Читать книгу Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini - Страница 27
ОглавлениеEstando siempre en el cielo de la Luna, le entran a Dante dos dudas; una tiene que ver con Piccarda, la otra con la teoría platónica de la reencarnación (vv. 1- 27). A propósito de la segunda, Beatriz explica que las almas se mostrarán ante Dante en los distintos cielos solo para que resulten evidentes las diferencias entre ellas, pero en realidad todas viven fuera del tiempo y del espacio, en la presencia de Dios (vv. 28-63); en cuanto a la duda sobre Piccarda, aclara que su voluntad consintió en parte la imposición (vv. 64-117). Entonces, Dante canta un himno de alabanza a Beatriz y al conocimiento (vv. 118-132). Al final, plantea otra pregunta acerca de los votos no cumplidos (vv. 133-142).
Al final del Canto III, Piccarda se aleja hasta perderse de vista, pero su presencia permanece, pues su caso plantea preguntas que no es posible eludir. En efecto, Piccarda nos plantea de nuevo el tema de la libertad, porque abrazar las circunstancias antes que rechazarlas es una elección, pone en juego de lleno la libertad.
Las dos preguntas que surgen en la mente de Dante están ligadas a este problema; ambas tan apremiantes, tan urgentes que no sabe a cuál dar prioridad. Beatriz se ocupa de sacarlo del apuro, porque ella contempla en Dios toda la realidad y, por tanto, lee también los pensamientos del poeta. Te estás preguntando —dice— dos cosas: por qué motivo la violencia padecida disminuye el mérito, dado que la voluntad permaneció fiel al voto (vv. 19-21); y si no tiene acaso razón Platón cuando escribe que las almas vienen de las estrellas y a ellas vuelven (vv. 22-24). Empecemos —prosigue—por el segundo interrogante, porque resulta el más peligroso para la fe (vv. 25-27).
Sin embargo, antes de seguir la respuesta de Beatriz, aclaremos dos puntos sobre esta pregunta.
Primero: ¿A qué doctrina se refiere Dante? Para Platón, las almas son eternas; viven en el Hiperuranio, una especie de cielo más allá de los cielos; de ahí descienden para encarnarse en los cuerpos y ahí vuelven cuando el cuerpo muere, listas para un nuevo descenso. ¿Por qué es peligrosa para la fe la doctrina platónica? Porque contrasta con la afirmación cristiana de la existencia de almas individuales, creadas una a una por Dios para cada ser humano.
Segundo: ¿Por qué justamente ahora se le plantea a Dante este problema? Porque ha visto a Piccarda en la Luna; esto le ha recordado la doctrina de Platón y se ha preguntado si por casualidad no es verdad que las almas tienen como sede propia los astros.
Vayamos ahora a la respuesta de Beatriz. Estate tranquilo —le dice—, todos los espíritus bienaventurados, desde la Virgen hasta el último de los salvados, viven por encima de los cielos, en la presencia misma de Dios (vv. 28-34), en un lugar que ni siquiera es correcto llamar lugar, porque en realidad está más allá del espacio. Y ahí «tienen diferente vida de beatitud según sienten más o menos el eterno espíritu» (vv. 35-36). La diferencia de bienaventuranza no se debe a una mayor o menor distancia, sino a una intensidad distinta de la relación que cada uno tiene con Dios. Si los espíritus se te muestran en los distintos cielos —prosigue Beatriz (vv. 37-39)— es únicamente para hacer que te resulte visible, y por tanto comprensible, la diferencia de grado que experimentan ahí arriba.
Podríamos añadir que se trata de un modo sencillo para decir que cada uno tiene su relación personal, intransferible y única con Dios. En efecto (vv. 40-42):
«[…] Así hay que hablarle a vuestro entendimiento, que solo aprende por medio de los sentidos lo que hace después digno de la inteligencia […]».
