Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 11

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El lote era muy pequeño, lo que llevó a que la casa fuera resuelta en dos plantas. En la planta baja se disponían el garaje y el living comedor en el frente, y hacia atrás la cocina y el cuarto de huéspedes que miraban a un diminuto patio embaldosado con pequeños canteros perimetrales que lucían impecables al momento del estreno. Un lavadero oficiaba de antesala al patio y un largo pasillo recorría el lateral del lote de frente a contrafrente, donde no fue posible construir debido a que era una superficie remanente en la manzana.

En el centro de la planta baja se enfrentaban un toilette y la escalera que conducía a la planta alta. Dos habitaciones al frente y contrafrente, un baño completo con ante baño y una terraza continua de frente a fondo completaban el conjunto en la planta superior. En ese garaje, cuyos muros estaban revestidos hasta el metro y medio con el mismo granito reconstituido que los pisos, jugaba con los ladrillos y armaba el scalextric con mi hermano y amigos, y por momentos se convertía en el mejor de los estadios. Una de las pelotas que salía del canasto golpeaba contra el portón de madera en forma insistente produciendo un sonido exagerado por la acústica del espacio. Había dos tipos de decibeles que devolvía el portón: el que generaba la pelota de cuero y el que producía la plastibol azul, cuya trayectoria etérea era amortiguada por la madera. Para la primera clase de sonido, mamá gritaba desde la cocina; esa cocina que ella había pensado cuidadosamente para pasar gran parte del transcurrir de sus días a pesar de su juventud. Su idea de felicidad, luego del gran sacrificio hecho para salir de tiempos duros y construir la casa, era disfrutar de la familia en la forma que ella la entendía. Esa cocina donde una tarde de julio la encontré lagrimeando mientras planchaba. Una sensibilidad especial la atravesó en ese instante: minutos antes de mi llegada, la radio había anunciado la muerte de Perón.

Día 2

La televisión suena en forma intensa. Las chicas, en uno de esos días donde se alinean los planetas, charlan, comparten, se ríen, discuten sobre qué ver en la tv. La tardecita siempre genera reacomodamientos en la casa, es un momento donde los integrantes vuelven de sus actividades y se piensa en la cena; en esas dos horas se sintetizan parte de los movimientos diarios.

Esa noche se instala en el nuevo escritorio que eligieron con su esposa para la habitación. Acaba de hablar con su padre, que le comunica que vendrá a Buenos Aires para el festejo de los 18 de su hija mayor. El próximo domingo es el día del padre y siempre es una fecha que pone en juego la distancia cimentada a lo largo de los años. Nunca ha sido fácil volver a su pueblo y tampoco lo fue poder ubicarlo como la sede natural donde transcurrieron infancia y adolescencia. Su padre está grande y siente la necesidad de cambiar la frecuencia de esos encuentros.

Nunca pensó que tantos años después hubiera en su cabeza una necesidad tan grande de que algunas cosas se acomodaran en el lugar correcto. Algo parecido a eso que hacen las computadoras cuando ordenan su información reorganizando su memoria. La cabeza acelera y acelera y necesita darle espacio, escape. Muchos años han pasado donde parte de esas pequeñas piezas han tratado de encontrar su lugar y las ha mantenido a raya, en la puerta, espantándolas, en un esfuerzo constante por contenerlas y controlar sus movimientos. Como cuando se aprieta un globo, las ideas, los pensamientos van y vienen; no se ubican, se engloban. Varios escenarios se transformaron en su vida luego del momento en que un hecho fortuito e imponderable le diera un vuelco absolutamente inesperado.

La ruta del afecto

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