Читать книгу Quédate conmigo, por favor - Estrella Correa - Страница 10

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O POR NO QUERER

Tengo a Alejandro sobre mí. Me siento una joven gacela bajo las zarpas del rey de la selva. Podría hacer conmigo lo que quisiera. Él lo sabe. Yo lo sé. Y eso me excita y me cabrea al mismo tiempo y a partes iguales. Levanta las manos y las apoya en la pared una a cada lado de mi cabeza. Noto el calor de su aliento en mis labios. Me mira. Lo miro. Muerdo con los dientes mi labio inferior y su mirada baja hasta mi boca. Abre unos milímetros la suya y pasa la lengua por ella. Inconscientemente levanto la mano y le acaricio la barba de varios días. Él cierra los ojos como si le doliera el tacto de mi piel, pero no se aparta.

—Alejandro… —musito. Aprieta la mandíbula y, a continuación, en un gesto brusco se separa—. Alejandro. —Lo llamo desesperada. Por un segundo he creído tenerlo conmigo. Ahora solo veo su imponente espalda.

Se gira con imperturbable mirada.

—¿Hablas con él? —Trata de controlarse, pero lo consigue a duras penas.

No estoy segura de a quién se refiere.

«Pues debes de ser tonta de remate»

—¿Hablas con Álvaro a menudo? —levanta la voz.

¿Qué? No es de su incumbencia. Es injusto. No puede no aceptar mis disculpas, hacerse el duro, pasar de mí y venirme con esto. No le importa si he hablado con Álvaro en los últimos días. Sería lo normal, es mi jefe. Y esto es justamente lo que debería contestar, pero nooo. La prudencia no forma parte de mis virtudes. Me pongo nerviosa y dejo de filtrar.

«Por ahí no, Dani»

Por ahí sí, subconsciente.

—¿Te tiras tú a Marina a menudo? —Ya lo he dicho. Y he de decir que con conocimiento de causa. No sale de mi boca sin más. El filtro está inactivo, pero hasta mi otro yo me ha avisado de que no hacía bien y lo he ignorado a sabiendas.

El estropicio está hecho.

Le cambia el semblante a uno que no conocía; mezcla de dolor, enfado y desesperación, pero acompañado de una sonrisa mordaz e hiriente. A continuación, aprieta la mandíbula y convierte los labios en una fina línea. Siento su corazón bombear dentro de la vena de su frente.

Suelta una carcajada sarcástica.

—Tiene gracia. Tú sí que te tirabas a mi hermano a menudo y nunca dijiste nada. Ah, sí. Espera. No encontraste el momento —ironiza—. Tal vez la culpa es mía, tuve la polla dentro de ti demasiado tiempo. —Le cruzo la cara de una bofetada. Gira la cabeza, se toca la mejilla, mueve la mandíbula de un lado a otro y me mira. Veo una llamarada amarilla arder alrededor de su iris. Trasmite una furia desmesurada.

Viro sobre mis tacones y comienzo a caminar dejándolo atrás. Después de unos cuantos pasos, me coge del codo poniéndome frente a él.

—No vuelvas a hacer eso —sisea.

—No vuelvas a hablarme así jamás —respondo.

Bufa. Me suelta. Se mueve nervioso.

—Querías hablar, ¡hablemos! —brama.

—No tengo nada que decirte si me vas a faltar al respeto.

Pone su cara a la altura de la mía.

—¡Te acostaste con él! ¡Más de una vez! ¿De verdad crees que puedo olvidarlo?

—No estábamos juntos. —Me defiendo sin argumentos.

—Tú no crees que eso importe —responde seco—. ¿Por qué lo hiciste? —Noto su aliento sobre el mío—. ¡Contesta!

—No… no lo sé.

—Sé sincera conmigo y hazlo contigo. No creo pedir demasiado.

Miro sus labios y subo a sus ojos.

—Lo quiero, pero nada comparado con lo que siento por ti.

—No se puede querer a dos personas a la vez. No de esa forma.

—Álvaro fue muy importante durante mucho tiempo. Despedirme de él me ha costado años. Darme cuenta de lo que significa para mí ha sido un proceso lento y doloroso.

