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Capítulo 6 Helen
ОглавлениеPasa, pasa. Entra. Siento que la casa esté tan desordenada. Es muy amable de tu parte decir que no lo está, pero sí, sí que lo está. ¿Te apetece té o café? Perfecto, pues té. ¿Con leche y azúcar? Pues claro, todo el mundo lo toma ahora con leche y azúcar. Mi abuela tomaba té negro, sin nada, solo, con una rodaja de limón. Pero ahora ya no se toma así. ¿Te apetece un poco de tarta? Me temo que no puedo ofrecerte una casera.
Bien, eres escritor, qué maravilla. Nunca había conocido a un escritor. Es una de esas cosas que todo el mundo desea, ¿verdad? Escribir un libro. Incluso yo me lo planteé, pero no soy escritora, claro. Puedo pensar en lo que quiero escribir, pero es muy difícil transmitirlo a otras personas, y supongo que ahí está la diferencia. Después de la muerte de Arthur, todo el mundo me dijo que me vendría bien hacerlo, escribir cómo me sentía para sacarlo de dentro. Debes de estar a favor de esos recursos; ya que eres tan creativo, ¿crees que al hacer algo creativo uno se siente más completo? Bueno, en fin, de todos modos, nunca llegué a escribir nada. Tampoco estoy segura de qué habría escrito para un desconocido.
Veinte años, por Dios, cuesta creerlo. ¿Puedo preguntarte por qué has elegido nuestro caso? Si esperas que mi marido sea el típico machote que sale en tus libros y que voy a contarte una historia sobre misiones y naufragios o lo que sea, creo que te has equivocado.
Sí, es un misterio, si quieres creer las habladurías. A mí, que lo he vivido desde dentro y que me toca tan de cerca, no me lo parece; pero no te sientas mal por eso, no, de verdad. No me molesta hablar de Arthur; es una forma de sentirlo conmigo. Si hubiese tratado de fingir que no ocurrió nada, habría tenido problemas hace mucho tiempo. Una siempre debe aceptar lo que le ocurre en la vida.
He oído de todo a lo largo de los años. Que Arthur fue abducido por alienígenas. Que lo asesinaron unos piratas. Que lo chantajearon unos contrabandistas. Que mató a los otros dos o que ellos lo mataron, que, luego, se mataron el uno al otro, y que el que quedaba, se quitó la vida, por alguna mujer, por una deuda o por un tesoro que dilapidaron. Que los perseguían fantasmas o que fueron secuestrados por orden del gobierno. Que los amenazaron unos espías o que se los zamparon serpientes marinas. Que se volvieron locos, uno o los tres. Que tenían una vida secreta de la que nadie sabía nada, riquezas enterradas en plantaciones de Sudamérica que solo podían encontrarse buscando la señal del mapa. Que se habían ido a Tombuctú y les había gustado tanto que no regresaron… Cuando ese tal lord Lucan desapareció dos años más tarde, hubo quienes dijeron que había ido a encontrarse con Arthur y los demás en una isla desierta, supuestamente con los pobres que pasaban por el Triángulo de las Bermudas. Es que a ver… ¡a quién se le ocurre! Seguro que preferirías cualquiera de estas versiones, pero me temo que todas son absurdas. No estamos en tu universo ahora, estamos en el mío, y esto no es un thriller, es mi vida.
¿Te corto cinco minutitos, de acuerdo? Como los minutos de un reloj, si te imaginas la tarta como un reloj; ese es el tamaño del trozo que te corto. Dame el plato; aquí tienes. Debo admitir que nunca le cogí el tranquillo a la repostería. Parece que a todas las mujeres se les da bien, pero a mí no, no sé por qué. A Arthur se le daba mejor que a mí. ¿Sabías que aprendieron a hacer pan como parte de la formación? Uno aprende de todo para ser farero.
De todas las torres, creo que la del Obispo es la que tiene el mejor nombre. Suena majestuoso. Me recuerda a esa pieza del ajedrez, discreta y señorial. A Arthur se le daba muy, pero que muy bien el ajedrez; yo nunca jugaba con él por eso, porque a ambos nos encantaba ganar y no me gustaba concederle la victoria, ni a él a mí. Como guarda, tenía que encantarle jugar a las cartas y a otros juegos con tanto tiempo libre. Además, un juego de naipes o una mano de gin rummy ayuda a hacer amigos. ¡Y no digamos el té! Si hay algo que se le dé bien a un farero es tomar té. Beben como treinta tazas al día. En las estaciones, si uno va a la cocina, tiene que preparar el té.
