Читать книгу Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Фиона Бранд - Страница 7

Capítulo Tres

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Celia casi podía oír cómo reían las Parcas.

Miró a su padre y luego a Malcolm. Nunca se habían llevado bien. Sus padres la habían mimado mucho, pero también habían intentado sobreprotegerla. Su relación con Malcolm siempre les había parecido peligrosa, y de alguna manera tenían razón. Cuando se trataba de él, siempre perdía el control.

–Buenas noches, señor –dijo Malcolm.

–Douglas.

El juez Patel se puso en pie y le ofreció la mano.

–Bienvenido.

Se estrecharon la mano, algo que jamás hubiera sido posible dieciocho años antes. La última vez que se habían visto, el padre de Celia le había asestado un puñetazo en la mandíbula al enterarse del embarazo de su hija.

Nerviosa, Celia se volvió hacia Malcolm y le agarró del brazo.

–Estoy bien. Puedes irte, pero gracias de nuevo. De verdad.

–Hablamos mañana. Pero no digas que no porque soy yo quien te lo ofrece –agarró el picaporte y se despidió de George Patel con un gesto–. Buenas noches, señor.

Celia se quedó inmóvil unos segundos, sorprendida de ver lo bien que había ido el encuentro.

–¿Por qué estás aquí, papá? Pensaba que tenías cita con el médico.

–Las noticias llegan rápido –el juez Patel parecía cansado–. Cuando me enteré de la visita sorpresa de Malcolm, le dije al médico que tenía que agilizar las cosas.

Su pelo, cada vez más canoso, no dejaba de sorprenderla. La muerte de su madre había hecho mella en él y cada día se parecía más a su abuelo. Sus padres la habían tenido siendo ya mayores. Había nacido poco después de la muerte de su hermana.

¿Qué raro era tener una hermana a la que nunca había conocido? ¿La hubieran tenido si su hermana no hubiera muerto? Nunca había dudado del cariño de sus padres, pero la pérdida de un hijo les había hecho sobre–protectores y la habían consentido demasiado. Mirando atrás, Celia era consciente de que había sido una niña malcriada. Había hecho daño a mucha gente y a Malcolm también.

Miró el reloj.

–Se presentó en el colegio hace menos de una hora. Debes de haber venido directamente.

–Como ya te he dicho, este pueblo es muy pequeño.

Celia se tragó el nudo que tenía en la garganta y se sentó en el brazo del sofá.

–¿Qué te ha dicho el médico de la falta de aire?

–Estoy aquí, ¿no? La doctora Graham no me hubiera dejado ir si no pensara que estoy bien, así que todo está en orden.

Se recolocó las gafas. Tenía manchas de tinta en las manos, de tomar notas.

–Estoy más preocupado por ti.

–¿Qué tal va el caso Martin?

–Ya sabes que no puedo hablar de ello.

–Pero es un caso importante.

–El sueño de todo juez es tener un caso como ese, sobre todo justo antes de retirarse –le dio un golpecito en la mano–. Bueno, deja de distraerme. ¿Por qué ha venido Malcolm Douglas?

–Se enteró de lo del caso Martin, y de alguna forma supo lo de las amenazas que he denunciado a la policía, pero me parece muy raro porque nadie por aquí se las toma en serio.

–¿Y Malcolm Douglas, estrella de rock, se presenta aquí después de dieciocho años?

–Parece una locura. Lo sé. Sinceramente creo que más bien tiene que ver con el momento del año en el que estamos.

–¿Qué momento?

–Papá, es su diecisiete cumpleaños.

–¿Todavía piensas en ella?

–Claro.

–Pero no hablas de ella.

–¿Qué sentido tiene? Escucha, papá. Estoy bien. En serio. Tengo muchas notas que poner.

–Deberías venirte a casa.

–Esta es mi casa ahora. Te permití que me pusieras un sistema de alarma mejor. Es la misma que tienes en tu casa, como bien sabes, ya que tú escogiste el código. Por favor, vete a casa y descansa… Papá, estoy pensando en tomarme unas vacaciones. Quiero escaparme un tiempo cuando termine el colegio.

–Si vienes a casa, todo el mundo te tendrá entre algodones.

Celia guardó silencio un momento.

–Tengo algo que decirte. Y no quiero que lo malinterpretes o que te enfades.

–Bueno, será mejor que lo sueltes, porque la tensión acaba de subirme bastante.

–Malcolm quiere que me vaya con él de gira a Europa.

George Patel levantó las cejas. Se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo.

