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Perdidos en nuestra jungla mental

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La fiesta de los animales con cuernos es un ejemplo brillante de lo que puede suceder con nosotros si permitimos que las maquinaciones de la mente nos dominen.

Leer el cuento, una y otra vez, y aprender los diversos registros que esconde, nos permitirá alcanzar un profundo conocimiento de lo que hemos denominado “parásito”, así como de sus trucos, generando la conciencia necesaria como para detectar su “juego”.

Utilizaremos el cuento como esquema de trabajo durante el siguiente tramo del libro, así que, si habitualmente no te sientes atraído por las “historias” y te salteaste el capítulo anterior, te recomiendo que vuelvas atrás y lo leas antes de continuar.

La historia que he relatado nos muestra diversos personajes con caracteres bien diferentes, interactuando en una situación clave: la hiena, la liebre y un grupo de animales con cuernos en el contexto de una fiesta.

Cuando he narrado este cuento a mis alumnos de los talleres de desarrollo personal, ellos se han sentido inmediatamente identificados con “la pobre hiena”.

Sentirnos invadidos por esa voz mental que instala en nosotros miedos, rencor, resentimiento y que nos insta al conflicto, es una experiencia que todos podemos reconocer como propia. Caer en la trampa de nuestros enredos mentales, especulando con lo que se dijo, interpretando la mirada del otro, sobre-preocupados por la opinión ajena y ahogados en las comparaciones, es un infierno por el que todos, en menor o mayor medida, hemos transitado.

La hiena representa nuestro “yo-identidad”. Es la parte de nosotros que se reconoce en un nombre y apellido, un contexto de vida (edad, lugar de residencia, profesión, etc.), una historia personal, una descripción psicológica de uno mismo y una lista de virtudes o defectos. Es la parte de nosotros que ignora el hecho de ser mucho más que un listado de características, y se pierde en la lucha por el control de sus circunstancias. Habitualmente, este yo mantiene una especie de “diálogo consigo mismo” que le resulta funcional en la toma de decisiones. Sin embargo, cuando las presiones del afuera se sienten demasiado duras, ese inofensivo diálogo interno se convierte en un incesante ir y venir de preguntas y respuestas acerca de sí mismo, en donde sobran las interpretaciones, las suposiciones, las repeticiones de escenas del pasado y las proyecciones acerca del futuro.

Es claro que para funcionar en el mundo necesitamos tener individuación, reconocernos como un ser aparte, para después contribuir con la comunidad, integrándonos. Sin la función psicológica del “yo”, no habríamos sobrevivido a los duros tiempos de la prehistoria y no podríamos resolver un asunto tan simple como cruzar la calle sin ser atropellados por el tránsito. Pero es evidente que esa función se ha desequilibrado en el contexto vital de nuestros tiempos, y que el “yo-identidad” está enfermo, intoxicado, lleno de obsesiones con respecto a sí mismo, los demás y el mundo que lo rodea.

En la hiena podemos apreciar que nuestra conciencia está dormida la mayor parte del tiempo.

La liebre representa la consecuencia de ese estado de cosas: el parásito mental. El parásito es la manifestación personificada del interlocutor del “yo” durante el proceso del diálogo interno cuando éste se desboca. Es una construcción psíquica, una especie de “otro yo” con el que conversamos dentro de nuestra mente. Es el que nos hace pensar que somos el peor o el mejor, pero nunca nos permitirá ver nuestro auténtico valor. Es el que nos susurra que nadie nos entiende porque somos especiales o que nadie nos quiere porque somos feos. Es el que aviva el fuego de nuestras ansias por salir a comprar (o comer, o fumar, o coquetear) sin límites. Es el que nos dice “la vida es insoportable, tomemos un trago para apaciguar el dolor”. Es la voz estereotipada de mamá o papá, o la del niño herido, enojado o desesperado que fuimos.

Con argumentaciones engañosas, intenta hacernos caer en sus trampas, volviéndonos contra “los otros”, desnudando nuestras inseguridades y nuestra adicción al control, creando escenarios futuros de dolor para que actuemos con la certeza del fracaso, convenciéndonos de que todas las miradas están puestas sobre nosotros y de ese modo, alejarnos del amor y el disfrute.

A partir del juego del parásito –la “broma” de la liebre–, nos encontramos presos de fantasías especulativas que tarde o temprano terminan derrumbándose, exponiéndonos al ridículo o a la confrontación absurda, alejándonos de personas queridas, haciéndonos perder oportunidades creativas o construyendo problemas aun más graves que los que habíamos imaginado en nuestra mente excitada.

Cuando, a partir del diálogo mental, tomamos decisiones que nos conducen al dolor, podemos decir que la broma se ha consumado y que el parásito (la liebre) ha triunfado.

La liebre es quien aprovecha que nuestra conciencia está dormida para divertirse a costa de ella.

El búfalo y los otros animales invitados a la fiesta nos muestran a los “otros”. Aquí podemos ver cómo las otras personas, inconcientemente, forman parte de nuestro entrenamiento en el tema del parásito y sus trucos, convirtiéndose en ejecutores involuntarios de la “gran escena” final.

A partir de las reacciones emocionales o acciones irreflexivas que encaramos como consecuencia de escuchar demasiado al parásito, otras personas pueden llegar a abandonar los proyectos que comparten con nosotros, apartándose de nuestro camino. Algunos pueden intentar conducirnos a una mayor conciencia, aconsejándonos amorosamente, pero si estamos atrapados por el juego del parásito es probable que sus frases nos suenen como ataques personales y huyamos de allí, igual que la hiena. Sentimos como si una estampida viniera hacia nosotros, y nos preguntamos ¿de dónde salió esto?

La liebre/parásito insistirá en que veamos a estas personas como enemigos, cuando en realidad el único enemigo es nuestra falta de dominio sobre nuestros procesos mentales. Si pudiéramos tomar distancia de esa voz en la cabeza en el momento en que suceden los hechos, podríamos ver a estas personas como auténticos maestros para que nuestra conciencia despierte.

El lector del cuento es el cuarto personaje. Es el observador. Representa la sabiduría interna, la parte de nosotros que comprende todo el proceso y que toma la decisión de cambiar. En algunas corrientes de pensamiento ha sido llamado “yo superior” o “supraconciencia”. Puede ver todo el desarrollo del guión desde una perspectiva amplia, y reconocer que es un juego. Le pone marco al drama, en lugar de enredarse en él, como la hiena. Puede encontrar patrones y revisarlos, hasta alcanzar la profundidad buscada. Luego, puede tomar esa información y convertirla en herramientas concretas para abandonar definitivamente el rol de la víctima que suele jugar en su propia vida.

Cuando estamos meditando, relajados mirando un paisaje, o en cualquier situación en donde podamos apartarnos de la habitual aceleración de nuestra mente, experimentamos esta clase de perspectiva fácilmente. Lo difícil suele ser mantener la claridad todo el tiempo, sobre todo cuando sentimos que se ataca nuestra personalidad o que se nos rechaza. En esos momentos, perdemos la lucidez de la conciencia y caemos en la trampa del parásito. Es como si el actor olvidara que está representando un personaje.

En el lector, la conciencia ha despertado y elige una vida mejor.

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