Читать книгу Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Фиона Бранд - Страница 12
Capítulo Ocho
ОглавлениеLa melodía de Playing for Keeps seguía retumbando en su cabeza incluso después de haber terminado el primer bis, recordándole aquella época en la que sí creía en ello. El público confiaba en aquel mensaje simple y sensiblero.
Malcolm salió del escenario por el lado derecho. A lo mejor no había sido una buena idea usar esa canción para llegar al corazón de Celia. No era capaz de ver la expresión de su rostro en la oscuridad y eso le ponía cada vez más inquieto. Por suerte sus colegas de la Hermandad Alfa estaban ahí con ella.
El largo camino del recuerdo era un arma de doble filo, pero tenía que tener presente su objetivo en todo momento. Tanto Celia como él tenían que llegar hasta el final. Era hora de enterrar el pasado y de mirar hacia el futuro. Los aplausos y ovaciones que oía a sus espaldas no significaban nada si no era capaz de arreglar las cosas con Celia de una vez y por todas.
Estaba hermosa con ese vestido de seda color zafiro. No podía apartar la vista de su escote. Sus curvas femeninas siempre le habían vuelto loco y le robaban la habilidad de pensar.
Quería tenerla desnuda entre sus brazos una vez más. Lo necesitaba más que respirar, más que hacer otro concierto o resolver otro caso de inteligencia. Tenerla en su cama se había convertido en una prioridad. Jamás desearía a una mujer tanto como a ella.
Al acercarse, no obstante, se dio cuenta de que había cometido un gran error con la canción. Ella tenía los labios contraídos y los ojos le brillaban de pura rabia.
Dolor.
Malcolm se sintió como si acabaran de darle un puñetazo. No quería hacerle daño. Adentrándose en las sombras del backstage, le tendió una mano.
–Celia…
Ella levantó ambos brazos, manteniendo la distancia.
–Un gran concierto. A las fans les encantó esa nueva canción tuya. Enhorabuena. Bueno, ahora, si me disculpas, tengo que irme a dormir. Parece que tengo muchos guardaespaldas, así que estoy más que protegida –sonrió un instante y entonces dio media vuelta.
Hillary Donovan miró a Malcolm un momento. Le dio un codazo a Jayne y echó a correr tras Celia. Los guardaespaldas se dispersaron y rodearon a las mujeres con discreción.
Malcolm se apoyó contra un palé de amplificadores de repuesto.
De repente sintió una mano sobre el hombro. Troy Donovan estaba a su izquierda, y Conrad Hughes a la derecha. El magnate de los casinos estaba de mejor humor desde que se había reconciliado con su mujer.
Troy le dio un golpecito entre los hombros.
–¿Mujeres?
–Siempre.
–¿Un consejo? Dale espacio.
–Pero no mucho, no vaya a pensar que la estás evitando –dijo Conrad, interrumpiéndoles.
–Dale tiempo suficiente para que se calmen los ánimos, sea lo que sea lo que hayas hecho.
–No puedo permitirme el lujo de darle tiempo, no con…
–Un acosador –Troy terminó la frase–. Muy bien. Tiene guardaespaldas. Estaremos en la habitación de al lado, jugando a las cartas. Mientras tanto, tú les sonríes a los periodistas un rato y volvemos al ático cuanto antes.
La propuesta era difícil de rechazar.
El paseo en limusina por las calles de París fue una extraña experiencia a esas horas de la noche. El Arco del Triunfo brillaba en la distancia. Celia hacía todo lo posible por rehuirle la mirada y los demás trataban de conversar para llenar el incómodo silencio.
Cuando por fin llegaron las mujeres pasaron a toda prisa por delante de los reporteros y entraron en el hotel. Malcolm apenas tuvo tiempo de reaccionar. En cuestión de minutos terminó frente a la puerta cerrada de Celia, en la suite del ático.
Se volvió hacia el espacioso salón que conectaba todas las habitaciones.
