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Capítulo Seis

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¿A la casa de su madre?

Celia seguía sin dar crédito. La prensa había dicho que él ayudaba mucho a su madre, pero nunca daban detalles acerca del paradero de Terri Ann Douglas. No se había vuelto a saber nada concreto de ella después de su marcha de Azalea, catorce años antes, y Celia tampoco estaba interesada en mantener el contacto por aquel entonces. Terri Ann no aprobaba la relación con su hijo. Para ella Celia era todo lo que no quería para su él; una chiquilla consentida, egoísta y superficial.

La sola idea de volver a ver a Terri Ann hizo que se le agarrotara el estómago. Se detuvieron ante un portón enorme, cubierto de vides. Las cámaras se seguridad se movieron casi de forma imperceptible. Estaban casi escondidas bajo el follaje. Malcolm se detuvo junto al cajetín de seguridad y tecleó un código. Las puertas se abrieron. Al otro lado había un camino que se abría entre los árboles.

No se veía casa alguna, ni gente.

–Malcolm, ¿te importaría ponerme al tanto de todo?

El coche se adentró en el tupido bosque, lleno de robles y pinos. La grava crujía bajo los neumáticos.

–Tengo que recuperar algo de control en lo que a seguridad se refiere. Ahora estamos fuera de los radares, y eso nos da algo de margen.

De repente giró el volante y tomó un desvío asfaltado. Las enormes ramas de los árboles se separaron un poco, dejando ver lo que había al final. Era una enorme mansión rodeada de todas las comodidades posibles; una pista de tenis, una piscina, un estanque, una glorieta para celebraciones al aire libre junto a la orilla…

La casa era el escondite perfecto, pero en ese momento parecía más bien una prisión.

–¿Quiere que me quede aquí?

Malcolm la miró un instante.

–No. Nos vamos a Europa. Ya te dije que mi equipo de seguridad te cuidaría, y lo decía en serio. Vamos a salir de aquí en vez de salir de un aeropuerto.

–No sé muy bien cómo vamos a salir rumbo a Europa desde aquí. No veo ninguna pista.

Malcolm señaló a lo lejos. Un helicóptero se acercaba por encima de los árboles.

–¿La prensa nos ha encontrado?

–No. Nos vamos en ese helicóptero –aparcó el deportivo junto a una enorme pista de cemento, lo bastante grande como para que aterrizara el pájaro.

Celia no podía dejar de mirar el helicóptero. Cada vez estaba más cerca. El motor rugía sobre sus cabezas. Se posó en el suelo a unos pocos metros de distancia, removiendo el polvo a su alrededor.

–Tiene que ser una broma.

–No. Nos vamos en el helicóptero a otro sitio, y allí subiremos a un jet privado para salir del país. Así evitaremos el acoso de la prensa.

–Pensaba que íbamos a ver a tu madre.

–Dije que íbamos a su casa. Ella no está –sacó su maletín de detrás del asiento–. Está de vacaciones en su piso de Londres.

¿Un piso en Londres?

–Eres un buen hijo. Esta casa es increíble. Un piso en Londres…

–Lo que le doy no es nada comparado con todo lo que ella hizo por mí. La casa, el apartamento… No es nada para mí. Ella tenía dos trabajos para que tuviera un plato de comida sobre la mesa todos los días. Incluso le limpiaba la casa a mi profesora de piano a cambio de las clases. Mi madre se merece descansar. Bueno, ¿estás lista?

A Celia se le acababa el tiempo para decir aquello que la tenía inquieta desde la noche anterior.

–No quiero que pienses que ese beso ha significado algo más de lo que significó.

–¿Y qué significó?

–Significó que todavía me siento atraída por ti, que compartimos un pasado. Pero eso no quiere decir que tengamos futuro o que debiéramos hacer algo respecto a esa atracción que sentimos… Más bien fue un beso de despedida del pasado, para darle la bienvenida a una nueva amistad. ¿No escribiste una canción una vez sobre los besos de despedida?

–Fue otra persona quien la escribió –Malcolm sonrió con cinismo–. Mi representante pensó que haría derretirse a muchos corazones.

–Bueno, creo que derritió tantos corazones como para llegar a lo más alto de las listas.

Muchas veces se la había encontrado en la radio, y le había arrancado alguna lagrimita en más de una ocasión.

–Será que me estoy haciendo viejo –agarró con fuerza el volante. Los nudillos se le pusieron blancos–. A veces me da la sensación de que les estoy vendiendo algo vacío a mis fans.

–Bueno, hay amor ahí fuera. Eso no se puede negar –Celia se volvió hacia él de nuevo y cerró los puños–. Nosotros lo sentimos. Sé que lo sentimos. Esa canción de anoche lo demuestra. Aunque haya terminado, lo que hubo entre nosotros fue de verdad.

