Читать книгу Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini - Страница 25

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Todavía inmerso en la Luna, Dante descubre ante sí unos rostros, que al principio interpreta como imágenes reflejadas (vv. 1-24). Beatriz le explica que son almas, y lo invita a interrogarlas (vv. 25-33). El alma que Dante tiene delante es Piccarda Donati (vv. 34-57). En el diálogo que sigue, el poeta pregunta primero si los espíritus que están ahí no aspiran a subir más alto, más cerca de Dios (vv. 58-66), y Piccarda empieza explicando que el deseo de los bienaventurados coincide con la voluntad de Dios sobre ellos (vv. 67-90). Después, le pide que le aclare qué pasó con ella en la Tierra (vv. 91-96), y ella satisface brevemente la curiosidad de Dante (vv. 97-108). Al final, Piccarda le presenta el alma de Constanza d’Altavilla (vv. 109-120) y después se aleja, dejando a Dante con otra pregunta no expresada (vv. 121-130).

Si el Canto II ha llevado a Dante a comprender las leyes que rigen el universo físico, el Canto III lo introduce en el descubrimiento de la gran regla que gobierna el mundo humano: la ley de la caridad.

La protagonista del canto es Piccarda Donati, que entra en escena poco después del principio y permanece hasta el final. Brevemente, ¿quién era Piccarda? Hermana de aquel Forese Donati que encontramos en el Purgatorio (cf. Purg., XXIII, vv. 40-133; XXIV, vv. 1-93), se había hecho monja en la orden fundada por santa Clara, amiga y seguidora de san Francisco; sin embargo, su hermano Corso la había obligado a dejar el convento y a casarse. Por eso, se presenta, junto con otras almas que faltaron a sus votos, en el cielo de la Luna, el más cercano a la Tierra y, por tanto, el más alejado de Dios. Y en Dante nace enseguida una pregunta, que formula aquí por primera vez y que lo acompañará durante bastante tiempo (vv. 64-66):

«[…] Pero dime: vosotras, que sois felices aquí, ¿deseáis un lugar más alto para ver y tener mayores afectos?».

Como queriendo decir: pero vosotros que estáis aquí en el cielo más distante de Dios —en la última fila, podríamos traducir en tono de broma—, ¿no tenéis un poco de envidia? ¿No os gustaría ir más arriba, para gozar más de la cercanía de Dios? Es una pregunta natural y plausible, pues, si todo el dinamismo humano se mueve porque el deseo tiende hacia una satisfacción infinita, ¿no debería valer también aquí esta ley? Las almas, ¿no deberían seguir deseando cada vez más también en el paraíso?

La respuesta de Piccarda es un paso de importancia capital en el recorrido que Dante está realizando. Por eso la leemos completa (vv. 70-87):

«Hermano, nuestra voluntad se aquieta por la virtud de la caridad, que nos hace no querer más que lo que tenemos y otra cosa no ansía. Si deseásemos estar más altas, estarían en discordancia nuestros deseos con la voluntad de Aquel que aquí nos agrupa, lo que no cabe en estas esferas si el espíritu de caridad es aquí indispensable y consideras bien su naturaleza. Es esencial a la vida bienaventurada conformarse a la voluntad divina para que nuestras voluntades sean una sola; así que el estar de grado en grado por este reino, a todo el reino place, como al Rey que a su voluntad nos conforma. En su voluntad está nuestra paz; ella es el mar al que todo se dirige, tanto lo que ella crea como lo generado por la naturaleza».

Hermano —parafraseo las palabras de Piccarda—, aquí gozamos de la caridad y, por eso, deseamos justamente lo que tenemos, y no otra cosa, porque, de no ser así, no seríamos bienaventurados, al ser nuestros deseos disconformes con el querer de Aquel que los ha inscrito en nuestro corazón. Pero aquí es imposible que suceda algo así, porque nuestro deseo ha vuelto a ser lo que era cuando Dios nos creó, por lo que no podemos desear algo distinto de lo que Él desea para nosotros. «En su voluntad está nuestra paz»: es la espléndida y célebre conclusión, de ahí viene nuestra paz, nuestra alegría y nuestra satisfacción.

Piccarda es la primera alma santa con la que Dante se encuentra, y su respuesta es una especie de introducción general a todo lo que veremos después, por eso es preciso escucharla prestando atención.