Los fareros son gente normal. Ya lo descubrirás tarde o temprano, y espero que no te lleves una desilusión. La gente que no está en el mundo de los faros cree que hacen un trabajo un tanto clandestino, porque llevamos una vida privada. La gente se piensa que estar casada con un guarda es glamuroso, por el misterio que lo rodea, pero no. Si tuviera que resumirlo en dos frases, diría que una tiene que estar preparada para pasar largos periodos de tiempo separada de su marido y periodos cortos e intensos juntos. Los días intensos son como dos amigos lejanos que se reúnen, lo que puede parecer emocionante, pero también complicado. Te pasas ocho semanas sola haciendo las cosas a tu manera y, entonces, llega un hombre a tu casa y de pronto él es el amo y señor y tú quedas relegada a un segundo plano. Puede ser muy desconcertante. No es un matrimonio al uso. El nuestro, sin duda, no lo era.
¿Que si echo de menos el mar? No, no, para nada. Me moría por irme de allí después de lo que ocurrió. Por eso me vine aquí, a la ciudad. Nunca me ha gustado el mar. Donde vivíamos, en las casitas de los fareros, estábamos rodeados, el mar era lo único que se veía desde las ventanas, miraras hacia donde miraras. Te daba la sensación de vivir en una pecera. Cuando había tormenta, veíamos unos relámpagos espectaculares y las puestas de sol también eran bonitas, pero, en general, el mar es gris, grande y gris, y no pasa gran cosa. Aunque, ahora que lo pienso, diría que es más verde que gris, como la salvia o la pintura eau de Nil. Que, por cierto, ¿sabías que eau de Nil en francés significa «agua del Nilo»? Yo creía que significaba agua de la nada, que es como el mar me hace sentir, en cierto modo, así que pienso en el mar en estos términos. Agua de la nada.
Ahora sigue teniendo tan poco sentido como el día en que Arthur desapareció. Pero se hace más fácil. El tiempo te da distancia y puedes recordar lo que te ha pasado y no sentir lo que te abrumó; los sentimientos se han atenuado, no están tan presentes ni son tan intensos como al principio. Es raro, porque algunos días no parece tan extraño lo que encontraron en el faro y creo que, bueno, un día el mar se embraveció y debió de llevárselos y se ahogaron; y otros días tengo la sensación de que todo es tan descabellado que me quedo sin respiración. Hay demasiados detalles de los que no puedo olvidarme, como lo de la puerta cerrada por dentro y los relojes parados, me corroe, y si le doy vueltas por la noche tengo que ponerme seria y obligarme a no pensar en ello. Si no, nunca dormiría, y me acuerdo de las vistas al mar que teníamos desde la ventana de la casita y me parece tan vasto, vacío e indiferente que tengo que poner la radio para que me haga compañía.
Creo que lo que sucedió es lo que te acabo de decir: que el mar se levantó de golpe y los tomó desprevenidos. La navaja de Ockham, se llama. Es la ley que dice que la solución más sencilla suele ser la más probable. Si hay un misterio, no lo compliques más que la suma de sus partes.
Que Arthur se ahogara es la única explicación realista. Si no estás de acuerdo, entonces te dispones a recorrer caminos descabellados, llenos de seres fantasmales, teorías de la conspiración y los sinsentidos que te he contado que cree la gente. La gente se cree cualquier cosa; si le das a elegir, prefiere la mentira a la verdad, porque suele ser más interesante. Como ya he dicho, el mar no es interesante, no cuando lo miras cada día. Pero fue el mar quien se los llevó. No tengo ninguna duda.