—¿Y qué significa?

Me gustaría poder contestar su pregunta. Sin embargo, mis palabras no le gustarían. Con Álvaro conocí el amor, el verdadero, el que corre por las venas haciendo bombear fuerte el corazón, el que hace crecer mariposas en el estómago, el que te saca sonrisas sin intención, ese que te hace soñar despierta…, ese que posee el poder de destruirte. Fue mi primer amor, juntos descubrimos un mundo lleno de rincones maravillosos. Aprendí a ceder, a dar, a recibir, a claudicar, a confiar en otra persona. Fueron tantos los momentos que vivimos juntos, tantas las situaciones que compartimos, que siempre será dueño de una parte de mí. Imposible sacar de tus recuerdos, tu cuerpo, tu vida e incluso tu alma, a una persona que la marcó de tal manera que te hizo, en parte, ser como eres.

—Se acabó. —Termina con la conversación, da media vuelta y camina hasta la puerta.

El trayecto en la limusina transcurre en silencio. Voy concentrada en no llorar. Lo único que me apetece es sentarme sobre su regazo, abrazarlo y besarlo mientras le pido disculpas una y otra vez. Él mira por la ventanilla abstraído. Su teléfono suena repetidas veces y lo ignora. Después de mucha insistencia contesta brusco y dando órdenes. Lo único que saco como conclusión; después de tratar parecer distraída, pero curiosear la conversación, es que queda con alguien para comer fuera de la ciudad.

Carlos aparca junto a la torre de cristal, baja del coche y me abre la puerta ceremonioso. Antes de decidir salir, digo unas últimas palabras. Se las debo.

—No he hablado con Álvaro desde mi cumpleaños. Me preguntó por mensaje unos días después si estaba bien y le contesté. Eso es todo. —Suelto cada palabra sin mirarle y me dispongo a salir. Su voz me para.

—No me he acostado con Marina desde que te conocí —contesta con la mirada en un punto fijo de la ajetreada avenida.

Bajar de la limusina, subir las 212 plantas y sonreír a los compañeros que me saludan no me costaría tanto si no supiera con quien me voy a encontrar dentro de media hora. Salgo del ascensor y no veo a Victoria en su sitio. Me he acostumbrado a su simpático saludo. Recuerdo la primera vez que subí aquí y la vi. Le puse el sobrenombre de Rubia Número Uno, o Una, de las modelos de Victoria Secret. No me cayó bien, pero el contexto era bien distinto. De todas formas, no me enorgullezco de ello. Es inaceptable juzgar a las personas sin conocerlas, aunque he de reconocer que algunas veces acierto. Casualidad, estoy segura. Porque casi siempre me equivoco y meto la pata hasta el fondo. Con ella me ha pasado. O eso espero.

Aún no sabría decir si somos amigas, en principio nos llevamos bien y me río bastante con ella, es una persona muy positiva y risueña. Todo lo contrario a lo que me pareció cuando nos conocimos. Tal vez mi actitud contribuyó a que no tuviéramos feeling. Entré por esas puertas cabreada, decidida a pedir explicaciones a Alejandro sobre por qué había ropa interior que no conocía en uno de los cajones de la cómoda de su habitación. Sin embargo, esto dejó de tener importancia en cuanto conocí a Marina de la Rosa, su prometida. No puedo describir con palabras lo que sentí en ese momento. Creí que deseaba casarse conmigo, me había hecho partícipe de su decisión, no de un modo que yo toleré, pero que había aceptado y reconocido como una muestra de amor hacia mí. Puede que sea difícil de entender. A Alejandro le cuesta mostrar sus sentimientos, acostumbra a exponer ante los demás solo la parte que a él le conviene enseñar. Evita agradar a nadie. No solo se muestra Dios en la cama, también en los negocios. Por eso ha conseguido llegar donde está. Mientras el resto del mundo se entretiene y pierde el tiempo, los hombres como él detectan una oportunidad, la desarrollan y la llevan al éxito. Ganan dinero, poder y respeto.

