PC, donde se publican las resoluciones del Comité Central, que en una de esas resoluciones habían expulsado del partido a Monzón, por provocador y agente del franquismo. Pilar se queda de piedra. Por supuesto no se lo cree ni un instante, pero se calla, porque si hubiera dicho que no era verdad, entonces la hubieran acusado a ella de provocadora y la habrían expulsado también. Y para Pilar, allí, sola en Francia, el partido lo era todo. Así que continúa su actividad en la agrupación asistiendo a las reuniones con normalidad. Parece que a la camarada Pilar Soler la tratan como a una camarada muy preparada y ella siente como que la están rehabilitando, pero solo la dejan trabajar a un nivel muy bajo. Se da cuenta enseguida de esto porque orgánicamente, por encima de ella, hay una tal Anita Martínez, que no es nada interesante y, sin embargo, está muy bien considerada, incluso por la Pasionaria. En su fuero interno, se siente muy rebajada, pero se cuida mucho de manifestarlo.
En aquellos primeros tiempos de su llegada a Toulouse, después de dejar el chalé e iniciar su ingreso en el mundo laboral y en las actividades del partido, Pilar convive con otras dos camaradas, Carmen de Asturias y Pilar Villar de Navarra. Las tres alquilan la buhardilla de una casa muy vieja y se encuentran con el problema de que hay ratas. No ratones, no. Ratas enormes, casi tan grandes como las de la cárcel. Pilar les tenía horror. Le recordaban a las de la cárcel de la Pechina, cuando, después de parir en aquella enfermería que estaba en la planta baja y que tenía dos grandes ventanales que daban al patio, las oía, sin poder pegar ojo, horrorizada, revolver los cubos de la basura de la cocina durante toda la noche. Cuando, después de trabajar y de asistir a las reuniones con las exiliadas españolas, volvían tarde, ya de noche, a dormir al piso las tres chicas, entraban corriendo hasta la cocina y allí se subían a la mesa grande que había en el centro. Ya por las mañanas, antes de irse, dejaban una escoba preparada cerca de la puerta para pegar escobazos y hacer ruido para espantarlas y así poder llegar hasta la mesa cuando volvieran por la noche. Con aquellas dos camaradas, Pilar se lleva muy bien. Se lo cuentan todo. Pili, que se escribía con su familia, le contaba que en Madrid tenía a su sobrina, que iba al Liceo Francés. Y pronto averigua que la hija de Pilar va también al Liceo.
Pero por aquella temporada de sus inicios en el asentamiento en Toulouse, recibe una carta muy inquietante de su marido, Gonçal Castelló. Pilar ignora cómo se ha enterado de su dirección, aunque después se entera de que lo ha hecho a través de las sobrinas de Pili, la camarada con la que comparte buhardilla. Las sobrinas de Pili, que casualmente también van al Liceo Francés de Madrid, están enteradas del problema de Pilar, porque ella se lo ha contado por carta y alguna gestión de buena voluntad han debido de realizar y Gonçal se ha enterado. Lo cierto es que le llega la carta, que la sume en una tristeza infinita. La carta es muy corta, de apenas cinco o seis líneas escritas a máquina, y en ella Gonçal le dice que está enterado de que quiere contactar con su hija y le explica que es inútil porque él ama muchísimo a la hija que ella ha abandonado y no va a permitir que arruine su vida. Acaba amenazándola con que si alguna vez existe la probabilidad de que ella vea a su hija o él llega a saber que puede verla, mandará a la niña al extranjero y ya nunca más la verá ni sabrá de ella.
En 1948 estamos en el momento álgido de la Guerra Fría de Estados Unidos, con Truman, que hace una política anticomunista en Europa. Por tanto, esa presión llega al Gobierno francés, que reproduce más que nunca esa política anticomunista. Aunque, el PC francés seguía teniendo una gran influencia social por su gran militancia, debió de advertir al Partido Comunista Español de que tuviera cuidado porque se avecinaban malos tiempos.
Y los malos tiempos no tardan en llegar. Tanto el hospital Varsovia, fundado por los guerrilleros españoles después de la Segunda Guerra Mundial, y considerado por la policía francesa como un nido de comunistas, como la serrería se cierran por decisión del Gobierno francés. A los médicos y a los militantes comunistas españoles se los envía a diferentes países comunistas, pero la oficina donde trabaja Pilar no la tocan, aunque la policía advierte a su director de que van a iniciar una investigación sobre las finanzas porque hay sospechas de que el dinero va a parar al PC español. Entonces deciden una reducción drástica del personal y a Pilar le proponen que vaya de ayudanta de cocinera a una cantina en donde la gente trabajadora suele ir a comer. Ella, por supuesto, acepta. Y un día en que está sirviendo a unos camaradas llega uno que había sido coronel de los guerrilleros durante la ocupación nazi. Está muy nervioso y le dice que tiene que hablar con ella. A Pilar ya le había llegado la onda de que éste era uno de los que habían sido interrogados por la policía.