Comenzamos observando que también entre los santos existe una jerarquía, correspondiente a los diferentes grados de santidad. En el paraíso, todos seremos perfectos —es decir, plenos y satisfechos—, porque cada uno será lo que debe ser; pero esto no significa que seremos todos iguales, pues cada santo llega al paraíso con su propio bagaje, incluidos los límites que han marcado su vida terrenal. De hecho, estos no quedan, por así decir, borrados por la santidad, sino que permanecen como rasgos indelebles de la historia de cada uno; sin embargo, al mismo tiempo, incluso los límites son transfigurados y no se convierten en una objeción insuperable, no impiden vivir la relación con Dios en toda la plenitud que a cada uno se le da.

La santidad no es un ideal de perfección teórica, un estado al que algunos llegarán en el más allá, sino que es la relación con Cristo en la vida terrenal, en cada circunstancia del tiempo presente. Don Giussani lo comenta así: «Nosotros pensamos que la perfección es el objetivo de la vida y que el hombre camina progresivamente hacia este objetivo, y alcanza el objetivo, entendido como el resultado de su esfuerzo. ¡Pero no es así! El objetivo final ya está presente, ya lo tienes a tu lado, ¡es un “Tú”! De este modo, la perfección es la relación con este Tú. […] Por ello la perfección se realiza existencialmente, se realiza y se define como relación reconocida y aceptada con Cristo».1

Y el nombre propio de esta relación —aquí llegamos al meollo de la cuestión— es caridad. No es casualidad que este término aparezca cuatro veces en las palabras de Piccarda: es la caridad el sí que se dice a Jesús en cualquier circunstancia, la relación amorosa con Dios como clave de nuestra vida, lo que conforma la voluntad de Piccarda y de cada santo a la del Omnipotente («Es esencial a la vida bienaventurada conformarse a la voluntad divina para que nuestras voluntades sean una sola»). Es esencial, es decir, pertenece a la forma, a la naturaleza misma de cualquier bienaventurado el hecho de que el propio deseo coincida con el de Dios. La relación amorosa con Dios es tan radical y decisiva que, por naturaleza, cada uno desea solo lo que Dios quiere para él. Por eso puede exclamar Piccarda: «En su voluntad está nuestra paz». Los santos son tan conscientes de que todo lo que somos es puro don del amor de Dios que acatar ese don satisface plenamente su anhelo.

En este primer encuentro con los santos, Dante nos dice que todos estamos llamados a la caridad y que nuestra vocación, en cuanto hombres, es vivir cualquier circunstancia en relación con Dios. Al igual que Constanza d’Altavilla, que aparece en los últimos tercetos del canto, Piccarda deseaba amar a Cristo en forma de una consagración monástica. Ninguna pudo coronar ese deseo porque las circunstancias se lo impidieron, y también —como veremos en el Canto IV— porque secundaron libremente los acontecimientos que las apartaron del monasterio; pero para ambas mujeres esto no fue óbice para vivir una relación amorosa con Dios también en condiciones de vida distintas. En definitiva, no llegamos a ser santos simplemente por escoger una determinada forma de vida, sino porque podemos vivir la caridad en cualquier circunstancia que nos toque. Y nadie puede privarnos de esta posibilidad.

Si mirásemos nuestra vida con la mirada de Piccarda, ¡cómo cambiaría el modo con el que afrontamos el día! Lo empezaríamos pidiendo humildemente que la razón por la que hemos venido al mundo se desvelase dentro de las circunstancias de ese día, y lo cerraríamos dando gracias por todo lo que se nos ha dado, en lugar de quejarnos y protestar. Y también nosotros podríamos concluir como hace Dante al terminar el discurso de Piccarda (vv. 88-90):

Claro se me apareció entonces cómo todo en el cielo es paraíso, aunque la gracia del Sumo Bien no llueva de igual modo por doquiera.

Todo es paraíso —dice Dante—, aunque la gracia de Dios no se extienda por todas partes del mismo modo; para subrayar el concepto, utiliza la misma rima en ove [dove, piove en el texto italiano (N. del T.)] con que abría el canto (cf. Par., I, vv. 1-3).