Escucho parlotear a varias personas en el despacho de Berta. Asomo la cabeza por la puerta abierta. Victoria y mi ayudante charlan sobre algo que se me antoja muy divertido. La Rubia Número Uno tiene algo entre las manos.

—Buenas tardes, chicas. —Trato de animarme y mandar a paseo a mi yo depresiva, mi parte más yonki del Dios del Sexo, que gimotea sobre una camisa blanca imaginaria de Alejandro. A esta le cuesta desprenderse de su olor mucho más que a mí.

«Eso es… mentira»

Me pongo los ojos en blanco.

—Hola, Dani. Mira qué vestido más maravilloso se ha comprado Victoria.

Camino hasta donde se encuentran. Berta me sonríe desde su silla y la recepcionista enseña la prenda de pie a su lado. Llego hasta ella, la toco y observo los colores y el tejido. Mezcla de morados, verdes y azules muy claros. Con un gran escote y tirantes de cola de ratón, largo hasta los tobillos –si me lo pusiera yo, rozaría el suelo ̶ y con un poco de vuelo.

—Es precioso.

—Lo compré el sábado en la boutique que os comenté. En Malasaña. Raúl me acompañó.

Sale con el primo de Berta desde hace un par de semanas. Ella misma los presentó. Según me han comentado, se encontraron por casualidad y congeniaron desde el principio. Parece que desde que se conocieron, no han pasado mucho tiempo separados. En el brillo de sus ojos puedo ver que se está enamorando de él. No sé si darle la enhorabuena o apremiarla para que se aleje del chico antes de que eso pase. Me he convertido en una suicida sentimental.

—¿Habéis decidido qué os vais a poner para la fiesta? —sigue.

—Creo que cualquier cosa que tenga en el armario. No puedo gastarme mucho dinero si quiero viajar estas navidades —contesta Berta. Victoria la mira como si fuera un bicho raro. A continuación, todas las miradas se dirigen a mí. A punto estoy de decir que no pienso ir a ninguna parte el jueves por la noche, mi plan consta de tres partes: chocolate, cama y… más chocolate.

—Yo haré lo mismo. —Me encojo de hombros y zanjo el tema.

—¿Qué? De eso nada. No dejaré que mis dos mejores amigas dentro de esta empresa vayan hechas un adefesio. Nenas, sois muy guapas, pero eso no es suficiente para deslumbrar en esta gran ciudad. A las seis os espero en el vestíbulo para patearnos todo Madrid si es necesario. Pero os juro que vosotras. —Nos señala con el dedo— Estrenareis modelito y dejaréis a todos impresionados y con la boca abierta —termina y, con su vestido en la mano, desaparece tras la puerta a lo Escarlata O’hara.

Berta y yo decidimos dar nuestro brazo a torcer y dejar que nos arrastre por las calles de Madrid buscando algo especial que ponernos. No me entusiasma la idea, sobre todo porque había decidido escaquearme y hacer como si el evento no se celebrara. Esa noche me encontraría mal con total seguridad y tendría que quedarme en casa. Lo sé. Un plan poco currado, pero que permitiría no tener que pasar la noche sufriendo entre Alejandro, Álvaro y las tropecientas mujeres que querrán llevárselos a la cama. Y estoy segura de que esto pasará. Los dos atraen a las féminas como abejas a la miel. Imposible resistirse a sus encantos. Por ello me encuentro yo así ahora. Por no poder elegir entre los dos.

«O por no querer»

Yo qué sé.

—Por cierto. —Mira su reloj y luego a mí—, el señor Llorens te espera en la sala de reuniones dentro de veinte minutos.

—¿Podrías atender al señor Frédéric Bonnay y llevarlo allí cuando llegue? —Trato de no suspirar delante de Berta. Asiente, le doy las gracias, me despido hasta la hora de comer y giro sobre mis tacones.

