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Podemos recorrer páginas de libros, revistas especializadas y diarios donde las damas ofendidas levantan su voz para arremeter contra los que se aferran a la idea de que la creación musical está sujeta al sexo, y la genialidad es patrimonio varonil.

Estamos ante una misoginia que a lo largo de milenios no pertenece a una raza o una cultura, sino es problema general. Escritos a fi nes del siglo XIX, encontramos párrafos que terminan con palabras como éstas: “no obstante su inspiración, la compositora permanece siendo una mujer”, o bien

“la mujer siempre será recipiente e intérprete, pero hay escasa esperanza de que sea una creadora”.

Ésas y otras opiniones no son expresión de ideas personales, ni de críticas insanas, sino de un clima antropológico que los siglos han arrastrado y no se limita a la música, sino a todo el quehacer humano. Representan una cara de la moneda que no parece tener otra, y equivalen a posiciones negativas que han sido punto menos que irreversibles.

Una compositora italiana del siglo XVI, Maddalena Casulana, en la dedicatoria de sus obras a Isabel de Medici escribió estas palabras elocuentes: “Deseo mostrar al mundo tanto como pueda en esta profesión musical, la errónea vanidad de que sólo los hombres poseen los dones del arte y el intelecto, y de que estos dones nunca son dados a las mujeres”.

En el reglamento del Conservatorio de París se establecía que en las clases de armonía, contrapunto y fuga tenían preferencia los hombres, y en las de 19

composición debía eliminarse completamente a las mujeres.

Daniel Cosío Villegas cita una queja del jurista mexicano José María Iglesias (1823-1891), porque en su tiempo se consideraba a la mujer “un ser de condición inferior, incapaz de elevación mental, indigna de una educación esmerada, tratábasela con inexplicable desprecio, sin comprender su inmensa importancia social”.

Los lectores preguntarán para qué se publica este libro. La razones son simples: poner en el escaparate a las principales compositoras de ayer y de hoy. Aclararle a Beecham que no tuvieron sentido sus palabras. Sostener que la costilla de Adán se ha llenado con las frondas exteriores que tanto apetecemos; pero también con la excelencia interior que nos colma de reconocimiento y admiración.

En estas páginas figuran compositoras enmarcadas en su momento histórico y a veces aderezadas con los ingredientes culturales y anecdóticos que acompañaron su ofi cio. Muchas de las no incluidas tienen merecimientos sufi cientes para que los interesados las busquen en libros, enciclopedias y portales electrónicos.

Parecen claros los dos objetivos de hacer justicia y sembrar inquietudes. Conseguir que lectores y lectoras se conviertan en portavoces de este hecho histórico: a pesar de los jefes de la Iglesia Católica; de los dictados conservatorianos y de Beecham, las compositoras son una especie humana que ha gozado y goza de cabal salud, aunque 20

las circunstancias las hayan devaluado y el duende perverso de la inseguridad haya dicho al oído de algunas: “¿Por qué no usas seudónimo de varón?”.

La música con faldas

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