Lo mismo podríamos decir nosotros a propósito del mundo. Todo es conforme a un designio bueno, no existen manchas en la creación, como hemos visto en el Canto II. Por eso, podemos estar alegres con lo que tenemos y no angustiarnos siempre por lo que nos falta, podemos vivir disfrutando del bien que hay sin envidiar la suerte de otros. En definitiva, se puede vivir santamente —es decir, de forma plenamente humana— en todas partes, en cualquier circunstancia, hasta en un campo de concentración, como testimonió el padre Kolbe.2

1 L. Giussani, Qui ed ora, Rizzoli, Milán, 2009, pp. 430-431 (traducción propia).

2 Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano, prisionero en Auschwitz, se ofreció para morir en lugar de un compañero que había sido condenado al barracón de la muerte. Entre toda la bibliografía sobre el tema, me permito indicar el ensayo, a la vez sintético y profundo, contenido en A. Sicari, Retratos de santos I, Encuentro, Madrid, 1995, pp. 125-135.

Quel sol che pria d’amor mi scaldò ’l petto, di bella verità m’avea scoverto, provando e riprovando, il dolce aspetto; e io, per confessar corretto e certo me stesso, tanto quanto si convenne leva’ il capo a proferer più erto; Aquel sol que primero había encendido mi pecho de amor1 me acababa de descubrir el dulce aspecto de una bella verdad, demostrándomela y refutándome, y yo, para confesarme corregido y convencido en el grado que debía, levanté la cabeza para hablar claramente, pero se me apareció una visión que me atrajo de tal modo al percibirla que ya no me acordé de mi confesión.
ma visïone apparve che ritenne a sé me tanto stretto, per vedersi, che di mia confession non mi sovvenne.
Quali per vetri trasparenti e tersi, o ver per acque nitide e tranquille, non sì profonde che i fondi sien persi, tornan d’i nostri visi le postille debili sì, che perla in bianca fronte non vien men forte a le nostre pupille; Como vidrios transparentes y tersos o aguas límpidas y tranquilas, pero no tan profundas que el fondo sea oscuro, reflejan de nuestro rostro los perfiles tan débilmente que una perla en una frente blanca no sería más difícil de ver por nuestros ojos, así vi yo muchos rostros dispuestos a hablar, por lo que incurrí en el error contrario de aquel que encendió el amor entre el hombre y la fuente.2
tali vid’ io più facce a parlar pronte; per ch’io dentro a l’error contrario corsi a quel ch’accese amor tra l’omo e ’l fonte.
Sùbito sì com’ io di lor m’accorsi, quelle stimando specchiati sembianti, per veder di cui fosser, li occhi torsi; e nulla vidi, e ritorsili avanti dritti nel lume de la dolce guida, che, sorridendo, ardea ne li occhi santi. Tan pronto como me di cuenta de ellos, creyéndolos semblantes reflejados en espejos, volví los ojos hacia atrás para ver de quién eran y no vi nada, y, volviéndolos de nuevo hacia adelante, los fijé en el resplandor que brillaba sonriendo en los santos ojos de mi dulce guía.
«Non ti maravigliar perch’ io sorrida», mi disse, «appresso il tuo püeril coto, poi sopra ’l vero ancor lo piè non fida, ma te rivolve, come suole, a vòto: vere sustanze son ciò che tu vedi, qui rilegate per manco di voto. «No te maravilles de que me sonría de tu pueril pensamiento –me dijo–, pues aún no fijas el pie sobre la verdad y te dejas llevar, como sueles, por las impresiones. Seres reales son los que ves, aquí relegados por no haber cumplido enteramente sus votos.
Però parla con esse e odi e credi; ché la verace luce che le appaga da sé non lascia lor torcer li piedi». Habla, no obstante, con ellos, óyelos y cree lo que te digan, pues la verdadera luz que los hace felices no les permite alejar sus pasos de allá».