Me siento detrás de mi mesa y enciendo el ordenador. Apoyo la espalda en el sillón y cierro los ojos intentando no inventarme un cólico nefrítico e irme a casa. Lidiar con Alejandro y Álvaro el mismo día no puede ser bueno para la salud. ¡Y menos aún en la misma mañana! No veo a mi primer amor desde la noche de mi cumpleaños. Le dije que lo quiero y que siempre lo querré, pero que lo guardo como uno de los recuerdos más maravillosos y nada más. Tuvimos nuestra oportunidad y no la aprovechamos. No buscaré culpables, ya no. Pero ¿por qué esta desazón al pensar que voy a volver a verlo? ¿Por qué me tiemblan las manos y se me acelera el corazón? Llevo años tratando de resolver la ecuación, pasando por alto que la causa de la alteración de los factores corresponde a mis pocas ganas de elegir olvidarlo. Caigo en la cuenta de algo que dijo aquella noche antes de que Alejandro nos descubriera besándonos y todo se convirtiera en un caos. «Me fui para salvarte. Si no volví fue porque no tuve otra opción». No le he dado importancia hasta ahora. ¿Se fue para salvarme? Tal vez crea que fue así y que dejarme serviría para no convertirme en su madre, una mujer depresiva por la falta de cariño de su marido que decidió quitarse la vida en un trágico final. ¿Es esa realmente la razón por la que se fue? ¿Y no volvió porque no tuvo otra opción? En cinco años nunca tuvo la oportunidad de venir a verme ¿quién o qué se lo impedía? Millones de preguntas sin respuesta me cruzan la mente a la velocidad de la luz.

Abro el correo y tiro el spam. Uno de ellos llama mi atención. Lo abro y leo.

De: Nerea González Baena.

Hoy a las 08:12 horas.

Asunto: Fiesta de Navidad.

Le adjunto la Invitación para la Fiesta de Navidad de MKD que tendrá lugar el próximo jueves a las 22:00 horas en el Hotel Silken Puerta Madrid.

Por favor, imprima el documento y llévelo consigo para tener acceso al evento.

Gracias.

Sin más, reciba un cordial saludo.

Nerea González Baena

Directora Ejecutiva Eventos GonBah

En el momento en que termino de leer, escucho sonar mi móvil que guardo aún dentro del bolso. Lo cojo y observo un mensaje de WhatsApp. Es del inspector Hidalgo.

«Estimada señorita Sánchez. Necesito hablar con usted sobre algo importante. La espero esta tarde a las 21:00 horas en el Café Oita. Calle Hortaleza, 30. Por su seguridad, no falte. Y no le diga a nadie a dónde va».

Cierro la aplicación y guardo el teléfono de nuevo en el bolso con un gesto demasiado brusco para lo sensible que son estos cacharros de última generación. Podían disponer de una aplicación de tele transporte a algún lugar de la tierra donde tomar el sol y mojitos sea la mayor preocupación. Asistiré a la cita y olvidaré este tema. Lo que querrá decirme se escapa a mi conocimiento. No tengo ni la menor idea. Si ha descubierto algo sobre el robo en la galería, lo más lógico es que lo hable con Álvaro, no conmigo.

A falta de dos minutos para la una, camino hasta la sala de reuniones donde el señor Bonnay me espera. Entro y lo veo sentado en una de las sillas leyendo algo que sujeta con la mano derecha y a Berta dejando documentación sobre la mesa.

—Buenas tardes, señor Bonnay. —Llego hasta él y le ofrezco la mano. Se levanta, nos saludamos y me disculpo porque Álvaro no haya llegado aún. Mi ayudante se despide después de preguntarme si necesitamos algo más y… lo huelo antes de girarme. Una suave brisa fresca se introduce por mi nariz activando recónditas partes de mi cerebro.

«Y otras zonas…»

Mierda.

Entra introduciéndose el móvil en el bolsillo interior de su chaqueta. Un mechón de cabello castaño le cae sobre la frente, y sus mullidos labios se curvan en una profesional sonrisa. Está guapísimo. Su tez morena contrasta a la perfección con el traje de dos piezas gris perla con la corbata a juego.

—Disculpad mi demora. —Estrecha su mano con la de Frédéric—. Un placer conocerlo en persona, he oído hablar mucho de usted. —Me mira a mí—. Señorita Sánchez… —Agacha la cabeza en un casi imperceptible gesto.