–¿Qué quieres de mí? ¿Qué te pasa? Porque yo sé que te ha llamado la policía…
–Sí, sí, y a lo mejor también te llama a ti…
–No jodas…¿Y eso por qué? ¿Es que acaso les has hablado de mí?
–No, de ti no, pero de tu hermana sí.
–Pero si has hablado de mi hermana que está en México, ¿cómo no vas a hablar de mí que estoy aquí contigo?
–No, no. Tú no has salido en la conversación para nada.
–Eso es mentira…
Ella sube el tono de voz y los compañeros intervienen en la discusión para tranquilizarlos. A Pilar le entra el horror cuando piensa que la policía francesa puede devolverla a España, pero no puede contar a nadie sus miedos. Ni siquiera a su familia. Durante dos años no ha podido escribir ni a su madre, ni a su marido, ni a su hija. Lo tiene prohibido por el partido como norma básica de seguridad y ella lo ha cumplido a rajatabla.
Las sospechas de Pilar tenían su fundamento y pocos días después de aquella discusión en la cantina llega un señor muy elegante y se presenta como comisario de policía, monsieur Tataró. Les pregunta qué hacen y ellas le explican que recogen dinero y ropas para las mujeres que están en las cárceles españolas. Aquel señor se va, pero una semana después vuelve y muy correctamente le dice a Pilar:
–Bueno, de todas maneras usted no es Josefina Peña. Usted es Pilar Soler.
–No, no. Yo soy Josefina Peña.
Y riéndose, este le replica:
–No, no…Y además no es verdad que usted haya venido en el treinta y nueve. Usted ha venido después. Yo sé que usted es una mujer a la que le gusta mucho la música, que es una mujer culta y que también le gusta leer.
–Sí, me gusta la lectura.
–Pues, mire, le voy a dar mi número de teléfono y cuando usted quiera ir al teatro Capitol me llama y hablamos.
Pilar se queda preocupadísima, pero el hombre ya no volverá más. Lo cierto es que Pilar nunca llega a encontrarse bien en Toulouse. Hay como una lucha interna que le impide centrarse en aquella vida porque políticamente siente que debe volver a España y que siempre está yéndose al tiempo que la realidad le indica lo contrario.
Poco tiempo después de las visitas de aquel policía francés, la cantina cierra y Pilar tiene que buscarse de nuevo otro trabajo. Como todavía no sabe suficiente francés no puede aspirar a otra cosa que a limpiar casas por horas. Y así lo hace hasta que unas camaradas francesas la avisan de que hay una casa en la que buscan a una mujer seria como ella para todo el día. Se trata de la familia de dos camaradas del Partido Comunista francés, Susana y Louis Labry, ella profesora de segunda enseñanza y él abogado, que necesitan a alguien de confianza que se ocupe de todo lo referente a la casa y de cuidar de sus hijos mientras ellos se dedican a sus trabajos y a sus actividades como militantes. Pilar acepta enseguida y hace de gobernanta, ocupándose de todo, incluido el cuidado de una niña pequeña que tiene la pareja. Estará con ellos catorce años, hasta que mueren los dos abuelos de los Labry. Al quedarse solas, las dos abuelas han de mudarse a la casa familiar. Pilar ya no seguirá con ellos y se busca otra casa.
Hasta dos años después de llegar a Toulouse, el partido no le levanta la prohibición de mantener contacto con los suyos. Durante todo ese tiempo, Pilar siempre preguntará lo mismo.
–¿Puedo escribir ya a mi familia?
Pero la respuesta también será siempre la misma:
–Espera un poco. Ya te avisaremos.
Así que en cuanto se lo permiten, Pilar escribe a su madre, que ya está en México con Angelita, y a Charo a Madrid. A esta última le escribe para pedirle que localice a su hija, porque Pilar jamás ha renunciado a ella. Charo averigua que está viviendo en Madrid con su padre, que se ha casado con Lola Gaos, una mujer importante de la escena teatral y después también del cine. Más tarde averigua que la niña va al Liceo Francés, así que ni corta ni perezosa va a la salida de las clases y reconoce a la niña por las fotografías que Pilar le ha mandado de ella. Charo se acerca a las mamás que están esperando a la salida del colegio. Allí tiene una conversación con una de esas mamás, a la que le pregunta por Mari Luz y que le dice:
–Pues sí que conozco a esa chica que usted busca, porque es amiga de mi hija.