E io a l’ombra che parea più vaga di ragionar, drizza’mi, e cominciai, quasi com’ uom cui troppa voglia smaga: «O ben creato spirito, che a’ rai di vita etterna la dolcezza senti che, non gustata, non s’intende mai, grazïoso mi fia se mi contenti del nome tuo e de la vostra sorte». Ond’ ella, pronta e con occhi ridenti: Y yo me dirigí a la sombra que parecía más inclinada a hablar y empecé casi como el hombre a quien turba el exceso de sus propios deseos: «¡Oh espíritu bien creado, que a la luz de la vida eterna sientes la dulzura que, de no gustarla, no se comprende jamás! Hazme la gracia de declararme tu nombre y cuál es vuestra suerte». A lo que la sombra, pronta y con ojos risueños, replicó: «Nuestra caridad no cierra las puertas a un deseo justo, sino que hace como aquella que quiere semejante a sí a toda su corte.
«La nostra carità non serra porte a giusta voglia, se non come quella che vuol simile a sé tutta sua corte.
I’ fui nel mondo vergine sorella; e se la mente tua ben sé riguarda, non mi ti celerà l’esser più bella, ma riconoscerai ch’i’ son Piccarda, che, posta qui con questi altri beati, beata sono in la spera più tarda. Fui en el mundo una virgen religiosa; y si tu memoria se esfuerza, no la nublará el ser yo ahora más hermosa, sino que reconocerás que soy Piccarda,3 que, puesta aquí con estos otros bienaventurados, soy bienaventurada en la esfera más lenta.
Li nostri affetti, che solo infiammati son nel piacer de lo Spirito Santo, letizian del suo ordine formati. Nuestros afectos, que solo están inflamados por el Espíritu Santo, gozan conformándose al orden dispuesto por Él.
E questa sorte che par giù cotanto, però n’è data, perché fuor negletti li nostri voti, e vòti in alcun canto». Y esta suerte, que parece tan baja, nos ha sido designada porque descuidamos nuestros votos y en algo faltamos a ellos».
Ond’ io a lei: «Ne’ mirabili aspetti vostri risplende non so che divino che vi trasmuta da’ primi concetti: A lo cual contesté: «En vuestros admirables rostros resplandece un no sé qué divino que transfigura vuestra imagen primera, por lo cual no estuve pronto al recordar; pero ahora me ayuda lo que me dices, y el recordarte me es fácil.
però non fui a rimembrar festino; ma or m’aiuta ciò che tu mi dici, sì che raffigurar m’è più latino.
Ma dimmi: voi che siete qui felici, disiderate voi più alto loco per più vedere e per più farvi amici?». Pero dime: vosotras, que sois felices aquí, ¿deseáis un lugar más alto para ver y tener mayores afectos?».
Con quelle altr’ ombre pria sorrise un poco; da indi mi rispuose tanto lieta, ch’arder parea d’amor nel primo foco: «Frate, la nostra volontà quïeta virtù di carità, che fa volerne sol quel ch’avemo, e d’altro non ci asseta. Sonrió ligeramente al par que las otras sombras, y luego me contestó con aire tan feliz que parecía arder en el primer fuego del amor: «Hermano, nuestra voluntad se aquieta por la virtud de la caridad, que nos hace no querer más que lo que tenemos y otra cosa no ansía.
Se disïassimo esser più superne, foran discordi li nostri disiri dal voler di colui che qui ne cerne; che vedrai non capere in questi giri, s’essere in carità è qui necesse, e se la sua natura ben rimiri. Si deseásemos estar más altas, estarían en discordancia nuestros deseos con la voluntad de Aquel que aquí nos agrupa, lo que no cabe en estas esferas si el espíritu de caridad es aquí indispensable y consideras bien su naturaleza.
Anzi è formale ad esto beato esse tenersi dentro a la divina voglia, per ch’una fansi nostre voglie stesse; sì che, come noi sem di soglia in soglia per questo regno, a tutto il regno piace com’ a lo re che ’n suo voler ne ’nvoglia. Es esencial a la vida bienaventurada conformarse con la voluntad divina para que nuestras voluntades sean una sola; así que el estar de grado en grado por este reino, a todo el reino place, como al Rey que a su voluntad nos conforma.
E ’n la sua volontade è nostra pace: ell’ è quel mare al qual tutto si move ciò ch’ella crïa o che natura face». En su voluntad está nuestra paz; ella es el mar al que todo se dirige, tanto lo que ella crea como lo generado por la naturaleza».
Chiaro mi fu allor come ogne dove in cielo è paradiso, etsi la grazia del sommo ben d’un modo non vi piove. Claro se me apareció entonces cómo todo en el cielo es paraíso, aunque la gracia del Sumo Bien no llueva de igual modo por doquiera.