La reunión dura poco más de una hora. Nos hace partícipes del interés que le suscitan algunas de las obras y sus artistas, o eso he entendido. La mayor parte del tiempo la he pasado distraída tratando de no ahogarme en la oscuridad de los ojos negros de Álvaro. Su forma de negociar, de hablar de arte…, me he dado cuenta de lo que le apasiona su trabajo. Álvaro y yo siempre hemos tenido muchas cosas en común, entre ellas el amor y la admiración por la destreza y la maestría de un gran artista a la hora de expresar sus sentimientos. Pero hay muchas más, como la devoción inexplicable por la ciudad de París cuando todavía ni la conocíamos, o el francés. O el gusto por el chocolate. Recuerdo una tarde de primavera, al salir de la facultad, tumbados sobre mantas en la terraza de su ático. Nos comimos varias tabletas de lo que para nosotros es el más exquisito manjar. Mientras el sol se ponía en el horizonte, jugamos a querernos y prometimos hacerlo siempre. Qué inocentes.

«—Sabes mejor que el chocolate —ronroneó con sus labios saboreando los míos—. Estaría besándote cada segundo del resto de mi vida. —Bajó por la mandíbula y el cuello hasta morder uno de mis pezones sobre la ropa. Di un pequeño gemido y él sonrío. Se arrodilló entre mis piernas, cogió mi camiseta negra por el dobladillo y la subió dejándome el vientre a la vista. Lo acarició y gemí. Agachó la cabeza y regó de besos toda la zona. Unos minutos después, y cuando se hubo sentido satisfecho, me bajó las braguitas y levantó mi mini falda hasta la cintura. Se quedó contemplando mi zona más íntima durante unos segundos que se me antojaron eternos. Subió por mi cuerpo hasta atrapar mi turbia mirada. El corazón me latía con fuerza. Por supuesto, no era la primera vez que me veía así, expuesta, sin embargo, noté algo muy diferente que nos rodeaba. No sé, como si el oxígeno se solidificara. Me abrió las piernas todavía más y unió nuestros labios. Solo se escuchaban nuestras respiraciones alteradas sobre el lejano tráfico. Volvió a mirarme y bajó poco a poco saboreándome entera hasta llegar a mi monte de Venus. Traté de cerrar las piernas, pero él las mantuvo abiertas. Nunca nadie antes me había besado tan abajo. No es que no me agradara, no lo sabía aún. Simplemente en ese sentido también era virgen hasta que lo conocí a él.

—Tranquila, te gustará —dijo con voz ronca y sensual.»

Suelto un suspiro demasiado impetuoso en voz alta, y me doy cuenta de que los dos hombres que tengo delante de mí me miran con atención. Me muero de la vergüenza, aunque trato de disimularlo. Álvaro se despide del señor Bonnay y lo acompaña hasta el pasillo después de hacerlo yo también. Cierra la puerta y camina acortando la distancia que nos separa.

—¿Estás bien? —pregunta sin denotar ninguna clase de emoción.

Claro que sí. Solo recordaba cómo eras capaz de hacerme delirar mientras introducías tu lengua ahí abajo.

Asiento con la cabeza.

Llena un vaso de agua y me lo ofrece.

—Pareces ofuscada.

«Yo diría sofocada. Caliente. Excitada. Turbada»

Mi subconsciente lo define a la perfección. Perdí el hilo de la conversación antes de que empezara. Frédéric pensará que trabaja con una completa inepta. No he sido capaz de expresar una frase coherente en lo que ha durado la reunión.

Últimamente soy incapaz de controlar mi libido. La imaginación calenturienta que me acompaña me pone de cero a cien en décimas de segundo. Me levanto frente a él y, justo antes de despedirme y correr como liebre sobre la llanura huyendo de un águila, escuchamos a escasos metros a nuestra derecha:

—¿Interrumpo algo?

¿Alejandro no tenía una comida importante fuera de la ciudad?

Quédate conmigo, por favor

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