–Fue un amor de adolescentes.

Celia se volvió hacia él con brusquedad. Sus palabras habían sido un jarro de agua fría.

–¿Lo haces a propósito?

–Es que solo intento que aguantes las ganas de besarme de nuevo –estiró el brazo por encima de ella y abrió la puerta–. Nuestro helicóptero nos espera.

Nada más abrieron la puerta, el viento les golpeó en la cara. Celia agarró su bolso y salió de un salto. Las aspas del helicóptero seguían girando, cortando el aire una y otra vez.

¿Quién viajaba en helicóptero aparte de los presidentes y los militares? Al parecer, las estrellas de la música también.

Malcolm le abrió la puerta.

–Siéntate delante.

No sin reticencia, Celia subió al vehículo aéreo. Olía a cuero y a gasolina. Miró hacia el asiento del copiloto. Estaba vacío. Toda esa bravuconería de juventud la había abandonado por completo. La idea de viajar en helicóptero, de ir a Europa… Era demasiado para ella. Se obligó a respirar profundamente y se tragó el pánico que la atenazaba.

Abrochándose el cinturón, miró a su alrededor, hacia los mandos del aparato, hacia la ventanilla… Se volvió hacia el piloto para preguntarle si podía sentarse detrás, pero el hombre abandonó el helicóptero en ese momento. Le entregó sus cascos a Malcolm, se puso la gorra que este le daba y se dirigió hacia el deportivo.

Malcolm tomó el sitio del piloto. Se puso los cascos y le entregó los suyos a Celia.

–Si quieres hablar en privado, aprieta este botón –le dijo.

Comprobó los mandos para asegurarse de que todo estaba en orden y entonces pidió permiso a la torre de control para despegar.

–Eh, Malcolm… ¿Vas a pilotar tú esta cosa?

El helicóptero se elevó.

Celia reprimió un grito y se agarró del asiento. Las casas se hacían cada vez más pequeñas.

–Bueno, ya veo que lo estás haciendo. Supongo que tendrás una licencia.

–Sí, señora.

–No me digas que Elliot Starc también te enseñó a pilotar esto.

–No fue Elliot –la miró un instante y le guiñó un ojo–. Fue un instructor privado.

Celia se relajó un poco.

–Claro. ¿Cómo no?

Malcolm apretó el botón del micrófono.

–No te preocupes, Celia –le dijo mientras pilotaba el helicóptero, surcando el cielo como un ave.

Ella estaba más pálida que nunca. Era evidente que había dejado atrás a aquella adolescente temeraria y rebelde.

–Te lo juro. Nos vamos a encontrar con un antiguo amigo mío del colegio en su casa de Florida. Él nos ayudará a salir del país sin armar revuelo y sin necesidad de pasar por el aeropuerto.

–¿Un amigo del colegio?

–Sí. Mantengo el contacto con algunos de ellos.

Eran los chicos de Salvatore, La Hermandad Alfa.

–¿Amigos íntimos?

–Sí. Claro. Había dos clases de gente en ese internado, lo que querían ser militares y los que necesitaban un régimen militar.

–Bueno, tú ya estabas muy motivado y eras disciplinado por aquella época. No te hacía falta eso.

–Al parecer, sí que me hacía falta. Ir de un bar a otro sin ser mayor de edad, dejar embarazada a mi novia… Yo no diría que era muy disciplinado.

–Yo también tuve parte en eso.

–Tuve mucha suerte de terminar allí. Me metieron en cintura.

–¿Era muy malo el colegio al que te enviaron? –Celia entrelazó las manos sobre su regazo y empezó a retorcerlas–. Me preocupé mucho por ti.

–No fue tan malo como hubiera sido haber ido a la cárcel. Sé que tuve mucha suerte. Como te he dicho, conseguí la mejor educación, clases de música y mucha disciplina. Y lo mejor de todo… Mi madre ya no tuvo que volver a hacer dobles turnos.

–Ah. Entonces realmente te quedaste en ese colegio por ella.

–Siempre has sido capaz de leerme la mente –volvió a revisar los mandos–. Estaba tan enfadado entonces que quería decirle al juez que se fuera al demonio con su “acuerdo”. Yo era inocente y nadie me iba a llamar drogadicto. Pero cuando miré a mi madre supe que tenía que aceptar.

–Y te fuiste del pueblo.

–Sí.

La había abandonado. Esa había sido la parte más dura; abandonarla, sabiendo que llevaba a su hijo en el vientre.

–Tenía pocas posibilidades de salir de un juicio así con el expediente limpio.