Entonces, ¿por qué han bajado hasta ahí las almas? Porque el intelecto de Dante es humano, limitado, capaz de comprender únicamente lo que pasa a través de los sentidos.1 Por la misma razón, la Biblia «pies y manos le atribuye a Dios» (vv. 44-45), y la Iglesia representa a los ángeles con aspecto humano, y así sucesivamente (vv. 46-48). Nosotros estamos inmersos en el espacio y el tiempo, e inevitablemente representamos las cosas en términos espaciales y temporales; por ello, para salir al encuentro de nuestras capacidades limitadas, las almas se disponen en una secuencia espacial: algunas en la Luna, otras en Venus, etc. Tengamos presente esta observación de Beatriz, porque volveremos a encontrarla. Dante está tratando de expresar en términos sensibles, espaciales y temporales, una experiencia que rebasa estas categorías.
La respuesta prosigue. En realidad, «tal vez» (v. 55) hay algo de verdad en la doctrina de Platón. «Tal vez» (v. 59) él no quería decir de modo literal que las almas vienen de las estrellas y vuelven a ellas, sino únicamente que las estrellas ejercen una cierta influencia sobre las almas. Si fuese así, tendría un aspecto de verdad (vv. 58-60), porque es cierto que los astros ejercen cierto influjo sobre la vida de los hombres —lo hemos visto en el Purgatorio2 y hemos vuelto a encontrarlo en el Canto II—. Aunque, naturalmente, no hasta el punto de determinar su destino, como se pensaba erróneamente en la Antigüedad, cuando se adoraba a los planetas como dioses (vv. 61-63).
Una puntualización muy interesante por un motivo que podría sintetizarse con un célebre aforismo atribuido a Chesterton: «Todo error es una verdad que se ha vuelto loca».3 Es la fórmula de una actitud atenta, benévola hacia cualquiera; es verdad que lo que este o el otro han dicho, en su conjunto, es errado, pero, si lo consideramos detenidamente, quizá hallemos un resto de verdad que merece la pena reconocer y valorar.
Beatriz pasa entonces a la segunda duda de Dante (vv. 19-21): ¿Por qué, si la voluntad permaneció fiel al voto, la violencia que se sufrió disminuye el mérito? He aquí la respuesta (vv. 73-81):
«[…] Si hay violencia real cuando el que la padece no concede nada al que le hace fuerza, no pueden estas almas ser excusadas por eso, pues la voluntad, si no quiere, no cede, sino que hace como la naturaleza con el fuego si mil veces la inclina la violencia. Si se doblega mucho o poco, obedece a la fuerza, y así hicieron estas, que pudieron volver al santo lugar […]».
Beatriz defiende resueltamente que la voluntad «si no quiere, no cede», nadie puede obligarla. Es como un fuego que el viento no consigue apagar aunque mil veces lo inclina, doblega su llama. Por ello, si la voluntad se pliega mucho o poco a seguir la fuerza que se le impone con violencia, es de algún modo connivente. Piccarda y Constanza habrían podido huir de nuevo «al santo lugar», volver al convento del que habían sido sacadas a la fuerza, pero no lo hicieron; por eso «no pueden […] ser excusadas».
La respuesta de Beatriz es así de dura porque nace de una estima sin fisuras por la libertad. Si tú no quieres hacer algo de verdad, no hay fuerza ajena que pueda obligarte. Como muestran —prosigue— los ejemplos del mártir Lorenzo y de Mucio Scévola (vv. 82-84): con tal de no plegarse a la voluntad de otros, se puede llegar a aceptar la muerte o a poner una mano sobre un brasero. Lo demuestran las vidas de los mártires cristianos, lo documentan las historias de todos los hombres y mujeres que han preferido morir antes que renunciar a sus ideales, a su dignidad. Tu libertad es un don que nadie puede doblegar si tú no quieres.
Leyendo estos versos, la mente vuelve a la vida de Dante. En un momento dado, Florencia había concedido a los exiliados la posibilidad de volver a la ciudad con la condición de que aceptasen cruzar el umbral de la cárcel. Un gesto simbólico con el que el desterrado reconocería su culpa y, después, sería reintegrado en la vida ciudadana. Podríamos considerarlo como una pequeña cesión a cambio de un gran beneficio. Dante no quiso saber nada de ello, porque era inocente y quería que eso fuera reconocido, no estaba dispuesto a pactar. Quizá un juicio tan tajante revele su experiencia personal: para defender su libertad estuvo dispuesto a pagar el precio más alto.
