Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 19

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La noche del martes 13 de diciembre de 1978 fue la última en que tuve una charla con mi mamá. Nunca más volví a pronunciar esa palabra hasta que a veces, actualmente y con otro fin, les comento a las chicas algo referido a Silvina.

No recuerdo en qué momento me preguntaron si yo quería viajar. Elegí quedarme en 9 de Julio. Como una imagen clara aparece ese saludo final que José me vino a dar. Me dio un beso sin que yo me incorporara de la cama. El micro a Buenos Aires salía a la medianoche. Fue la última noche en que dormí tranquilo con la familia completa.

Veinticuatro horas más tarde, me despiertan los gritos de mi papá: “Gabriel!, Levantate que mamá y José tuvieron un accidente. Andate para la panadería que yo me voy para Bragado”. Caminé las cuatro cuadras, que solía recorrer todo el tiempo, esa mañana ya fuertemente iluminada por un sol que se levantaba a mis espaldas de forma muy temprana. Esas cuatro cuadras por la Mitre que seguí haciendo dos años más hasta que vine a vivir a Buenos Aires.

Llegué a la panadería, me dijeron que no iba a abrir. Me encontré con Susana, la chica que trabajaba en casa de mis tíos y me dijo ante mi pregunta: “Están heridos”.

Salí para Bragado en el auto de un vecino. El desasosiego, la perplejidad y la confusión seguramente contribuyeron a que nadie reparara en que mi traslado al lugar del hecho se hiciera sin que compartiera ese trayecto con ningún miembro de mi familia.

El sol, aún acostado sobre el este, venía en dirección opuesta a la marcha del coche y cegaba la vista. A mitad de camino sobre la mano izquierda un micro deformado: kilos de chapa retorcida, vidrios, troncos que traía el camión que lo impactó no dejaban lugar a dudas. Fui el último en llegar y la imagen más fuerte que retuve fue la cara de mi papá cuando me vino a buscar en el momento en que abrí la puerta del auto en el que había llegado.

La vuelta de Bragado fue esa tarde del jueves 15. Un sol alto sobre el oeste de la ruta y al fondo ese espejismo de agua que se advierte en los días de sol a pleno. La llegada a casa, la casa que habíamos construido con mi mamá a la cabeza, donde alguien más tarde corrió los muebles del living para acomodar los féretros. Las cabezas vendadas. Sólo los ojos y la boca al descubierto. Los troncos que se incrustaron en el micro fueron demasiado para cualquier resistencia humana.

Día 7

Sólo actos de fe pueden servir para relatar hechos o momentos que su memoria borró de cuajo; suprimió sin dejar ningún filamento que le permita reconstruirlos y vivenciarlos como propios. Un acto de fe en su prima Ali, quien le relató que en algún día posterior a ese diciembre se trasladaron junto a su padre y el de ella a la ciudad de Bragado, a buscar las pertenencias de las víctimas que habían quedado retenidas en la comisaría. Le cuenta que se sentaron los cuatro en la plaza principal del pueblo hasta que les avisaron que los iban a atender. Le dice que los cuatro miraban en dirección al piso, en absoluto silencio. Su prima le contó todo eso. No tiene por qué no creerle.

La ruta del afecto

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