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DIRETTORE, TRADITORE

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Finalizamos el capítulo dedicado a libretos y libretistas con unas palabras a modo de advertencia sobre el artífice del espectáculo operístico que más relevancia está adquiriendo y más polémica viene generando en las últimas décadas de la historia del género: el director de escena o escenógrafo (inszenierung en alemán, metteur en scène en francés, stage director o director a secas en inglés, idioma que reserva el término conductor para el director musical o de orquesta.)

La conocida sentencia italiana traduttore, traditore expresa la dificultad de traducir un texto escrito en una lengua a otra sin «traicionar» su auténtico significado, pero en ningún caso pretende achacar al traductor la mala intención de adulterarlo. En el terreno operístico, sin embargo, la cosa es bien distinta.


Los brabanzones, convertidos en ratas en la ópera Lohengrin dirigida por Hans Neuenfels.

Por principio, no es justo acusar de traditore al libretista adattatore de una obra preexistente. Para empezar, los libretistas debían obtener el permiso de los autores o de los herederos de sus derechos de autor si los hubiese. En segundo lugar, nunca ocultaban las fuentes de sus libretos, que eran de sobra conocidos. Pero no sucede lo mismo con los actuales directores de escena de numerosos montajes operísticos, a quienes se puede acusar de traidores con todas las consecuencias, pues las licencias que se permiten alterando acotaciones escénicas a su antojo solo merecen la calificación de alta traición, no solo al texto sino al espectáculo operístico concebido por sus autores.

Ya no hablemos de cambios de ambientación de las historias en tiempo y lugar, tan frecuentes en las actuales producciones operísticas. Muchas son inteligentes, oportunas y resultan convincentes porque revalidan la actualidad de los conflictos humanos que subyacen en situaciones dramáticas concebidas en épocas pretéritas.

Pero otra cosa muy distinta son los caprichos, extravagancias y presuntas «genialidades» de directores de escena que entran a saco en los libretos y los alteran sin ningún sentido, como situando en escena a personajes cuando no deben —luego no saben qué hacer con ellos, ya que no pueden ni cantar ni intervenir en la acción— o, peor todavía, cambiar su destino final, incluida la muerte. Sin entrar a valorar el gusto por la provocación de algunos escenógrafos con sus montajes escabrosos, cruentos o simplemente desagradables a la vista, cada vez es más frecuente asistir a versiones de óperas donde personajes que deben morir no lo hacen, o viceversa.

Un escandaloso ejemplo de adulteración grave de un libreto, perpetrada impunemente por un director de escena (con el beneplácito de la dirección del teatro), tuvo lugar en una reciente producción de Carmen por el Maggio Musicale Fiorentino. En esta versión “feminista” de la ópera, es Carmen quien mata a Don José, y además a tiros.

Huelga decir que en este trabajo se han respetado fielmente los libretos de todas las óperas analizadas. Con la muerte no se juega.

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1 En el libro Prima la musica, dopo le parole (Westend, 2018, editado en alemán) los legendarios críticos Marcel Reich-Ranicki (literario) y Joachim Kaiser (musical) discuten sobre el controvertido tema de la relación entre música y texto en la ópera, en un debate moderado por el director de escena August Everding en 1995.

2 Se ha optado por escribir los títulos de las óperas principalmente en castellano, aunque en cada capítulo dedicado a un personaje se cita el título original y los Apéndices incluyen un listado de todas las obras con sus títulos en idioma original y traducido.

Otra historia de la ópera

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