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¿De dónde viene el parásito?

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Luego de reconocerlo como fenómeno universal, el segundo dato que debes tener en cuenta es que esta voz en tu mente, a pesar de que la llamamos “parásito”, no es algo que se “ha pegado a ti”.

El parásito mental acompaña tu propio paso por el mundo. Se forma a partir de las experiencias vividas en el hogar, en nuestra interacción con padres, hermanos y abuelos, así como con los primeros espacios de socialización (escuela, clubes, barrio, iglesia, amigos de la infancia, primos con los que nos reuníamos a jugar, etc.). En una fase posterior, el parásito consolida su discurso, apoyado en nuestra asociación con otras personas que sufren del mismo mal. Las herramientas de nuestra cultura (publicidad, medios de comunicación, opiniones consensuadas) lo autorizan y solidifican aun más.

La manera en que surge un parásito adquiere formas muy diversas en cada persona, pero en general obedece a una de estas tres perspectivas (o su combinación):

 La perspectiva de nuestros padres (o abuelos), sus frases, sus ideas, su forma de ver el mundo, sus principios éticos, sus conceptos acerca de trabajo, dinero, y sus opiniones acerca de nosotros. Es como si la voz de nuestros padres (o abuelos), hablara en nuestra cabeza. Por ejemplo, una persona a quienes sus padres repetían la frase “eres tan torpe…”, desarrollará un parásito que repita el lema “nunca llegaré a nada porque soy muy torpe”.

 La perspectiva opuesta a la de nuestros padres, con frases, ideas, y una forma de ver el mundo (y a nosotros mismos) que constituyan una reacción de rechazo con respecto a las suyas. Es la voz del niño rebelde la que habla en nuestra cabeza. Por ejemplo, siguiendo el caso anterior, una persona distinta ante la misma situación podría haber desarrollado otro estilo de parásito, uno que en lugar de aceptar el lema recibido dijera “ellos no me valoraron, pero yo sé que soy mejor que todos, se los voy a demostrar”.

 La perspectiva resultante de las estrategias de supervivencia que desarrollamos en esa infancia a partir de las situaciones adversas vividas, lo cual incluye ideas, frases y una forma de ver el mundo que buscan compensar los daños. Es la voz del niño herido la que habla en nuestra cabeza. Por ejemplo, siguiendo el caso anterior, una persona diferente podría haber desarrollado un parásito que ni acepte ni rechace el lema paterno, sino que opte por la estrategia: “ya me hicieron sufrir lo suficiente, ahora los haré sufrir a ellos”.

Sea cual fuere el camino que tome, al llegar a adultos el parásito ya está construido y consolidado. En algún momento, está tan naturalizado en nosotros que se vuelve invisible. No logramos reconocer que su perspectiva es la copia de la de nuestros padres, abuelos o la del niño herido o enojado que fuimos. Su voz se confunde con la de nuestra propia conciencia.

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