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Patriotismo: de Quevedo a Maeztu y Machado

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Centurias antes, Quevedo denunciaba una campaña de propaganda que apenas daba sus primeros pasos. Iniciaba su España defendida (1609) con un mensaje a Felipe III:

«Cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente, y viendo que, desvergonzados nuestros enemigos lo que perdonamos modestos, juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos, cosa en que la verdad tiene hecho tanto que solo se me deberá la osadía de quererme mostrar más celoso de sus grandezas, siendo el de menos fuerzas entre los que pudieran hacerlo».82

Páginas después lamentaba la poca ambición española en su gestión reputacional y alertaba acerca de perder tanto la memoria por el olvido como la voz a causa del silencio. Tras aludir a una posible ingratitud de intelectuales que quizá no atinaron a materializar quién pudiera escribir y sobre qué, desgranaba su motivación para tomar la iniciativa:

«No ambición de mostrar ingenio me buscó este asunto; solo el ver maltratar con insolencia mi patria de los extranjeros, y los tiempos de ahora, de los propios, no habiendo para ello más razón de tener a los forasteros envidiosos, y a los naturales que en esto se ocupan despreciados. Y callara con los demás, si no viera que vuelven en licencia desbocada nuestra humildad y silencio».83

El patriotismo es un valor tan loable en sí mismo como manipulado por la política de bajos vuelos. Un ejemplo de altura de miras de la cultura española se refleja en dos autores de la Generación del 98 tan diferentes como Antonio Machado y Ramiro de Maeztu. Merece reproducirse la carta (1934) del poeta sevillano al ensayista vasco en la que acusa recibo de su obra84 al respecto.

«Querido Maeztu:

Con todo el alma le agradezco el envío de su hermoso libro Defensa de la Hispanidad, que he leído y releo con deleite. Sigo su obra con gran interés desde los días en que todos pecamos algo contra la hispanidad. Lo que juzgo difícil, querido Maeztu, es que se despierte en España una corriente de orgullo españolista parecida al patriotismo de los franceses o de otros pueblos. Cuando el Cid Campeador de nuestro poema se dispone a combatir con los moros que tienen cercada Valencia, llama a su mujer y a sus niñas para que vean —dice él— 'cómo se gana el pan'. El heroísmo español suele tener esa elegancia de expresión. Y es que el español, y especialmente el castellano, tiene 'el orgullo modesto', quiero decir, el orgullo profundo, basado siempre en lo esencial humano, que no puede ser español, ni francés, ni teutón. En esta opinión me confirma la lectura de su libro. Solo un español es capaz de pensar, como nuestros conquistadores de América, que un indio no sea un ser superior [sic]. 'Nadie es más que nadie', reza un proverbio castellano, y lo que se quiere decir en el fondo es esto: por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre. También es cierto que esa sobreestimación de lo humano tiene el fondo religioso cristiano que usted señala. Pero por eso mismo no es fácil que salgamos por el mundo a darnos pisto de españoles; y si sacamos la espada, antes será por Dios o por el diablo que por España. Porque España ha sido siempre muy poca cosa para un español. Tal vez sea esta la causa de nuestra decadencia actual y de nuestra pasada grandeza. Aun todavía, si habla usted de las banderas de Cristo, encontrará usted quien le siga; con la bandera española no entusiasmará usted a nadie. No quiero molestar más su atención, sino expresarle el placer con que leo sus obras, mi creciente admiración y mi antigua amistad.

Siempre suyo,

Antonio Machado».

Resultan significativas las referencias machadianas a que «lo específicamente español es la modestia» y a que «España ha sido siempre muy poca cosa para un español». Vienen a confirmar actitudes generalizadas que, lejos de combatir, favorecen la Leyenda Negra.

Otra peculiaridad hispana, que se expresa ya en el siglo XIX, es la de una autocrítica desquiciada, como muestran estos conocidos versos de Joaquín Bartrina:

«Oyendo hablar un hombre, fácil es

saber dónde vio la luz del sol

Si alaba Inglaterra, será inglés

Si reniega de Prusia, es un francés

y si habla mal de España... es español».

Más radical que el poeta catalán se mostró, según se le atribuye, el alemán Otto von Bismark: «La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo volverán a ser la vanguardia del mundo».

Mentiras creíbles y verdades exageradas

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