Читать книгу Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini - Страница 15

DIFÍCIL Y MARAVILLOSO

Оглавление

Digámoslo enseguida: el Paraíso es difícil.

Pero es también bello, increíblemente bello.

De los tres cánticos de la Divina comedia, el Paraíso es el más difícil y a la vez el más bello.

Y es normal que sea así, porque así es la vida. Es más difícil escalar una montaña que subir allí en funicular, es más difícil ganar los mundiales de fútbol que dar cuatro patadas al balón entre amigos del barrio, es más difícil amar a un hombre o a una mujer durante toda la vida que cambiar de pareja cuando cambia el viento. Y es mucho más bonito llegar a la cima de una montaña con las propias piernas, recoger los frutos de muchos entrenamientos durísimos, mirarse a los ojos después de una vida perdonándose mutuamente… Los ejemplos se podrían multiplicar indefinidamente, pero la ley sigue siendo la misma: las cosas más bellas son, con frecuencia, también las más exigentes. Y viceversa, las más exigentes resultan ser las más bellas. Las grandes empresas requieren compromiso, paciencia y entrega, pero regalan satisfacciones que lo fácil y barato no nos puede dar.

Y ahora nos disponemos a dar el último paso en nuestro camino con Dante, con el ansia de afrontar el desafío exigente que nos propone para poder gozar de toda la belleza que ofrece. Por lo demás, es él mismo quien nos advierte de la dificultad de la empresa en la admonición que dirige al lector al comienzo del Canto II (Par., II, vv. 1-15):

¡Oh, vosotros, los que en una lancha pequeñita, deseosos de escucharme, seguís detrás de mi barco, que cantando navega, volveos a ver de nuevo vuestras playas! No os adentréis en alta mar, porque tal vez, perdiéndome, quedaríais extraviados. El agua que voy a cruzar no se atravesó nunca. Minerva me inspira y Apolo me conduce y las nueve musas me muestran las Osas. Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles, del cual se vive aquí sin saciarse nunca, podéis entraros en el alto mar con vuestro navío, atentos a seguir mi estela, tras la que el agua se cierra de nuevo.

Quien me haya seguido hasta ahora —dice Dante— «en una lancha pequeñita», es mejor que vuelva atrás, porque aquí nos embarcamos en una empresa que nadie ha intentado nunca; solo los que «a tiempo» han levantado la cabeza hacia el «pan de los ángeles» pueden continuar la travesía siguiendo la estela que va dejando «mi barco, que cantando navega», mi poesía que señala la ruta.

¿Qué quiere decir Dante con esta imagen? Para entenderlo, debemos observar atentamente los términos clave de la metáfora. ¿Qué es el «pan de los ángeles»? Muchos comentaristas consideran que se refiere a la teología. Pero es una hipótesis que no me convence. En el siglo XIV, al igual que en nuestros días, la teología era un estudio reservado a unos pocos, para especialistas. Sin embargo, Dante está hablando para todos; tan es así que escribe en lengua vulgar. Entonces, ¿qué es lo que se necesita para vivir plenamente? ¿La teología, es decir, el estudio de Dios? Diría que no. Lo que nos hace vivir plenamente es la experiencia que tenemos de lo que es Dios, de la relación que tenemos con Él; una relación que nunca que nunca se agota, que «satisfaciendo del todo, aviva de nuevo el deseo» (Purg., XXXI, vv. 129).

La meta a la que Dante quiere acompañar al lector, la finalidad de la Comedia, es llegar a ver a Dios más de cerca; en la medida en que es posible para las capacidades humanas, tener una experiencia de Dios parecida a la que tienen los ángeles. Para tener esta experiencia, no basta con haber estudiado teología, con ser doctos o sabios; es preciso avanzar en una lancha que no sea pequeñita, insuficiente, inadecuada. ¿Qué es esta «lancha pequeñita»? Es el navío de Ulises, que se había echado a la mar «solo con una barca», cuyo relato se articula con una triple repetición de la palabra picciola (cf. Inf., XXVI, vv. 101-102, 114, 122), para señalar su pretensión de acometer la travesía con medios inadecuados, contando solo con sus propias fuerzas.

Pues bien, ¿qué se necesita realmente para seguir a Dante en esta última etapa? Releamos con atención. Dante dice: «Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles». No está exhortando ahora al lector a cambiar de actitud, no está diciendo: Si queréis venir tras de mí, ahora tenéis que alzar la cabeza. Está diciendo: Solo quien haya empezado ya a ponerse en la actitud justa podrá seguirme.

Pero ¿cuál es la actitud justa de la que habla? ¿Quién podrá seguir a Dante también en esta etapa final? Quien tenga de verdad hambre de ese pan; es decir, quien experimente un deseo verdadero, una necesidad acuciante de encontrar el significado de la vida. He aquí la verdadera dificultad a la hora de afrontar el Paraíso. No se trata del lenguaje, de las explicaciones, de las imágenes que utiliza Dante. La verdadera dificultad radica en que, para adentrarnos en su poesía, debemos tomarnos en serio la respuesta que nos ofrece Dante, la hipótesis de significado que nos indica.

Para entenderlo, volvamos al comienzo del Evangelio de Juan (cf. Jn 1,35-38). El Bautista, al ver a Jesús, grita: «¡Este es el Cordero de Dios!», y Juan y Andrés se van detrás de él. «Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?”» (Jn 1,38). ¿Qué buscáis? ¿Qué andáis buscando de verdad? ¿Tenéis hambre realmente de un significado para vuestra vida? Porque esta es la condición necesaria para seguirme. La muchedumbre que se reunía cada día para escuchar al Profeta, curiosa y tal vez divertida por las invectivas y las profecías oscuras de ese extraño personaje, no se dio cuenta de ese grito. Solo dos, Juan y Andrés, comprendieron, se levantaron y lo siguieron. Esperaban desde siempre al Mesías, al que salvaría a su pueblo, y, ante la pregunta de Jesús, respondieron curiosos: «Rabi, ¿dónde vives?». Se trataba de dos personas que, «a tiempo», habían alzado el rostro «hacia el pan de los ángeles».

En definitiva, es como si Dante dijese: Hemos hecho juntos este recorrido, pero quien ha llegado hasta aquí con motivaciones válidas pero flojas, por interés intelectual o por el gusto estético de la poesía, quien cree tener ya resultas las preguntas de la vida, es mejor que lo deje. Solo me podrá seguir quien tenga un deseo de verdad tan ardiente que esté dispuesto a descubrir cosas que van más allá de lo que creía posible. En otras palabras, únicamente me podrá seguir quien tenga una actitud verdaderamente moral; es decir, quien ame la verdad de las cosas más que las ideas que tiene sobre ellas, más que sus propios juicios previos.

Dante lanza este desafío al lector mientras se dispone a afrontar una empresa completamente nueva. Yo hago mío este desafío y os lo vuelvo a lanzar. Querido lector, aquí vamos a ir hasta el fondo de la realidad, vamos a descubrir que mirar a Dios a la cara no significa separarse del mundo, sino comprenderlo, entender qué es la vida humana, nuestra vida, cuando se vive a la luz del misterio de Dios.

Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri

Подняться наверх