«Pero tan sólida voluntad es demasiado rara» (v. 87). Después de alabar el valor absoluto de la libertad, aparece enseguida la consideración de la debilidad humana, pues afrontar la muerte, el sufrimiento y el martirio que implica resistirse a la violencia no es algo que esté al alcance del hombre sin la ayuda de la gracia de Dios. Para aclarar bien este punto capital, Beatriz vuelve al encuentro con Constanza en el canto anterior (vv. 97-99):
Y después pudiste oír de Piccarda que Constanza guardó su inclinación al velo, por lo cual parece contradecirme.
Una vez más, ella interpreta la pregunta que no ha expresado Dante. Piccarda ha dicho primero que Constanza, incluso cuando la sacaron del convento, «nunca apartó el velo de su corazón» (Par., II, v. 117), siguió siendo fiel al voto en su corazón. Ahora Beatriz afirma que, si alguien se pliega a la violencia de otro, de algún modo, la acata; ¿cómo pueden darse a la vez ambas cosas? ¿Acaso no son contradictorias?
La explicación que sigue es una obra maestra de finura psicológica (vv. 100-114):
«[…] Muchas veces ha ocurrido ya, hermano, que para huir del peligro se hace de mal grado lo que no conviene hacer. […]. Sobre este punto quiero que sepas que la fuerza se mezcla a la voluntad y hacen que de este modo las ofensas no tengan excusa. No hay voluntad absoluta de consentir en el daño; pero consiente en él en tanto en cuanto teme que si rehúsa caerá en mayores penas. Por eso, cuando Piccarda dijo aquello, se refería a la voluntad absoluta y yo a la otra; así es que ambas decimos la verdad».
Las cosas no son tan sencillas —explica Beatriz—, «la fuerza se mezcla a la voluntad», la imposición influye de algún modo en la voluntad. Y así, sucede muchas veces que, para escapar de un peligro, se hace lo que no se quería hacer. A pesar de ello, la violencia no puede determinar la voluntad completamente; el temor a sufrimientos mayores que no podríamos resistir nos empuja a plegarnos a lo que se nos impone. Pero «no hay voluntad absoluta de consentir en el daño», el corazón conserva una fidelidad interior a lo que, sin embargo, hemos renunciado externamente. Y, por eso, «ambas decimos la verdad» —concluye Beatriz—, Piccarda y yo decimos cosas verdaderas, pues ella se refiere a la «voluntad absoluta», la fidelidad última, y yo a «la otra», a la determinación concreta que se ha dejado doblegar por la fuerza.
Esta explicación me ha fascinado siempre, porque demuestra una comprensión profunda del alma humana. Porque en verdad sucede así en la vida. La libertad es realmente indomable, nadie te puede imponer lo que tú no quieres; sin embargo, al mismo tiempo, somos todos débiles, son pocos los que se mantienen firmes frente a una imposición violenta, a un riesgo grave. Por eso, muchos se pliegan a las obligaciones por temor; aunque dicha debilidad no supone una traición del todo consentida si, al menos, en el fondo de nuestro corazón, conservamos un resquicio de fidelidad, cierta nostalgia de la verdad que hemos traicionado, pero cuyo valor seguimos reconociendo.
Empezamos así a ver que en el paraíso «la misericordia y la verdad se encuentran» (Sal 85,11) realmente. La verdad, es decir, el juicio que ha formulado Beatriz sin paliativos: «No pueden estas almas ser excusadas por eso, pues la voluntad, si no quiere, no cede» (vv. 75-76). No hay atenuantes. Si Piccarda y Constanza han cedido a la fuerza es porque han aceptado, en parte, ceder. Y, al mismo tiempo, la misericordia: «Tan sólida voluntad es demasiado rara» (v. 87), no es fácil mantenerse firmes. Lo importante es que «no hay voluntad absoluta de consentir en el daño» (v. 109), que conservemos al menos la fidelidad del corazón. No es lo mismo aceptar el martirio que ceder para salvar el pellejo; pero incluso quien cede, si reconoce su debilidad sinceramente y vive santamente, se salva.