–¿Te lo ha ofrecido por lo de las amenazas?

Celia decidió decirle lo de la rosa. Si no lo hacía, tampoco iba a tardar mucho en enterarse.

–He recibido otra amenaza hoy.

George dejó de limpiar las gafas de golpe.

–¿Qué ha pasado?

–Dejaron una rosa negra en mi coche. A lo mejor pronto me dejan un caballo muerto en algún sitio, como en El Padrino.

–No tiene gracia. Tienes que venirte a casa conmigo.

–Malcolm me ha ofrecido la protección de su gente. Supongo que las fans acosadoras y enajenadas pueden llegar a hacerles la competencia a los sicarios más curtidos.

–Eso tampoco tiene gracia.

–Lo sé. Me preocupa que tenga razón. Mi presencia te hace vulnerable y pongo a mis alumnos en peligro. Si me voy con él, nos ahorraremos muchos problemas.

–¿Ese es el único motivo por el que has tomado esta decisión?

–¿Me estás preguntando si aún siento algo por él?

–¿Lo sientes?

–Llevo años sin hablar con él. ¿No me vas a volver a decir que me vaya a casa contigo?

–En realidad, no. Vete a Europa –la miró con sus ojos de juez–. Cierra ese capítulo de tu vida para que dejes de vivir en el limbo de una vez. Me gustaría verte sentar la cabeza antes de morir.

–Ya la he sentado. Y estoy muy feliz.

Su padre se puso en pie y suspiró. Le dio un beso en la cabeza.

–Tomarás la decisión adecuada.

–Papá…

–Buenas noches, Celia –le dio una palmadita en el brazo y agarró su chaqueta–. Pon la alarma antes de que me vaya.

Celia fue tras él, asombrada. ¿Le había entendido bien? ¿Quería que se fuera con Malcolm a Europa?

Tras despedirse de él, cerró la puerta y tecleó el código de seguridad.

De repente oyó un ruido proveniente del pasillo. El estómago le dio un vuelco. Se giró rápidamente y agarró una guitarra que estaba apoyada contra una silla. La levantó como si fuera un bate de béisbol. Estiró el brazo y alcanzó la alarma en el momento en que una sombra emergía de su dormitorio.

Un hombre.

Malcolm.

–Tu sistema de seguridad no vale para nada –le dijo, sonriendo.

Malcolm la vio ruborizarse.

–Me has dado un susto de muerte –dijo ella, quitando la mano del teclado de la alarma y dejando la guitarra sobre un butacón.

–Lo siento –Malcolm entró del todo en el salón.

El sitio estaba decorado con instrumentos musicales antiguos que se moría por tocar.

–Pensé que te había dejado claro que me preocupa que estés aquí sola.

–¿Así que entraste en mi casa?

–Solo para demostrarte lo mala que es tu alarma.

Había escalado un árbol y se había colado por una ventana en menos de diez minutos.

–Piénsalo. Si alguien como yo, un simple músico, puede entrar en tu casa, ¿qué me dices de alguien que quiera encontrarte a propósito?

–Bueno, ya me lo has dejado bien claro –señaló la puerta–. Ahora vete, por favor.

–Pero sigues aquí, sola en un apartamento. Mi código de honor no me deja irme sin más –deambuló sin rumbo por el salón.

Miró el lienzo que estaba sobre el hogar. Era un dibujo de los instrumentos de una banda. Encima de la repisa había un flautín antiguo sobre un soporte.

–A juzgar por tu conversación con tu padre, no quieres volverte a casa.

–¿Has escuchado la conversación?

–Sí –levantó el flautín y sopló.

No sonaba mal para ser un instrumento que parecía tener dos cientos años.

–No tienes vergüenza –Celia le arrebató el instrumento de las manos y volvió a ponerlo en la pared.

–Me da igual, y estoy preocupado –echó a un lado un atril lleno de partituras escritas a mano. Debían de ser para los alumnos. Tenían notas y comentarios al principio.

Se sentó en el banco del piano.

–Como estamos siendo sinceros, sí. Lo he oído todo. E incluso tu padre te ha dado su consentimiento para que vengas conmigo.

–No necesito el consentimiento de mi padre.

–Tienes toda la razón.

Celia le observó con ojos desconfiados y se sentó en una mecedora que estaba junto al piano.

–Tratas de manipularme.

–Solo trato de asegurarme de que estás bien. Y sí… –le tomó la mano–. A lo mejor de esta manera logramos dejar atrás unas cuantas cosas.

–Esto es demasiado.