–Señores –dijo, frotándose la barbilla. Una fina barba de medio día le arañaba las yemas de los dedos–. No tenéis que quedaros aquí conmigo. Id a jugar a las cartas y pedid lo que queráis. Yo invito. Me voy a dormir.
–Ni hablar –dijo Troy. No te vamos a dejar solo. Tú tampoco lo harías. El resto del grupo llega en…
La campanita del ascensor privado de la suite sonó en ese momento.
¿El resto?
Las puertas se abrieron. Dentro había tres hombres. Todos eran antiguos alumnos de aquel estricto colegio del norte de Carolina, compañeros de la Hermandad Alfa y reclutas de Salvatore en la Interpol.
El primero en salir del ascensor fue Elliot Starc, conductor de Fórmula Uno al que su novia acababa de dejar por ser tan temerario al volante. Detrás estaba el doctor Rowan Boothe, reconocido médico que intentaba salvar la vida de miles de huérfanos en África. El último era el representante de Malcolm, Adam Logan, también conocido como El Tiburón. Hacía cualquier cosa por mantener a sus clientes en las noticias.
Apartándose de la ventana, Malcolm se quitó la chaqueta.
–Vamos a necesitar una mesa más grande.
El mánager sonrió.
–La comida y la bebida están de camino –se sentó en la silla más alejada–. Va a haber un montón de fans con el corazón roto ahí fuera en cuanto se den cuenta de que lo de Celia no es una simple aventurilla.
No había forma de engañar a sus compañeros. Era mejor enfrentarse a sus preguntas directamente… y mentir.
–Logan, no sé de qué me estás hablando.
Conrad empezó a barajar las cartas.
–En serio, hermano, ¿vas a ir por ahí?
Rowan se sentó en una silla.
–Pensaba que ya lo habías superado –dijo.
–Es evidente que no –dijo Malcolm en un tono tenso.
Todo lo que veía a su alrededor le recordaba a ella. Y solo era una habitación de hotel…
Elliot se sirvió una copa.
–¿Entonces por qué te mantuviste lejos de ella durante dieciocho años? A mí Gianna me ha dado con la puerta en las narices y por eso no tengo más remedio que mantenerme lejos de ella.
–Era lo que quería Celia por aquel entonces. Ahora nuestras vidas han cambiado mucho. Hemos seguido adelante.
Adam se dio un golpecito en la sien.
–Dos músicos que se sienten atraídos el uno por el otro. Hmm… Todavía no entiendo cuál es el problema. ¿Por qué se supone que no estáis hechos el uno para el otro?
–Romper fue lo mejor para ella –dijo Malcolm. Cada vez estaba más incómodo–. Le destrocé la vida una vez. Y se lo debo. Lo mejor que puedo hacer es mantenerme lejos.
Logan siguió insistiendo.
–Aunque la dejes ir, has hecho millones para darle en la cara a su padre.
–O a lo mejor es que me gustan las cosas caras.
Troy se echó hacia atrás en la silla. Se arregló la corbata.
–Bueno, es evidente que no te lo estás gastando en ropa.
–¿Pero quién te ha nombrado estilista? –Malcolm se desabrochó los puños y se remangó la camisa–. Empezad. Vuelvo enseguida.
Fue hacia la ventana para tener más señal y sacó el móvil para ver si tenía algún mensaje de Salvatore. Había visto a su antiguo mentor en un palco privado durante la actuación. Iba acompañado de una glamurosa mujer.
El buzón de entrada de Malcolm se llenó de información acerca del director con el que había salido Celia. El tipo había ganado premios y tenía un historial impecable. Todo apuntaba a que era un buen hombre.
¿Pero por qué no tenía la custodia compartida de sus hijos? Era algo extraño, sobre todo para un hombre que era director de un colegio. Malcolm tecleó una respuesta para Salvatore y cerró el teléfono.
Se volvió. Rowan estaba en el umbral, observándole.
–Maldito seas, Rowan. Podrías haber dicho algo para saber que estabas ahí.
–Pareces un poco ronco, colega. ¿La gira ya le está pasando factura a tus cuerdas vocales? Puedo hacerte un chequeo si quieres.
