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CEREMONIA DE INICIACIÓN

Esto es lo que el parásito puede hacer contigo

Relájate y escucha esta historia que voy a contarte.

Imagina que estás en la sabana africana.

Eres un niño, vives en una aldea.

A lo lejos puedes ver el atardecer, recortándose en las copas de las acacias. El cielo tiene el mismo color rojizo y cálido del suelo que te rodea. El día ha estado agobiante, como casi todo el verano, pero a medida que se acerca la noche y el aire se va tornando púrpura, un frescor te va envolviendo.

A ti, y a los otros niños que están contigo, sentados junto al fuego.

Apenas puedes ver desde aquí la choza de tu madre pero puedes imaginar que en este preciso momento están preparándose para cenar, ella y tus hermanos mayores que ya han atravesado esta iniciación en la que estás a punto de ingresar.

Una parte de ti desearía estar allí, incluso si tu madre se enojara porque olvidaste traer el agua desde el pozo al distraerte persiguiendo una comadreja. Una parte tuya añora la seguridad y la rutina como si se tratara de un refugio rocoso durante una tormenta de arena.

Pero hay una parte de ti que espera lo que ahora va a suceder con una excitación eufórica, y con la certeza de que más allá del cansancio de las pruebas físicas, el miedo que te producirán ciertos desafíos, el dolor de las marcas de la iniciación que te hagan en la cara y el regaño de los ancianos maestros cuando no puedas evitar alguna lágrima, este ritual va a convertirte en una persona completa. Un miembro útil para tu tribu. Alguien con un lugar en el círculo, responsabilidades y derechos. Y podrás elegir a alguien para acompañarte en la vida adulta y construir tu choza, y cazar todas las comadrejas que quieras, y nadie te enviará a buscar agua porque lo harás por ti mismo, por tu propio placer y el beneficio de tu familia.

Pero sobre todo, conocerás los secretos que sólo los adultos conocen. Los secretos del origen del mundo, y también, las trampas que existen dentro de los hombres y los hacen flaquear y perder poder.

De eso se trata exactamente lo que estás a punto de escuchar. El anciano se prepara para explicarles eso. Ya algo dijo acerca de cuidarse más de los monstruos internos que de los externos, que los pensamientos de un ser humano pueden ser tan peligrosos como leopardos hambrientos y que una mente que no se controla es como colocar la estera de dormir encima de un hormiguero a punto de reventar.

Ese último comentario fue suficiente como para que los niños de tu grupo empezaran a revolverse incómodos en sus lugares y revisar el sitio donde están sentados, lo cual pudo ser muy gracioso, pero el anciano maestro no sonrió. Sencillamente, les dijo:

“Comandar sobre la propia mente tiene que ser tan importante para ustedes como comandar la propia mano cuando empuña una lanza. La diferencia entre dominarla o ser dominado por ella es la diferencia entre ser libre o vivir como esclavo.”

Y entonces, a la usanza de tu aldea, y de todas las aldeas en donde se ha transmitido el conocimiento de manera ceremonial desde el principio de los tiempos, el anciano les contó la siguiente historia:

La fiesta de los animales con cuernos

Se organizó en la sabana una fiesta de los animales con cuernos. Búfalos, antílopes, gacelas, oryxes, kudus e impalas –entre otros– estaban invitados.

La liebre, con ganas de burlarse de la hiena –como era su costumbre–, fue a visitarla. La encontró tranquila y despreocupada, sacudiéndose las moscas en el agobiante verano africano. Entonces, súbitamente, le dijo:

Se organizó una fiesta para los animales más rápidos de la pradera. Me imagino que ya te habrán invitado…”

No… –contestó la hiena– a mi no me llegó ninguna invitación…”, y pensó para sí misma con cierta melancolía, “tal vez no sea tan rápida como creía…”

Mmm… –continuó la liebre, que ya empezaba a disfrutar de su juego– será por eso que solo vi animales con cuernos entrando en la fiesta…”

La hiena comenzó a pensar cosas tristes y a recordar otros momentos en los que había sido excluida.

La liebre siguió echando leña al fuego: “¡Es indignante! Siendo tú la más veloz de cuerpo y mente… Te aseguro que han de tener algo en tu contra.”

Puede ser –consideró la hiena, pensando en voz alta–. El otro día, el búfalo me miró de manera extraña y el impala pasó corriendo sin saludar…

Yo creo –siguió la liebre, mostrando convicción– que sencillamente ¡te tienen envidia por la hermosa dentadura que tienes!