Es una posición vertiginosa que acaba con cualquier tipo de moralismo; los cielos celebran a los mártires que han resistido hasta la muerte e igualmente a todos los pobrecillos que, aunque se han dejado doblegar por las dificultades de la vida, han custodiado en el fondo del corazón un rescoldo de fidelidad.
Como si no fuese suficiente esta maravilla, ¿qué rimas ha empleado Dante en los versos 104 a 108? «Spense», «pense», «offense». Justamente aquí, donde se exalta el libre albedrío y se conoce la libertad herida, aparecen las rimas de Paolo y Francesca (Inf., V, vv. 107-111). ¡No puede resultar más claro y explícito! Nada más lejos del «amor, que al que es amado obliga a amar» (Inf., V, v. 103). Si la voluntad puede permanecer libre interiormente incluso cuando cede a la violencia, ¡figuraos si no puede resistir a la pretendida violencia del amor!
Pero aún hay más. Al final del canto, ¿qué hace Dante ante la mirada paradisíaca de Beatriz? «Mi fuerza desmayó y casi me anonadé con la vista baja» (vv. 141-142): casi se desmaya. Un desvanecimiento, como en los otros dos cantos marcados por las rimas «spense», «pense» y «offense» (Inf., V, vv. 107-111, y Purg., XXXI, vv. 8-12), como para poner firma y sello al recorrido que nos propone. Al terminar la explicación, Dante la comenta con un himno que alaba la inteligencia (vv. 124-132):
«[…] Bien veo que jamás se sacia nuestro entendimiento si no lo ilustra aquella verdad fuera de la cual no hay nada cierto. Pósase en ella, como fiera en su cubil, tan pronto la alcanza; y alcanzarla puede, pues, si no, todo deseo sería vano. Nace por eso, a guisa de retoño, al pie de la verdad la duda, y por su naturaleza nos empuja hacia la cima de grado en grado […]».
Se trata de una imagen estupenda. La razón humana es como una bestia («fiera») que continuamente va a cazar a su presa —es decir, el conocimiento, la verdad de las cosas— y «jamás se sacia», no está satisfecha hasta que no alcanza una compresión completa que abarque el horizonte entero, «aquella verdad fuera de la cual no hay nada cierto». Solo entonces descansa por fin, como la bestia cuando vuelve saciada a su guarida («cubil»). Y menos mal que existe esta posibilidad —añade Dante—, porque de otro modo todo nuestro deseo de conocer sería «vano»: se vería frustrado.
A lo largo de este recorrido, cada descubrimiento es, además, ocasión para una nueva pregunta, y así esta curiosidad inagotable «nos empuja hacia la cima de grado en grado», de pregunta en pregunta, de descubrimiento en descubrimiento; el deseo de conocer nos empuja incansablemente hasta la cima, hasta la contemplación de Dios.
Una vez más, Dante no pierde la ocasión de recordarnos los dos hechos constitutivos de la experiencia humana: una libertad indomable aunque herida y un intelecto insaciable, que solo puede encontrar paz en el conocimiento del fundamento último de la realidad.
1 «Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu» («No hay nada en el intelecto que no haya pasado primero a través de los sentidos») es una fórmula canónica de la filosofía de Tomás. Cf. Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae de veritate, q. 2, a. 3, arg. 19.
2 Cf. D. Alighieri, Purgatorio, op. cit., pp. 180-182 y 337.
3 En realidad, la cita es dudosa. Este aforismo se le atribuye universalmente a él, pero sin indicar nunca una fuente concreta. Probablemente, se trata de la generalización de una expresión afín contenida en Ortodoxia: «El mundo moderno está repleto de antiguas virtudes cristianas […] que se han desquiciado» (G. K. Chesterton, Ortodoxia, Acantilado, Barcelona, 2013, p. 37).