–Estoy bien. Gracias… ¿Algo más?
–En realidad, sí. ¿Por qué te estás haciendo daño volviendo a estar con ella?
–Tú eres el bueno. Pensaba que lo ibas a entender. La decepcioné del todo en el pasado.
Malcolm echó a andar hacia la puerta de su dormitorio.
–Tengo que recompensarla por ello. Tengo que terminar con esto.
–¿Y vas a alejarte de ella sin más cuando sepas quien la acosa?
El sarcasmo de Rowan era evidente. No se creía ni una palabra de lo que le había dicho.
–Ella no quiere la clase de vida que yo llevo. Y yo no encajo en la suya.
Lo último que quería era volver a Azalea, Mississippi.
–Me prometí a mí mismo que no me implicaría. Lo que teníamos solo fue un amor de adolescencia.
–¿Y qué pasa si alguien entra en su casa dentro de un mes? ¿Y si un estudiante le pincha las ruedas del coche? ¿Vas a venir corriendo para ayudarla?
La lógica de Rowan era aplastante.
–¿Por qué no dejas de hablar como un imbécil ya?
Pasó por su lado a toda velocidad y volvió a entrar en el salón.
Adam se echó hacia atrás en su silla y le llamó.
–Deja de titubear. O vas a por ella o no, pero ya es hora de tomar un camino.
–Maldita sea, Adam –Malcolm se detuvo frente a la mesa redonda–. ¿Crees que podrías hablar un poco más bajo? No creo que te hayan oído en Rusia.
Miró hacia la habitación de Celia un instante y entonces se sentó por fin.
–¿Ir a por ella? –repitió el magnate de los casinos–. Mi mujer se partiría de risa si oyera eso. Hermano, son ellas las que van a por nosotros. En cuerpo y alma.
Elliot hizo una mueca.
–Ya empiezas a sonar como una de esas canciones cursi de Malcolm… ¿Playing for Keeps? En serio, hombre. Dinos la verdad. Esa la escribiste para llevarte lo tuyo –dijo, riéndose.
Malcolm tuvo ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo.
–Espero que seas muy feliz cuando te hagas viejo y te veas solo con tus coches de carreras y un gato –recogió sus cartas–. Bueno, ¿vamos a jugar al póker o qué?
Aunque quisiera restarle importancia a todo lo que le habían dicho sus amigos, no podía negar que sus palabras habían hecho mella. Esa noche la dejaría en paz, pero por la mañana encontraría la forma de volver a meterse en su cama. Seducirla no era lo mismo que enamorarse de ella. Él era capaz de establecer una diferencia, y ella también.
Ya era hora de dejar de glorificar lo que había ocurrido en el pasado.
Celia se volvió hacia el sol de la mañana. El barco se mecía suavemente bajo sus pies sobre las aguas del Sena. Hillary Donovan le había dicho que darían una vuelta por la ciudad antes de salir hacia el próximo destino de la gira. Eran un grupo tan grande de gente… El colegio al que habían asistido les unía, pero aún así, Celia no lograba entender por qué Malcolm se rodeaba de estrellas tan rutilantes como él. Normalmente los artistas se hacían con un séquito de adoradores, no de otras estrellas… Malcolm Douglas parecía tener un ego muy pequeño.
Una ráfaga de viento azotó el barco, agitándole la blusa. Necesitaba respirar ese aire fresco antes de volver a ver a Malcolm. No había ido con ellos en la limusina esa mañana. Seguramente se habría quedado a dormir la mañana. Debía de estar agotado después del concierto.
La imagen de la Torre Eiffel dominaba el paisaje urbano de esa ciudad de ensueño. Necesitaba esa oportunidad para airear la mente antes de volver a ese jet claustrofóbico.
Había pasado la noche en vela, recordando cómo había cantado la canción ante miles de personas. Malcolm había usado ese pedacito de su historia para jugar con sus emociones. Él siempre había estado muy motivado. Nada se había interpuesto en su camino jamás, pero nunca le había creído cruel… hasta ese momento. La brisa le agitó el cabello. Se agarró del pasa–manos de metal del barco.
