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Capítulo Dos

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¿Ir de gira? ¿Con Malcolm?

Celia se aferró al borde del escritorio para no perder el equilibrio. No podía estar hablando en serio, no después de dieciocho años en los que solo habían mantenido el contacto gracias a unas pocas cartas y alguna llamada de teléfono justo después de la ruptura. Habían roto, se habían alejado el uno del otro y finalmente habían interrumpido todo contacto una vez se había completado la adopción del bebé.

Al comienzo de la carrera musical de Malcolm, ella solo tenía unos veintitantos. Estaba en la universidad e iba al psicólogo religiosamente. Solía soñar con el momento en que Malcolm se presentara en su puerta. ¿Y si la tomaba en brazos y lo retomaban donde lo habían dejado? Solía soñar despierta por aquel entonces…

Pero esas fantasías nunca se hicieron realidad, sino que la hicieron poner los pies sobre la tierra. Poco a poco aprendió a hacer planes para el futuro, concretos y razonables. Aunque hubiera aparecido en su puerta, probablemente no se hubiera ido con él. Le había costado mucho recuperar la salud mental y hubiera sido arriesgado renunciar a la estabilidad por una vida en la carretera con una estrella del rock.

Celia se colgó el bolso del ordenador del hombro y miró hacia la puerta.

–La broma ha terminado, Malcolm. Por supuesto que no me voy a Europa contigo. Gracias por haberme hecho reír, no obstante. Me voy a casa ahora porque, por primera vez en mil años, no estoy en la lista para el servicio de autobús escolar. A lo mejor tú tienes tiempo para jugar a estos jueguecitos, pero yo tengo notas que poner.

Malcolm la agarró del brazo y la hizo detenerse.

–Hablo completamente en serio.

Celia sintió que el pelo se le ponía de punta y la carne de gallina.

–Tú nunca hablas en serio. Pregúntales a los reporteros de los tabloides. Escriben cientos de artículos cada día para hablar de tu encanto delante y detrás de las cámaras.

Malcolm se acercó más y la agarró con más fuerza.

–Cuando se trata de ti, siempre hablo cien por cien en serio.

En realidad eso no era ninguna novedad. Ella siempre había sido la rebelde aventurera, mientras que él trabajaba duro para labrarse un futuro. Pero un día había terminado esposado y entre rejas.

Celia contuvo la respiración durante unos segundos, pero finalmente recuperó el equilibrio.

–Entonces voy a ser yo la sensata y racional aquí. No me voy a ir a Europa contigo. Gracias por ofrecerme tu protección, pero no tienes por qué sentirte culpable.

Malcolm ladeó la cabeza. Estaba tan cerca que podía apartarle el mechón de pelo que le caía sobre la frente con un soplo de aire.

–Solías fantasear con la idea de hacer el amor en París, a la sombra de la Torre Eiffel –le dijo, utilizando esa voz misteriosa y seductora.

Esas cuerdas vocales que valían un millón de dólares la acariciaban tan bien como un glissando de sus dedos. Le hizo retirar la mano lentamente.

–Bueno, en serio, no voy a ir a ninguna parte contigo.

–Muy bien. Voy a cancelar mi gira de conciertos y me convertiré en tu sombra hasta que sepamos que estás segura –sonrió con picardía y se metió las manos en los bolsillos–. Pero mis fans se van a enfadar. A veces se ponen muy rabiosas y pueden llegar a ser peligrosas. Y mi meta es mantenerte segura por encima de todo lo demás.

Celia se preguntó si realmente le estaba hablando en serio.

–Esto es demasiado raro –apretó los puños–. ¿Cómo te enteraste de lo del caso Martin?

Malcolm vaciló un instante antes de contestar.

–Tengo mis contactos.

–El dinero puede comprarlo todo.

–Un poco más de dinero no nos hubiera venido nada mal hace dieciocho años.

Celia recordó la última discusión que habían tenido. Él había insistido en hacer aquel concierto, en un garito miserable, solo porque pagaban bien. Estaba decidido a casarse con ella y a tener una familia. Pero ella sabía que eran demasiado jóvenes para lograrlo. La policía había irrumpido en el local de repente por una operación anti–droga y le habían arrestado. A ella la habían internado en un colegio suizo para tener al bebé.

Aún podía ver arrepentimiento en su mirada, pero no podía recorrer ese camino de nuevo con él. Lágrimas de dolor, rabia y frustración se agolparon en sus ojos. No quería derrumbarse ante él.

–Las cosas hubieran salido mejor si hubieras tenido un margen más amplio de solvencia –le dijo, recordando aquella vez, cuando había perdido la beca para Juilliard–. Pero las decisiones que yo tomé no hubiera podido cambiarlas el dinero. Lo que compartimos forma parte del pasado –se aseguró el bolso del ordenador sobre el hombro y pasó por su lado, rumbo a la puerta–. Gracias por preocuparte por mí, pero hemos terminado. Adiós, Malcolm.