Charo se sincera con esa mamá, que resulta ser la hermana de Gabriela Miró, novia de Bernardo Clariana, un estudiante de los tiempos de cuando Pilar y Gonçal eran novios en Valencia y frecuentaban la tertulia del Lyon D’Or en la calle de la Paz. Y esa mamá, que se llamaba Luisa y estaba casada con un arquitecto que conocía a Pilar, se acordaba perfectamente tanto de Pilar como de Gonçal. Así que Charo hace amistad con ella, le cuenta toda la historia y Luisa se ofrece para hablarle a la niña. Charo va varias veces al Liceo y al final tiene un breve encuentro con Mari Luz, pero ella ve a Charo como una cosa rara y tiene miedo, porque a Mari Luz le habían dicho que su madre era una de esas mujeres que hace la calle. Así que la niña, muy asustada, huye, sin querer hablar con Charo. Se va corriendo, coge el autobús y desaparece. Charo se lo cuenta todo a Pilar por carta. Entonces Pilar le envía a Charo una carta para que se la entregue a su hija y Charo se la da a Mari Luz, pero le han hablado tan mal de su madre que la niña, en cuanto llega a casa, entrega la carta a su padre sin abrirla, y unos días después Pilar recibe una carta terrible, supuestamente escrita por su hija. Supuestamente, porque aunque va firmada con su nombre, Pilar se da cuenta de que aquella no es la caligrafía de su hija ni tampoco la del padre. Sin embargo, el impacto de la carta, en la que se le dice que si es verdad que la quiere tanto ha de demostrarlo no volviendo a escribirle ni a tener más relación con ella, deja a Pilar sumida en un estado de shock. Pasa ocho días en los que no hace sino llorar, porque no puede soportar el terrible rechazo. Los franceses para los que trabaja y los amigos que había hecho en esos primeros años empiezan a preocuparse por ella, tan fuerte y alegre siempre, al verla entonces tan abatida. Al final Pilar explica a algunos lo que le pasa y les enseña la carta. Todos coinciden en que esa carta no la ha escrito una chica de catorce años, por las expresiones que contiene y la forma en que está escrita. Pilar deduce que la carta está escrita por Lola y jamás llega a entender cómo una persona puede albergar sentimientos tan monstruosos. Sin embargo, Pilar nunca le hablará a su hija del rechazo que siente en su interior hacia Lola, porque ha vivido con ella y no quiere causarle más problemas.
Pilar va, poco a poco, recuperándose. Sabe que, por el momento, el tema de su hija es un callejón sin salida. Y aunque sigue sin conformarse piensa que quizá más adelante, cuando pase algún tiempo y la niña sea mayor, será el momento de volverlo a intentar.
Algunos años después, en 1955, Pilar conocerá a Antonino, un valiente guerrillero español con las cosas muy claras. En esos momentos, Antonino ha dejado el partido por discrepancias con la dirección y los dos coinciden en muchas cosas cuando se cuentan la situación en la que se encuentran. Se enamoran y, después de un noviazgo de dos años, deciden alquilar juntos una buhardilla pequeña. El encuentro con Antonino es providencial para Pilar, que ya no se separará de él; será el compañero de su vida. Nunca más se sentirá sola y compartirá con él todos los problemas y las alegrías. Ella sigue acudiendo todos los días al trabajo en casa de los Labry, y cuando se cumplen siete años, más o menos, de su entrada en la casa, Susana se queda embarazada y da a luz a Raymond, un niño que es cuidado amorosamente por Pilar y por Antonino, y al que considerarán siempre como su hijo. El niño también considerará siempre a Pilar y a Antonino como sus otros padres. No es que los padres de Raymond no lo quieran, sino que siempre tienen muchas cosas que hacer y quienes más se ocupan del niño son Pilar y Antonino. Y no solo lo hacen durante el horario de trabajo, sino que se lo llevan a su casa incluso los fines de semana. Además, pronto los Labry tienen problemas entre ellos, hasta que acaban separándose. El pequeño Raymond lo pasa mal, y Pilar y Antonino le dan el cariño, la atención y la estabilidad que necesita. Ese sentimiento mutuo irá creciendo y perdurará siempre porque, con el paso de los años, cuando Pilar y Antonino lleguen a la vejez, Raymond se ocupará de ellos con la misma dedicación y cariño que ellos le habían manifestado en aquellos difíciles años de la infancia y la adolescencia.
Entretanto, Pilar está ya metida de lleno en la actividad política, y como el partido comunista francés hace mucha campaña en contra de la España franquista y ella está muy bien considerada entre los franceses del partido, sube puntos ante sus camaradas españoles. Pero entre todo este tráfago vital, Pilar no olvida que tiene, como una espina clavada en el corazón, el asunto de su hija todavía por resolver.