–¿Por qué me ignoras? –dijo una voz masculina a sus espaldas.
Era él.
Celia se volvió lentamente y le hizo frente. El pasado y el presente se fundieron en un instante; vaqueros desgastados, zapatos de firma y una chaqueta. Llevaba también gafas de sol y una gorra de béisbol. Seguramente querría esconder su identidad, pero ella le hubiera reconocido en cualquier sitio.
Todos los demás estaban al otro lado del bote. La habían dejado sola. Sola, con Malcolm.
Celia parpadeó rápidamente. La luz del sol incidía sobre su espalda, recortando su imponente silueta.
–Creía que seguías en el hotel, durmiendo.
–Subí al barco antes que todos vosotros. No quería que la prensa me encontrara –capturó un mechón de pelo que flotaba en el aire y se lo sujetó detrás de la oreja–. Volviendo a mi pregunta… ¿Por qué me evitaste anoche, después del concierto?
–¿Evitarte? –Celia se apartó un poco–. ¿Por qué iba a hacer eso? No estamos en el instituto.
–No has vuelto a hablar conmigo desde anoche, después del concierto –Malcolm frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos de los vaqueros–. ¿Estás enfadada porque te besé en el avión?
–¿Debería enfadarme porque me has besado sin pedirme permiso? ¿O debería enfadarme por todas esas fotos que han salido en los tabloides y en las revistas? Oh, y no olvidemos los programas de cotilleos de la tele. Estamos… Y cito textualmente… “De moda en París”.
–Entonces es por eso que no quieres hablar conmigo –se tocó la sien, justo por debajo de la gorra de béisbol.
–En realidad, eso ya lo tengo superado. Pero la forma en que te burlaste de mí… tocando una canción que escribiste para nosotros cuando estábamos en el instituto –Celia sintió que la rabia bullía en su interior–. ¿No dijiste que no era más que una canción de amor adolescente? Bueno, lo cierto es que no me sentó nada bien.
–Maldita sea, Celia –le metió un dedo por uno de los ojales del cinturón y tiró de ella–. No era mi intención.
–Bueno, ¿cuál era tu intención entonces? –le preguntó Celia. No era capaz de leer su rostro con esas gafas de sol que llevaba.
Apoyó las palmas de las manos sobre su pecho para no aterrizar contra él, cuerpo contra cuerpo.
–Maldita sea, solo quería rendirle homenaje a aquello que compartimos cuando éramos adolescentes. No era mi intención glorificarlo, pero tampoco pretendía burlarme –le dijo con sinceridad–. Sí que compartimos algo especial. Y creo que podemos volver a compartirlo de nuevo.
Celia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Le resultaba casi imposible hablar. El sonido del agua alrededor del barco competía con el de la sangre que corría por sus venas. Los dedos se le calentaban sobre su chaqueta.
–Me parece que no trasmitiste muy bien el mensaje sobre el escenario, Malcolm.
–Bueno, déjame recompensarte por ello –Malcolm apoyó la frente contra la de ella.
El poder de su mirada, azul e intensa, le abrumaba.
–No tienes que hacer nada. Me estás protegiendo de un acosador. En todo caso, soy yo quien te debe algo –Celia le cerró más la chaqueta–. Pero eso es todo lo que te debo.
Malcolm la rodeó con el brazo.
–No quiero que te sientas en deuda conmigo.
Estaban tan cerca. Podía besarla en cualquier momento. Estaban tan cerca de la felicidad. Celia sentía un extraño cosquilleo en los labios y cada vez le costaba más recordar por qué era mala idea lo que estaba ocurriendo. El rugido del agua se hacía cada vez más estridente. Ya no sabía si lo que oía era agua, o sangre que corría por sus venas.
–Maldita sea, la prensa –le dijo Malcolm.
Se echó a un lado y se puso las gafas de sol.
Los paparazzi corrían por la orilla, cámara en mano.
–…Douglas…
–Bésala…
Celia corrió junto a él, rumbo a la cabina del capitán.