Siguió adelante. Sin querer le dio una patada a una caja llena de panderetas al salir del despacho. Malcolm podía quedarse o marcharse, pero eso ya no era responsabilidad suya. El conserje cerraría con llave cuando se fuera por fin. Tenía que alejarse de él antes de hacer el ridículo.

De nuevo.

Sus sandalias golpeaban el suelo con fuerza. Salió del edificio a toda prisa y se dirigió hacia el aparcamiento de los profesores. Los ojos le escocían por las lágrimas. De repente oyó el sonido de sus pasos detrás, pero siguió adelante.

El aparcamiento estaba desierto. A la jornada escolar todavía le quedaba una hora. A lo lejos se oían los gritos de los niños, provenientes del patio del recreo. Celia echó atrás la cabeza y parpadeó rápidamente. La luz del sol la cegaba y los ojos se le humedecían por momentos. Se enjugó las lágrimas como pudo y avanzó hacia su pequeño sedán verde. El asfalto desprendía mucho calor. Había una octavilla de publicidad sujeta al parabrisas.

Celia se detuvo en seco y se llevó la mano a la garganta. ¿Sería otra advertencia del último enemigo de su padre?

Llevaba una semana encontrándose esos papeles sujetos al parabrisas, y todos estaban relacionados con la muerte. Una funeraria, parterres en el cementerio, seguros de vida… La policía le había dicho que no era más que una coincidencia.

Sacó el papel…

Era un descuento para una floristería. Una ola de alivio la inundó por dentro. Se rio a carcajadas y arrugó el papel. Sacó las llaves del coche y apretó el botón de desbloqueo.

Abrió la puerta del acompañante para dejar el bolso del ordenador y entonces se detuvo en seco.

Había una rosa negra en el soporte para vasos.

Presa del pánico, recordó la octavilla de la floristería. Sacó el papel del bolso y lo estiró sobre el asiento. Retrocedió de espaldas, tropezó. Dio contra alguien. Era un pecho fuerte, masculino. Reprimió un grito y se giró lo más rápido que pudo. Era Malcolm.

Él la sujetó de la nuca.

–¿Qué sucede?

–Hay una rosa negra en mi coche. Es macabro. No sé cómo ha llegado ahí porque cerré el coche esta mañana. Sé que lo hice, porque tuve que desbloquearlo de nuevo para entrar con la llave automática.

–Llamaremos a la policía ahora mismo.

Celia sacudió la cabeza y le hizo apartar la mano.

–El jefe de policía tomará nota y me dirá que estoy paranoica, que ha sido una broma de los estudiantes.

El jefe de policía siempre hacía referencias veladas a su pasado inestable, a todo lo que su padre había tratado de esconder. Muy pocos lo sabían, pero el estigma no se borraba con el tiempo.

Malcolm la agarró de los hombros y la hizo caminar hacia los guardaespaldas. Pasó por su lado y se dirigió hacia el sedán. Miró la rosa y luego se agachó para inspeccionar los bajos del coche.

Celia tragó en seco. Dio un paso atrás.

–Malcolm, vamos a llamar a la policía. Por favor, aléjate del coche.

Él se volvió hacia ella, cubriéndola con su enorme sombra.

–En eso estamos de acuerdo –la agarró del brazo. Las durezas de las yemas de sus dedos le arañaban la piel–. Vamos.

–¿Has visto algo debajo del coche?

–No, pero no he mirado debajo del capó. Voy a sacarte de aquí y mis hombres examinaran bien el coche para asegurarnos de que todo está en orden antes de que salgan los niños del colegio.

Los rostros de alumnos y compañeros desfilaron ante los ojos de Celia de repente. ¿Estaba poniendo en peligro a todo el colegio?

Malcolm la hizo alejarse más del vehículo.

–¿Adónde vamos? –miró por encima del hombro hacia el edificio de ladrillo rojo–. Tengo que avisar.

–Mis guardaespaldas se ocuparán de todo. Vamos hacia la limusina. Tiene refuerzo en las ventanas y está blindada. Podemos hablar allí y ver qué hacemos.

Malcolm pudo respirar tranquilo una vez metió a Celia en la limusina blindada. Le dijo al chófer que se dirigiera a su casa.

Dos de sus guardaespaldas se habían quedado junto al coche, esperando a la policía. Miró los mensajes que tenía en el teléfono por si había alguna novedad. En cuanto pudiera garantizar la seguridad de Celia, movilizaría a unos cuantos contactos para encontrar pruebas y encarcelar a ese mafioso llamado Martin de una vez y por todas. Ya había sido el chivo expiatorio de un narcotraficante para proteger a su madre. Por aquel entonces no sabía a quién acudir.