Intra due cibi, distanti e moventi d’un modo, prima si morria di fame, che liber’ omo l’un recasse ai denti; sì si starebbe un agno intra due brame di fieri lupi, igualmente temendo; sì si starebbe un cane intra due dame: | Entre dos manjares igualmente distintos y apetitosos se moriría de hambre un hombre libre antes de llevarse uno de ellos a la boca; así permanecería un cordero entre la voracidad de dos feroces lobos, temiéndolos por igual. Así se quedaría un perro entre dos gamos. Por lo cual, si yo callaba, no me lo reprocho, pues estaba por igual suspenso ante mis dudas, y, puesto que era necesario, tampoco me alabo por ello. |
per che, s’i’ mi tacea, me non riprendo, da li miei dubbi d’un modo sospinto, poi ch’era necessario, né commendo. | |
Io mi tacea, ma ’l mio disir dipinto m’era nel viso, e ’l dimandar con ello, più caldo assai che per parlar distinto. | Yo callaba; pero mi deseo se me pintaba en el rosto, y mi pregunta así era más intensa que si la hubiera dicho claramente con palabras. |
Fé sì Beatrice qual fé Danïello, Nabuccodonosor levando d’ira, che l’avea fatto ingiustamente fello; e disse: «Io veggio ben come ti tira uno e altro disio, sì che tua cura sé stessa lega sì che fuor non spira. | Hizo Beatriz entonces lo que Daniel cuando aplacó la ira de Nabucodonosor, que le había llevado a injusta crueldad,1 y dijo: «Bien veo cómo te atraen un deseo y otro, aunque tu curiosidad se ata a sí misma de modo que no se manifiesta al exterior. |
Tu argomenti: “Se ’l buon voler dura, la vïolenza altrui per qual ragione di meritar mi scema la misura?”. | Tú te dices: “Si la buena voluntad persevera, ¿por qué razón la violencia de los demás acorta la medida de mi mérito?”. |
Ancor di dubitar ti dà cagione parer tornarsi l’anime a le stelle, secondo la sentenza di Platone. | También te ofrece motivo para dudar el que parezcan volverse las almas a las estrellas, según la doctrina de Platón.2 |
Queste son le question che nel tuo velle pontano igualmente; e però pria tratterò quella che più ha di felle. | Estas son las cuestiones que en tu voluntad pasan igualmente; pero antes trataré de la que presenta mayor peligro. |
D’i Serafin colui che più s’india, Moïsè, Samuel, e quel Giovanni che prender vuoli, io dico, non Maria, non hanno in altro cielo i loro scanni che questi spirti che mo t’appariro, né hanno a l’esser lor più o meno anni; | El serafín que se halle más cerca de Dios, Moisés, Samuel, aquel de los Juanes que quieras escoger, te digo, y también María, no tienen sus escaños en otro cielo que estos espíritus que ha poco se te aparecieron, ni han de permanecer en su estado más o menos años, sino que todos embellecen el primer círculo y tienen diferente vida de beatitud según sienten más o menos el eterno espíritu. |
ma tutti fanno bello il primo giro, e differentemente han dolce vita per sentir più e men l’etterno spiro. | |
Qui si mostraro, non perché sortita sia questa spera lor, ma per far segno de la celestïal c’ha men salita. | Aquí se mostraron no porque les tocara en suerte permanecer en esta esfera, sino para dar señal de que en la celeste ocupan la parte menos alta.3 |
Così parlar conviensi al vostro ingegno, però che solo da sensato apprende ciò che fa poscia d’intelletto degno. | Así hay que hablarle a vuestro entendimiento, que solo aprende por medio de los sentidos lo que hace después digno de la inteligencia. |
Per questo la Scrittura condescende a vostra facultate, e piedi e mano attribuisce a Dio e altro intende; | Por eso la Escritura condesciende con vuestras facultades, y pies y manos le atribuye a Dios. Entiende, además, que la santa Iglesia representa con aspecto humano a Gabriel y a Miguel y a aquel otro que sanó a Tobías.4 |
e Santa Chiesa con aspetto umano Gabrïel e Michel vi rappresenta, e l’altro che Tobia rifece sano. | |
Quel che Timeo de l’anime argomenta non è simile a ciò che qui si vede, però che, come dice, par che senta. | Lo que Timeo dice de las almas no se asemeja a lo que se ve aquí, pero parece que lo dice como lo siente. |