–Pensaba que querías que nos besáramos delante de la cámara.
–He cambiado de idea –dijo él, abriendo la puerta–. Hacerte feliz se ha convertido en una prioridad de repente.
La hizo entrar en la cabina. El capitán les miró un instante, sorprendido. Malcolm le hizo señas para que siguiera adelante. Elliot Starc tampoco le había instruido en el arte de hacer navegar un barco…
Celia sintió ganas de reír. Los nervios le estaban jugando una mala pasada.
–¿Qué hacemos ahora?
Malcolm miró el bolso que llevaba colgado del brazo.
–Podrías contestar a la llamada.
Celia bajó la vista. El móvil le sonaba.
–No lo había oído.
Logró pescar el terminal a duras penas. Lo sacó y vio que era el número de su padre.
–Hola, papá. ¿Qué necesitas?
–Solo quería saber cómo estaba mi niña. Solo quería asegurarme de que estabas bien. Yo, eh… He visto los periódicos esta mañana.
Celia hizo una mueca. Esquivó la mirada de Malcolm.
–Estoy bien. Las fotos fueron… preparadas… Solo queremos que todo el mundo sepa que estoy bien protegida aquí, con la gente de Malcolm.
–¿Preparadas? –repitió su padre con escepticismo–. Nunca pensé que te gustara tanto el teatro. Vaya. Lo hicisteis muy bien los dos.
Celia sintió que se le encogía el corazón con cada palabra que articulaba su padre.
–No sé qué más decirte.
–Bueno, llevo todo el día evitando llamadas.
–¿De la prensa?
–Mi número no está en la guía. Lo sabes. Las llamadas son de tus amigos del colegio, incluso de ese director del colegio con el que saliste un par de veces.
–No salí con él –miró a Malcolm un instante.
Las consecuencias de lo que había hecho cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Estar con Malcolm le había cambiado la vida por completo de una forma que jamás podría cambiar. Su existencia ordenada y metódica se estaba rompiendo en mil pedazos. Estaba perdiendo el control, pero por una vez, no parecía tan malo.
–Nos sentábamos juntos en los eventos a los que asistíamos por trabajo.
–¿Quién conducía?
–Déjalo ya, papá –dijo Celia, pero se arrepintió enseguida. Empezó a caminar con impaciencia por la cabina–. Te quiero y te agradezco la preocupación, pero soy adulta ya.
–¿Malcolm está ahí contigo?
–¿Qué importancia tiene eso?
Su padre suspiró.
–Cuida de ti misma, Celia. Siempre serás mi niña pequeña.
Su tono de voz suscitó un sentimiento de culpa muy grande. Su padre ya había sufrido bastante con la muerte de su hermana mayor. Celia se llevó la mano a la cabeza. De repente se sentía mareada al no haber desayunado, y no podía evitar pensar en su propio bebé… Pero por lo menos sabía que su hija estaba viva en algún sitio, y que la querían.
–Papá, te prometo que estoy teniendo mucho cuidado –dijo con sumo cuidado, escogiendo muy bien las palabras–. ¿Y tú? ¿Te encuentras bien? ¿Has recibido algún mensaje amenazador?
–Estoy bien. Mi tensión arterial está estable, y no he recibido ninguna amenaza.
–Qué bueno. De verdad que te agradezco que me hayas llamado. Te quiero, papá.
El corazón se le aceleró. Nuevas preocupaciones se agolpaban en su pecho, formando un nudo. Reconocía los viejos síntomas, y sabía qué pasaría después si no le ponía remedio.
Colgó el teléfono y volvió a meterlo en el bolso con manos temblorosas.
–Bueno, tu plan está funcionando. Todo el mundo, incluso mi padre, cree que estamos teniendo una aventura –Celia trató de respirar. El pánico más atroz se apoderaba de ella por momentos–. ¿Crees que podríamos volver al hotel?
–¿Te encuentras bien? –le preguntó Malcolm.
De repente Celia sintió que el barco empezaba a escorarse hacia un lado.
Agarró la mano de Malcolm y un segundo después todo se volvió negro.