Pero ya no era un adolescente sin dinero. Tenía los recursos y el poder necesarios para ayudar a Celia como nunca antes lo había hecho.

Mientras avanzaban por Main Street, flanqueada por hileras de azaleas, sentía el peso de su mirada furiosa. Se guardó el teléfono y la miró por fin.

–¿Qué pasa?

–Se me acaba de ocurrir algo. ¿Me has metido esa flor en el coche para asustarme y conseguir que me vaya contigo? –le miró con ojos de sospecha.

–No me puedo creer que pienses eso.

–Ahora mismo no sé qué creer. Llevo casi veinte años sin verte. Hoy apareces de repente, me ofreces protección y pasa esto. La idea de que estén por aquí, en el colegio, cerca de mis alumnos… –Celia trató de tomar el aliento, se agarró las rodillas y se echó hacia delante–. Creo que voy a vomitar.

Él le puso las manos entre los hombros, reprimiendo las ganas que tenía de atraerla hacia sí y tocarla de nuevo.

–Me conoces. Ya sabes lo mucho que he deseado poder cuidar de ti. Tú eres la persona que mejor sabe lo mucho que he querido cuidar de ti. Sabes lo mucho que me dolía saber que mi padre no estaba ahí para proteger a mi madre. Bueno, ahora pregúntame de nuevo si te he metido la rosa en el coche.

Celia se echó el pelo a un lado y le miró. Todavía no podía respirar bien.

–Muy bien. Te creo. Y lo siento. Aunque una parte de mí desearía que lo hubieras hecho porque así no tendría que preocuparme.

–Todo va a salir bien. Cualquier persona que venga a por ti tendrá que vérselas conmigo. La policía va a revisar tu coche y acordonarán el aparcamiento si hay algún problema.

–Hace diez minutos dijiste que la policía no puede protegerme.

Unos rizos castaños y suaves se deslizaron sobre su brazo, igual que en el pasado. Malcolm apartó la mano rápidamente. Ya no creía en el poder del amor, pero el poder del deseo se merecía todo su respeto.

–Tenemos que decírselo a la policía de todos modos. ¿Dónde está tu padre? ¿Está en los juzgados?

–Está en el médico, haciéndose su revisión anual. Ha tenido problemas de corazón. Dice que quiere retirarse después del caso Martin. No me puedo creer que esto esté pasando.

Malcolm abrió el mini–bar y sacó una botella de agua.

–Nadie podrá hacerte daño ahora. Este coche está blindado y tiene cristales anti–balas.

–Los paparazzi pueden llegar a ser muy persistentes –Celia tomó la botella con sumo cuidado. No quería rozarle los dedos–. ¿Merece la pena vivir en una burbuja?

–Estoy haciendo lo que quiero hacer.

–Entonces me alegro por ti –Celia bebió un sorbo de agua.

–El año escolar termina mañana. Estarás libre todo el verano. Vente conmigo a Europa. Hazlo por tus padres o por tus alumnos, pero no dejes que el orgullo te impida aceptar mi propuesta.

Celia giró la botella de agua en las manos. Le observaba por debajo de una tupida cortina de pestañas.

–¿No sería un tanto egoísta por mi parte si aceptara tu oferta? ¿Y si te pongo en peligro?

Malcolm resistió las ganas de reír. No había dicho que no. Estaba considerando la propuesta.

–La Celia a la que conocía no se hubiera preocupado por eso. Hubieras seguido adelante y hubiéramos resuelto el problema juntos.

Pasaron por encima de un bache y Celia terminó precipitándose hacia su lado. Malcolm la rodeó con el brazo de forma instintiva y sus sentidos se saturaron de inmediato. Su aroma, el roce de sus pechos, el tacto de la palma de su mano…

Mordiéndose el labio, ella se apartó. Se alejó todo lo que pudo hasta llegar al otro extremo del asiento.

–Ya somos adultos y hace falta tomar medidas más sensatas –dijo de repente, dejando la botella de agua en el soporte–. No puedo irme a Europa contigo. Es algo… impensable. Y en cuanto a mis alumnos, ya te habrás dado cuenta de que ha terminado el año escolar, y si la amenaza proviene del caso de mi padre, seguro que todo se resolverá antes de que empiece el próximo curso. ¿Lo ves? Todo es muy lógico. Gracias por la oferta, de todos modos.

–Deja de darme las gracias.

La limusina pasaba por todas esas calles de Azalea que tan familiares le resultaban. Pocas cosas habían cambiado. Algunos restaurantes de toda la vida se habían convertido en franquicias de grandes cadenas y había un pequeño centro comercial, pero todo lo demás seguía igual.

