Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 18

Оглавление

Transité mis primeros años en otra casa, también en la calle Río Uruguay, a escasos 200 metros de la nueva que construyó la familia cuando tenía diez años. Nací en el sanatorio 9 de Julio. Mi mamá prefirió que José naciera en Buenos Aires, ya que durante el trabajo de parto que tuvo durante mi nacimiento, sufrió mucho. En parte puede haber sido una de las razones para exportar el segundo parto, pero no se puede soslayar el apego de mi mamá con su familia. Tenía tan sólo 23 años al momento de tener a su segundo hijo.

La primera casa era una típica casa cajón retirada del frente con un pequeño jardín delante del dormitorio y el comedor que miraban a la calle. Al costado estaba el garaje, el principal lugar de juegos en la historia de nuestra infancia. Sobre el contrafrente, el dormitorio de mis padres, la cocina y el lavadero semicubierto.

Era una tarde cálida con el sol casi cayendo en forma horizontal cuando en ese lavadero orientado al oeste nos estábamos peleando a las trompadas con José. El tenía tres años y yo seis. En un momento dado, José se golpeó la cabeza contra el piso de baldosas calcáreas color ocre del lavadero, hizo un ruido seco y se quedó en absoluto silencio. Por unos instantes no se movió. Después comenzó a girar y de su nuca vi algo parecido a lo que para mí era parte de su masa encefálica. Quedé paralizado. José continuó girando y al fin me di cuenta que había visto el dorso de su mano enredada en el cabello sobre la nuca que en mi visión aterrada se me presentó como un desprendimiento. En ese momento, liberó un llanto ensordecedor. Lo abracé fuerte, lloré con él. Fue la primera evidencia palpable de cuánto lo amaba.

Día 6

Es viernes y se dirige a una obra en Plaza Francia. Son las tres de la tarde. Busca un asiento en la plaza de Pueyrredón y Las Heras orientado al sol porque el frío es intenso. Siente su cuerpo aflojarse. Un rato antes se había enfrentado al espejo del baño del estudio y bajo unos ojos levemente enrojecidos se dijo a sí mismo, “cuarenta años”, y se repitió: cuarenta años. Un manto de alivio lo cubre. De temor y de alivio. Siente temor al haber abierto una puerta a un espacio cerrado por muchos años.

Llega el cumpleaños de su hija menor, nacida un 4 de Julio. Esa adolescente en sus 14, vive con absoluta intensidad todos sus cumpleaños. Los saborea con mucho tiempo de antelación, los piensa, los planea, los disfruta. Ver disfrutar a sus hijas en cada instancia que les va tocando lo contagia. Ellas, afortunadamente, van con pocas ataduras.

La ruta del afecto

Подняться наверх