Lo que tienes que saber de un faro de roca… ¿Has estado en un faro, por cierto? Bueno…, es que da directo al mar. No es una estación sobre una roca en una isla donde hay tierra alrededor por la que andar y tener un huertito o unas ovejas o lo que sea; ni tampoco es un faro continental, en tierra firme, cerca de la familia, donde, si no estás de servicio, puedes coger el coche y acercarte al pueblo y seguir tu vida con normalidad mientras cumplas con tus responsabilidades cuando estés de guardia. Un faro de roca está abandonado en medio del mar, así que los torreros no pueden ir a ningún sitio, solo recorrer el interior del faro o salir a la plataforma. Puedes correr por la plataforma si quieres hacer ejercicio, pero enseguida te vas a marear.
Ay, es verdad, perdona, que no te lo he explicado. Debajo de la puerta de entrada hay una plataforma que lo rodea todo, como un dónut enorme. La plataforma está a unos seis o nueve metros por encima del mar, que puede parecer mucho, pero si estás fuera y viene una ola alta y te atrapa, se acabó todo. He oído hablar de guardas que pescan desde la plataforma u observan las aves o pasan el rato leyendo un libro. Estoy segura de que Arthur lo hacía porque siempre le gustó leer; decía que en el faro tenía tiempo para aprender, así que se llevaba libros de todo tipo, novelas, biografías y volúmenes sobre el espacio. Se empezó a interesar por la geología, piedras y rocas, ya sabes a qué me refiero. Las recogía y las clasificaba. Decía que así podía descubrir muchas cosas sobre distintas eras.
Sea lo que sea lo que hagas ahí, la plataforma es el único sitio donde puedes tomar un poco el aire. No puedes asomar la cabeza por las ventanas, pues las paredes son muy gruesas: se construyeron con ventanas dobles, sabes, una exterior y otra interior, separadas por más de un metro, así que tendrías que sentarte en ese hueco, y no creo que sea muy cómodo. Supongo que podrías salir al balcón, una pasarela que hay en la cúspide y rodea la linterna, pero no hay mucho espacio y, además, necesitarías una caña de pescar larguísima, digo yo.
Uno de los tres, y no quiero tratar de adivinar cuál, pero bien podría haber sido Arthur, ya que le encantaba pasar tiempo solo, lejos de la gente, le encantaba; bueno, pues uno de ellos podría haber salido a la plataforma y estar allí sentado leyendo con un viento suave, de fuerza uno o dos, y luego, de pronto y sin avisar, se levantó una gran ola y se lo llevó. El mar hace estas cosas. Sabes que no miento. A Arthur lo pilló una vez en Eddystone, muy al principio. Lo acababan de nombrar ordinario, es decir, guarda ordinario, y allí estaba, secando la colada, cuando una ola gigante apareció de la nada y lo tumbó. Tuvo suerte, porque estaba con un compañero y este lo agarró, que si no, lo habría perdido muchos años antes. Se angustió, pero no le pasó nada. Aunque no puedo decir lo mismo de la colada: creo que no volvió a verla. Tuvo que pedir prestada ropa a los demás hasta que llegó el relevo.
Pero este tipo de cosas no afectaban a Arthur. Los fareros no son personas románticas; no se ponen nerviosos ni dan vueltas a las cosas. Su trabajo consiste en mantener la cabeza fría y hacer lo que se debe. Si no fueran capaces de hacerlo, el Tridente no los contrataría. Arthur nunca tuvo miedo del mar, ni siquiera cuando se ponía peligroso. Me explicaba que, en la torre, las salpicaduras de las olas pueden llegar hasta la ventana de la cocina durante una tormenta, y eso son unos veinticinco metros por encima del nivel del mar, y las piedras y las rocas chocan contra la base, así que tiembla y da sacudidas. A mí me habría asustado, creo. Pero a Arthur no, él decía que el mar estaba de su lado.
Cuando venía a tierra firme, a veces parecía no estar del todo bien. Como un pez fuera del agua, sí, eso sería. No sabía cómo comportarse aquí, pero sí cómo comportarse en el mar. Al despedirme de él, cuando regresaba a la torre, me daba cuenta de que se alegraba de volver.