Ma sì com’ elli avvien, s’un cibo sazia e d’un altro rimane ancor la gola, che quel si chere e di quel si ringrazia, così fec’ io con atto e con parola, per apprender da lei qual fu la tela onde non trasse infino a co la spuola. Pero como suele acontecer si un alimento sacia y de otro aún nos queda apetito, que de este se pide más y aquel se agradece, así hice yo con el ademán y con las palabras para enterarme por la misma sombra de cuál fue la tela que no tejió hasta el fin.4
«Perfetta vita e alto merto inciela donna più sù», mi disse, «a la cui norma nel vostro mondo giù si veste e vela, perché fino al morir si vegghi e dorma con quello sposo ch’ogne voto accetta che caritate a suo piacer conforma. «Vida de perfección y altos méritos han encumbrado en el cielo a una mujer —me dijo— bajo cuya regla se lleva en vuestro mundo hábito y velo para que hasta la muerte se vele y se duerma con aquel Esposo que acepta todo voto que la caridad conforma a su deseo.5
Dal mondo, per seguirla, giovinetta fuggi’mi, e nel suo abito mi chiusi e promisi la via de la sua setta. Por seguirla hui muy joven del mundo y me encerré en su hábito y prometí seguir el camino de su regla.
Uomini poi, a mal più ch’a bene usi, fuor mi rapiron de la dolce chiostra: Iddio si sa qual poi mia vita fusi. Luego, unos hombres más habituados al mal que al bien me arrebataron del dulce claustro, y Dios sabe cuál fue después mi vida.
E quest’ altro splendor che ti si mostra da la mia destra parte e che s’accende di tutto il lume de la spera nostra, ciò ch’io dico di me, di sé intende; sorella fu, e così le fu tolta di capo l’ombra de le sacre bende. Y de este otro esplendor que se te muestra a mi derecha parte, y que se enciende con toda la luz de nuestra esfera, entiende que de él digo lo mismo que de mí. Monja fue, y también le arrebataron de la cabeza la sombra de las sagradas tocas.
Ma poi che pur al mondo fu rivolta contra suo grado e contra buona usanza, non fu dal vel del cor già mai disciolta. Pero desde que fue devuelta al mundo contra su voluntad y contra toda buena usanza, nunca apartó el velo de su corazón.
Quest’ è la luce de la gran Costanza che del secondo vento di Soave generò ’l terzo e l’ultima possanza». Esta es la luz de la gran Constanza, en quien el segundo príncipe de Suabia engendró el tercero y último en el poderío».6
Così parlommi, e poi cominciò ‘Ave, Maria’ cantando, e cantando vanio come per acqua cupa cosa grave. Así me habló, y después empezó a cantar el avemaría, y cantando desvaneciose como un cuerpo pesado por el agua oscura.
La vista mia, che tanto lei seguio quanto possibil fu, poi che la perse, volsesi al segno di maggior disio, e a Beatrice tutta si converse;ma quella folgorò nel mïo sguardo sì che da prima il viso non sofferse; e ciò mi fece a dimandar più tardo. Mi vista, que la siguió mientras me fue posible, después que la perdió volviose al objeto de su mayor deseo y se dirigió enteramente a Beatriz; pero ella fulguró ante mi mirada de tal manera, que al pronto mis ojos no pudieron soportarlo, y esto me hizo retardar mis preguntas.

1 Beatriz.

2 Narciso, al mirarse en la fuente, creyó que veía a una persona real, y ahora Dante ve rostros reales y se figura que son imágenes reflejadas.

3 Piccarda Donati, hermana de Corso Donati (cf. Introducción general), religiosa clarisa, a la que su hermano sacó a la fuerza del convento para casarla con Rosellino della Tosa.

4 Es decir, cuál fue el voto que no dejó cumplido.

5 Santa Clara de Asís, que, por consejo de San Francisco, fundó la orden de las Clarisas.

6 Constanza, la esposa del emperador Enrique VI de Suabia, madre de Federico II. No es cierto, como se creía en tiempos de Dante, que fuese arrancada del convento, aunque sí es verdad que era mujer de piadosa y recoleta vida.

Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri

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