Dice che l’alma a la sua stella riede, credendo quella quindi esser decisa quando natura per forma la diede; | Afirma que el alma se vuelve a su estrella, creyendo que de ella cayó cuando la naturaleza le dio forma, y tal vez su opinión sea distinta de lo que sus palabras revelan, por lo que puede ser que su intención no merezca ser despreciada. |
e forse sua sentenza è d’altra guisa che la voce non suona, ed esser puote con intenzion da non esser derisa. | |
S’elli intende tornare a queste ruote l’onor de la influenza e ’l biasmo, forse in alcun vero suo arco percuote. | Si entiende que vuelve a estas esferas el honor de la influencia y el vituperio, tal vez su arco apunta a alguna verdad.5 |
Questo principio, male inteso, torse già tutto il mondo quasi, sì che Giove, Mercurio e Marte a nominar trascorse. | Este principio, mal entendido, extravió a casi todo el mundo, que corrió a invocar a Júpiter, Mercurio y Marte. |
L’altra dubitazion che ti commove ha men velen, però che sua malizia non ti poria menar da me altrove. | La otra duda que te conmueve encubre menos peligro, ya que su malicia no te podría llevar lejos de mí.6 |
Parere ingiusta la nostra giustizia ne li occhi d’i mortali, è argomento di fede e non d’eretica nequizia. | Que parezca injusta nuestra justicia a los ojos de los mortales es argumento que conduce a la fe y no herética iniquidad. |
Ma perché puote vostro accorgimento ben penetrare a questa veritate, come disiri, ti farò contento. | Pero como vuestra razón puede penetrar bien esta verdad, te satisfaré como deseas. |
Se vïolenza è quando quel che pate nïente conferisce a quel che sforza, non fuor quest’ alme per essa scusate: ché volontà, se non vuol, non s’ammorza, ma fa come natura face in foco, se mille volte vïolenza il torza. | Si hay violencia real cuando el que la padece no concede nada al que le hace fuerza, no pueden estas almas ser excusadas por eso, pues la voluntad, si no quiere, no cede, sino que hace como la naturaleza con el fuego si mil veces la inclina la violencia.7 |
Per che, s’ella si piega assai o poco, segue la forza; e così queste fero possendo rifuggir nel santo loco. | Si se doblega mucho o poco, obedece a la fuerza, y así hicieron estas, que pudieron volver al santo lugar. |
Se fosse stato lor volere intero, come tenne Lorenzo in su la grada, e fece Muzio a la sua man severo, così l’avria ripinte per la strada ond’ eran tratte, come fuoro sciolte; ma così salda voglia è troppo rada. | Si su voluntad hubiera sido entera, como la que tuvo Lorenzo sobre la parrilla o la que hizo a Mucio tan cruel con su mano,8 ella los habría vuelto al camino del que las habían separado en cuanto se vieron libres; pero tan sólida voluntad es demasiado rara. |
E per queste parole, se ricolte l’hai come dei, è l’argomento casso che t’avria fatto noia ancor più volte. | Y por estas palabras, si las has recogido como debes, queda destruido el argumento, que te habría perturbado aún varias veces. |
Ma or ti s’attraversa un altro passo dinanzi a li occhi, tal che per te stesso non usciresti: pria saresti lasso. | Pero ahora se te atraviesa otro obstáculo ante los ojos, y es tal, que por ti mismo no saldrías del paso, sino que antes te cansarías. |
Io t’ho per certo ne la mente messo ch’alma beata non poria mentire, però ch’è sempre al primo vero appresso; e poi potesti da Piccarda udire che l’affezion del vel Costanza tenne; sì ch’ella par qui meco contradire. | Te he enseñado como cosa cierta que el alma bienaventurada no podía mentir, porque sigue siempre a la primera verdad, y después pudiste oír de Piccarda que Constanza guardó su inclinación al velo, por lo cual parece contradecirme. |
Molte fïate già, frate, addivenne che, per fuggir periglio, contra grato si fé di quel che far non si convenne; | Muchas veces ha ocurrido ya, hermano, que para huir del peligro se hace de mal grado lo que no conviene hacer, como Almeón, que a ruegos de su padre mató a su madre y por no faltar a la piedad se hizo despiadado.9 |