No sé cuántos libros has escrito sobre el océano, pero escribir una historia no es lo mismo que escribir sobre la realidad. El mar te traicionará si no prestas atención: cambia de parecer en un santiamén y no le importa quién seas. Arthur sabía cómo predecirlo, por el aspecto de las nubes o el repicar del viento contra la ventana; sabía decirte si soplaba con fuerza seis o siete por el sonido, así que, si a un hombre como él, que es la persona con más experiencia que he conocido, pudo tomarlo desprevenido, es prueba suficiente de que el mar puede cambiar de repente. Quizá tuvo tiempo de gritar y los otros llegaron corriendo; la plataforma resbala, son presa del pánico, y qué costaría, verdad, que el mar engullera a los tres hombres.
Lo de la puerta cerrada sí que es raro, eso no lo niego. Lo único que te puedo decir es que esas puertas son macizas, de bronce de cañón, porque tienen que resistir las embestidas que reciben, y se te cierran de un portazo con facilidad. Y sobre que estuviera echado el pasador por dentro, ese es uno de esos detalles que me corroe. Pero en un faro tienes esas barras pesadas de hierro que atrancan la puerta, así que se me ocurre que… ¿quizá la barra cayera cuando se cerró, si lo hizo con la fuerza suficiente?
No lo sé. Si te parece una tontería, piensa tú, a ver qué alternativa se te ocurre, y luego decide cuál te gusta más cuando te pongas a darle vueltas a estas cosas en plena noche. Lo de los relojes parados, la puerta atrancada y la mesa puesta hace que vuele la imaginación, ¿verdad? Bien, pues yo lo contemplo con practicidad. No soy una persona supersticiosa. Seguramente a quien le tocaba preparar la comida ese día era muy organizado y puso la mesa para la siguiente: en un faro se le da mucha importancia a la comida y los guardas siguen la rutina a rajatabla. Y sobre el hecho de que estuviera puesta solo para dos, bueno, quizá no le dio tiempo a poner el plato y los cubiertos del tercero.
¿Y lo de los dos relojes parados a la misma hora? Sí, es extraño, pero no imposible. Es como el juego del teléfono: el mensaje se va distorsionando cuanto más se repite: algún listillo debió de inventárselo y un día se hizo real, cuando no lo es; solo es cosa de un sinvergüenza que quiere hacer daño.
Esperaba que el Tridente concluyera que se habían ahogado para que las familias no vivieran en esta incertidumbre, pero no lo hicieron. Para mí, murieron ahogados. Me alegro de saber por mí misma qué ocurrió, porque lo necesito, aunque no se haya hecho oficial.
Jenny Walker, la esposa de Bill, no te dirá lo mismo. Ella está contenta de que no se haya cerrado el caso. De haberse llegado a una resolución, le habría arrebatado la oportunidad de seguir creyendo en la posibilidad de que Bill regrese. Yo sé que no van a volver. Pero cada cual afronta las cosas a su manera. No puedes decirle a alguien cómo pasar su duelo; es una experiencia muy personal y privada.
Pero es una pena. Lo que nos ocurrió debería habernos unido. A las mujeres. A las esposas. Pero consiguió lo contrario. No he visto a Jenny desde que se cumplieron diez años del incidente, y ese día no hablamos. Ni nos acercamos la una a la otra. Ojalá no fuera así, pero así son las cosas. Claro que eso no me impide tratar de cambiarlas. Creo que la gente tiene que hablar de estas cosas. Cuando ocurre lo peor, no puedes llevarlo sola.
Por eso accedí a hablar contigo. Porque dices que quieres dar a conocer la verdad, y supongo que yo también. La verdad es que las mujeres somos esenciales unas para otras. Más que los hombres, y creo que eso no es lo que querías escuchar, porque este libro, como todos los tuyos, va sobre los hombres, ¿verdad? A los hombres les interesan los hombres.
Pero para mí no, no es así. Esos tres nos dejaron solas, y prefiero centrarme en lo que quedó atrás. En lo que podemos hacer con ello, si es que estamos a tiempo.
Como escritor, supongo que darás relevancia a las supersticiones. Pero recuerda que yo no creo en esas cosas.
¿Cosas cómo cuáles, dices? Vamos, el escritor eres tú; ya las descubrirás. Con los años me he dado cuenta de que hay dos tipos de personas: las que oyen un crujido en una casa a oscuras y vacía y cierran las ventanas porque habrá sido el viento, y las que oyen un crujido en una casa a oscuras y vacía y prenden una vela para echar un vistazo.