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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеCarta apostólica Candor lucis aeternae, en el VII centenario de la muerte de Dante Alighieri
PAPA FRANCISCO
Resplandor de la luz eterna, el Verbo de Dios se encarnó de la Virgen María cuando ella respondió «aquí estoy» al anuncio del ángel (cf. Lc 1,38). El día en que la liturgia celebra este inefable misterio es también particularmente significativo en las vicisitudes históricas y literarias del sumo poeta Dante Alighieri, profeta de esperanza y testigo de la sed de infinito ínsita en el corazón del hombre. Por tanto, en esta ocasión también deseo unirme al numeroso coro de los que quieren honrar su memoria en el VII centenario de su muerte.
El 25 de marzo, en efecto, comenzaba en Florencia el año según el cómputo ab Incarnatione. Dicha fecha, cercana al equinoccio de primavera y en perspectiva pascual, estaba asociada tanto a la creación del mundo como a la redención realizada por Cristo en la cruz, inicio de la nueva creación. Esta fecha, por lo tanto, a la luz del Verbo encarnado, invita a contemplar el proyecto de amor que es el núcleo mismo y la fuente inspiradora de la obra más célebre del poeta, la Divina comedia, en cuyo último cántico san Bernardo recuerda el acontecimiento de la encarnación con estos célebres versos: «En tu vientre se prendió el amor, / por cuyo calor, en la eterna paz / germinó esta flor» (Par., XXXIII, 7-9).1
Anteriormente, en el Purgatorio, Dante representaba la escena de la Anunciación esculpida en un barranco de piedra (X, 34-37, 40-45).
Por eso, en esta circunstancia no puede faltar la voz de la Iglesia, que se asocia a la unánime conmemoración del hombre y del poeta Dante Alighieri. Mucho mejor que tantos otros, él supo expresar, con la belleza de la poesía, la profundidad del misterio de Dios y del amor. Su poema, altísima expresión del genio humano, es fruto de una inspiración nueva y profunda, de la que el poeta es consciente cuando habla de él como del «poema sagrado / en el cual han puesto mano el cielo y la tierra» (Par., XXV, 1-2).
Con esta carta apostólica, deseo unir mi voz a las de mis predecesores, que han honrado y celebrado al poeta, particularmente en los aniversarios de su nacimiento o de su muerte, para proponerlo nuevamente a la atención de la Iglesia, a la universalidad de los fieles, a los estudiosos de literatura, a los teólogos y a los artistas. Recordaré brevemente estas intervenciones considerando principalmente a los pontífices del último siglo y sus documentos de mayor relieve.