come Almeone, che, di ciò pregato dal padre suo, la propria madre spense, per non perder pietà si fé spietato. | |
A questo punto voglio che tu pense che la forza al voler si mischia, e fanno sì che scusar non si posson l’offense. | Sobre este punto quiero que sepas que la fuerza se mezcla a la voluntad y hacen que de este modo las ofensas no tengan excusa. |
Voglia assoluta non consente al danno; ma consentevi in tanto in quanto teme, se si ritrae, cadere in più affanno. | No hay voluntad absoluta de consentir en el daño; pero consiente en él en tanto en cuanto teme que si rehúsa caerá en mayores penas. |
Però, quando Piccarda quello spreme, de la voglia assoluta intende, e io de l’altra; sì che ver diciamo insieme». | Por eso, cuando Piccarda dijo aquello, se refería a la voluntad absoluta y yo a la otra; así es que ambas decimos la verdad». |
Cotal fu l’ondeggiar del santo rio ch’uscì del fonte ond’ ogne ver deriva; tal puose in pace uno e altro disio. | Tal fue la abundancia del santo río que nace de la fuente de donde toda verdad deriva, que me satisfizo uno y otro deseo.10 |
«O amanza del primo amante, o diva», diss’ io appresso, «il cui parlar m’inonda e scalda sì, che più e più m’avviva, non è l’affezion mia tanto profonda, che basti a render voi grazia per grazia; ma quei che vede e puote a ciò risponda. | «¡Oh amada del primer amante!11 ¡Oh divina —dije yo a continuación—, cuyas palabras me inundan y enardecen de modo que me dan cada vez más ánimos! No es mi afección tan profunda que baste a devolveros gracia por gracia; pero aquel que todo lo ve y todo lo puede, responda por mí. |
Io veggio ben che già mai non si sazia nostro intelletto, se ’l ver non lo illustra di fuor dal qual nessun vero si spazia. | Bien veo que jamás se sacia nuestro entendimiento si no lo ilustra aquella verdad fuera de la cual no hay nada cierto. |
Posasi in esso, come fera in lustra, tosto che giunto l’ha; e giugner puollo: se non, ciascun disio sarebbe frustra. | Pósase en ella, como fiera en su cubil, tan pronto la alcanza; y alcanzarla puede, pues, si no, todo deseo sería vano. |
Nasce per quello, a guisa di rampollo, a piè del vero il dubbio; ed è natura ch’al sommo pinge noi di collo in collo. | Nace por eso, a guisa de retoño, al pie de la verdad la duda, y por su naturaleza nos empuja hacia la cima de grado en grado. |
Questo m’invita, questo m’assicura con reverenza, donna, a dimandarvi d’un’altra verità che m’è oscura. | Esto me invita, esto me da seguridad para pediros, señora, con reverencia que me aclaréis otra verdad que se me aparece oscura. |
Io vo’ saper se l’uom può sodisfarvi ai voti manchi sì con altri beni, ch’a la vostra statera non sien parvi». | Quiero saber si el hombre puede satisfaceros, habiendo faltado a sus votos, con otros bienes que en vuestra balanza no resulten parvos». |
Beatrice mi guardò con li occhi pieni di faville d’amor così divini, che, vinta, mia virtute diè le reni, e quasi mi perdei con li occhi chini. | Beatriz me miró con los ojos llenos de destellos de amor tan divinos, que, vencida, mi fuerza desmayó y casi me anonadé con la vista baja. |
1 Daniel explicó a Nabucodonosor un sueño que este no podía recordar.
2 Las almas vienen de una estrella y se vuelven a ella (Platón, Timeo).
3 Todos los bienaventurados habitan en el cielo empíreo (cf. Síntesis argumental).
4 El arcángel Rafael.
5 Ya hemos advertido que en la época de Dante se creía en el influjo de las estrellas.
6 Aquí se ve claro que Beatriz personifica la Teología.
7 La llama movida por el viento, si se tuerce mil veces, mil veces se endereza.
8 Como de costumbre, se emparejan una alusión cristiana y otra al mundo antiguo: San Lorenzo y Mucio Scévola, que se abrasó voluntariamente una mano para castigarse.
9 Almeón, por obedecer a su padre, Anfiarao, mató a su madre (cf. Infierno XX 31, y Purgatorio XII 49).
10 Otra clara alusión a la Teología.
11 O sea, amada de Dios.