Bien podrían haber sido dos adolescentes en ese momento, dos adolescentes que buscaban un sitio oscuro donde aparcar… Ambos habían perdido la virginidad en el asiento de atrás del BMW que su padre le había regalado por su dieciséis cumpleaños. Los recuerdos… Eran abrumadores.

–¿Malcolm? ¿Por qué me has buscado ahora? No me creo que lleves dieciocho años siguiéndome la pista.

–Has estado en mi mente durante toda la semana. Es esta época del año.

Celia cerró los ojos un momento.

–Su cumpleaños.

Malcolm asintió.

–Lo siento –dijo ella.

Por primera vez veía dolor en su rostro.

–Yo también firmé los papeles –le dijo. Él también había renunciado a todo derecho sobre su hija. Sabía que no tenía elección y que no tenía nada que ofrecerles.

Había tenido suerte al no terminar en la cárcel, pero la escuela militar del norte de Carolina no había sido un paseo por las nubes precisamente.

–Pero tú no querías firmar –Celia le tocó en el brazo–. Lo entiendo.

Malcolm deseaba tanto besarla…

–Hubiera sido muy egoísta si hubiera seguido insistiendo cuando sabía que no tenía forma de darte un futuro, a ti y a la niña. ¿Piensas en ella?

–Todos los días.

–¿Y en nosotros? ¿Te arrepientes cuando miras atrás?

–Me arrepiento del daño que sufriste.

Él puso su mano sobre la de ella y se la apretó con fuerza.

–Ven conmigo a Europa, para que estés segura, para que tu padre no sienta el peso de una responsabilidad tan grande sobre los hombros, para dejar atrás el pasado. Ya es hora. Déjame ayudarte como no pude hacerlo antes.

Celia se mordió el labio inferior. La limusina acababa de detenerse delante de su casa. Parpadeó rápidamente y apartó la mano. Recogió el bolso del ordenador del suelo.

–Tengo que irme a casa, a pensar. Es demasiado. Todo está pasando demasiado rápido.

Malcolm bajó del vehículo y fue a abrirle la puerta. No esperaba que le invitara a pasar la noche, pero tenía que asegurarse de que estaba segura. La condujo hacia la pequeña casa cochera que estaba detrás de la mansión.

Ella miró por encima del hombro.

–¿Ya sabes dónde vivo?

–No es un secreto –le dijo, aunque no podía evitar sorprenderse un poco.

La mansión grande, de ladrillo, no era de su padre. Se la había comprado ella misma con sus ahorros.

De todos modos, la casa pequeña, de color blanco, era una pesadilla en cuanto a seguridad. Las escaleras exteriores, muy poco iluminadas, llevaban a la entrada principal, situada justo encima del garaje. Subió tras ella. No podía dejar de mirar el movimiento de sus caderas.

–Gracias por acompañarme a casa y por llamar a la policía. Te agradezco mucho la ayuda –dijo ella, deteniéndose junto al pequeño balcón que estaba al lado de la puerta. Se volvió hacia él.

Malcolm extendió la mano para que le diera las llaves.

–Voy a revisar la casa y me voy.

Ya no era el chico idealista de antes. Había pasado mucho tiempo en esa academia militar, pensando cómo iba a presentarse en la casa de su padre para demostrar que no había hecho nada malo. Era un hombre bueno al que le habían robado una familia, y se había aferrado a esa meta durante los años que había pasado en la universidad. Gracias a los conciertos en garitos de mala muerte había logrado pagarse lo que las becas no cubrían.

Pero jamás hubiera podido imaginar la vuelta de tuerca que iba a darle el destino. Un buen día el viejo director de la academia se había presentado en su camerino después de un concierto, con una oferta absurda… Nunca hubiera imaginado que llegaría a convertirse en una estrella del rock y que su rostro acabaría estampado en millones de posters.

Su estilo de vida, con viajes constantes y presencia mediática, le proporcionaba la tapadera perfecta para trabajar como agente en la Interpol.

–Las llaves, por favor.

Celia vaciló un momento, pero finalmente se las entregó. Malcolm la introdujo en la cerradura y abrió con facilidad. Al otro lado había un espacio diáfano, con adornos discretos. Un antiguo piano vertical dominaba la estancia. Entró y se aseguró de que no hubiera más rosas. Celia desactivó la alarma y avanzó por el estrecho pasillo, rumbo al área del salón. Golpeó con las uñas una zampoña que colgaba de la pared.

Malcolm sintió que su sexto sentido se ponía en alerta. Algo iba mal, pero el instinto se le entumecía cuando estaba junto a ella.

De repente se dio cuenta.

–¿Dejaste la luz del salón encendida?

Celia contuvo el aliento.

–No. Nunca lo hago.

Malcolm la hizo ponerse detrás y fue justo en ese momento cuando reparó en el hombre que estaba sentado en el sofá. Era su padre.

El juez George Patel se había hecho mayor. Los años habían dejado huella en él.

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