Malcolm estaba de acuerdo.

–Entonces no lo decidas esta noche.

–Hablamos por la mañana, ¿de acuerdo?

–Durante el desayuno –le apretó la mano una vez más antes de soltarla–. ¿Dónde están las sábanas para el sofá?

Celia se le quedó mirando con la boca abierta. Se alisó las arrugas de la falda.

–¿Te estás auto–invitando a pasar la noche?

Malcolm no lo tenía planeado, pero de alguna manera las palabras se le habían escapado de la boca. Sentir el roce de su mano había sido demasiado.

–¿Quieres que duerma en el porche?

En realidad había pensado dormir en la limusina.

–Te ofrecería la posibilidad de buscar un par de habitaciones en un hotel, pero tendríamos que conducir durante horas. Podría vernos gente. A mi mánager le encanta verme en la prensa. Pero yo… No me gusta ser el centro de tanta atención.

–Que me vean en un hotel contigo sería una complicación añadida.

–Sí –Malcolm se arrodilló delante de ella.

No quería tocarla, pero su corazón clamaba por besarla. Quería estrecharla entre sus brazos y llevarla a la habitación. Quería hacerle el amor hasta saciarla, hasta hacerla olvidar el pasado.

–Déjame quedarme a cenar. Me quedaré en tu sofá. No hablaremos de Europa esta noche a menos que saques el tema.

–¿Pero qué piensa tu novia de que estés aquí?

–Esos malditos tabloides de nuevo. No tengo novia. Mi mánager se inventó esa historia para que parezca que estoy sentando la cabeza.

Las mujeres con las que salía eran artistas, y los eventos mediáticos en los que se dejaba ver con ellas eran preparados por los representantes. Y en cuanto al sexo, siempre había mujeres que no querían complicaciones y que valoraban el anonimato tanto como él. Eran mujeres que estaban cansadas de la falacia del amor.

–¿Es ese el verdadero motivo por el que estás aquí?

Celia no dejaba de juguetear con el dobladillo de la falda y no hacía más que levantársela, revelando cada vez más centímetros de piel.

–¿Estás sin chica?

–¿Por qué te cuesta tanto creer que estoy preocupado por ti?

–Es que me gusta conservar mi espacio. Disfruto de la paz que tengo viviendo sola.

–¿Entonces no hay nadie en tu vida? –le preguntó Malcolm.

¿De dónde había salido esa pregunta?

Ella titubeó un momento antes de responder.

–¿Quién?… He salido un par de veces con el director del colegio.

Malcolm se preguntó por qué los informes de inteligencia no incluían ese pequeño detalle.

–¿Es algo serio?

–No.

–¿Lo va a ser? –Malcolm levantó una mano–. Te lo pregunto como amigo, un viejo amigo.

Volvió a mirarle las piernas y la curva de las rodillas. No podía evitarlo.

–Bueno, entonces mejor me lo preguntas sin ese tono celoso en la voz.

–Claro… –le guiñó un ojo–. ¿Y bien?

Ella se encogió de hombros y volvió a alisarse el vestido.

–No lo sé.

Malcolm soltó el aliento con fuerza y dio media vuelta.

–He trabajado duro para obtener esa respuesta y… ¿Eso es todo lo que obtengo?

–Sí –Celia apoyó las manos en los brazos de la silla y se puso en pie–. Muy bien. Tú ganas.

–¿Qué gano?

–Puedes quedarte esta noche. En el sofá.

–Me alegro de que hayamos alcanzado un acuerdo.

–No te alegrarás tanto cuando oigas lo que hay de menú. Solo tengo ese pedazo de pizza y apenas es suficiente para mí. Tenía pensado hacer la compra en cuanto acabara el colegio.

–La cena está de camino.

Malcolm se acordaba de lo que le había dicho cuando estaban en el despacho y le había pedido a su chófer que les buscara algo de cenar antes de subir al árbol. La idea de una cena romántica con Celia era tentadora. ¿Cuántos nuevos secretos sobre ella podría descubrir?

–Mi chófer nos la va a traer.

–¿Y ya diste por hecho que yo iba a estar de acuerdo? Eres más arrogante de lo que recordaba.

–Gracias.

–No era un cumplido.

–Muy bien. Es mejor que no nos dediquemos muchos halagos y piropos.

Celia se quitó lo que le quedaba del brillo de labios con la punta de la lengua.

–¿Y por qué no?

–Porque, si te soy sincero, tengo tantas ganas de besarte que no puedo hacer otra cosa para tener las manos quietas.

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