Ella ya le había dicho que iba a dar al bebé en adopción y no tenía nada que ofrecerle para hacerla cambiar de idea. Se había ido sin más. Nada le ataba a Azalea.

–Háblame de esos amigos que nos van a ayudar.

–Troy Donovan nos va a recoger cuando lleguemos.

–El Robin Hood Racker. Vaya.

Troy se había metido en el ordenador del Departamento de Defensa cuando era adolescente para destapar un caso de corrupción y había cumplido condena en la escuela militar.

–Conrad Hughes se reunirá con nosotros después.

–¿Un magnate de los casinos con contactos de dudosa reputación? ¿Y Elliot Starc, piloto de Fórmula Uno y playboy? –Celia se rio–. No sé si volveré a sentirme tan segura.

Malcolm le explicó lo que pudo.

–Sí. Todos acabamos en esa escuela por un motivo y salimos convertidos en hombres mejores. Si te hace sentir mejor, nuestra Hermandad Alfa incluye al doctor Rowan Boothe.

–¿El médico filántropo que aparece entre los cien hombres más sexy, según la revista People? Se supone que creó una técnica quirúrgica revolucionaria controlada por ordenador…

–Lo hizo con nuestro colega informático, Troy. ¿Ahora sí te fías de mis amigos? –la miró de reojo y vio un brillo especial en su mirada.

De repente Malcolm se dio cuenta de que había mordido el anzuelo. Había terminado dándole más información de la que debía compartir.

¿Por qué era todo tan misterioso e irresistible?

Celia se pasó casi todo el viaje intentando encontrar algún fallo en la rutilante vida de Malcolm Douglas. Cuanto más le contaba acerca de su vida tras haberse marchado de Azalea, más motivos encontraba para admirarle.

Apartó la vista de ese perfil perfecto al tiempo que el helicóptero comenzaba a descender. Estaban en la costa de Florida y se aproximaban a la casa de Troy Donovan.

El aparato aterrizó suavemente, justo delante de la casa. Las aspas continuaban girando y las ráfagas doblaban la hierba del césped a su alrededor. Un guarda uniformado le abrió la puerta y le ofreció una mano. Celia agarró el bolso y bajó del helicóptero.

Antes de que pudiera pestañear, Malcolm estaba a su lado. La agarró de la cintura y la condujo hacia una pequeña pista de despegue en la que esperaba un avión pequeño. La mansión de estuco, situada junto a la playa, quedaba a sus espaldas.

Celia volvía a sentirse como Alicia, descendiendo cada vez más por ese agujero. Su padre viajaba en primera clase y a veces alquilaba un Cessna, pero ella jamás había conocido ese nivel de recursos.

Unos segundos después, Malcolm la ayudó a entrar en el avión. Otra pareja les esperaba en la cabina.

Una mujer pelirroja con pecas en la cara se puso en pie al verla entrar. Le ofreció la mano.

–Tú debes de ser Celia. Soy Hillary, la esposa de Troy.

La esposa de Robin Hood Hacker…

Por suerte no parecía sacada de otro mundo. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, de diseño, pero sencillos. Malcolm le estrechó la mano al hombre que conocía de las fotos de los periódicos, Troy Donovan, magnate de la informática.

–Siento llegar tarde –dijo Malcolm–. El viaje nos ha llevado más tiempo del que esperaba.

–No te preocupes, hermano –Troy le condujo hacia una fila de pantallas de ordenador situadas en un rincón de la cabina–. Te pondré al día rápidamente. Mi esposa atenderá a tu encantadora invitada mientras tanto.

Celia se quedó admirando la formidable espalda de Malcolm. De repente, Hillary la tocó en el brazo y señaló un asiento.

–Pareces exhausta. Supongo que no se tomó mucho tiempo para explicarte. Pero había que actuar deprisa para cubrir vuestro rastro ante la prensa, las fans y cualquiera que os estuviera molestando.

Celia se sentó en el sofá de cuero y buscó el cinturón de seguridad. ¿Se marchaban? ¿Sin pasaporte y sin maletas? ¿Sin decirle nada a los amigos? ¿A qué había accedido? Volvió a mirar a Malcolm. ¿Quién era el hombre con quien iba a salir del país en realidad?

Hillary se sentó a su lado.

–Hemos oído muchas cosas de ti a través de Malcolm.

Celia levantó la vista.

–¿Qué dijo?

–Dijo que sois viejos amigos y que hay alguien que te está acosando, así que te está echando una mano.

–Sí. Tengo suerte.

Los motores del avión se pusieron en marcha y la voz del capitán sonó por el intercomunicador para darles la bienvenida.

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