Puede ser… –razonó la hiena– porque, de hecho, ellos sólo pueden comer hierbas y yo puedo alimentarme de lo que sea. Soy especial… estarán resentidos por eso…”

“Seguramente –confirmó la liebre–. Y en la fiesta, no harán otra cosa que burlarse de tu dentadura y hablar mal de ti.”

A medida que la liebre hablaba, la hiena iba irritándose cada vez más. La imagen de un grupo de animales herbívoros, reunidos junto al fuego, riéndose de sus dientes, era algo que no podía soportar.

“¿Que harás entonces? –le preguntó la liebre, sabiendo que el éxito de su broma estaba asegurado– ¿Dejarás que ganen esta partida o les mostrarás con quién están tratando?”

La hiena pensó que sería muy difícil entrar a la fiesta sin ser vista y la liebre adivinó sus pensamientos.

“¡Vamos! Utiliza tu talento, insistió la liebre.

A la hiena, entonces, se le ocurrió una idea. Cortó dos ramitas de la medida adecuada y las pegó con cera de abejas a su cabeza, simulando un par de cuernos. Espolvoreó luego ceniza sobre su cuerpo para que su pelaje pareciera un poco más claro. Cuando estuvo conforme con su disfraz, se dirigió a la fiesta.

En la entrada, fue interceptada por un enorme búfalo.

Buenas noches. ¿A qué clan de animales con cuernos perteneces, querida?”, le preguntó.

La hiena, afinando la voz y disimulando su dentadura le respondió “Al Clan de las cabras grises del Norte.

El búfalo nunca había oído hablar de las cabras grises, pero como nunca había viajado al norte asumió que era posible que no conociera a todos los clanes, así que aceptó a la forastera y la hizo pasar.

En breve, la hiena se encontraba disfrutando de la fiesta. Las gacelas bailaban con gracia alrededor del fuego, los kudus contaban leyendas acerca de los seres de las estrellas, los oryxes entonaban alegres canciones…

Sin darse cuenta de lo que hacía, la hiena comenzó también a bailar y cantar alrededor del fuego. En breve, la cera que sostenía las ramitas que simulaban ser cuernos sobre su cabeza comenzó a derretirse, haciendo peligrar su disfraz.

La liebre, escondida tras unos matorrales para no perderse detalle del momento, notó lo que pasaba y comenzó a reír a carcajadas.

Los búfalos, alarmados, se dirigieron al lugar de donde salía la voz, pero no lograban distinguirla en la oscuridad.

La liebre, entonces, improvisó una canción:

“Qué tienen tus ojos que no pueden ver…

Cuando un par de cuernos comienzan a caer…”

Los animales se miraban sin entender que sucedía. La hiena continuaba bailando, despreocupada, junto al fuego. Sus supuestos cuernos, caídos en el suelo; y la ceniza, esfumada tras tanta sacudida de la danza…

Entonces, la liebre, continuó su canción:

“El que piensa demasiado cae solo en su trampita.

Las ramitas no son cuernos ni los cuernos son ramitas.”

Los animales, entonces, dirigieron su atención a la forastera, descubriendo el engaño.

La hiena, sabiendo que allí se venía la estampida de los rebaños, furiosos por la intrusión, salió corriendo a todo lo que le permitían sus delgadas patas. Quizás, finalmente, pudo comprobar cuán rápida era…

Mientras tanto la liebre, detrás de unos matorrales, seguía riendo.

Y dicen que todavía lo está haciendo...

Esperando que llegue la siguiente ocasión para hacer caer a la hiena, en alguna de sus maliciosas bromas.

***

La historia que acabas de conocer es la adaptación de una leyenda zulú que me fuera transmitida por uno de mis Makhosi (maestros) de esa cultura.

“Esto es lo que el parásito puede hacer contigo... “ dijo, y la frase quedó vibrando en mi y me prometí compartir esta sabiduría tan simple.

Reconocer que también nosotros caemos a veces en las trampas de nuestro parásito es la mejor manera de empezar a liberar nuestra mente de sus efectos.

Habrá que confrontar miedos, superar cansancios, trascender enojos y dolor, pero finalmente, podremos avanzar hacia una conciencia plena.

Exactamente como en una iniciación tribal.

Fuera de mi cabeza

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