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El secuestro

Siete u ocho hombres armados esperaban en plena calle y en dos coches, la aparición de una mujer para secuestrarla. Sabían que era de estatura mediana, de pelo castaño claro y que tenía cincuenta y tres años. Seguro que tenían fotos de ella sacadas secretamente por los servicios de inteligencia, en la vía pública. Y por si estos hubieran sido pocos elementos, también poseían detalles de domicilio y de descripción física muy precisos. Los detalles habían sido provistos por un oficial de la Marina Argentina —muy joven, rubiecito y con cara de ángel— quien usando mecanismos de infiltración sencillos pero temerarios, se le había presentado como una víctima más de la dictadura gobernante, se había hecho amigo y protegido de ella y hasta la tomaba del brazo cuando andaban por la calle.

Sus inminentes secuestradores conformaban un audaz grupo de hombres con armas cortas y largas, instruidos militarmente y fogueados en docenas de hechos similares. Un grupo de hombres experimentados, dispuestos a cualquier cosa, contra una mujer.

Comenzaba la mañana de un sábado de diciembre de 1977, a apenas once días del inicio del verano. La mujer salió de su casa, descendió el escalón del umbral y se encaminó hacia la avenida. Así fue marchando hacia los hombres que sigilosamente hacían guardia, esperándola desde horas atrás. No llevaba en sus manos más que la bolsa de los mandados.

Los hombres la interceptaron en medio de la avenida y se abalanzaron sobre ella. Ella gritó, empujó, resistió, pero la fuerza de una docena de brazos, el frío omnipotente de las armas y los vozarrones amenazantes de los hombres la doblegaron. La introdujeron en uno de los vehículos y la llevaron a un lugar que tal vez nunca supo qué era, ni dónde estaba.

Todo ocurrió en la esquina de la avenida Mitre y calle Crámer, en una localidad apenas al sur del Riachuelo, curso de agua sereno y angosto pero de cauce suficiente como para que un día de enero —cuatrocientos cuarenta y un años antes— pudiera entrar Don Pedro de Mendoza con sus barquitos y fundar sobre su vera norte y en nombre del Rey de España, la ciudad de Nuestra Señora de Santa María del Buen Aire, en honor a la patrona de los navegantes sardos.

Esa localidad se llama Sarandí y es de casas bajas y humildes, de aspecto sereno y sencillo, como el arbusto rioplatense que motiva su nombre.

Aún hoy, en esa esquina, no hay ni una placa que recuerde el hecho1. Sólo la memoria de quienes quieren recordar, lo recuerdan. Y la recuerdan.

El pecado de esta mujer había sido el de buscar sin pausa a un hijo que las Fuerzas Armadas Argentinas le habían secuestrado un año antes. Por ello, los especialistas en inteligencia de la Armada de nuestro país decidieron que a esa mujer también debían secuestrarla y hacerla desaparecer.

Pero también, por algo más.

La señora Azucena Villaflor de De Vincenti —mujer a la que nos referimos, víctima de este secuestro— es reconocida en la Argentina como la creadora de la organización Madres de Plaza de Mayo; unas mujeres mayores que acostumbran, todos los jueves a la tarde, cubrirse la cabeza con un pañuelo blanco y dar vueltas alrededor de la pirámide que está en la Plaza central del país, frente a la Casa de Gobierno y a la Catedral, reclamando por sus miles de hijos desaparecidos.

Es reconocida así, por lo menos por una parte de las personas que conocen la historia, aunque también tiene mucho peso el olvido o hasta el ocultamiento de los hechos que se originan durante 1976 y que aún no tienen un final.

La historia de Azucena es entonces, una historia que sólo rompió el marco de su familia y de su casa durante un año y diez días. Nada más. Sólo a lo largo de este breve período fue una mujer pública. Y si somos sumamente estrictos, tal vez exageradamente, deberíamos decir que ese período puertas afuera y de articulación con otros, arrancó recién a mediados de abril de 1977 y duró hasta el 10 de diciembre de ese mismo año. No llegaría a los ocho meses.

Aunque en la dirección contraria deberíamos sumar los días, los meses o los años que pasó en cautiverio2; creemos, sin embargo, que fueron sólo algunos días.

Su historia personal, debemos precisar, tiene aristas comunes con las de muchas otras mujeres que pasaron por el mismo castigo que les propinara la dictadura del general Videla, iniciada en 1976. Especialmente con aquellas con las que compartió el período pre-organizativo y los doscientos cincuenta días que encabezó el movimiento de madres que se propusieron no descansar hasta encontrar a sus hijos secuestrados. O dicho de otra forma, su historia personal está estrechamente ligada a la historia del esbozo y de la formación del movimiento Madres de Plaza de Mayo y es un poco, esta misma historia.

A pesar de su entonces paso esporádico por la pasarela pública del país, su figura, su palabra, su mensaje y sobre todo su accionar, fue tan distinto al de todo el resto que la ubicaron inmediatamente como una líder natural de la lucha contra la dictadura más atroz que tuvo la Argentina y una de las más asesinas del mundo.

Una dictadura que aún tiene graves cuentas pendientes para con el pueblo argentino y para con la humanidad, aunque para la “justicia” argentina ya sea causa cerrada tras las resoluciones de presidentes constitucionales que dejaron en libertad a todos los responsables de esta gran matanza3.

Una vena abierta más —tal vez como titularía Eduardo Galeano— en esta América Latina.

1 El autor convocó en 2001 a la formación de una Comisión en homenaje a la creadora de las Madres de Plaza de Mayo, comisión que colocó, por primera vez, una placa casera recordando los hechos. Fue escrita a pincel por la joven Tamara Perini. Dos años después se instaló un sencillo monumento cuya idea fue de José Satti y Hugo Ciciro y con diseño de este último.

2 Recién en Julio de 2005 quedó aclarado qué pasos padeció Azucena Villaflor desde su secuestro, detalles breves que damos al final de este trabajo. Intuíamos esa brevedad.

3 En el presente se abrió un proceso de discusión y revisión de las leyes que protegieron a los dictadores y asesinos. En este momento hay algunas sentencias firmes y numerosos juicios abiertos.

Biografía de Azucena Villaflor

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